65

Han pasado ya unos años, y Netero había aprendido mucho. Y el tiempo transcurrido, involucra cambios, entre ellos; su peinado, ahora lo tenía recogido en una coleta, y sus conocimientos, los cuales sentía que había aumentado desde que comenzó a leer. La lectura se había vuelto una de sus aficiones favoritas, y, al igual que Kaito, a una temprana edad, se volvió un historiador autodenominado, y todo con una felicitación bastante simple, pero él era feliz y se sentía orgulloso, y sería más divertido para él si tan solo hubiera gente quien se interese en enseñar más cosas fuera de lo básico. Sin embargo, su tema favorito de aprender, fue el Nen. No se consideraba apto como Kaito para hacerlo, pero de todas maneras le permitieron leer lo que tenían recopilado sobre el Nen. La teoría principal es que se les concedió el don de liberar la energía por ciertos seres, al menos si hablamos de una respuesta anteriormente religiosa, ya que esas cosas ya no existían en su actualidad. Ya que se habla de que fue algo externo lo que les dio a las personas esa capacidad. Sin embargo, habían muchos motivos, pues con el paso de los años varios escritos se han perdido, al igual que la mayoría de las invenciones de la humanidad, que ya no quedaban en la memoria de nadie. Y eso le pareció algo triste, pero luego de comer una simple manzana de postre, se le pasaba. Después de todo, ¿Qué manjar más delicioso en todo el mundo que una fruta? Era como encontrar un oasis en un desierto, y Netero, pese a saber que de seguro habían más cosas que inventó la humanidad, estaba seguro de que no habría nada más exquisito que una fruta como postre.

Por otro lado, Dalzollene sí emprendió el Nen gracias a Genthru y a Uvogin, a diferencia de él, y se volvió más disciplinado y fuerte físicamente. Él y su hermana Tamara vieron todo su proceso para llegar a tener el manejo de Nen que tiene ahora, y ver el despliegue de ese don era mucho mejor que leerlo. En aquella villa, aquel don era un símbolo, y según tenía entendido, en las otras villas era lo mismo. El Nen era la esperanza de vida, y con solo ver las posibilidades que tenía, entendía el por qué tanto respeto a ese don, y del por qué cada vez que se le hacía mención, todos hablaban con suma seriedad. El Nen no era un juguete y los recién llegados tanto como los viejos sabían que no era para enseñárselo a cualquiera, pese a que la resistencia insistía en que se tenía que enseñar a todos por igual si querían defenderse, pero había varios grupos de gente que no lo hacía, más que nada por no tener que cargar con la responsabilidad de luego tener que salvar más vidas que la propia, entre otras cuestiones que hizo Netero al hacer una encuesta para cada miembro.

Dalzollene iba a misiones constantemente con el resto de la resistencia solo para recolectar cosas que se necesiten o alimento de ciudades destruidas y deshabitadas. Pero el mayor temor que tenían él y su hermana, era cuando iba a misiones para "rescatar gente", porque más que rescatar en su mayoría de veces, era para rescatar y hacer aliados a más personas, pues la resistencia en grupo eran muy pocos, y lo más conveniente era reclutar mediante rescates, si es que la gente aceptaba. Pero como tampoco eran malas personas, cuidaban y protegían a los que no querían, incluso a los amargados, a pesar de que conseguir comida era difícil y cultivarla mucho más. Él se estaba poniendo en peligro, y, Tamara y él, temían que... un día no regresase. Por miedo, incluso Tamara le decía que renunciará, con la excusa de: "No dejes sin tío a tu futuro sobrino". Pero ni eso le convencía, ya que, quitando lo terco que era, se había vuelto bastante tenaz y, hasta cierto punto, confiadamente temerario. Y la preocupación solo aumentaba cuando, cada cierto tiempo, ya no volvía alguien nuevo o viejo de la resistencia a la villa.

- Voy a estar bien, chicos - dijo Dalzollene-. Va a ser como siempre ha sido, les prometo volver pronto.

-Ya no me basta con que me lo prometas, Dalzollene. Por favor, ya no vayas -rogó Tamara, tomando sus manos. Pues, su pareja, también había muerto al formar parte de la resistencia, y la había dejado embarazada a la espera de un hijo-. Por favor...

- Tamara, sabes que debo ir, nos estamos quedando sin comida, y tampoco hay gente nueva para reclutar en la resistencia. No planeo dejar a mi equipo solo, y más con Uvogin gravemente herido. Él era nuestro miembro más fuerte, y sin él de seguro habrán más bajas -argumentó, y soltó delicadamente sus manos-. Lo siento.

Tamara, impotente, se puso a llorar, y Netero la sostuvo de los hombros para calmarla.

-Netero. Cuídala, ¿sí?

-Sabes que lo haré.

-Idiota, se supone que estarías de mi lado -reclamó Tamara, entre sollozos.

- Quisiera, pero esa búsqueda también nos conviene, Tamara. Si vamos a recibir a mi sobrino, es importante tener los suministros necesarios para atenderte.

Tamara sollozo y se seco las lágrimas y se soltó despacio de Netero.

-Cuánto los odio... -musitó con desgano, pues entendió que los dos tenían razón, y se fue caminando suavemente a las habitaciones.

- Ya se le pasará, estoy seguro de que comprende -dijo Netero, ni bien ella se fue de escena.

- ¿Tú lo comprendes?

-Para ser honesto, también quisiera que no fueras, pero confió en ti. El Nen te dará el poder suficiente para defenderte, siempre lo ha hecho, y estoy seguro de que está no será la excepción. El nen es nuestra esperanza -dijo, sonriendo suavemente.

Dalzollene sonrió.

-Lo es, créeme. Por cierto, antes de irme. Me enteré de que Uvogin está tratando de convencerte para meterte a la resistencia. No le hagas caso.

-Oh, eso... No tenía planeado unirme, y no es por egoísmo... es solo que... en serio no me considero tan apto, ¿Qué aura podría desprender si siquiera lo intento?

-¿Y con esa actitud me dijiste que te interesaban las artes marciales? -preguntó Dalzollene, incrédulo.

-Leerlo es diferente a hacerlo.

-Bueno, no nos salgamos del tema. Solo no aceptes, por favor te lo pido.

Netero iba a responder, pero al ver la mirada seria de su hermano, asintió perdido, con la boca entreabierto. Su naturaleza de historiador le dio varias preguntas para buscar sus respuestas, y eso lo hizo bastante cauteloso, y su instinto no falló al sentir que su hermano ocultaba algo.

-Tra-tranquilo, no tienes por qué mirarme así. En serio no aceptaré.

-Bien..., cuídate, ¿sí?

-Sí.... Adiós, Dalzollene -dijo, algo nostálgico.

Dalzollene asintió y se puso un pañuelo azul en el cuello, el símbolo de la resistencia que usaban para identificarse, para ir al patio principal, donde normalmente hacen las hogueras, a reunirse en grupo con los demás. Netero solo se quedó mirando como ellos se iban hasta perderlos de vista frente a un bello sol naranja que se ocultaba poco a poco. Sus ojos brillaron contra el bello naranja amarillento de la estrella más grande del mundo, que solo resaltó la preocupación por su hermano y la confianza que le tenía a su palabra. Él siempre fue así, y, ver como conseguía sus objetivos, le hacía sentir admiración por él. Por eso, esa misma noche, ya que Kaito se había ido con la resistencia, decidió escabullirse en la biblioteca para tomar el libro viejo de artes marciales que estaba en la caja de "cosas innecesarias". Al tenerlo, fue a la espalda de una de las viviendas, y, al ver que no había nadie cerca, buscó una página con un movimiento que le pareció interesante. Según Kaito, ese libro era de lo poco que encontraron en una de las villas que se vio invadida por demonios, y que de seguro uno de los historiadores que tenían ahí era fanático de ese deporte, y que, dicho por él mismo, era una tradición en su familia saberlo y aprenderlo. Eso fue lo que le intrigo más, porque debía de ser algo tan genial e interesante mantener viva esa tradición pese al caos; además, de seguro sería una de las pocas cosas de las cuales tenía el derecho de saber sobre el viejo mundo humano, antes de que los demonios acabarán con todo.

Él posó el libro sobre el césped e, imitando la postura que decía en el dibujo del libro, dio un golpe firme en el aire. Netero sonrió leve y siguió así, solo para repetir lo mismo con otras imágenes del libro. Era divertido y, luego de gritar "¡JA!", después de cada golpe al aire, pudo sentirse... extrañamente feliz, fuerte y... agradecido, de haber podido conocer las artes marciales. Así se defendían las personas humanas antes al estar mano a mano. Y se dio cuenta de que era algo para todo el mundo, que cualquiera podía intentarlo y... defenderse por su cuenta de los peligros. Fue en ese momento, que la sonrisa se le borró, ¿Cuántas cosas maravillosas más se perdieron con el tiempo? Las artes marciales se salvaron, pero... ¿Y el resto?

Eran cosas que pensaba constantemente, y, pese a que no eran cuestiones suyas, le pareció ciertamente doloroso, al menos a su corazón de historiador, y más que nada, por la humanidad. Alguien debió haber inventado las artes marciales, de la misma enigmática forma que alguien inventó el Nen. ¿Cuántas personas brillantes e inventoras más murieron llevándose consigo sus ideas y talentos?, ¿Cuántas probables destrezas deportivas se pudieron haber perdido para siempre por culpa de los demonios?

-¿Todo en orden? 

Netero gritó de sorpresa y volteó. Jadeo un poco hasta ver que aquella voz gruesa que lo despertó de su ensoñación era la del hombre que respetaba desde el primer momento en el que lo vio, Uvogin. La noche lo hacía parecer un demonio corpulento bajo la sombra de los pocos árboles que había plantados en la villa.

-Oh... e-es usted señor Uvogin, que susto me dio.

- ¿Qué estás haciendo aquí? Ya es algo tarde y desde dentro de la vivienda te escuche gritar.

Netero sintió algo de verguenza.

-N-no estaba gritando.

-¿Estabas practicando artes marciales? -inquirió acercándose, y tomó el libro que estaba sobre el césped.

-¿Las conoce?

-No más de lo que leí. Yo fui quien encontró el libro entre los escombros.

-Oh...

-Un muy buen amigo mío era el autor. Así que pensé que no estaría mal llevarlo conmigo, para apreciar sus intentos por mantener con vida su deporte favorito.

-¿Deporte? Ah, sí. Sí. La práctica de hacer ejercicio, ¿no es así?

-Sí. No sabía que algo así te interesaría.

-Bueno... Soy historiador autodenominado. Cosas que antes fueron del viejo mundo humano... son mi pasión.

-Comprendo. -Uvogin miró el libro y se lo regreso a Netero en las manos-. Ten mucho cuidado con él, te lo pido de favor. Y si vas a practicar al exterior ten mucho cuidado de que les pase algo a las hojas, últimamente no hay mucho papel.

-Lo haré, señor Uvogin -dijo, asintiendo.

<<Así que por eso Kaito no quería que lo tocará. Este libro es muy importante para el señor Uvogin. Mejor practicaré en la biblioteca.>>, pensó Netero.

-De hecho, iré a practicar en la biblioteca para mantenerlo seguro. Buenas noches -dijo, y pasó por su lado para irse.

-Netero.

El mencionado frenó y se volvió a él.

-¿Si señor?

-Si te interesan las artes marciales..., ¿Por qué no te interesa aprender el Nen? 

A Netero se le esfumó la sonrisa y bajó leve la mirada, pensativo. 

-En este mundo, podría considerarse también como un deporte de autodefensa.

- Yo no sirvo para la resistencia, señor Uvogin - musitó.

- ¿Y por qué lo crees?

- No me va a convencer. Sé que trata de persuadirme porque ya no tienen más miembros, pero... -dijo, y bajó más la mirada, sintiéndose inseguro-. Ni aunque usted me lo pida me uniría. Yo... no tengo como meta serlo. Ni siquiera sé por qué me lo insiste tanto.

Uvogin mantuvo silencio por un rato, solo el viento sibilante se interponía.

-No es por molestarte, muchacho. Solo te veo potencial -dijo, y, cojeando un poco, se retiró-. Pero ya no te molestaré más. Descansa.

Netero vio detenidamente la herida de su pierna vendada. Eso le dejaría cicatriz, y esa también fue su reivindicación hacía su decisión. Aferró el libro a su pecho y se fue a la biblioteca. 

Aparte de que se lo había prometido a su hermano, él no sentía esa misma confianza que él para hacerlo. Pero... no importaba, ¿verdad? Tenía fe de que las cosas irían mejor para la resistencia, estaba seguro. Su hermano era la mayor prueba viviente de ello. Él nunca se rendía, y ellos tampoco deberían hacerlo y empezar a rogar de esa manera por nuevos reclutas. Sí se podía. Sí se podía... Se podía...


-Lo siento, Netero -dijo Kaito, parado frente a él. 

Ahí, con su hermana apunto de quebrarse, delante de la entrada de la villa con los caminos llenos de cosas y personas nuevas, sintió sus ojos húmedos y sus labios temblorosos. Kaito le había dado el pañuelo azul de su hermano.

- Normalmente no regalamos los pañuelos por no tener más para los nuevos, pero creo que... tratándose de ti, era lo correcto.

Netero finalmente lloró, apretando el pañuelo en su puño, y tiritó por dolor.

- Dalzollene...

Con solo ese objeto material en su mano, el símbolo de la resistencia, la esperanza se le esfumó.



Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top