XXI. Aflicción

La voz la había asustado.

Marco.

Por un breve momento, su sombra se había desvanecido.

Se sentía realmente mal.

—¿Va todo bien? —le preguntó el muchacho.

—¿Qué? Ah, sí, sí. No te preocupes —mintió ella, volviendo a la realidad.

—Oye, no te creas que soy tonto. Hay niños pequeños que fingen mejor que tú —afirmó este.

—¿Puedo contarte una cosa sin que te burles de mí? —inquirió ella, depositando de aquel modo toda su confianza en aquel misterioso joven.

—Es una pregunta trampa. Será difícil, pero lo intentaré —dijo finalmente.

A Cordelia le había molestado aquella respuesta. ¿Por qué no podía limitarse a decir que sí?

—Dos personas aguardan por mí —confesó.

—Me alegro por ti.

—Lo que quiero decir es que tengo dos amigos a los que les he prometido regresar junto a ellos en cuanto cumpliera con mi cometido —continuó ella.

—¿Tu cometido? —repitió él, sin comprender del todo de lo que hablaba la muchacha.

—Yo también quiero... acabar con la princesa desaparecida —terminó.

Los ojos del joven moreno se abrieron más de lo normal.

—¿Acechamos a la misma presa? —quiso cerciorarse.

—En cierto sentido, sí.

—Ya veo. Eso nos convierte en aliados... o en rivales —concluyó él.

—No tiene por qué dividirnos. Escucha, Trueno Sombrío, lo único que deseo es volver con los míos. Para ello, debo encontrar a la princesa Cordelia y dejar que descanse en paz —le contó.

—Cuando la encuentres, permíteme que sea yo quien haga los honores —se ofreció el muchacho.

—Necesito saber que puedo confiar en ti —le pidió ella.

—¿En mí? ¿Acaso no has oído bien lo que te han dicho en la taberna? —preguntó.

—¿Estabas escuchando?

La joven habría deseado que no lo hubiese hecho. Las palabras hirientes del dueño todavía le resonaban en la cabeza en forma de eco.

—No dejabais de gritar —se limitó a contestar.

—Lo siento mucho, en serio.

El joven se incorporó un poco; parecía que se estaba recomponiendo del dolor.

—Descuida, estoy más que acostumbrado —afirmó él, dirigiendo la mirada hacia uno de los lados— Lo que me sorprendió fue tu respuesta tan... vehemente.

—Me dio mucho valor aquella situación. Nadie hacía nada y tú estabas afuera, completamente solo y herido. La angustia me podía, ¿sabes?

La muchacha bajó la cabeza, tratando de evitar que aquel joven la viese llorar.

Sin saber exactamente el motivo, Trueno Sombrío llevó su mano a la cabeza de esta y comenzó a acariciarla. Cordelia volvió la vista al frente y él cesó súbitamente.

—Más te vale olvidar que he hecho eso —advirtió—. Volviendo al tema, no deberían afectarte tanto los comentarios de otras personas —le aconsejó.

—¡¿Pero es que no lo entiendes, maldito imbécil?! ¡Iban a dejarte morir! —exclamó una afligida muchacha.

—¿Y eso a ti qué más te daba? —preguntó él de inmediato.

—¡No soy un témpano de hielo como tú! No me gusta ver sufrir a otras personas, ¡y mucho menos si estas me importan! —clamó ella.

Cuando hubo reparado en lo que había dicho en voz alta, se cubrió la boca con las manos. Trueno Sombrío le clavó la mirada, aparentemente sorprendido.

—Flora...

—Será mejor que nos vayamos de aquí. Ya estás bien, ¿no? —cambió de tema Cordelia.

Él se limitó a asentir y ella, por su parte, se sonrojó, totalmente avergonzada.

—¡Muchísimas gracias, señor! —le dijo la muchacha al padre de Nadia ya en la salida.

—No ha sido nada, te lo debíamos por haber socorrido a nuestra hija. Amaneció de tan buen humor que se ha ido a jugar con una amiga —aseguró el hombre.

—¡Eso es una gran noticia! Deles saludos de mi parte a ella y a su mujer —se despidió.

—Ten por seguro que lo haré. ¡Hasta la próxima!

La puerta se cerró tras ellos.

—Flora, quiero contarte algo —habló Trueno Sombrío.

—¿Tiene que ver con lo que dije antes? Verás, cuando me refería a personas que me importan quería decir... —intentó improvisar una excusa.

—No es por eso. Quiero ser justo contigo —se sinceró—. Te revelaré la razón por la que busco a la princesa. Bueno, si te interesa conocerla.

—No deseo que te sientas obligado a hacerlo. Me la contarás cuando llegue el momento —finalizó ella.

—¿Estás segura? —quiso confirmar el joven.

—Confío en ti, Trueno Sombrío. Además, ya me habías dicho que tiene que ver con el daño que te hicieron sus padres, ¿recuerdas?

—Gracias, Flora. Respecto a la alianza, no quiero que estés en peligro por estar conmigo —confesó.

Le había dado las gracias de nuevo, ¿se le habría escapado sin darse cuenta? La princesa no quiso averiguarlo, sino que prefirió centrarse en la segunda parte.

—No te preocupes por eso, ¡sé protegerme solita!

—No lo dudo —. Sonrió. Era la primera vez que Cordelia admiraba su sonrisa—. Sin embargo, no me refería a eso. Soy un monstruo, Flora. Cuanto antes lo asimiles, mejor para ti. La gente te despreciará si te ve a mi lado o peor aún, tratarán de atacarte con el único fin de herirme.

—No eres un monstruo, Trueno Sombrío —negó ella, llevando la mano al corazón del muchacho—. Un monstruo no sería capaz de mirar a una persona a los ojos y decirle que, en caso de que la atacasen, él sufriría. Además, tú mismo lo has dicho, esa escoria no debería afectarme en absoluto.

—Flora, te has arriesgado mucho al curarme la herida —afirmó—. Una persona normal me hubiera dejado tirado y, sobre todo, nunca se hubiera empeñado tanto en conseguir agua.

—Puede que yo no sea una persona normal.

—Está claro que no —coincidió el joven—. No esperaba que se te diese tan bien la medicina.

—Estoy llena de sorpresas.

—Sin duda, hay algo especial en ti.

«Si tú supieses», dijo Cordelia para sus adentros.

—Entonces, ¿le damos caza a la princesa juntos? —preguntó ella.

—Hagámoslo —aceptó él, dándole la mano como símbolo de pacto.

Aquel simple gesto había marcado un antes y un después en sus vidas. Eran uno solo contra una sola persona y Cordelia jugaba contra ella misma.

«No digas nada, luna. Déjame disfrutar el momento».

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