53
— ¿Cómo se encuentra mi hermana? —preguntó Netero a Leorio.
El médico con otros ayudantes se habían dispuesto a revisar si Tamara tenía algún otro problema además del dolor corporal. Netero por otra parte, se había puesto a esperar detrás de la cortina. Dalzollene tuvo que ir al baño y otro médico, ya libre del trabajo, lo guío.
— Ella está bien, ya puedes ver —le avisó Leorio.
Netero hizo a un lado la cortina para ver y sonrió al ver a su hermana bien, reposando en la cama en silencio por la vergüenza, mientras el médico escribía algo en una hoja sobre una tabla de madera sostenida por su pulgar. Los otros tres médicos se habían alejado con un extractor de leche, agua tibia y un frasco con leche en las manos. La curiosidad le pico.
— Solo está adolorida por el parto, pero se le pasará con el tiempo. Solo hicimos que sus pechos expulsarán la leche acumulada en sus glándulas mamarias. —argumentaba el médico escribiendo— Como no tiene al bebé para que lo haga tendremos que hacerlo de esta manera al menos por un tiempo.
— Sí... es que... mi sobrino... murió después de nacer —confesó agachando la cabeza.
— ¿Murió? Oh, ahora entiendo por qué lograron rescatarla tan fácil, ¿Estaba en la casa no es así? Es difícil llegar al hospital sin ser atrapado por algún demonio.
— Sí —asintió—. Mi hermana regresó antes que mi madre después de dar a luz. Mi madre se quedó por unos días y después de que regresó nos rescataron.
— Netero... —habló Tamara desganada, mirando a una esquina—. Cállate. No hables de eso por favor... te lo pido...
Netero entendió la actitud tan fría y dolida de su hermana. Habló más de la cuenta.
— Eh... lo siento, Tamara —dijo Netero, arrepentido.
— Entiendo que te sientas mal, pero como tu médico necesitó saber detalles específicos para atenderte. Por ejemplo que hace unos días diste a luz.
Tamara evitó ver a Leorio, no quería ver a nadie.
— Volviendo al asunto, te avisó que esto no ha terminado. Seré muy claro. Tu cuerpo no es consciente de que no tienes al bebé, y para evitar más producción de leche tendremos que pasar por un proceso incómodo.
— Eso ya lo sé, señor. No es la primera vez que tengo a un hijo —informó Tamara.
Netero podía oler la irreverencia de su hermana kilómetros a la redonda, pero el doctor pareció no inmutarse.
— Muy bien. Entonces, supongo que sabrás como dejar de producir leche, ¿no es así?
Hubo un poco de silencio y la tensión se bajó cuando Tamara negó con la cabeza mirando a su nuevo médico.
— No, no lo sé.
Leorio le sonrió leve.
— Es muy simple y hasta lo puedes hacer tú sola cuando te sientas mejor. Solo te pido que confíes en mí. Te aseguro que tengo todos los conocimientos de medicina para ayudarte, no solo sanó raspones o golpes —dijo risueño para sonar más empático. No es la primera vez que trata con gente que venía de afuera del refugio—. Te enseñaré a ti y a tus hermanos lo que tienes que hacer para dejar de lactar, ¿De acuerdo?
La chica cruzó miradas con Netero y este tomó su mano como símbolo de apoyo. No quedaba más que adaptarse a ese nuevo estilo de vida. Cambiar de médico de una forma tan repentina no era buena idea, pero en ese mundo no había de otra que confiar en ese milagro de que había un médico fuera del centro de salud. Sonaba más utópico que una bendición.
— De acuerdo —aceptó Tamara, cediendo al sentirse más segura al lado de su hermano menor que quería mucho.
En lo más profundo de su corazón, incluso se sentía muy afortunada de siquiera tener uno. Después de haber nacido ya dos hermanos en una misma familia, era complicado que haya más hijos de una misma madre. Netero había sido un milagro para la familia y tuvo un golpe de suerte de no haber quedado como alimento o de haber sido alejado de ellos para cumplir un rol importante como médico o profesor. Tuvo la fortuna de quedarse con su familia para ser un simple granjero.
Leorio les dio los consejos a Dalzollene y a Netero de como ayudar a su hermana con sus senos y les dejo ir a comer.
La hora de la cena bajo la oscura noche estrellada era un espectáculo. Todos reunidos encerrando una fogata, reposando sobre unos troncos y usando cuencos hechos a mano y robados para disfrutar de la comida. El único menú que había era un estofado con carne en trozos. Cada uno fue a recibir un cuenco en una fila a la cocina, en una de las viviendas de la villa, y se sentaron donde había espacio o en el suelo junto al fuego.
Dalzollene y Netero esperaron en una fila por la comida. Ellos y Tamara se morían de hambre.
En espera, miraron sus alrededores, se sentían como en otra vida o como si todo el calvario que tuvieron que soportar se hubiera terminado. Nada parecía real.
— Es extraño, ¿no? —dijo Dalzollene.
Netero lo vio y asintió.
— Sí.
— Pero me gusta, ¿Y a ti?
— También me gusta.
— Ya veo. Entonces ya te decidiste.
— ¿Decidirme en qué? —le pregunta Netero.
— En lo que harás aquí. Cuando fui al baño me topé con el señor Genthru, le dije que quiero formar parte de su grupo y dijo que sí. Siempre buscan reclutas nuevos y dijo que estaba de acuerdo si eso era lo que quería.
— Oh, que bueno —sonrió Netero—. ¿Entonces ya eres parte de la resistencia?
— Todavía no. Dicen que primero me van a instruir un entrenamiento para formar parte de ella oficialmente.
— Comprendo.
— Planeo decírselo a nuestra hermana cuando regresemos al área médica, pero quise decírtelo a ti primero. Por eso te preguntó si ya te decidiste en qué hacer, quiero saberlo antes de que me enoje con ella y no tenga ganas de hablar, estoy seguro qué estará en desacuerdo conmigo.
Netero rio bajo con solo imaginarse esa discusión y por lo bien que hizo su hermano mayor al ser precavido.
— Bueno... planeaba ser un profesor aquí.
— ¿Profesor? Ah, entiendo, planeas pasar el resto de tu vida enseñando. Suena bien, ¿Y por qué elegiste serlo? —sonrió.
— Por lo que pude ir allegando aquí también enseñan, según las palabras del señor Genthru, o eso supongo, y como me parece un cargo importante podría aportar al menos en eso. Además de escribir de pies a cabeza en las hojas, creo que eso es algo que sí puedo hacer.
— ¿Y ya se lo dijiste al señor Genthru?
— No, planeo buscarlo antes de irme a dormir.
— De acuerdo, es bueno que me avises. Mañana empiezo con mi entrenamiento y pienso que debemos coordinarnos para ayudar a Tamara.
— Yo la puedo cuidar mañana si deseas.
— ¿Seguro?
— Sí, tú ve a entrenar tranquilo, es lo que querías, ¿no?
Dalzollene le sonrió agradecido y le frotó la cabeza despeinándolo.
— Gracias, Netero.
— ¡Oye! —dijo resentido—. Sabes que mi cabello se enreda rápido.
El contrario solo rio.
— Entonces para qué lo tienes tan largo. —soltó sin dejar de reír.
A Netero no le hizo gracia, solo suspiro rendido al ver su cabello aún más desordenado. Su hermano tenía razón, debió al menos usar esas tijeras de agricultor para cortarse el cabello cuando tuvo la oportunidad. Le gustaba, pero era estorboso y en los días soleados lo hacía sudar.
— Dalzollene, ¿Sabes donde está el baño?
— Cada vivienda tiene uno, pero al que fui está ahí —señaló la vivienda de enfrente—. Si quieres hacer algo más vas a tener que avisarme para deshacernos del depósito. En nuestra casa por lo menos teníamos baño, pero aquí las cosas no son así.
Los ascos le entraron a Netero con solo pensarlo, estremeciéndose.
— Entiendo, está bien. Solo quiero acomodarme el cabello con el reflejo del agua.
— No te preocupes, hay un espejo y luz eléctrica.
— ¿Sí?, entonces así será más fácil —dijo y salió corriendo.
— ¡Pero apresúrate, te guardaré un lugar! —gritó Dalzollene, usando sus manos como megáfono.
— ¡Sí! —respondió sin mirar atrás.
Netero entró corriendo a la vivienda de enfrente. Había luz gracias a un generador eléctrico al lado de la puerta junto a una escalera que llevaba al siguiente piso. Cruzó por un pasillo que conectaba con muchas habitaciones llenas de camarotes y camas, donde vio a personas comiendo, hablando o cuartos vacíos.
El lugar era más grande desde afuera y por sus tres pisos ya se podía hacer una idea de la cantidad de refugiados que dormían ahí.
Buscó el baño al caminar por el pasillo y vio un cartel de papel que decía "baño de hombres" y al lado había otro papel que tenía escrito "baño de mujeres". Netero sonrió al encontrar el sanitario masculino, pero mientras más se acercaba empezó a escuchar unas risas muy poco audibles, seguido de unos jadeos curiosos y estremecedores. Entró con cautela y se apoyó en una pared de unos pocos centímetros de largo que le tapaba el resto del baño y le daba la oportunidad de esconderse.
Se escuchaban las voces de dos chicos, se asomó para comprobar y se lo confirmó. Había dos chicos besándose en el lavadero improvisado, que constaba de una mesa de madera con cajas llenas de tierra en cada una. Uno era acorralado en el borde y el otro lo sostenía por la cintura.
Ambos eran una pareja risueña. El que era sostenido por la cintura, uno de los médicos que atendió a Tamara, había estado preocupado por el otro cuando fue a rescatar a los refugiados, pensando que no lo volvería a ver. Estaba feliz de verlo sano y salvo.
Pero Netero no entendía que hacían, he ahí uno de los motivos del por qué siempre ha existido ese prejuicio de los humanos con las relaciones de parejas del mismo sexo. A ellos se les enseñó que eso estaba mal, que solo podía haber hombres y mujeres juntos, porque si no ellos no tendrían más bebés con los cuales saciar su apetito voraz.
Al ver sus labios unidos en una tierna muestra de cariño solo pensó en que no debería decir nada, él no era nadie para quejarse. Estaba en un nuevo lugar y nada era igual a lo que le habían enseñado.
"Debe ser eso...", pensó y, asustado de que lo descubran, retrocedió de puntillas hasta llegar a la puerta. Entonces gritó espantado al chocar su espalda contra alguien, volteó y sus ojos se cruzaron con el gran hombre que lo había salvado a él y a sus hermanos.
Los dos chicos que demostraban su amor se espantaron también por el grito.
— ¿Qué estabas haciendo? —le preguntó el hombre.
Netero no supo responder.
— ¿Quién anda ahí? —preguntó uno con firmeza en la voz. Se le escuchaba molesto y eso le puso los nervios de punta a Netero.
— Soy yo, Franco. Tranquilo.
— ¿Estabas espiándonos? —cuestionó ceñudo. La idea le desagrado.
— Yo no, no tengo esos fetiches —aclaró relajado. La pareja de franco se ruborizó—. Pero deberías tener cuidado, aquí hay niños que podrían pasar por aquí de casualidad, ¿No es así, niño?
Franco quedó helado y perplejo. Miró atento a la pared y se asomó con su pareja para ver; ahí estaba Netero, mirando al lado opuesto de donde ellos estaban con sus mejillas ardiendo y encogido de hombros.
La incomodidad se albergó en los dos chicos por la vergüenza.
Franco aceptó la responsabilidad. Él suspiró.
— Por favor, dime que no viste mucho.
— Ehm... Solo un poco —confesó apenado.
El rubor le subió a las mejillas al más alto de los dos chicos.
— Deberían tener más cuidado, amigos. Ya saben que aquí nadie los juzga, pero es mejor que tengan cuidado por donde lo hacen. Y saben que eso lo digo en general para cualquiera.
"Lo sabía. No estaba del todo equivocado."
— Sí, entendí —dijo el otro chico—. Disculpa niño.
— Disculpa.
— Eh yo..., no..., en serio. Olviden eso, no pasa nada.
Los dos chicos se fueron. Netero aún estaba apenado.
— Creo que invadí su privacidad...
— ¿Siquiera eso es discutible?
Las mejillas le ardieron más por su comentario y se tapó el rostro.
— No fue apropósito, lo juró. Solo vine a acomodarme el cabello.
— Tranquilo, niño. Fue un accidente. Mejor ve a comer antes de que se lo acaben todo —comentó—. Aquí todos dejan el plato limpio.
El hombre se acercó a un balde en la esquina más cercana a la entrada del baño, junto a una silla con cuencos, tomó un cuenco y se sirvió agua para acercarse a una de las cajas del lavabo improvisado. Se lavó las manos con la poca agua que tomó para emprender su camino de regreso.
— Eh sí, señor...
Se silenció, había caído en cuenta de que no sabía el nombre de su salvador.
— ¡Señor! —lo llamó siguiéndolo.
Él le hizo caso girando medio cuerpo en su dirección.
— ¿Sí?
— Disculpe... —dijo tímido, jugando con sus dedos—. Sé que debí preguntarle antes..., pero no sé su nombre. Y... En verdad me gustaría saberlo... —Él lo miró curioso—. N-no le agradecí adecuadamente cuando llevo comida al camión... Yo... Me llamo Netero, Issac Netero, para ser más específico...
— No hacen falta presentaciones o agradecimientos formales, niños. Ya te dije que lo hago por un mejor futuro —replicó, y volvió a caminar.
Pensó que no tendría respuesta. A cierta distancia, el hombre volvió a girar a él.
— Pero es un placer, Netero. —soltó repentinamente—. Me llamó Uvogin. Ahora ve con tu hermano a comer —y prosiguió con su camino—. Espero hayas descubierto que hacer de tu vida aquí.
Netero se sintió complacido.
— Sí, señor Uvogin. En serio le agradezco.
— No es nada.
Netero lo siguió y sus caminos se dividieron.
"Uvogin, eh. Que nombre más peculiar.", pensó algo divertido.
Fue con su hermano a la fila por la comida.
Luego de esa larga noche, fueron organizados a sus respectivas habitaciones. Tamara se quedaría a pasar la noche en el área médica, pero al día siguiente sería trasladada a la misma habitación que ellos; los cuartos eran mixtos para no separar a las familias.
Había varias personas que los recibieron con los brazos abiertos. El día siguiente sería muy atareado; eran nuevos, pero ninguno fue exento del trabajo.
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