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Netero escuchó pasos acercándose al camión y se deslumbró con la luz del cielo madrugador. La intriga lo apresó y se trató de asomar por el hueco del camión, solo notando el cabello picudo del hombre que lo salvó, pero también se escuchaban pasos al otro lado.

Los pasos descoordinados pararon detrás del semirremolque, estremeciendo a Netero, quién hundió la cabeza entre los hombros por los nervios e intriga. 

El seguro se quitó y el semirremolque se abrió, deslumbrando su vista con cielo, dejando entrar una fuerte ventisca que lo sometió entre las mantas.

- Oh tenemos un madrugador. -saludó el hombre al lado de su salvador, un hombre delgado y más bajo. - ¿Te gustó nuestro servicio? -bromeó.

- Eh... - No supo que responder, tampoco le dio tiempo, los demás empezaron a levantarse.

- ¿Qué ocurre? -preguntó una chica.

- Lamento despertarlos, pero ya hemos llegado a nuestro destino. -avisó. Netero escuchó atentamente las palabras de ese hombre tan admirable. - Les pido por favor que bajen con calma y sigan a mi compañero-. Señaló al contrario.- Él los guiará por la base y les mostrará el área médica para ser revisados y atendidos como se debe. Luego serán guiados a sus dormitorios; de una vez les aviso que compartirán cuartos.

- Estamos acostumbrados... -musitó uno de los damnificados.

Todos empezaron a despertar de a poco y siguieron sus órdenes. Al salir, se encontraron unas rejas altas rodeando una especie de villa romana enorme. Las viviendas eran bastante sencillas; de hasta tres pisos de altura. Un lugar habitado alrededor de la nada. Todo en silencio, sin nadie merodeando por ninguna parte. Antes de todo lo ocurrido con los demonios, en el lugar en la que está ubicada la base, sería el cruce entre dos países: Perú y Chile.

Netero quedo embobado admirando el lugar. Era tan reluciente y tan bien cuidado que parecía una casa nueva. Ese sitio marcaba una gran diferencia con la pequeña choza en la que vivía.

Justamente, mientras se iban, un grupo de cuatro personas se habían acercado con trapos y agua; iban a limpiar la sangre seca que escurría por dentro y por fuera del camión.

La curiosidad despertó, porque sentía que limpiar el camión era innecesario.

- ¡OÍGAN! -Gritó Dalzollene, cargando a Tamara en la espalda. - ¿Qué creen que hacen? No deberían estar desperdiciando el agua. Conseguirla es difícil.

- Y lo es chico. -dijo su rescatista. - Pero no podemos dejar que esos seres nos descubran. Ellos pueden detectar el aroma de la sangre. Si no la quitamos y nos deshacemos de ella nos podría traer consecuencias. -Se fue con el vigilante que estaba al lado de la reja que los dejó entrar a la base.

- ¿Q-qué? -expresó sorprendido. Tamara también lo estaba. - ¿E-en serio?

- Sí. 

- ¿Cómo pueden estar seguros? 

- Lo descubrieron hace siglos, niño. Al menos lo saben los que están del lado de la resistencia. Los demonios lo que menos quieren es que se sepa formas de someterlos o incluso destruirlos. -comentó el otro. Por eso es que el lugar, como verán, está bien cuidado y limpio. Además de ser nuestro único lugar para refugiarnos.

- Entonces..., ¿El Nen si existe? -preguntó Netero, curioso.

- Claro que existe. ¿Acaso no lo viste cuando te rescataron?, ¿O te desmayaste en el proceso? -preguntó, acomodándose los lentes.

- Eh no. No... es solo que... casi nadie lo mencionaba... era solo un rumor... 

El contrario río estrepitosamente, alarmando a Netero. Dalzollene, activando su instinto de hermano protector, no dudó en apegar a Netero para darle seguridad, pensando que por su forma de actuar estaría loco.

- ¿D-de que se ríe? -preguntó. Dalzollene le tapó la boca para que no le siguiera la conversación.

- De nada. Solo me hace gracia sus intentos de adoctrinar a la gente. Y por lo que veo casi lo consiguen-. Bufó aguantando la risa-. Aunque bueno, no me sorprendería si llegarán a convencer a los más pequeños-. Seguidamente, estiró el índice y palmeó la frente de Netero con la yema, mirándolo a los ojos. - Las mentes en blanco son más inseguras y manipulables. La ignorancia mata, ¿Sabes?

- Ya déjalos, Genthru. -se interpuso una mujer, ayudando a un hombre mayor a bajar de uno de los camiones.  

- Solo bromeaba. Uno necesita reírse en un ambiente tenso, señorita Biscuit. -farfulló peinando su melena rubia hacia atrás.

- Entonces hazlo después de mandar a todos con Leorio y los demás.

- Sí, claro. -volteó a ver a los demás, cuando ya todos bajaron del camión. - Síganme todos.

Su grupo de personas era un poco más pequeño que el de los otros camiones. Unos venían heridos o incluso desmayados, quienes fueron llevados en brazos a trote veloz a una de las construcciones, a la cual todos se dirigían a su ritmo.

- Todos siéntense aquí. -Dijo, extendiendo la mano hacia una fogata con troncos de madera a su alrededor. - Por lo visto habrá que esperar. Hay más heridos de lo que esperábamos.

Nadie dijo nada, solo se sentaron alrededor de la fogata apagada.

- Si alguien se siente mal dígalo de una vez, para atenderlo primero.

- ¿Pueden atender a mi hermana, por favor? -pidió Netero, tirando un poco de la ropa de Genthru.

Ambos cruzaron miradas; Netero se puso un poco nervioso al ver sus ojos naranjas y en general a todo su aspecto. Su cara chupada y su piel blanca pintada de azul por el color del cielo madrugador lo hacía parecer un muerto o que había salido hace poco de un congelador.

- E-es que... ella dio a luz y está con dolores de espalda y...

- De acuerdo. -lo interrumpió. - Pero no te pongas tan nervioso. No te voy a comer. 

Inmediatamente se sonrojó por pena.

"¿En serio soy tan obvio...?", pensó, recriminándose.

- Síganme los dos. 

Dalzollene lo siguió, aferrando a Tamara al sentirla nerviosa. Netero, por quedarse viendo a su hermana, notó su reacción y posó su mano sobre la suya, encima del hombro de Dalzollene. Quería apoyarla. Entendía que estuviera nerviosa. Los únicos médicos de confianza eran los que estaban en el único hospital al que atendían a las mujeres en la labor de parto o por otras necesidades.

Había ventanas, pero estaban tan arriba que no dejaban ver lo que estaba pasando por dentro. Llegaron al marco de la puerta y lo primero que apreciaron fue el interior, apreciando las camas y cortinas que había en esa pequeña habitación. Lo segundo fue al sujeto alto con su camisa remangada y asomada por sus pantalones negros, que buscaba unos frascos en un cajón.

- Leorio, tenemos otra paciente. 

El mencionado giró, dejando apreciar sus ligeras ojeras debajo de sus ojos cafés, que apenas se podían ocultar detrás de la montura de sus lentes. Se veía más pálido de lo que parecía su color de piel, como si no hubiera dormido bien. Netero no tuvo una buena primera impresión de él al ver su cabello oscuro despeinado.

- ¿Otra?, ¿Y ella que tiene? -inquirió, dejando de lado los frascos para tomar un palito con carbón y anotar en una hoja encima del cajón.

- Estuvo embarazada, y preguntan si podrían atenderla. Están preocupados.

- Conociendo el extremo cuidado que le tienen a las mujeres de seguro solo son dolores comunes después de haber dado a luz. De todos modos la revisaré, pero tendrán que esperar. Somos pocos aquí y tenemos a muchos heridos de gravedad que atender. Mientras esperan pueden dejarla acostada en una cama para reposar. -avisó, después de anotar lo dicho por Genthru. - ¿Cuál es su nombre?

- Tamara. -dijo Dalzollene.

- Bien, pasen. 

Pasaron y miraron a los alrededores, buscando una cama libre para acostar a Tamara. Caminaron más al fondo de la habitación y al fondo encontraron una cama detrás de una cortina.

- ¿Podemos quedarnos con ella? -preguntó Netero, al lado de Genthru.

- Sí, pero no estorben a los médicos. Solo son cuatro y por lo visto se tardarán un poco.

- ¿Cómo es que tienen médicos? Solo los demonios saben sobre eso. -volvió a preguntar.

- Es mentira niño. La medicina la creo el humano. -mencionó.

- ¿El humano? -preguntó pasmado.

- Sí. 

- ¿Y cómo puedes confirmarlo? Los únicos humanos que saben medicina fueron seleccionados para ese trabajo y aprendieron de ellos. -interrogó Dalzollene, acostando con cuidado a Tamara en la cama.

- Gracias a gente inteligente de nuestro pasado podemos saberlo. Nosotros tratamos de mantener la información a salvo para las siguientes generaciones. Es difícil porque el papel se deshace entre otras cosas. Es trabajo duró copiar cada hoja a limpio de lo que dice cada libro y robar hojas de la fábrica es el trabajo más pesado. Los demonios hacen de todo por tener controlado a cada ser humano, hasta el punto de hacerlos creer que necesitamos de ellos sí o sí para sobrevivir. Todo eso se les explicará con el tiempo, y muchas cosas más. Así que no coman ansias.

- ¿Entonces todo lo que sé es mentira...? -Tapó a Tamara hasta el pecho, pensativo.

- La gran mayoría, sí. Todo menos el lenguaje. Es lo que mayormente les enseñan solo para comunicarse con ustedes, pero no les enseñan el resto de las cosas, porque solo nos limitan a aprender lo que ellos quieren. 

- ¿Y cómo enseñan ustedes?

- Ya dije que les explicarán todo. Sean pacientes. Sobre todo tú. - Señaló a Netero. 

- Eh... -al instante se sintió culpable. - ¿Fu-fui muy intrusivo?

- No, solo bromeo. -y sonrió de lado. - No siempre hace mal tener a gente curiosa. 

Netero solo sonrió ligero con su comentario, un poco apenado. Dalzollene se veía serio; no confiaba del todo. Aún no procesaba del todo que había estado viviendo en una mentira de lo que ha vivido.

- Nos vemos, quizás en la fogata para la hora del almuerzo. 

Genthru dio media vuelta y se empezó a ir por donde vinieron.

- Adiós. -se despidió Netero.

Dalzollene vio a su pequeño hermano. Había algo diferente en su mirada. La cara triste que siempre tenía desapareció.

- Te ves más feliz. -comentó, llamando la atención de su hermanito.

- ¿Eh? -volteó a verlo. - Este... bueno yo...

- ¿Ya te olvidaste de mamá y papá?

- No, pero...

- Solo necesitaba saber eso.

- No pienses que no me preocupan nuestros padres, es solo que... me siento bien aquí... -murmuró lo último, bajando la cabeza. Dalzollene lo escuchó a la perfección.

Ambos callaron un rato.

- Igual yo... -mencionó.

Netero alzó la mirada.

- Aún no proceso todo. No sé si confiar en ellos o no y eso me molesta. Todo esto pasó tan rápido. Pero... no voy a dejar que esto se quede así... -dijo, apretando los puños.

- ¿A qué te refieres?

- Me siento fastidiado por sentirme seguro y a salvó cuando no lo estamos... -pausó. - Nosotros estamos aquí de milagro, pero nuestros padres no, Netero... 

Netero proceso todo.

- Nada ha cambiado. 

Netero bajó la cabeza de nuevo. Miró a su hermana y vio que está se había quedado dormida.

- Siempre me he quejado de todo lo que ocurría, pero no hacía nada... me quedaba mirando como un cobarde...

Un timbre sonó en la cabeza de Netero, abriendo los ojos como platos, mirando atentamente a Dalzollene. Su hermano mayor, considerado por él como alguien fuerte con ideales de justicia... ¿Se declaraba cobarde? El cobarde era él.

- Pero... -trató de intervenir.

- Estuve pensando muchas cosas de camino aquí... no eran cosas buenas. 

"Pero Dalzollene..."

- Pensaba en lo que le podría estar ocurriendo a nuestros padres...

"E-el cobarde..."

- No sé como sentirme al respecto... -Era lo mismo que pensaba Netero.

"El cobarde soy yo..."

- La muerte era normal en nuestros días..., no sé por qué me siento tan mal y a la vez no. No sé por qué no puedo llorar por nuestros papás... es muy probable que les haya ocurrido algo malo ahora o quizás desde antes...

"El cobarde era yo; tú no..."

- Todos ellos tienen la culpa de que no sienta nada...

- ¿Eh?

- Ellos tienen la culpa. -opinó molesto. - Nos dicen humanos, pero yo me siento igual que ellos. Igual de apático e ignorante que ellos... No puedo ni llorar por mis padres por su culpa... -gruñó, apretando sus uñas en sus brazos, con mirada impotente, dejando en blanco a Netero. No sabía que opinar.

Rebuznó una risa.

- ¿Pero sabes qué? Esto no volverá a pasar.

- ¿Q-qué?

-  Me voy a unir a este grupo de resistencia.

Netero se sorprendió más.

- Pero...

- Ya no me quedaré criticando. Ya no seré un cobarde. Haré frente ante todo lo que siempre dije cuando hablábamos. Haré todo lo que te dije cuando me quejaba de todo lo que sucedía. -decía, con convicción. - Me vengaré de ellos, y si es posible, rescataré a mamá y papá.

- Pero Dalzollene...

- No, Netero. Ya lo decidí. No planeó arrastrarte conmigo. Tú y Tamara si quieren hagan una vida tranquila en este lugar, pero a mí no me van a convencer. Tengo la oportunidad de cumplir lo que digo, y eso haré.

Netero pensó, mirando a su hermano.

"¿Decías que eras cobarde...?, no lo pareces. Con solo pensar en ponerme en tú lugar para hacer eso... tiemblo...", se estremeció en su sitio, sentado. "Sí soy el cobarde después de todo... no poseo esa voluntad que tienes tú... y ese hombre. Creo que fui un idiota al creer que una persona nace con tal valentía. Eso nos enseñaron los demonios después de todo... que las especies nacen más virtuosas que otras... y es por eso que repetían que merecían que les sirviéramos... pero esa idea que tenía... al igual que lo que nos hicieron creer... era todo mentira..."

- Hablaré con ese tal... Genthru. -titubeó. - ¿Era Genthru, no es cierto?

- Sí... -respondió, sin prestarle mucha atención, pensando en lo suyo.

- Bueno, hablaré con él para ver si también me podré unir. Aunque me cueste tiempo... salvaré a nuestros padres, te lo prometo Netero. A ti y a Tamara. 

- Sí... -musitó.

"¿También puedo volverme valiente, aunque la idea de enfrentarme a ellos me de miedo? No, no creo poder. Pero... no me quiero quedar sin hacer nada. La idea de vivir en paz, aquí, suena bastante bien. Pero no me quiero quedar viendo todo como un simple espectador..., ¿Qué puedo hacer entonces...?" 

Pensando, recordó lo dicho por Genthru.

"Las mentes en blanco son más inseguras y manipulables. La ignorancia mata, ¿Sabes?"

"Es trabajo duró copiar cada hoja a limpio de lo que dice cada libro."

"No siempre hace mal tener a gente curiosa." 

Se le prendió el foco.

"Podría... poner de mi parte enseñando, como los profesores que me enseñaban a hablar en ese colegio.", pensó, animándose.

"Sí, eso haré."

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