Capítulo II

Mercy

    —Esto apesta más que las pantis de Nisha —se queja Myko.

    La chica de las trenzas cocidas choca su hombro con fuerza contra el de él cuando nos pasa.

    —Probablemente no deberías hacer bromas sobre cómo olían las prendas íntimas de tu ex novia frente a ella —aconsejo escaneando el bar con la mirada.

    Su relación duró dos meses. Que se aguantaran más que eso era improbable.

    —¿Temes que hiera sus sentimientos? —inquiere apartándose el flequillo leonado de los ojos con un movimiento de cabeza.

    —Temo que ella te hiera a ti —corrijo.

    Nos adentramos en La Ratonera. Es uno de los pocos bares que está en la zona céntrica de la ciudad, Kesquel.
    La plaza del Arcángel, el primer mercado, es el punto de partida de la deteriorada pero aún viva metrópoli. Ahí se truecan, regatean y compran alimentos, ropa y artículos variados. En la periferia está el Ducto del Grifo o simplemente El Grifo, donde fui más temprano. Armamento de cualquier tipo, alcohol, drogas y tecnología básica se halla ahí. Usualmente es el segundo mercado el que está rodeada de bares de esta clase, pero siempre hay excepciones.

    —Así que estamos buscando a una tal Devonne, ¿cierto? —Nisha se voltea con las manos apretadas. Siempre tiene sus manoplas de acero puestas, eso y la chaqueta de cuero nunca faltan.

    Asiento y echo una mirada al lugar. El humo de más de dos docenas de cigarrillos se eleva en formas grisáceas y onduladas en el aire. Los ventiladores de techo están apagados o no funcionan, por lo que queda todo el tóxico estancando ahí. Las mesas están llenas y en el escenario hay un guitarrista tocando un blues.

    —Yairin dijo que era un prostituta —informo.

    —Interesante... —acota un sugestivo Myko.

    Nisha y yo le lanzamos una mirada de advertencia. Ninguna de nosotras está de humor para bromear o verlo hacer tonterías hormonales esta noche.

    —Eres repugnante —digo dejándolo atrás—. Busca aquí abajo. Así no tendrás oportunidad de tentar al diablo revisando las habitaciones en el segundo piso.

     Él se queja.

    —Pero allí es donde se hacen los bebés, Mercy. Es la parte divertida de esta pocilga. —Abre los brazos señalando La Ratonera.

    —Ya la oíste. —Los ojos grises de Nisha y la irritabilidad en su tono le dicen de forma directa que se calle y comience a buscar—. Pregunta por Devonne aquí, nosotras revisaremos arriba. Te estamos haciendo un favor. Ninguna prostituta se enterará de que eres precoz esta noche, Myko.

    —Ouch, Nisha —gesticula llevando una mano a su corazón—. Ouch —repite antes de perderse entre la clientela.

     La chica de las trenzas y yo nos deslizamos entre las sillas hasta llegar al pie de la escalera y comenzar a subir. La tos me hace temblar el tórax, los hombros y me quema la garganta. El humo se acumula todavía más y, si los rociadores de emergencia aún funcionaran, probablemente todos en este lugar ya estarían empapados. No estaría mal, es decir, hay gente que no se ha duchado en semanas. El agua es un recurso muy valioso como para gastarlo en eso.

     Hace varios años, cuando yo tenía alrededor de once, estalló una crisis económica que arrasó con todo. Nuestro país era prácticamente uno de los motores más importantes del mundo, por lo que la economía a nivel global se desequilibró gracias a nosotros. Súmandole a eso las injusticias sociales y los niveles de violencia en aumento, se unificó una especie de resistencia que derrocó al gobierno. No para tomar el control, sino para que nadie más vaya a creerse dueño de él otra vez.   
     Regresamos al mano a mano, al trueque, al te la rebuscas o mueres. Cada uno por su cuenta.
     El resto del mundo nos dio la espalda al no estar administrados de la forma correcta. Se cerraron los puertos y no hay más vuelos comerciales. No existen las exportaciones o importaciones. Se vive de lo que se fabrica en nuestra tierra.
     Ahora, aquí estamos, con los recursos escaseando y casi al borde de perder la decencia humana.

     Simplemente genial.

    —Oye —llama Nisha al llegar al segundo piso. Hay más iluminación adentrándose en el corredor, por lo que sus ojos adquieren un color plata. Su cabello azabache está grasoso y brilla por demás bajo la luz—. No quiero que vuelvas a ir al Ducto del Grifo por tu cuenta, prométeme que no lo harás —pide inexpresiva.

    Es difícil saber en qué piensa la mayor parte del tiempo, pero estoy segura que solo está preocupada. Nos conocemos desde que somos niñas. Ella es la hija del que, mucho tiempo atrás, era el guardaespaldas y mano derecha de mi padre. Por eso terminamos juntas. Ella nos buscó hace unos pocos años cuando su papá murió a manos del ex gobierno. Quería alejarse de esa lucha tanto como yo quería.

    —Puedo cuidarme sola, lo sabes. Además, no es como si hubiera ido a las Grutas de Eneida.

    —Nunca están de más un par de ojos extra y alguien con ganas de perforar uno que otro cráneo. —Se encoge de hombros—. No tienes por qué hacer esto sola. Todos perdimos a Enora, no solo tú. No nos prives de buscarla, Mercy.

      Asiento en silencio. Quiero dejar de pensar en mi hermana por un momento, pero no puedo buscarla sin volver a recordar la puerta y la cerradura forzada, los cajones revueltos, la cama deshecha y la mancha de sangre salpicando la pared de su habitación. Me gustaría al menos concentrarme plenamente en lo que estoy haciendo ahora, pero las imágenes permanecen a un costado de mi memoria como una nota adhesiva recordándome que debo hacer algo antes de que mi tiempo se agote.

    Antes que su tiempo se agote.

     —De acuerdo, hagamos esto. —Nisha flexiona sus dedos y los puños de acero captan las luces del techo.

     Hay una pareja que debería conseguirse una habitación apoyados en la primera puerta. De otra más al fondo sale una mujer de rasgos asiáticos contoneándose sobre sus zapatos de tacón mientras cuenta un fajo de billetes y sostiene entre los dientes un cigarro. Reconozco la marca al instante.
      Nisha la detiene y le pregunta por Devonne.

     —Ya hay suficiente cupo de chicas, así que no están tomando gente —malinterpreta escudriñándonos de pies a cabeza. Se detiene un segundo a contemplar mi gorra y mi cola de caballo. La mueca que hace me hace saber que desaprueba mi aspecto.

     —No venimos a robarte el trabajo, estamos aquí por otro asunto —digo mirándola bajo mi visera.

    —Última puerta, toca antes de entrar —advierte—. Suele estar ocupada, ya sabes... —insinúa llevándose dos dedos a la boca.

     La de rasgos asiáticos se marcha y el repiqueteo de sus zapatos desvaneciéndose nos acompaña hasta el final del pasillo. Antiguos cuadros que cuelgan de las paredes tiemblan en ciertas zonas. Sonidos tanto femeninos como masculinos se oyen de todas partes, y también el crujido de las camas.

    —Por esta razón dejamos a Myko en la planta baja —señala Nisha a un retrato de una mujer sobre sus rodillas.

    Toco la última puerta y al principio nadie responde. Vuelvo a tocar, esta vez más fuerte hasta que se oye un «adelante».

    —Vaya, vaya, vaya... —Una voz femenina nos da la bienvenida antes de que podamos cerrar la puerta. Hay un notable erotismo en ella—. ¿Qué tenemos aquí? ¿Candidatas?

      Hay una mujer morena tras un escritorio. Su cabello es seda cayéndole sobre el torso y sus atributos son notables. Su piel parece suave y es tan oscura que hace que sus ojos y dentadura parezcan sobrenaturalmente brillantes, como reflectores. No sé cómo se las arregla para lucir tan aseada, maquillada y elegante cuando el noventa por ciento de la población no puede acceder a un baño de agua fría que dure más de dos minutos.

    —Mi nombre es Mercy. —Doy un paso al frente—. Los Blackwood me dijeron que eras revendedora. —Ella arquea una delgada ceja en mi dirección—. Entre otras cosas, obviamente —señalo en cuanto otro gemido sale disparado de la habitación vecina—. Quiero el nombre de tu proveedor de cigarrillos.
   
    En El Globo se anda sin rodeos.

     —¿Y crees que tengo todo lo que tengo por hacer favores, Mercy? —Mi nombre sale ciertamente despectivo de sus labios. Nisha gruñe por lo bajo y puedo apostar a que se acaba de cruzar de brazos—. Soy una mujer de negocios. Si quieres mi contacto debes darme algo a cambio, pero asumo que ya lo sospechabas.

    —Aquí tienes —digo lanzándole al escritorio un fajo de billetes que cae sobre una libreta abierta.

    —Ya que tienes experiencia métetelos por el cu... —comienza mi compañera.

     —Nisha —reprocho.

     Devonne ríe. Su risa es delicada, casi maternal. Toma el pago y lo regresa. Apenas soy capaz de atraparlo mientras la confusión me quema las neuronas.

     —No me refería a esa clase de pago, cariño —explica incorporándose y caminando alrededor. Viste un vestido de satén crema, con una bata a juego. Es alta y curvilínea, y eso solo se hace cada vez más evidente cuando se apoya contra el frente del escritorio con las palmas aferradas las borde—. Voy a hacerte una pregunta. Asumo que eres lo suficientemente inteligente como para responderla correctamente.

    —No estamos aquí para dar vueltas. Quiero el nombre de tu proveedor, es una adverten... —Nisha no puede contenerse, pero levanto mi mano para pedirle que lo haga.

     Una de las pocas razones por las que El Globo sigue a flote, aunque muchos no quieran reconocerlo, es por el sexo. Un placer natural, carnal y humano; capaz de hacerte olvidar por cinco minutos de la cruda realidad en la que estás viviendo. Algo que mueve a muchos. Algo por lo que viven muchos. Devonne es el motor de ese carro aquí. Amenazarla no servirá de nada. Además, no pasé por desapercibida la custodia que hay en la planta baja, junto a las escaleras y en la entrada.

    —Pregunta —aliento.

    Ella sonríe como si le diera ternura que analizara dos veces la situación, como si me estuviese pensando «buena chica».

     —En este trabajo, mayormente, corres la mala suerte de estar con personas que... —Ladea la cabeza de lado a lado buscando la palabra—. Te disgustan, estéticamente hablando. Algunos te asquean y otros te maltratan. Algunos te disgustan, asquean y maltratan, todo en uno —explica fijando sus ojos felinos en los míos—. ¿Qué crees que hace un prostituta que necesita el dinero cuando se encuentra con un cliente así?

    —Asumo que en la mayoría de los casos hace el trabajo igual.

    —Exacto —asiente—, ¿Y qué me dirías si a ti, quien siempre sufre cosas como esas, se le presenta la oportunidad de ganar una gran suma de dinero enviando a alguien más a hacer el trabajo sucio en tu lugar?

     Retengo el aliento. Al mismo tiempo que mis manos se hacen puños Nisha da un paso adelante y dice:

     —Maldita sea, claro que no. —La indignación se filtra en su voz con una cólera casi tangible—. ¿Acaso te falta alguna parte funcional del cerebro, mujer? Jódete. No puedes pedirle a una niña que se rebaje a eso. No puedes extorsionarla así.

     —Mercy no parece una niña, y ciertamente tú tampoco. —Nos evalúa visualmente—. No quiero acostarme con este tipo, pero necesito el dinero. Si quieren el nombre de proveedor hagan piedra, papel o tijera y listo. Será una sesión corta. Media hora.

     —¿Por qué no mandas a una de las chicas que trabaja para ti? —inquiero.

     —No le gusta ninguna, y no puedo culparlo. —Se echa el cabello sobre el hombro—. Soy incomparable y tengo años de experiencia encima, pero ciertamente no me apetece meterme en la cama con alguien como... él. Pero estoy segura de que le gustaría estar esos treinta minutos con alguien como ustedes, alguien...

     —¿Joven, inexperta? —ofrezco. Mi compañera y yo tenemos la juventud, pero no es como que alguna de nosotras fuera virgen. Sin embargo, no se lo confieso a la señora L'Amour.

     Devonne no contesta y eso lo confirma. Siento náuseas a la vez que Nisha tira de mi brazo en dirección a la puerta.

     —Al diablo, conseguiremos el nombre del maldito proveedor de otra...

     —Está bien —acepto aún con los ojos fijos en la morena.

     Si lo pienso dos veces sé que no lo haré.
La muchacha de las trenzas cocidas deja ir su agarre en mí y el silencio cae entre nosotras. Cierro los ojos cuando oigo que su respiración se vuelve pesada y exhalo antes de darme vuelta.

     —Enora. —Eso es todo lo que tengo que susurrar mientras llego a tomarle la mano y darle un pequeño apretón.

      Ella niega con la cabeza.

      —No, no y no. —La furia y la incredulidad estallan en sus ojos grises.

       Devonne espera por una respuesta decisiva a mis espaldas.

      Y a mi hermana se le acaba el tiempo.

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