XXIII. Reencuentro
Cordelia todavía continuaba escapando, a pesar de que los había dejado atrás hacía ya unos instantes. Se detuvo una vez hubo llegado a la conclusión de que ya se había alejado lo suficiente.
Se sentía mal por Trueno Sombrío, lo había abandonado sin siquiera darle una explicación.
«¿Por qué han venido?», quiso saber la muchacha.
Si había algo que no deseaba era involucrarlos en sus propios problemas. Si alguien averiguaba que ellos habían cubierto a la princesa perdida durante tanto tiempo...
Prefería no imaginar lo que podría llegar a ocurrirles. Trató de centrarse en recuperar el aliento.
—¡Flora! —la llamó una voz.
«Oh, no. Él no».
No era precisamente a quien ansiaba ver en aquel momento.
Nunca pensó que él y Marco se encontrarían. Simplemente no se le había pasado por la cabeza.
Sin embargo, en aquel instante en que lo tenía delante, se preguntó cuándo se habían vuelto tan... unidos. Apenas lo conocía, ninguno de los dos sabía el nombre del otro y, aun así, habían sellado una alianza, la cual se regía por una promesa: matar a Cordelia, la princesa misteriosamente desaparecida.
«¿Qué demonios estoy haciendo?», se preguntó a sí misma.
Agradeció no tener ningún espejo a mano, porque le daba miedo contemplar su rostro. Sin querer, había estado jugando con todo aquel que iba encontrando por el camino.
—¡Flora! —El muchacho se detuvo cuando estuvo delante de ella.
Cordelia no había reparado en las lágrimas que le caían libres por las mejillas hasta que se vio obligada a limpiárselas.
—Lo siento.
Quería decirlo más alto, pero no fue capaz; apenas podía retener aquel hilillo de voz. Agradecía haber derramado aquellas dos palabras.
—¿Qué sucede? —quiso saber él, preocupado.
No se vio capaz de articular palabra alguna. Había perdido el habla.
—Flora, háblame. —Clavó su mirada en sus ojos de color piedra azulada—. Dime algo, por favor.
Hizo un esfuerzo sobrehumano por poder separar los labios. Le costó muchísimo, pero al fin pudo responder.
—Yo soy el monstruo —musitó.
—¿Cómo has dicho? —inquirió él, que no la había oído bien.
—Yo soy el monstruo —repitió, esta vez más alto—. Antes me habías dicho que tú te considerabas a ti mismo un monstruo, pero no es cierto.
—Flora, tranquilízate, por favor —le pidió.
—No puedo tranquilizarme, ¿entiendes? ¡Soy de lo peor! He criticado el comportamiento de los hombres de la taberna cuando yo misma he jugado con los sentimientos de otras personas —comentó ella.
Trueno Sombrío la agarró de los brazos, en un acto de desesperación por conseguir calmarla.
—¡No digas eso, Flora! ¡Ni tan siquiera lo pienses!
—¡No me toques! —Logró zafarse de él— Será mejor que no te vuelvas a acercar a mí, Trueno Sombrío. No quiero hacerte daño...
—¿Daño? —repitió el muchacho— Hoy me has salvado la maldita vida, Flora. ¿Tú te escuchas cuando hablas?
Ella no respondió. Temía que cada palabra que saliese de su boca se convirtiese en una flecha que cayera directa en su corazón.
—Al menos cuéntame qué te ha sucedido con esos dos de antes —le pidió, en un tono más suave— Por favor...
Cordelia suspiró.
—¿Recuerdas que te hablé acerca de unas personas que me aguardaban? —Él asintió—Son ellos —reveló por fin.
—Me da a mí que la paciencia no es lo suyo —agregó el joven.
—No es eso. En realidad, me escapé —confesó—. Solo el chico rubio estaba al tanto de mi fuga. Supongo que el mayor se habrá preocupado y habrá venido en mi busca.
Trueno Sombrío no añadió ninguna palabra, tan solo se limitaba a escucharla y asentir.
—Ese chico rubio se llama Marco y entre él y yo hubo..., quiero decir..., hay algo —terminó.
La mirada fría del muchacho atravesó el alma de la joven.
—¿Algo?
—No soy más que un monstruo, Trueno Sombrío —sentenció.
—Escucha, Flora. Me da igual lo que haya pasado entre él y tú, ¿comprendes? Lo único que sé es que esta mañana había personas que esperaban mi muerte y tú fuiste la única que me salvó, a pesar de lo que te habían dicho. No eres ningún monstruo —opinó él—. Tal y como dijiste, un monstruo nunca se atrevería a mirar a los ojos a una persona y decirle lo mucho que le importa.
Cordelia no esperaba oír aquellas palabras de alguien tan siniestro como aquel muchacho que tenía delante.
—Pero, yo...
—Si te sientes así de horrible por los errores que has podido cometer, eso te convierte en una muy buena persona. Eso es justo lo que yo jamás llegaré a ser —comentó él.
—¿Por qué no?
—Porque yo no me arrepiento de nada —afirmó el joven.
—¿Qué debería hacer ahora? —preguntó Cordelia, más a ella misma que a Trueno Sombrío.
—Quizá, tratándose de ti, lo mejor será que hables con ellos y les digas que estás bien, para que no haya más malentendidos —le aconsejó.
—Gracias por escucharme, Trueno...
—Shhh —Se llevó el dedo índice a los labios—. Tú puedes llamarme Leo.
Leo.
Le había revelado su verdadero nombre.
En aquel momento, la joven se sintió todavía más unida a él, pero luego recordó que él no conocía el suyo.
Él confiaba en ella; sin embargo, ella en él no. Era injusto. Lo estaba utilizando casi sin querer, al igual que a Marco. También había usado a Simón y a Silvia por accidente.
«Lo siento mucho», se disculpó en su interior.
—¿Leo?
—¿Sí, Flora?
—Es un nombre muy bonito. Te queda mejor que tu apodo —comentó ella.
—Pero no me nombres demasiado en público —le advirtió—. Eres la única persona que lo conoce.
Se sintió peor todavía. Tenía unas ganas inmensas de decirle: «Yo soy Cordelia». Sin embargo, las aguantó cuanto pudo. Si se lo confesaba, todo se echaría a perder.
—Gracias por contármelo.
Quiso abrazarlo, pero también se cohibió a sí misma de hacerlo. No debía herirlo más de lo que ya de por sí estaba.
Ahí vienen.
La voz de su mente le avisó de la llegada de Marco y de Simón y enseguida los vio correr no muy lejos.
Había llegado la hora de hacer frente a sus propios errores. No permitiría que nadie saliese herido por su culpa.
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