56

Ella es un híbrido de un humano y un demonio. Todos los de su generación lo eran. Ellos eran un experimentó que se formalizó como un ciudadano para tener poder sobre ellos, incluso el líder mundial formó parte para que sus futuros hijos fueran iguales. De esos intentos nacieron siete tipos de demonio; los pilares que siglos después serían considerados como los nobles y los únicos gobernantes en ese castillo.

Por el contrario, ella es parte de una familia de demonios común, nada especial, en un tiempo donde su tipo de demonio ya era algo normalizado.

Su familia trabajaba en el cuidado de humanos elegidos para enseñarles medicina y que sean los siguientes médicos que atiendan a futuros pacientes humanos. Ellos llevaban años en ello y, ella, siendo hija única tuvo que estudiar lo suyo como citadina que era esa pequeña ciudad. Se le avecinaba un gran futuro por delante, o esa era su ilusión.

Con apenas tres mil quinientos años de vida, que sería el equivalente a siete años de una vida humana, tuvo que ser trasladada a un castillo en una Isla con una buena cantidad de familias para refugiarlas. el lugar que les dio la entrada al mundo humano. Una excusa para poder reunir a una buena cantidad de demonios para formar un ejercito que luche contra los humanos a cambio de protección a las familias, quienes hace cincuenta años atrás habían declarado una guerra con un número incontable de humanos, comandados por un hombre que se volvió su mayor enemigo, Isaac Netero.

Su primer día en el castillo, definió todo lo que ocurriría de momento hasta que solucionarán el problema. 

Todas las familias presentes, formadas delante del castillo, parecían un batallón preparado para una guerra. Esperaban a que su gobernante elegido de los siete nobles les informará de la situación y de lo que pasaría con ellos hasta nuevo aviso.

Esperaron y un ruido estridente de una trompeta, a modo de burla al cielo, les avisó que prestarán atención. Un demonio humano como ellos tomo la voz en el balcón principal para presentar a su gobernante. 

— ¡Por favor, les pido su atención!, ¡Ciudadanos de diversas ciudades, con todo el placer del mundo, les hago saber de la presencia de nuestro respetado soberano!, ¡El rey Adabario Kurta!

Los aplausos hicieron eco a los alrededores, y se agigantaron con la aparición del rey, la reina y de su hijo. A sus espaldas se podía ver a los otros nobles y a sus familias rodeando a la familia Kurta. Los Nostrade, los Kakin, los Lucifer, los Siberia, los Assam y los Hina. 

El rey hizo una señal de silencio con las manos y todos los ciudadanos le hicieron caso.

— Lamentamos haberlos hecho esperar, pero no saben el alivio que tengo de que estén aquí —vociferó para ser escuchado con claridad—. Como ya sabrán, estamos bajo ataque. Los humanos nos han declarado una guerra y atentan contra nuestra existencia. Por eso hemos tenido que tomar medidas inmediatas. Podrán refugiarse aquí hasta que todo se resuelva. Nosotros nos encargaremos de que no pasen hambre ni frío, pero a cambio, pedimos que cada familia con cargos indispensables sigan con sus obligaciones. Los que no tengan cargos tan relevantes tendrán que formar parte de la milicia. Tenemos que estar preparados para cualquier cosa y evitar que se nos quite la producción humana. Los humanos no nos pondrán contra las cuerdas. Las cosas serán así hasta nuevo aviso. Les prometo que haré todo lo posible para que no haya guerra y más muertes. Les agradezco mucho su atención.

Después de la despedida del rey y de que se retirará, todo solo se volvió sombrío. Todo constaba de la decisión de cada familia por su propio beneficio.

— Tú solo has caso a lo que te dicen, hija, ¿de acuerdo? —le pidió su padre a su altura, sujetando sus hombros para mantenerla con los pies en la tierra.

Ellos seguían teniendo un trabajo, la medicina no podía parar y tenían que ir por obligación a instruir a los humanos, aunque eso implicará dejar a su hija sola por un tiempo indefinido en un lugar que no conocía, pero donde estaría segura.

— Pero...

— Deyanira, solo será por un tiempo. No nos iremos para siempre —intervino su madre, igual de rubia que ella, ella era casi una calca, si no fuera por los ojos café de su padre en lugar de las esmeraldas de su madre—. Tú solo sé obediente a las órdenes que te den. Solo así no te meterás en problemas.

— Hazlo, hija, por favor. Cuando todo esto acabe volveremos a tener una vida normal —agregó su padre con una sonrisa, pero con su azabache cabello desordenado y sus bolsas moradas en su tez blanca no podía tomárselo en serio.

La niña, con lágrimas en los ojos, al igual que otros niños despidiéndose de sus padres, en la enorme entrada del castillo rodeado por una muralla, no quería que sus padres se fueran. Estaría sola, y con los humanos dominando poco a poco las ciudades, ellos podrían estar en peligro, quizás no los vuelva a ver a partir de ese momento. Sin embargo, eso solo se lo diría el tiempo que estuviera ahí.

Ese sería el inicio de un nuevo comienzo para ella, o al menos eso sintió cuando le contaron la noticia de que sus padres fueron asesinados por los humanos. Ocurrió un atentado en la ciudad de Abalám, en el centro médico donde sus padres trabajaban. Varios humanos y demonios perecieron en el proceso. Los humanos intentaron rescatar y llevarse a los que han podido, pero no se pudo evitar ninguna muerte.

Deyanira, con lo educada que era, siguió los consejos de sus padres y es algo que nunca perdió y que siempre mantuvo vigente, aunque el dolor estuviera presente al recordar a sus padres con esas palabras que se repetía a diario.

Los vigilantes los dividieron en grupos para cuidarlos y que no anden por donde se les diera la gana, y como ella era huérfana la dividieron del grupo junto a otros niños para acomodarlos en un orfanato de la Isla para que estuvieran seguros. Ahí conoció a Killua, que estaba igual de triste que ella.

Ambos lastimosamente habían perdido a sus padres en tiempo diferente. Ella era una recién llegada y la enorme habitación en el subsuelo del castillo era más oscura y apagada. Al menos así era el ambiente, pero todo se volvía más lúgubre y silencioso cuando el hijo de Adabario Kurta se presentaba.

Se escuchó a alguien hablar afuera con los vigilantes y luego la puerta se abrió. Los presentes se sorprendieron al ver al demonio que entró a su habitación. Ni en sus más grandes sueños se lo esperaban.

Deyanira al ver al hijo de su rey se quedo helada sobre su cama, ¿Qué hacía alguien como él aquí?

Todos al instante se inclinaron ante él sobre las camas para saludarlo, incluyendo Deyanira. Por otro lado, él ignoró los saludos.

— ¡Killua! —chilló alegre el Kurta y fue corriendo a dos camas más desde donde estaba Deyanira.

Hubo incertidumbre, y más cuando el príncipe saltó a la cama a abrazar al niño, Killua Zoldyck, como si fueran amigos de toda la vida. Y él, ahí, abrazando una almohada de espaldas sin corresponderle su afecto.

— Buenos días, Kurapika... —saludó Killua. Sus labios estaban hundidos en la almohada.

— ¿Cómo estuvo tu noche?

— Normal... supongo...

— Me alegra saberlo —decía, se notaba que intentaba animarlo de alguna manera.

El príncipe giró a ver a los demás, curioso.

— Pensé que habría más niños.

—  Algunos salieron...

— Oh, entiendo. 

Deyanira estaba confundida, no se esperaba una actitud tan afectuosa de parte del hijo del rey, cuando lo vio en el balcón, pudo sentir su autoridad en su presencia. Esos ojos fríos y serios no eran más que dos pupilas deslumbrantes solo por estar con Killua.

— Entonces vámonos, este lugar es como para un funeral —dijo indiferente, aun sabiendo que los demás a su alrededor habían perdido a sus familiares.

Sin duda, Deyanira era la que se ofendió más, sintiendo sus internos instintos animales, que aun no controla del todo, queriendo salir a flote con sus huesos tronando al irse apretando.

"Maldito... Como tu no perdiste nada...", pensó fastidiada, pero no planeaba abrir la boca. Ser despectiva con él no traería nada bueno. 

— Kurapika, te agradecería que no dijeras eso, por favor —dijo Killua—. Sabes que justo por eso estoy aquí...

— Bueno... lo siento, es que necesito hablar contigo de... —dijo tranquilo y frenó de golpe. Algo le picaba a sus espaldas, giró y cruzó su mirada desafiante con la de Deyanira. Sus ojos ahora eran rubís, unos rubís perfectamente definidos y atemorizantes. 

Por primera vez contempló la habilidad que tenían los nobles para liberar al monstruo que guardan dentro de su falsa figura humana.

Ella apenas se había percatado de que lo asesinaba con la mirada mientras él estaba distraído. Kurapika había sentido su aroma y su energía liberándose de a poco. Y había usado su habilidad para defenderse en casa de que esa desconocida quisiera buscarle pelea.

— ¿Tienes algo que compartir? —le preguntó serio.

Killua rodó sobre la cama para ver lo que pasaba al escuchar las repentinas palabras de su amigo.

— Tus ganas de matarme me hostigan —soltó sin más—. Si tienes algún problema conmigo puedes decirlo. Incluso podemos tener una conversación civilizada si dejas de liberar tu presencia.

— Kurapika, no busques pelea —pidió Killua.

— No lo voy a hacer, solo quiero saber sus motivos para mirarme mal —y volvió a dirigirse a ella—. Escucha. Yo solo vine a apoyar a mi amigo, porque en verdad me importa. A ti ni te conozco y no puedo sentir nada por ti porque no sé con quien compartir tu tristeza. Llámame insensible si quieres, pero es la verdad. Nunca te he visto a ti ni a tu familia, y lamento que los hayas perdido, es más, disculpa si reaccionaste así por lo que dije hace un rato. No quise sonar impasible, pero qué puedo hacer yo. No te desquites conmigo. Mejor intenta ser fuerte para que la muerte de tú familia no sea en vano —dijo y se dirigió a todos—. Sus familias dieron sus vidas para que tengan techo y comida. Creo que ahora es el turno de ustedes de decidir que van a hacer de ahora en adelante, a no ser que permitan que el sacrificio de sus padres no haya valido la pena.

Sus palabras insensibles dolían, pero en el fondo, si las analizaba tenía razón. Los demás también eran conscientes de ello.

Lentamente, se dejo rendida en la cama para empezar a llorar, apaciguando poco a poco su presencia y aroma. Killua se dio cuenta del llanto de Deyanira y se sintió mal por ella. Él también agarró reflexión de lo dicho por su amigo, pero tal pareciera que con alguien con la que nunca cruzó palabra no funcionaría igual. 

— Kurapika, fuiste insensible —regañó Killua.

— No fue intencional, el discurso era para ti, pero creo que decirlo para todos los que están aquí es mejor.

Killua vio que los demás hacían eco a lo dicho por Kurapika y se acercó a Deyanira, que seguía llorando en la cama, ocultando su rostro en sus brazos. Ella había sido la más afectada de todos los que escucharon lo dicho por Kurapika.

— Oye, perdónalo. No lo dijo con malas intenciones, él siempre ha sido así.

— Lo noté... —masculló.

— No estés enojada con él.

— No lo estoy...

— ¿Mh?

— Discúlpame... Estoy algo sensible aún, pero tienes razón. Ya pasó casi una semana desde que los perdí... Y en serio los extraño —decía mirando a Kurapika al alzar la cabeza de los brazos.

Kurapika se acercó también con ella. No actuó de la mejor manera. Ahí entendió que debía ser un poco más solidario, no solo con su mejor amigo o con los que conocía. Si él hubiera perdido a Killua o a alguien que quería, sin duda estaría igual que ella.

— No te disculpes. Fui yo el que empezó —dijo Kurapika—. Pero lo que dije antes es en serio. Eres tú la que decide que hacer después. 

Ahora estaba sola y tenía que asumirlo por más que le doliera. Lo importante sería sobrevivir y seguir los consejos que ellos le dejaron y eso haría. Siempre con la mirada en alto.

En tiempos de guerra, donde podría morir, decidió alistarse en el batallón. Aún era muy pequeña, pero logró postular gracias a la capacidad que mostró. En tiempos de guerra todo contaba. No fue la única aceptada y desde una edad tan temprana comenzó su entrenamiento que incluyó estudios. Ese era uno de los privilegios que tenían los soldados a cambio de alistarse. Podían estudiar y prepararse para lo que se les diera la gana.

En el lapso de tiempo donde ella aun estaba en el castillo, logró hacer amistades, entre ellas con Kurapika y Killua. Y pudo saber más del albino. Los padres de Killua eran guardaespaldas de los padres de Kurapika, pero por falta de soldados a una misión, ellos se ofrecieron con tal de que siguieran manteniendo a su hijo a salvo. Lastimosamente, esa fue la última vez que los vio y acabo huérfano como ella, con la diferencia de que ella se quedo en el palacio por el entrenamiento que estaba recibiendo. Killua de todos modos, pesé al cariño que los reyes le tenían, tuvo que irse al orfanato, al menos hasta que la guerra acabará, tenían planeado protegerlo en otra zona de la Isla, pues se sospechaba que había humanos de camino para darles fin. Y en definitiva, las cosas fueron así.

Los humanos, gracias al sacrificio de uno de los que fue al ataque, los encerraron en la Isla después de sacar a todos los humanos de la Isla. Fue una batalla descomunal. Sin oportunidad de escape, y solo podían salir de la Isla con las estrictas condiciones que tenían para escapar. Varios demonios por más que trataron no pudieron hacerlo, porque según la Isla, sus sentimientos e intenciones no eran sanas, como si supiera que no obedecerían sus órdenes al salir del lugar. Lo curioso de todo, era que no sabían por qué les daría oportunidad de salir si para ellos eran unos monstruos. Es algo que sin duda nunca supieron averiguar.

Su entrenamiento y su esfuerzo fue en vano. Ya no tenía nada para lo que seguir viviendo.

¿Para qué seguir con su entrenamiento?, ¿Para qué seguir si ya no tenía nada?, ¿Para qué hacerlo si ya no le servían de nada los poderes que acumulaba mientras más crecía? Era apenas una niña que proceso demasiadas cosas y que estaba dispuesta a dejar su existencia. Pero Kurapika no se lo permitió.

— ¿En serio eres tan débil? —le preguntó—. No puedo creer que la Deyanira entusiasta que vi ayer haya muerto. Ahora si parece que acababas de llegar de un funeral —soltó con una sonrisa dulce, intentando animarla.

— No estoy de humor ahora, Kurapika.

Kurapika... vaya... aún le sorprendía tener el privilegio de llamarlo así.

— No vengo a quitarte mucho tiempo. Entiendo si quieres estar sola, pero dentro de un rato iremos por Killua al orfanato. Solo te quise informar, porque cuando regrese me gustaría que me respondas una pregunta, que quizás te anime un poco.

— ¿Pregunta?

— ¿Puedes ser mi guardaespaldas cuando crezca?

Eso la dejo perpleja.

— ¿T-tú guardaespaldas?

— Decías que te gustaría un objetivo para seguir. Ahí te estoy dando uno. 

— Ese título se lo darán a alguien capacitado. No es algo que solo decidirás tú. Eso es egoísta.

— Soy consciente de ello, y sé que serías capaz de lograrlo si te lo propones. He visto como has logrado muchas más cosas, y no me preocuparía dejarte mi vida. En el futuro, mi familia planea que yo sea el siguiente en gobernar y que si es posible, liberarnos del encierro de los humanos. A mi la verdad no me molestaría estar en está Isla siempre, pero no voy a dejar mis obligaciones. En fin. Tú eres la que decide si vas a hacerlo o no  —le sonrió—. En el fondo, me gustaría mucho que mi amiga estuviera a mi lado mientras cumplo con mis obligaciones, sería menos aburrido y reconfortante. Pero claro, el mérito tendrás que ganártelo tú. Nos vemos.

En ese momento se dio cuenta de que sin Kurapika, ella seguiría triste por sus padres. Ese rubio era un entrometido sin duda. Pero se lo agradecía. Era tan buen amigo incluso hasta con sus últimos recursos. Sentía que le debía mucho por animarla. Y así lo hizo.

Se animó a ser su guardaespaldas. Entrenando, estudiando, sudando y amaneciendo adolorida todos los días. Pero gracias a su propio esfuerzo, logró ser elegida como guardaespaldas. Pasaron milenios en los que se tardo en conseguir su objetivo, pero estaba satisfecha y se sentía bien consigo misma. El entrenamiento le otorgo una gran disciplina y confianza, pero sobre todo le enseñaron a sacrificarse por lo que deseaba y por lo que debía defender.

Sonaba loco o poco coherente, pero esa era la compensación por todo su esfuerzo; tener algo por lo que no rendirse y estaba muy agradecida, en especial con su amo y su futuro rey, al que estaba dispuesta a proteger, incluso entregando su vida. Trabajando con todo orgullo para la familia real.

Cuando su amo escogió cuidar la biblioteca, entendió su amor por la lectura y el conocimiento, entendió su analogía y por qué la importancia de los escritos en esa biblioteca, incluyendo el motivo del por qué pasar el libro de Pairo Kurta en ese sitio bajo la defensa de un monstruo que acabaría con la irreverencia de cualquiera que quiera faltarle el respeto a la investigación de su familiar.

Sus días fueron tranquilos, acompañando a Kurapika a las juntas con los hijos de los otros nobles para ver las maneras de traer comida del mundo humano y lo necesario para mantener a la población. Ella vio nacer a los Twilers, y vio como traían criaturas diferentes del infierno para que habitarán la Isla y así aprovecharse de ellos para sobrevivir. Ya no se podía comer carne humana y tuvieron que ingeniárselas con verduras y carne de las criaturas del infierno, las cuales empezaron a criar. Habían vuelto a un hábito común de hace millones de años, algo que Deyanira descubrió cuando le tocó comer su carne por primera vez, que no estaba tan mal.

La vida fue de lo más normal, pero sin duda, lo que cambio su vida fue esa vez que Killua visitó la biblioteca.

— ¿Sí?, ¿Eso viste en el mundo humano? —le preguntó Kurapika sirviendo un té sobre la pequeña mesita entre dos sillones— Vaya, al parecer no ha cambiado mucho.

Killua estaba acostado sobre los apoyabrazos, se le veía pensativo mirando el techo mientras ella hacía guardia a distancia de ellos.

— Sí. Fue muy valiente... No logró sacarlo de mi cabeza... Tenía miedo, pero aún así se lanzo a salvarlo...—comentó Killua soltando una ligera sonrisa, recordando la valentía de un humano en una cantina cerrada.

Jamás pensó que Killua terminaría haciendo algo que perjudicará su vida o el probable futuro que podría avecinársele si es que llegaban salir de la Isla. 

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