1

La luz del sol comenzaba a ocultarse, tiñendo de naranja todo a su alcance. Otra mañana se acerca y es otro día de viaje. Otro día de rezo para volver a ser rechazado por: los hombres libidinosos y mujeres pervertidas, o al menos por la mayoría.

— ¡Levántense!, ¡Rápido! —ordenó, un viejo decrepito y barbudo, con una garganta seca por la culpa de la botella de alcohol que tiene en la mano.

"Perdóname tía Mito, debí hacerte caso."

El arrepentimiento abunda cada día. No puede pensar en nadie más que en su tía desde el día que lo arrebataron de su lado. 

— Gon, por favor —. Dijo Mito, aferrando el pequeño cuerpo en un abrazo. Su mirada era de angustia—. Prométeme que tendrás cuidado y regresarás temprano. 

Gon cruzó miradas con ella y le sonreí, con seguridad y alegría, como siempre lo hacía para calmarla. Estaba seguro de que no pasaría nada. No fue la primera vez que salía a esa hora para andar por el bosque de la pequeña isla en la que vivía.

— Lo tendré tía Mito, no te preocupes—. La abrazó más fuerte, de su cintura, acurrucando la mejilla en su vientre—. Prometo volver temprano. 

Mito sonrió suave; ya estaba más tranquila.

— De acuerdo. 

Era una promesa. Ambos e despidieron con los meñiques entrelazados, cantaron su pequeño "ritual de amor" y finalizaron con un beso de pulgares. Ahora tenía que cumplir esa promesa sí o sí. Sin embargo, esa fue la última vez que Gon vio sus ojos color miel, iguales a los suyos, que emanaban su amor al sustituir a su madre; su cabello naranja cobrizo, con olor a flores; y su suave piel pálida que lo acunaba cada noche al ir a dormir.

Al andar por el bosque, jugando y persiguiendo algunas ardillas, no se percató de unos hombres que andaban por su alrededor, acechándolo. Se dio cuenta de sus presencias al mirar por el rabillo del ojo desde una distancia considerable, y empezó a correr de regreso a casa, usando los troncos de los árboles como obstáculos y las lianas como columpios. Era como un niño de la selva.

— ¡Tras él! —gritó uno de los secuestradores.

No tenían más opción que capturarlo, si no lo hacían dejarían a un testigo suelto.

Uno de los sujetos, ya desesperado de verse lento ante la agilidad del niño, sacó su pistola con torpeza sin parar de correr, cargándola de balas sin apartar la mirada del objetivo. Le iba a disparar y no le iba a importar el resultado. No importaba si vivía o moría; no tenían que ser atrapados o descubiertos por nadie. 

Con tambaleos se intentó apuntar bien al cuerpo de la presa, pero era difícil por el trote apurado que ejercían sus pies; sacudiendo hojas, pisando ramas y ahuyentando a las aves u otros animales inofensivos. Las respiraciones de todos eran agitadas. Los corazones bombeaban desesperados  por sus propias razones. Entonces, preparado mentalmente, el sujeto disparó rozando la cabeza de Gon, hiriendo a un árbol y obligando a las aves a graznar y a alzar vuelo por el susto. Había fallado. Iba a intentar de nuevo, pero bajo su arma al oír una de sus trampas siendo activadas. Gon había sido atrapado por una soga que se aferró a su pie, elevándolo para que colgara de la rama de un árbol. 

Los secuestradores se acercaron a paso lento, admirando aliviados al niño asustado. Estaban enfadados por la forma en la que Gon los había hecho correr y sudar. Solo podían ver la belleza del miedo en sus ojos, casi al borde del llanto.

De forma inesperada recibió una cachetada que se escuchó como un látigo al suelo, balanceando su cuerpo, mientras el trío maligno se limitaba a sonreír con burla.

— La próxima piensa dos veces en huir niño —. Se mofó con una sonrisa socarrona —. Debiste hacerle caso a tu mami.

Los ojos de Gon se abrieron como platos. Esos tipos lo habían estado observando desde hace un tiempo al igual que a otros niños de la isla, que eran pocos.

Lloró por el ardor en su mejilla y por el miedo de lo que podría ocurrir después. 

Lo ataron por la espalda y lo desmayaron con el fuerte aroma de un pañuelo; cloroformo. Al despertar reaccionó incómodo por sus pies y manos entumecidas. De la nada se encontraba en un barco, o al menos eso dedujo por los tambaleos del vehículo y por los chapoteos del mar contra el metal desteñido, acabando en tierra firme en un lugar desconocido. Jamás había salido de la isla, y no sabía como volver o qué dirección tomar. Había sido raptado por unos hombres repulsivos que lo necesitaban para la prostitución. Intento crear un plan para escapar, pero...

— ¿Por qué no te vas, Gon? —preguntó una pequeña niña. 

Han pasado 3 años desde que lo secuestraron; hace unos meses había cumplido 15 años.

— Puede que muchos vean que no tengo la inteligencia suficiente para entender las cosas... porque soy muy pequeña.

Ella se abrazaba así misma en aquella noche de fogata, tratando de resguardar calor en aquella cueva. La carroza que usaban de jaula para transportarlos se detuvo para descansar en aquel viaje que tenían entre tantas zonas boscosas. Los secuestradores habían perdido el barco al casi ser atrapados.

La menor lo mira a los ojos, curiosa.

— Pero eres mucho más rápido que los ayudantes de ese hombre —dijo mencionando al viejo barbudo. Aquel bastardo proxeneta—. Además, dijiste que ya se estaban quedando sin armas para amenazarnos.

Su voz era tan suave y audible que ningún vigilante se ponía a escuchar la conversación, y la verdad no les importaba. Nada iba a cambiar de todos modos.

Gon se le quedó mirando un rato sin una sonrisa, pensando, como si se hubiera perdido en la nada, pero se notaba que le invadía la tristeza. Es cierto. A su criterio ya tenía la edad para escapar de ellos. Después de unos meses de su secuestro intento darse fuerzas así mismo. Fuerzas forzadas que eran impulsadas por un solo deseo; volver con su tía/mamá Mito. Y no perdió el tiempo libre que tenía en nada más que en centrarse en un entrenamiento físico para ver como escapar. Desde abdominales, flexiones, sentadillas, y más. Tanto que incluso creció, y eso le dio más movilidad, una altura considerable y una capacidad para correr más rápido. Aunque los pequeños espacios, que había en las casas de los socios de su secuestrador, no eran lo suficientemente grandes para ese cometido, pero estaba dispuesto a tratar. Lo último que podía perder era la vida si llegaban a usar un arma en su contra.

Ese era su anhelo. Su deseo. Su objetivo. Y esos planes se vieron manchados al ver a los ojos a esos niños inocentes como la niña a su lado, que no comprendían lo que les hacían esos clientes...

Solo podía llorar inconscientemente con la idea. Le rompía el corazón. 

— ¿Por qué no te vas? —le volvió a preguntar al no recibir respuesta.

El silencio lo hizo apretar los labios, y pensó en lo mucho que extrañaba a su tía Mito y a su abuelita Abe. Iba a hablar al calmar el temblar de su garganta. No quería llorar por más que su cuerpo se lo pedía. Mucho menos lo iba a hacer enfrente de los menores.

La ferocidad de un trueno hizo que los niños más pequeños chillarán, cortando el futuro llanto de Gon. Los alaridos lo asustaron más que el propio fenómeno natural.

Unos brazos envolvieron su cintura y bajó la mirada.

— Machi —musitó al ver a la niña con la que hablaba, abrazándolo.

Le correspondió el abrazo intentando darle protección, tal como lo hicieron otros chicos y chicas mayores que él, cuando pasó por lo mismo; el miedo. Algunos se pusieron a llorar y los vigilantes, armados, se acercaron a la jaula para callarlos. Ellos pasaban frío dentro de esa mini prisión estrecha; y el viejo se ponía a reposar en una tienda de campaña amarilla mal armada. Es fácil pedir que los demás hagan tu trabajo cuando tienes dinero que ofrecer.

Gon miró con rabia la tienda en la que este se encontraba descansando el hombre que le arruinó la vida. No era la más cara y cómoda del mundo, pero al menos se podía dormir con decencia. Él, ahí tan cómodo; ellos, dentro de aquella jaula, apretados, con partes de sus cuerpos entumecidos.

Discretamente, tomó aire y suspiró suave. Miró a Machi y la abrazó más.

—  No me voy por pequeñas como tú —le dijo sonriéndole, tratando de animarla.

Ella lo miro confusa con una ceja encarnada.

—  ¿Por niñas cómo yo? —preguntó bajo, mirándolo con sus ojos celestes.

—  Si —. Acarició su cabello lila—. No es justo que te deje mientras... —se calló, no le agradaba discutir sobre eso, y más con ella. — ese hombre les grita en mi ausencia.

Parpadeó, pensando, luego volvió a sonreír con dulzura y admiración.

—  Es cierto.

—  Por eso no me voy. Porque no quiero dejarlos solos... — "Y dejarlos sufriendo..."  — Y que ese hombre los insulte como si no valgan nada.

— Eres genial, Gon —dijo sin disolver el abrazo; se apegó más, mostrando una bella sonrisa.

Cada seis meses, o incluso más, buscan más niños. Según el viejo barbudo, busca todo tipo de fetiches. Y Gon no tenía de otra que aceptar todo. Ese bastardo siempre saca el máximo provecho de sus cuerpos. La gran mayoría de los clientes prefieren a las chicas, pero eso no deja libres a los chicos. Los ayudantes también se pasaban de listos con las chicas, mientras otros se encargaban de vestirlos bien para los clientes. Eran una cantidad considerable como para protegerse todo el tiempo.

Todos ellos, su familia, son la razón por la que aún no se siente listo para un intento de escape. Son la razón del porqué aún no se quiero ir ni al cielo ni al infierno, y es difícil pensar en eso mientras extrañas a tu familia, preguntándote si están bien o si les pasó algo malo, cuando tú no estás para ayudar.

Él los quería a todos por igual, pero Machi era su niña favorita. Y con su niña favorita se puso a dormir, dejando que ella usará su pecho de almohada.

Se estiró escuchando tronar los huesos de su cuerpo y sintiendo un horrible dolor de cuello. Dormir sentado en una esquina de la jaula, con Machi acurrucada en su regazo, no es tan cómodo. Machi sonrío dormida. Lo único malo de eso era que su cabello, verde  oscuro y picudo, se despeinaba fácil.

Los demás también se comenzaron a levantar. Algunos con una mirada pesada, por lo que les pasó con unos clientes, y otros con golpeados en la cara u otra parte del cuerpo. La sangre de Gon quería sobresalir de sus venas, resaltándolas bajo la piel por la rabia y el enojo. Y para colmo, la gente los ve y pasa de largo como si no los hubieran visto. Cobardes.

—  ¡Despierten y prepárense! —gritó el viejo conduciendo el caballo.

Más que por los gritos del viejo, se despertó por las piedras que estaban en el camino de aquel prado. Daba mala espina pensar que un día las ruedas, siendo tan viejas, se destruirían por un acantilado en pleno trayecto a otro pueblo.

Los ayudantes también montaban a caballo alrededor de la jaula para vigilarnos. Machi seguía dormida, y decidió dejarla dormir un poco más.

Ahora debe preocuparse por lo que pasará hoy; otro día de "trabajo".




Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top