XIV. Deuda

Al salir de la casa de Silvia aquella mañana, Cordelia se dirigió directamente al puesto de vegetales para averiguar si la aceptarían como empleada.

Le sorprendió no ver a la mujer allí, sino a un hombre. Parecía amigable, tenía media melena morena y una perilla alrededor de los labios.

—Buenos días, ¿puedo ayudarle en algo? —se ofreció al ver a la muchacha.

—Buenos días. Por casualidad, ¿no está hoy la mujer? —inquirió Cordelia.

—Lo siento, señorita. Mi esposa se está encargando de nuestra hija, que ha caído enferma —le contó.

—¿Es muy grave? —quiso cerciorarse la joven. Quizá podía serles útil de alguna manera.

—Eso me temo. Le cuesta respirar y no ha sido capaz de salir de la cama en todo lo que lleva de semana.

—¿Podría dejarme verla? Soy aprendiz de médico —le comunicó ella.

—¿Una chica tan joven como tú aprendiz de médico? —repitió, incrédulo— No me vengas con cuentos, niña. Esto es un problema serio.

—Se lo prometo. Solo déjeme ver cómo está... —imploró la muchacha— No pierde nada. De hecho, quizá gane una solución.

—De acuerdo. Es la casa que está justo en la esquina —le indicó mientras señalaba hacia el final de la calle—. Avísame cuando hayas acabado. Yo tengo que quedarme aquí vigilando la tienda.

—Perfecto, muchas gracias —se limitó a decir Cordelia antes de echar a andar hacia el lugar indicado.

Tocó a la puerta. Tardaron un tiempo en abrirle, cuando lo hicieron, el rostro de la amable tendera asomaba por ella.

—¿Sí? Oh, eres tú. Lo siento, bonita, todavía no he tenido tiempo de hablar con mi marido —explicó.

—No, no vengo por eso —negó Cordelia—. Su esposo me ha contado acerca de la enfermedad de su hija. Soy aprendiz de médico, estoy segura de que puedo ayudar en algo.

—Ah, ya veo. En ese caso, pasa, pasa —la invitó.

La casa por dentro estaba algo desordenada. Los muebles, que eran pocos, lucían una gran capa de polvo. A todo eso había que añadirle el desagradable olor que cargaba el ambiente.

—Siento el desorden. No he tenido tiempo para limpiar —se excusó la mujer.

—No se preocupe, no es peor que el helado suelo del exterior.

—El cuarto de mi hija está por aquí. Sígueme.

Ella obedeció. Al llegar a la mitad del pasillo, se detuvieron en una puerta que tenían al lado.

—Es aquí —afirmó la tendera.

Cordelia asintió y abrió la puerta.

Lo primero que vio fue una cama donde reposaba una niña de aproximadamente unos nueve años que no paraba de toser.

Se acercó.

—¡Hola! Yo soy Cordelia. ¿Cómo te llamas, preciosa? —preguntó de un modo afable.

—Yo... yo me llamo Nadia —contestó la pequeña.

—¡Es un nombre muy bonito! ¿Quieres que juguemos a un juego?

—¡Sí! —exclamó eufórica la niña, no sin dejar de toser.

—Muy bien. Vamos a jugar a los médicos, ¿te gusta la idea? —Asintió— Bueno, Nadia, parece que no te encuentras muy bien. Déjame ver qué es exactamente lo que te pasa y descubramos juntas qué medicamento te curará, ¿te parece?

Tras responderle que sí, Cordelia le comprobó la temperatura poniéndole la mano en la frente. Por un breve instante, volvió a ella la imagen de Marco, pero la eliminó al momento. Debía centrarse en su trabajo.

Le revisó el pulso, comprobó el estado de sus ojos que eran de un hermoso color verde, y también le echó un vistazo a la boca. Ya había notado al escuchar la voz de la niña por primera vez que esta tenía la nariz congestionada.

—Dime una cosa, Nadia. ¿Te duele la garganta?

Asintió.

—Mucho —añadió la pequeña.

No había que ser ningún experto para averiguar de qué se trataba: una gripe.

Afortunadamente, Simón le había enseñado a preparar un jarabe casero.

—Necesito miel, ajo, cebolla y limón —soltó la muchacha.

La madre de la pequeña hizo ademán de afirmación con la cabeza.

—Voy a buscarlos a la alacena.

—¿Puedes guiarme a la cocina? Necesito preparar un brebaje.

La joven aguardó en la cocina hasta el regreso de la mujer.

Tras unos instantes, la vio entrar con los ingredientes necesarios. Cordelia reunió entonces los recipientes y utensilios precisos para su preparación.

Primero, hirvió agua en un cazo. Mientras el agua hervía, picó el ajo y la cebolla, los echó en un cuenco junto con cinco grandes cucharadas de miel y unas gotas de limón.

Una vez todo estuvo listo, añadió al agua ya hervida los ingredientes que se hallaban en el cuenco. Removió bien y dejó que enfriara un poco para que la pequeña Nadia lo pudiese beber sin problemas.

Tanto la miel como los demás componentes tenían fuertes propiedades antigripales.

—Muy bien, Nadia —dijo una vez volvió a la habitación—. Bebe esto y ya verás cómo te sentirás mejor.

La niña hizo exactamente lo que le pidió. Su cara mostró señales de no haberle gustado demasiado el sabor de la receta.

—¡Puaj! Está asquerosa —confirmó al terminar.

—Sí, pero es mágica —comentó Cordelia, como si se tratase de un secreto.

—¡¿Eres un hada?! —preguntó la pequeña. Había abierto los ojos de una forma casi inhumana y le centelleaban tanto o más que las estrellas en el firmamento nocturno.

—No exactamente, pero he aprendido de las enseñanzas de un ser mágico que vive en los bosques.

La joven princesa no pudo evitar dejar escapar una risilla al imaginarse a su hercúleo maestro con orejas de elfo y un báculo de druida.

—¡Oh! —El asombro de la niña iba en aumento— ¿Y cómo se llama? ¿Me dejarás conocerlo algún día?

—Su nombre es Simón. Ojalá pueda presentártelo algún día... Me encantaría hacerlo —al decir esto, dejó escapar un suspiro cargado de melancolía—. Bueno, me temo que me tengo que ir. Vendré a verte más a menudo para comprobar tu estado, ¿qué te parece?

—¡Genial! —Dio un salto en la cama y se quedó sentada.

—Aunque creo que esa pócima ya ha hecho su efecto... —No pudo evitar dejar escapar una tímida sonrisilla— ¡Nos vemos, Nadia! —se despidió.

—Adiós, Cordelia.

A la salida del cuarto aguardaba ansiosa la madre de la niña.

—Despreocúpese, señora. La salud de su hija solo puede ir a mejor a partir de ahora. Si vuelve a sentirse mal, prepare un jarabe similar —le indicó la muchacha—. Lo más importante es que tome mucha miel.

—¡Gracias al cielo! ¿Cómo podría pagárselo, jovencita? —preguntó la tendera, agradecida.

—No quiero que me dé nada a cambio. Todavía no soy más que una aprendiz, ¿recuerda? —Sonrió— Ya es hora de que me marche.

—Que todas las bendiciones del mundo caigan sobre ti, joven.

Tras abandonar la morada, fue hacia el puesto de verduras para avisar al padre sobre el estado de Nadia. Este intentó devolverle el favor de alguna manera, pero ella le dio la misma respuesta que a la mujer y siguió su camino.

«¿Cómo estarán los chicos?», se preguntó de súbito.

A su derecha tenía un estrecho callejón del que provenían unas voces algo exaltadas.

Vaciló entre si debía continuar su camino con total naturalidad o si bien lo mejor era que fuese a investigar qué ocurría. Tras unos instantes de duda optó por la segunda opción.

Se adentró sigilosamente en el sombrío callejón, a pesar de estar a plena luz del día, lo que hizo que se sintiera bastante incómoda.

Divisó unas siluetas de espaldas a escasos pasos de distancia, se ocultó lo máximo que pudo arrimándose al muro.

Las siluetas de espaldas a ella correspondían a las de dos hombres bastante fuertes. Frente a ellos se encontraba aquel misterioso muchacho de pelo negro.

Cordelia agudizó el oído.

—No tienes escapatoria, Trueno Sombrío —dijo uno de ellos.

—Dos contra uno. Me halaga que me consideréis tan peligroso —confesó el joven con su fría voz.

—¡Deja esa altanería de una maldita vez! —exclamó el otro.

Este último desenvainó una daga que llevaba colgada del cinto y se abalanzó contra el muchacho en un rápido movimiento. Fue tan veloz que a Cordelia apenas le había dado tiempo a reaccionar. El otro hizo lo propio.

Cordelia dejó escapar una exclamación ahogada que, por suerte, pasó inadvertida.

Para su sorpresa, el joven que se hacía llamar Trueno Sombrío derribó de una patada en el vientre al primero que se le iba a echar encima y agarró en el aire el brazo del segundo, con toda la fuerza que pudo retener.

En ese momento, sacó un puñal de la manga y lo aproximó al ojo del hombre, que se revolvía intentando zafarse de él.

Cordelia notó que el muchacho había dejado de prestar atención al hombre que había tirado al suelo. Este, tras retorcerse de dolor, aprovechando que el misterioso chico se encontraba distraído con su compañero, se hizo con su daga y se preparó para herirle la pierna.

—¡Cuidado! —gritó Cordelia, presa de la desesperación.

Fue un grito agudo, casi ensordecedor. Los dos hombres se giraron, sobresaltados por aquel chillido desgarrador. Sin embargo, el joven no parecía haberse inmutado en absoluto. Por lo menos, había sido suficiente para despistarlos.

El llamado Trueno Sombrío golpeó con el puño a sus dos contrincantes, dejándolos inconscientes en el suelo. Después, se frotó las manos como si quisiese limpiarlas.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó el muchacho con aquella lúgubre voz.

—Yo... no pretendía meterme en donde no me llaman —se disculpó ella.

Cordelia dio un par de pasos hacia atrás, intimidada por la oscura mirada del joven.

—Si lo que no querías era llamar la atención, déjame decirte que eres realmente pésima —comentó él.

—Él iba a... —Señaló al hombre que había intentado dañarlo mientras se arrastraba por el suelo.

—Ya lo había visto. No son más que una panda de inútiles —soltó una breve risa.

—Será mejor que me vaya, no deseo molestar... —añadió la muchacha, tratando de escapar de aquella incómoda situación.

—Espera un segundo. Tengo que admitir que eres una chica lista. Has visto la pelea y has decidido ponerte de mi lado. Sabia decisión.

—Me pareció muy injusta —se defendió Cordelia.

—¿Cómo te llamas, muchacha? —quiso saber.

—Yo... —No sabía qué debía responder. Finalmente, optó que lo mejor sería mentir—. Soy Flora.

Había sido lo primero que le había llegado a la mente: las plantas, Simón, la margarita de Marco, la poción mágica que le había dado a Nadia.

Flora.

Era algo que consideraba suyo, lo único verdadero en su vida.

—Flora, de ahora en adelante tienes el favor de Trueno Sombrío. Más te vale no perderlo —le advirtió.

—Gracias, supongo... —Fue lo único que pudo decir.

Él rio. Era una risa apagada, una carcajada sin vida.

—Me agradas.

El joven esquivó los cuerpos, hizo a Cordelia a un lado y se encaminó hacia la salida del callejón.

La muchacha se quedó ahí, quieta, un rato más. Trataba de procesar todo lo que había sucedido.

¿Qué significaba tener el favor de Trueno Sombrío? Y, sobre todo, ¿qué clase de riesgos conllevaba?

Dirigió una mirada a los dos hombres, todavía inconscientes.

«Creo que prefiero no saberlo».

A continuación, abandonó aquel extraño callejón.

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