XXX. Luna

—¡Álvaro! ¿Qué significa esto? —preguntó el monarca, encolerizado, una vez hubieron llegado a su altura.

—M...Majestad, veréis... yo... —titubeó—. Silvia, ¿cómo has podido?

—Mi amiga Verónica me ha contado que ordenaste a tus guardias buscar a la princesa Cordelia, a quien supuestamente habías asesinado, en mi propia casa —explicó la fémina—. En cuanto me he enterado de tu plan para incriminarme de una forma tan injusta, he ido rápidamente a junto Su Majestad de Holem para hacérselo saber.

—¡Exijo una explicación ahora mismo! —mandó el soberano, fuera de sí.

—Majestad, escuchad, yo le di muerte, os lo puedo jurar. Pero ella ha...

—¡¿Resucitado?! ¡No me vengas con cuentos, traidor! —lo interrumpió él.

—Pero, Majestad, esa bruja sabía que la princesa seguía con vida. Todo esto ha sido una artimaña de su codiciosa mente para hacerse con el poder absoluto —se defendió Álvaro, inculpando a Silvia.

—¡Y para colmo llamas bruja a una mujer oriunda de mi reino! —se escandalizó el rey.

—¡Ella no es...! —El señor de Thys se calló de pronto, quizá porque sabía que no le convenía calumniar más a Silvia— Majestad, no os alborotéis —continuó al fin—. Si así lo deseáis, puedo matarla ahora mismo.

Se dirigió hacia la princesa, que todavía seguía allí; no se había movido del sitio, a pesar de las órdenes de sus compañeros.

Estaba decidido: iba a luchar o sí o también.

—¡Simón! Dame el cuchillo —le pidió con total seguridad y diligencia.

Al principio el varón dudó un poco, pero acabó por obedecer, confiando en la determinación que desbordaba la mirada de la princesa.

—Cuando quieras, Álvaro.

El hombre no se lo pensó dos veces antes de atacar. Sin embargo, no fue el cuchillo de la joven lo que chocó contra la espada haciendo que resonaran, sino una daga. Trueno Sombrío se había puesto en medio de los dos contrincantes. Álvaro se echó hacia atrás, claramente desconcertado.

—¿Tú? ¿Qué crees que estás haciendo? —inquirió con sospecha.

—Si la tocas, eres carroña para los buitres —se limitó a decir con su ya conocida voz.

—¿Qué hay del trato? ¿No piensas en tus padres?

—Por supuesto que pienso en ellos, así como en vuestro encuentro en el más allá —respondió.

—¡Cretino! —escupió Álvaro, antes de lanzarse contra él.

—¡Alto! —saltó Cordelia— Trueno Sombrío, esto es algo entre nosotros dos.

—Pero...

—Por favor, tengo que ponerle fin de una vez... —le suplicó.

El muchacho apretó el puño, inspiró hondo y después soltó un largo suspiro.

—Sé muy bien que te las apañarás sola —añadió, dándole la espalda al hombre y al conflicto.

—Princesa Cordelia, en nombre del reino de Holem os pido que matéis a esta sucia rata por habernos engañado —dictaminó el rey Claudio.

—Os lo agradezco, Majestad; pero no lo haré por Holem, sino por mí y por la gente de Thys —corrigió la joven durante la lucha.

—¡Majestad! —soltó el moreno varón.

—Eso te pasa por jugar con una pobre mujer como yo —agregó Silvia.

—¡Vete al infierno! —exclamó.

—Cordelia, ¡ahora! —gritó la hermana de Simón.

Aunque le parecía jugar sucio, no le quedaba alternativa: debía vengar a todas las personas que se refugiaban en la esperanza de que la princesa las librase del sufrimiento. Así pues, el arma de la joven fue a parar al corazón del señor de la República de Thys, quien cayó al suelo.

No murió instantáneamente, sino que se pasó unos instantes retorciéndose en el frío suelo sobre el que la perdida muchacha solía dormir.

A Cordelia le habría gustado acabar con su dolor, pero la difunta princesa no se lo permitió.

Más tarde, Álvaro dejó de gemir y, al rato, de respirar. La joven había eliminado una vida y ya había terminado de convertirse en un monstruo. No le había temblado el pulso siquiera; al contrario, había sido rápida y tajante.

Suspiró. Por fin todos sus males habían concluido.

El monarca se acercó a ella y se arrodilló.

—Princesa Cordelia, quiero pediros perdón por nuestra enemistad pasada y desearos una vida próspera a la par que un gobierno venturoso. Os ruego desde lo más profundo de mi ser que aceptéis nuevamente la corona de Thys.

—No quiero aceptarla —dijo ella de modo contundente.

El rey parecía sorprendido por tal respuesta.

—¿Cómo decís?

—Digo que...

La joven fue interrumpida por una voz: pertenecía a un anciano que portaba unos ojos similares a los suyos.

—Lo que quiere decir es que no debe imponerse de nuevo una monarquía, mas tampoco se debe continuar con la república. Si en verdad queremos ser libres y felices, que es lo que el ser humano es por naturaleza, la solución es simple: ¡no a ningún tipo de autoridad! Y por ello, luna que en el cielo hablas y esclavizas a toda criatura, perturbando su descanso, voy a romper las cadenas que nos oprimen.

Cordelia no había entendido a qué se refería el extraño señor con aquellas palabras. No le dio tiempo ni siquiera a reaccionar cuando lo vio sacar un largo y afilado cuchillo, lo que hizo que los allí presentes se pusieran en guardia.

A ella ya le habían hablado sobre la falta de cordura de aquel sujeto y no le gustaba nada el camino que estaba tomando la situación, pero si había algo que no esperaba en absoluto era que se dirigiera a aquel blanco, precisamente.

De un momento a otro, el anciano había hundido el arma en el vientre del muchacho del cabello color rubio ceniza. Simón se abalanzó sobre él y lo agarró con toda la fuerza (y la rabia) que pudo reunir.

—¡Marco! —gritó Cordelia antes de ir corriendo junto al chico, que yacía en el suelo.

Colocó la mano en la herida del joven para detener la hemorragia mientras las lágrimas resbalaban por sus blancas mejillas.

—Cordelia —la llamó él, con un hilo de voz.

«¡Maldita sea, ¿por qué no a mí?!».

—No hables. El maestro y yo te curaremos ensegui...

La muchacha no recordó nada de lo que ocurrió a partir de ese instante. Por suerte, yo sí puedo contar lo que pasó.

Su cabello corto y marrón se había tornado mágicamente en un resplandeciente plateado y después la joven había musitado unas palabras con una suave y cálida voz muy diferente a la suya.

—¿Te has divertido, hijo mío?

El muchacho semejaba haber recordado algo que había olvidado hacía muchísimo tiempo.

—Madre..., ¿por qué?

—Volvamos a casa —susurró.

Una vez dicho esto, el pelo de la joven volvió a su color original.

Para cuando Cordelia hubo vuelto en sí, Marco ya tenía los ojos cerrados y lo único que quedaba de él era su cuerpo inerte. Pensó que se ahogaba en sus propias lágrimas.

—¡No te vayas, Marco! ¡No me dejes sola!

Lo zarandeó con excesivo cuidado. Entonces, miró al frente: todos guardaban silencio, apenados. Simón era, con razón, el más afectado de ellos.

A continuación, observó cómo el que se hacía llamar Albino, que todavía estaba preso en los brazos del médico, se desintegraba en el aire, como si no fuese más que una simple niebla; estaba totalmente confusa (la perplejidad del que había sido su anfitrión no fue menor).

La voz de la luna volvió a sus oídos.

Tu misión ha acabado, querida Cordelia. Es tiempo de que descanses en paz.

La muchacha dirigió la mirada hacia la brillante esfera que alumbraba la noche.

—¿Mi misión? —repitió, completamente desconcertada.

Siento no habértelo contado antes, mi querida niña. Tú eres mi mensajera, ¿recuerdas?

La mente de la joven trajo de regreso unas visiones extrañas.

Te devolví a la vida para que guiaras a mi hijo en el camino y así lo has hecho. A tu lado ha sido mucho más feliz. El color de tus ojos es la marca que demuestra que tú eres una de mis más preciadas criaturas. Siento haberte molestado haciéndote olvidar tu vida pasada, pero eso va de la mano con el fenómeno de la reencarnación y yo no soy lo suficiente poderosa como para cambiarlo.

—¿Albino era otro mensajero? —preguntó la muchacha, intentando asimilar toda aquella información.

Así es. Lo traje de vuelta a la vida para que protegiera a Marco, pero él terminó por rebelarse contra mi voluntad. Ahora que mi hijo ya no está, vuestra función ha llegado a su fin.

—¿No puedes dejarme aquí unos días más? No quiero partir, no todavía... —se negó ella.

Lo siento, Cordelia, pero tú no perteneces a este mundo.

—Por lo menos, déjame despedirme, por favor —suplicó.

No tardes mucho, Marco te está esperando.

La joven se dirigió hacia sus seres queridos. Primero, habló con Silvia.

—Gracias por todo lo que has hecho por mí. Espero que seas feliz.

Ella se limitó a sonreír.

—No me agradezcas nada, Cordelia. Es más, quiero pedirte perdón por lo que no he hecho.

—Enamórate, Silvia. Enamórate de ti misma y del mundo —le pidió.

La mujer asintió, parecía que estaba aguantando las ganas de echarse a llorar.

Luego se despidió de Trueno Sombrío.

—Habría deseado poder compartir más tiempo contigo.

—No te pongas dramática, sabes que ese no es mi estilo —agregó él.

Al oír esto, a la muchacha se le escapó una emotiva risilla.

—Adiós, Trueno Patético.

—¿De verdad te tienes que ir? —inquirió él.

—Estaré siempre presente, aunque no me veáis. Lo prometo —sentenció ella.

—Cordelia, discúlpame por...

La joven puso el dedo índice sobre los labios del chico, haciéndolo callar.

—No pidas perdón, eso no te pega para nada.

—Tienes razón, me estoy volviendo un blando —agregó.

—Tus grietas no son un defecto, Leo.

El joven la miró con cierto asombro; Cordelia le devolvió la mirada y se limitó a sonreír. Con él sobraban las palabras.

A continuación, se dirigió a Simón.

—Maestro, de no ser por ti seguramente me habrían devorado los animales o me habría muerto de frío y sola en el bosque. Gracias por tus enseñanzas, tu hospitalidad y... por haber sido como un padre para mí.

Al decir esto, se le escaparon las lágrimas, las mismas que tanto había tratado de retener durante aquel emotivo momento.

—Llora todo cuanto desees, pequeña —le aconsejó—. No hay mejor remedio para el alma.

A pesar del tiempo que habían disfrutado juntos, Cordelia seguía sin poder acostumbrarse a su sonrisa.

—Por cierto, Nadia tiene muchísimas ganas de conocerte —añadió —Se cree que eres un ser mágico.

—¿Se cree? ¿Es que acaso no lo soy?

Llegados a ese punto, la princesa no sabía muy bien si se iba a poner a llorar o si le entraba la risa.

Finalmente, le dedicó una reverencia al rey de Holem.

—Majestad, sé perfectamente que dejo Thys en buenas manos.

—Podéis quedaros tranquila, Alteza —aseguró el hombre.

Antes de partir, dirigió una última mirada al cadáver de Marco. Estaba ansiosa por darle un intenso abrazo y entregarle su alma mediante un beso.

No tardaría en verlo de nuevo, no quedaba nada para que fueran felices de una vez por todas.

—Ahora me voy contigo.

Volvió la vista a las personas que la contemplaban con cierta melancolía. Sería una pena dejar de verlos, pero Cordelia no estaba triste en absoluto.

Debía regresar al lugar al que pertenecía si en verdad deseaba ser feliz.

—Marco y yo os cuidaremos desde el cielo. ¡Os hablaremos a través de la luna, ¿de acuerdo?!

Todos asintieron al mismo tiempo y ella les dedicó una conmovedora sonrisa en señal de despedida.

Y, tal y como lo había hecho antes el anciano al que trataban de loco, se desvaneció en el aire etéreo e inconstante.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top