I. Reminiscencia

Despertó desorientada. Lo primero que vio fueron árboles. Tardó un tiempo en hacer memoria de lo que había sucedido. Recordó a unos soldados, a una mujer que le ordenaba guardar silencio, a un niño pequeño abrazado a ella y el cadáver de un hombre en el suelo de la habitación. Sin embargo, no fue capaz de recordar cómo había acabado en aquel lugar.

De pronto, sus pensamientos se vieron interrumpidos por una voz que la sobresaltó.

—Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí?

Un hombre se adentró entre la maleza. Poco le faltaba para llegar a los dos metros, era robusto, los rizos que le bailaban sobre la cabeza eran de un castaño muy oscuro y una descuidada barba hirsuta le cubría el rostro. No tardó en reparar en su ojo izquierdo, marcado por una desagradable cicatriz.

—¿Qué hace una jovencita como tú en medio del bosque? ¿Acaso te has perdido, pequeña?

Ella no respondió. Tenía miedo.

—¿No sabes hablar? Bueno, es igual. No te conviene morir de frío en este lugar, ¿por qué no vienes a mi cabaña? No queda muy lejos de aquí.

No sabía si debía aceptar la invitación de aquel desconocido, pero estaba en lo cierto, el frío le calaba hasta los huesos y el hambre había comenzado a apoderarse de ella. Tras vacilar durante unos instantes, asintió con la cabeza.

—Está decidido entonces. Bien, sígueme, pequeña.

Caminaron durante un largo tiempo, durante el cual el hercúleo varón se limitó a formular preguntas con aquella ronca voz que asustaría a cualquier ser humano. Para pesar de este, ninguna de ellas obtuvo respuesta.

La muchacha vislumbró una pequeña choza de madera a tan solo unos metros de donde se ubicaban ellos. Una vez llegaron a la entrada, el hombre tocó a la puerta. Como si de una especie de clave secreta se tratase, dio tres golpes con los nudillos y otros tres con la palma de su enorme mano. Enseguida les abrió un chico rubio.

—Bienvenido, maestro. Veo que tenéis compañía.

—Es solo una chica que está algo perdida. Se quedará unos días con nosotros hasta que se recupere —aseguró él.

Al decir esto, se internaron en la vivienda de aquel hombre.

La dejaron sentarse en un viejo taburete, que además había sido carcomido por la humedad.

En ese mismo momento, el muchacho que les había abierto la puerta le ofreció una infusión que la ayudó a combatir el frío.

—¿Cómo te llamas? —preguntó el joven.

—¡Esos modales, Marco! Ni siquiera te has presentado —exclamó el alto varón.

—Perdonad, maestro. —Dirigió sus ojos azules hacia la muchacha— Disculpa, mi nombre es Marco.

El desconcierto de la joven aumentó al tratar de responder a la pregunta de aquel al que el otro individuo había llamado Marco.

Su nombre.... ¿Cuál era su nombre? Intentó buscar una respuesta. Algo que le sonara familiar. Rebuscó en lo más profundo de su memoria.

—Ah, es cierto. Había olvidado que no sabes hablar —apuntó el desconocido.

Entonces, su consciencia fue capaz de sostener en brazos un recuerdo que se estaba escapando de su aturdida mente. Lo sostuvo con fuerza y lo atrajo hacia sí, de vuelta al lugar al que pertenecía. Había recuperado su nombre.

—Creo que me llamo Cordelia —se limitó a decir ella.

—Vaya, ¡pero si tienes voz! —soltó el hombre antes de guiñar el ojo derecho.

—¡Maestro! —exclamó el otro.

El maestro del muchacho no dejaba de reír a carcajadas. La joven pudo contemplar con extrañeza como, de un momento a otro, su expresión cambiaba, mostrando un semblante preocupado.

—Aunque, a decir verdad, ese «creo» no me ha gustado nada. ¿Acaso has perdido la memoria, jovencita? —inquirió acercándose a ella.

Cordelia retrocedió. Todavía no se sentía del todo a salvo. Se encontraba totalmente confusa y bastante mareada.

De pronto, todo se había sumido en una completa oscuridad. Pudo notar que estaba a punto de caer al suelo.

Desconocía la cantidad de tiempo que había transcurrido desde su embarazoso desmayo. Únicamente sintió la incomodidad de un montón de paja a sus espaldas, que fue reducida por la calidez de una fina manta y el alivio del húmedo paño que se posaba en su cabeza.

Su vista distinguió entonces dos siluetas a su lado. Una de ellas, la del joven, estaba sentada sobre una silla. La otra, que correspondía a su maestro, se mantenía en pie.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó este último.

Asintió con la cabeza.

—¿Te acuerdas de nosotros? —quiso saber Marco.

—¡Calla! Debemos dejarla descansar tranquila —lo reprendió.

Ambos emprendieron su camino hacia la puerta, dándole la espalda a la recién llegada.

La muchacha hizo un esfuerzo para reunir la energía suficiente como para abrir los gélidos labios. No quería quedarse sola. Necesitaba compañía.

—N...No. No os vayáis, por favor.

Sus esperanzas se habían disipado por un breve instante. Había pronunciado aquellas palabras en un tono muy bajo, casi imperceptible.

Aun así, sus ojos dejaron escapar una suerte de brillo al ver que el mayor de ellos se daba la vuelta y le mostraba una sutil sonrisa.

—¡Espera, Marco! Yo tengo que ir a buscar unas hojas de romero. ¿Podrías hacer compañía a nuestra invitada especial?

—Con mucho gusto, maestro.

La calma regresó al helado corazón de la joven al comprobar que el muchacho se internaba en la habitación y tomaba asiento.

La puerta se cerró y ambos se quedaron completamente solos.

—Perdona si soy algo indiscreto —dijo él—, pero, ¿no recuerdas cómo llegaste a parar en medio del bosque?

—Veo unas imágenes borrosas siempre que trato de hacer memoria. Escucho la voz de un hombre que llama a alguien a voces. Grita: «¡Cordelia!¡Cordelia!» y yo siento que debo ir hacia él.

Al decir esto, volvió a escuchar aquella voz en su mente. De nuevo, procuró evadirla.

No quiso añadir nada más. Ni siquiera confesó la primera imagen que había invadido sus recuerdos; algo en su interior le advertía que no debía revelar aquella información.

—¿Eso es todo? —quiso saber Marco.

—Eso creo...

—Según el maestro, padeces de amnesia. Me ha dicho que no hay de qué preocuparse, ya que lo más seguro es que sea momentánea. Y puede que tenga razón, puesto que todavía conservas algún que otro recuerdo —señaló el joven.

—¿«Amnesia»? —repitió ella, sin comprender de lo que hablaba aquel muchacho.

—Tranquila, no es grave. Simplemente has perdido la memoria temporalmente, pero pronto la recuperarás, créeme. Nosotros te ayudaremos.

La tranquilizadora voz de Marco intentaba abrazar el inquieto corazón de Cordelia. No tardó en conseguirlo y esta se lo agradeció con una frágil risilla.

—¿Para qué ha ido tu maestro a recoger romero? —inquirió la muchacha.

—Es una planta con infinidad de propiedades medicinales. Hará una deliciosa infusión para que te encuentres mejor —confesó Marco.

—No deseo ser una molestia —se disculpó ella.

—Eh, no seas tan dura contigo misma. Si el maestro te ha recibido en su fascinante morada deberías sentirte honrada, no culpable.

—¿Por qué lo llamas «maestro»? —preguntó Cordelia.

—Bueno, Simón me enseña muchísimas cosas acerca de la medicina. Me he prometido a mí mismo que me convertiría en un experto como él.

La joven ató aquel nombre a su memoria con una fuerte lazada, con el fin de que no se le olvidara.

—Quizás algún día lo logres —lo animó.

Marco se irguió. A continuación, tomó el paño que descansaba sobre la cabeza de la muchacha y le colocó la mano que tenía libre sobre la frente.

—Parece que estás recuperando tu temperatura corriente. Y, como eres mi primera paciente, te has ganado una macedonia casera. Espera un segundo, voy a por ella. ¡No tardo!

Tras decir esto, el joven abandonó la alcoba para regresar al poco tiempo con un tazón lleno de pedazos de fruta.

En ese momento, Cordelia, con algo de ayuda, consiguió incorporarse. Disfrutaba del sabor de las frutas. Por alguna razón, sentía que eran especiales. Puede que se debiera al hecho de que se la hubiera preparado Marco o quizá fuera el hambre la responsable de su deleite.

—Veo que te gusta. ¡Me alegro!

La sonrisa del chico era divertida, juguetona. Sin duda, no tenía nada de qué temer.

Una vez se hubo acabado el tazón, se escucharon seis golpes en la puerta. Los tres primeros sonaban distintos a los tres últimos.

—¡Debe de ser el maestro! —apuntó Marco, antes de irse corriendo hacia la entrada principal.

Cordelia observó al hercúleo hombre entrar en el cuarto con una pequeña taza de barro. La recibió agradecida cuando este se la ofreció y la bebió lentamente, como si ingerir aquella bebida tan despacio le serviría de ayuda para hallar respuestas a los múltiples interrogantes.

—Siento no haberme presentado antes. Me llamo Simón.

Cordelia no le comentó que ya conocía su nombre ni dijo palabra alguna, por lo que el maestro de Marco se vio obligado a conducir la conversación.

—Eres bienvenida a esta humilde vivienda si así lo precisas. Puedes quedarte todo el tiempo que quieras mientras continúes en este estado. Ya he hablado con mi aprendiz y parece haber entendido la situación, así que no te sientas violenta. Estás en tu casa.

—¿Cómo podéis ayudarme a recuperar la memoria? —quiso saber la joven.

—Verás, por el momento es mejor que no te agobies. Tendrás que hacer una vida relativamente normal. Eso sí, deberás mantenerme informado de todo aquello que llegues a recordar. Ningún detalle sobra. Bajo ningún concepto es bueno que te obligues a ti misma a recordar nada. Deja que la situación siga su curso y daremos con una solución juntos —aseguró él—. ¿Ha quedado claro?

Asintió. Simón dejó escapar una gran sonrisa.

—Bien, ahora sí, descansa. Mañana será otro día.

—De veras que siento que tengáis que cargar conmigo —se volvió a disculpar ella.

Sin embargo, la única respuesta que obtuvo fue un leve soplido que hizo apagar la vela de la mesita.

No tardaron en pesarle los párpados. El sueño se encargó del resto.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top