Capítulo I

Mercy


En el cielo se cierne una tempestad enlutada y furiosa. Tiro de la visera de mi gorra para proteger mi rostro de las miradas curiosas y la lluvia. Me adentro en uno de los tantos callejones que conducen al segundo mercado más grande de la ciudad: el Ducto del Grifo.

—¿Buscas algo de esto, niña? —pregunta un comerciante y abre su abrigo para mí.

Echo un ojo a las bolsitas de droga que cuelgan de oxidados ganchos de pesca: cannabis, éxtasis, heroína, anfetaminas, disolventes y cocaína entre otros.

—Paso esta vez.

—Dos por uno, vamos. —Se limpia la nariz con el dorso de la mano y acelera el paso para mantenerse a mi par—. Dame una mano. Acepto efectivo, cigarrillos, alco...

—Te he dicho que paso, piérdete.

Detengo mi paso y lo miro a los ojos para dejarle en claro que si insiste una vez más le meteré toda su mercancía por la garganta. Mi temperamento puede dinamitar en cualquier segundo. Hace dos días que no duermo, solo tengo un puñado de legumbres en el estómago y no tengo ni una puta pista del paradero mi hermana.

—Zorra estúpida —escupe frustrado antes de cerrar su abrigo con rabia.

Me quedo en el callejón un momento. Parada en medio de un charco, los vendedores y compradores anónimos circulan y regatean entre las sombras. La losa está quebrada bajo mis pies y se asoma la tierra y algo de maleza. Bajo la mirada a mi reflejo distorsionado antes tomar una bocanada de aire y volver a andar. No tengo tiempo para odiar lo estúpida que soy en un cuerpo de agua sucia. Además, casi anochece. Si no me doy prisa estaré atascada en esta parte del Globo hasta mañana.

Si es que hay un mañana, claro. Aquí te asesinan por un par de órganos como si fuera lo más común del mundo.

Llego al mercado. Le dicen el Ducto porque es una tubería a gran escala. El lugar está techado con chapas de acero que se curvan y extienden por kilómetros, con pequeñas entradas circulares cada tantos metros, como si fueran los agujeros de una flauta. No puedes ver dónde empieza o desemboca el mercado. La aglomeración imita el constante correr del agua entre los puestos. Cuando nacen las peleas entre comerciantes y clientes, dicha agua se torna turbia e incontrolable. Por eso hay manchas de sangre oxidando el acero de las paredes.

—¿Dónde está tu padre, Yairin? —demando al llegar al puesto de los Al-Razzaq.

Echada con las piernas abiertas desde su corroída reposera de playa, arquea una ceja y hace un globo con su chicle. No es mi mayor fan desde que pasamos la noche juntas y le di un puñetazo a la mañana siguiente, cuando la pillé intentando robar mis cuchillos para revenderlos a escondidas.

—Es bueno verte en una sola pieza también, Mercy. ¿Sigues tirándote a chicos y chicas por igual o ya maduraste y aceptaste que estar con mujeres es mejor? —Explota el globo sin hacer el más mínimo intento de enderezarse—. ¿Por qué quieres hablar con el jefe?

—No te incumbe.

—Fui su único espermatozoide ganador, creo que lo hace —señala divertida antes de desviar la mirada y fruncir el ceño a dos impúberes que se pasean a unos pasos de mí—. ¡No toquen si no van a comprar, mocosos!

Los muchachos dejan el machete que miraban y se alejan insultándola por lo bajo. Con esa actitud no se convertirá en la vendedora del mes.

Yairin —insisto impaciente y me inclino sobre la mesa—. ¿Está tu padre o no?

Se pone de pie con un suspiro. Su vestimenta militar robada contrasta con el sostén deportivo color neón que se entreve tras su camisa abierta. Le advertí que no debería dejar tanta piel al descubierto con todos los energúmenos que merodean por aquí, más allá de que tiene un puesto de armas blancas y sabe defenderse. No sería la primera ni la última mujer a la que interceptan y asaltan sexualmente. Hoy en día ser abusada es como desayunar, algo corriente. Tarde o temprano a todas nos sucederá, por eso sé que me reprenderán al regresar a casa. Nosotros siempre salimos en grupo.

—¿Qué te traes entre manos? —curiosea al meter el pulgar en su boca y estirar el chicle en el aire—. ¿Por qué el apuro de encontrar a papá?

Ladea la cabeza y su brillante cabello castaño se desliza por su hombro, hasta rozarle la cadera. La suertuda se las arregló para canjear alguna mierda por shampoo.

—No seas jodida y dime dónde encontrarlo. Es importante.

Mis manos se hacen puños a mis lados. Cada segundo que pasa es tiempo que mi hermana no podrá recuperar.

—¿Vas a comprar algo? —Vuelve a meter el chicle en su boca y se cruza de brazos.

No me extraña que quiera salir beneficiada de esto. Lo que tiene de chusma lo tiene de ventajista.

—Me llevo esto. —Tomo la primera navaja que veo y explota otro globo en señal de aprobación.

—Dos monedas de plata.

Rebusco en mi chaleco antibalas y se las lanzo sin cuidado.

Esta es la pista más grande que he tenido desde que ocurrió. No pienso perderle el rastro solo porque Yairin quiera quedarse con el poco dinero que me queda, el cual equivale a los víveres de una semana entera. No tengo tiempo para esto y estoy al borde de la desesperación. Si no es que ya he caído en ella, por supuesto.

—El jefe está de viaje, fue a buscar mercadería pesada a la Cueva de Cerbero. —Deja caer moneda por moneda dentro de su sostén.

Aprieto la mandíbula y echo la cabeza hacia atrás. Soy presa de la frustración una vez más.

—¿Sabes a quién le compra cigarrillos? —Si no puede responderme eso estoy en un aprieto.

—¿Vas a comprar algo? —Juega otra vez, pero en cuanto me tenso se ríe y retrocede hasta dejarse caer en la oxidada reposera otra vez. Los barrotes de metal tiemblan bajo su peso—. Es broma, relájate. Se los revende esa prostituta suya, Devonne L'Amour. Encuéntrala en La Ratonera. —Conozco ese bar-burdel. He ido un par de veces con Myko y Nisha—. Si la encuentras y sabes seguirle el juego, probablemente te diga quién es su proveedor, ¿contenta?

Engancho mi nueva adquisición en la cintura de mi pantalón.

—No, ni de cerca —me sincero antes de marchar.

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#SerenaPregunta: ¿Preferirías vivir un apocalipsis zombie o en una invasión alienígena?

Con amor cibernético y demás, S. ♥️

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