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El viaje fue más largo de lo que ellos esperaban. Ya estaba oscureciendo, y ellos seguían yendo por un camino estrecho con césped a los lados. Un césped muy opaco y corto con unos pocos árboles a la vista. La gran puerta del camión estaba cerrada, pero por dentro entraba luz a causa de los huecos que tenía. Los camiones no salieron tan ilesos cuando los demonios hicieron su último ataque para evitar que les robarán humanos. Habían algunos que se amontonaban en las esquinas para que no les cayera la luz del sol, que entraba por el techo y por un lado del camión, a la vez que querían evitar estar cerca de los pocos rastros de sangre que acariciaba y goteaba por los alrededores de los huecos, que le pertenecían a algunos que no terminaron por escapar con ellos completamente.
Los tres hermanos estaban apegados en una esquina, incómodos por el espacio que compartían con desconocidos.
Netero empezó a despertar adormilado y con calambres, sus piernas se habían adormecido al igual que sus brazos y su trasero. Intento estirarse pero sin querer le dio un rodillazo a un hombre de la tercera edad.
- ¡Uh! -chilló el anciano, sobresaltado. Él también estaba ensimismado. Volteó y le frunció el ceño a Netero. - Ten más cuidado niño.
- Pe-perdón...
- Fue un accidente señor. -dijo el hermano de Netero, fastidiado, mirando de mala gana al señor.
El anciano solo chasqueó la lengua y se giró de nuevo para ignorarlos. No era momento para ocasionar problemas.
- Buenos días. -saludó su hermano, seco. Su hermana estaba dormida apoyada en su hombro.
- Buenos días, Dalzollene. -respondió Netero, bajo y cansado, sobando sus ojos.
Netero y su hermano eran casi iguales. El cabello de ambos era negro y sus pieles eran blancas, pero uno tenía el cabello corto y un poco despeinado; aparte de que sus ojos eran marrones. Netero siempre tuvo el cabello largo y lacio hasta los hombros con un pequeño cerquillo ladeado rozando sus ojos cafés, así le gustaba.
Ambos se quedaron callados. Se empezaron a sentir incómodos con el abrumador silencio que había entre todos.
- Dalzollene, ¿Sabes adonde nos llevan? -preguntó bajo. No recuerda en que momento se quedo dormido después de la persecución, y creyó que quizás habría pasado algo más mientras dormía.
- No. -respondió con el mismo tono de voz. Él estaba frustrado, se le veía en los ojos.
Netero se quedo callado. Sabía que su hermano estaba molesto por lo ocurrido con sus padres. Él en el fondo no sabía como sentirse. Tenía un cúmulo de emociones que no le dejaban pensar. Había perdido a sus padres y quería llorar, pero al mismo tiempo tenía miedo de lo que podría pasar con ellos ahora. Las masacres siempre lo sorprendían por los ascos y por el miedo, que siempre le acariciaban la piel, pero debía admitir que de cierto modo es algo menos preocupante. Desde una edad temprana lo había experimentado y, pesé a eso, seguía siendo un cobarde cada vez que veía sangre. Lo primero en lo que siempre pensaba era en escapar. Dalzollene, por otra parte, siempre tuvo ideales de justicia. Y su hermana mayor, Tamara, tenía la moralidad por los suelos al igual que su madre. Lo máximo que tenía para aspirar en el futuro era en quedarse con algunos hijos y tener una familia. La humanidad era útil para los caprichos de los demonios y no tenía que extinguirse por ningún motivo.
Pasaron unas horas más, y todo ya estaba oscuro. El viento entraba y salía por los huecos helando a todos, pero no era suficiente para distraerse del rugir de sus estómagos.
De pronto se detuvieron lentamente, al igual que los otros camiones. Todos se alarmaron un poco, pensando que los demonios podrían haberlos encontrado y ahí sí estarían perdidos.
Escucharon la puerta del copiloto abrirse seguido de unos pasos terrosos a través del lado intacto del semirremolque, dirigiéndose a la parte trasera para abrirlo. Se escuchó el seguro y el camión fue abierto, dejando ver al mismo hombre gigante que se había llevado a Netero, Dalzollene y Tamara. Atrás de él se podían ver unos tres camiones.
- Buenas noches a todos. -saludó siendo suave, pero su complexión gruesa y musculosa solo hizo que los demás se pusieran un poco nerviosos. Él traía una caja pesada en uno de sus hombros color canela, pero no parecía fastidiado por ello. - En nombre de todo nuestro equipo nos gustaría disculparnos con ustedes por haberlos dejado un día sin comer ni beber. Pero apenas tenemos provisiones para todos. Cuando lleguemos a nuestro destino tendrán más, no se preocupen. Por ahora solo les vine a dejar esto. -dijo. Apoyo la caja dentro del camión y saco unos galones de agua, unos cuencos de madera, frutas, verduras y mantas. - Intenten compartir todo por favor. El viaje va a ser un poco más largo.
Netero lo miraba intrigado, viendo la comida y el agua con apetito.
- ¿Adonde nos dirigimos? -preguntó Dalzollene.
El hombre lo divisó junto a Netero y Tamara, quién trataba de ocultarse en el hombro de Dalzollene. Netero solo miró atento al hombre, repitiendo en su mente todo lo ocurrido anteriormente.
- Nos dirigimos a una base donde estaremos a salvo niño. Ahora solo come.
Estaba por irse cerrando de nuevo el camión, pero se detuvo en seco.
- ¡Gracias! -gritó Netero, haciendo que el hombre cerrará el semirremolque a medias. Los dos cruzaron miradas. A perspectiva de ambos, podían ver como la puerta del camión les rozaba los ojos. - Eh... gra-gracias por salvarnos... a mis hermanos y a mí... -agradeció bajando un poco la mirada.
Todos se estaban repartiendo las mantas y los vienes.
Netero no esperaba que le respondiera, y no se la esperaba con el pasó de los segundos, pero al final terminó recibiendo una respuesta.
- No tienes de qué agradecer niño. -su voz era gruesa y serena. - Arriesgó la piel por un futuro mejor; aunque no sea yo el que lo consiga. -eso llamó la atención de Netero, y lo volvió a ver.
"¿Lo está... diciendo en serio?", pensó, sintiendo una repentina admiración hacia ese hombre. En ese mundo tan oscuro le pareció sorprendente que haya gente que no le temiera a la muerte.
- No pienses en esas cosas ahora. Mejor ve pensando que hacer con tu vida antes de llegar a nuestra base. -dijo y cerró el semirremolque.
- Ignóralo Netero, que no te asuste. Solo come. -dijo Dalzollene, pasándole una manzana y un cuenco con agua que empezaron a compartir entre los tres.
- Sí. -dijo pensativo. No podía dejarse de repetir las palabras de aquel sujeto.
Pasaron unos días y en una madrugada Netero se despertó al golpearse en la cabeza. El camión había pasado sobre un bache pequeño. Miró por el hueco desde su posición y vio que quería amanecer. El cielo estaba volviéndose azul claro. Sus hermanos seguían dormidos. Y al intentar estirar un poco su cuerpo, para evitar molestar a los demás, sintió que el camión paró de pronto.
Netero se intrigó, pero se quedó callado al oír como unas rejas se abrían. El ruido era parecido al de unas rejas correderas que había en las habitaciones del hospital donde atendían a las mujeres embarazadas. El sonido metálico de las rejas cesó y el camión volvió a moverse. Paró de nuevo, pero solo para poder escuchar de nuevo las rejas. Desde el hueco podía ver como una rejas correderas se movían hasta ser cerradas nuevamente.
"¿Ya llegamos?"
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