Tres

Ese día, cuando llegué a casa, no tenía ánimos de nada. No comí por más que mi madre me rogaba, ni siquiera tenía ánimos para jugar con mis hermanos o hacer mis típicas travesuras.

Mi madre pensó que estaba enferma, y fue ahí cuando decidí contarle lo que le sucedía a Jimin y lo que me había dicho. Su expresión reflejaba horror una vez termine. Yo le observaba con ojos esperanzados, deseando que ella al ser un adulto pudiera encontrar una solución a lo que le pasaba, pero sus palabras fueron todo menos un alivio.

—¿Ahora entiendes por qué te pedimos que te alejes de él? Su padre es peligroso y podría hacerte daño.

—¿Cómo puedes decir algo así? –Mi madre me miro sorprendida–. Él solo es un niño, él debe ser feliz y no sufrir, él no lo merece. Creí que tú eras una buena persona, pero ahora veo que tienes el corazón igual de podrido que sus padres.

Jamás le había hablado de esa forma a mi madre, y la verdad es que no me sentía mal por haberlo hecho. Subí a mi habitación corriendo, apenas coloqué el seguro, comencé a llorar desesperada por encontrar una manera de ayudarle.

Él era mi mejor amigo y lo quería mucho. Aunque ahora él no me crea, no quería verlo sufrir en ningún sentido. Ni en ese entonces ni años más tarde.

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