Deseos cumplidos
"Cuándo el corazón manda, la razón se pierde, la consciencia desaparece. Puedes tratar de ser indiferente, tratar de no pensar, tratar de no enamorarte, pero al final el destino pone en tu camino aquello que necesitas... Lo que es para ti, pase lo que pase, volverá a tu camino tarde o temprano... El tiempo es referencial, el amor verdadero es para siempre"
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La vista del atardecer desde la ventana de la habitación, mientras esperaba a Alejandra, era mucho más de lo que podría haber soñado. El sol resplandecía sus últimos destellos de luz sobre el Lago Ontario, sus aguas congeladas en contraste con los fulgores que el sol regalaba lo hacían ver majestuoso, intimidante, deslumbrante.
¿Cuántas veces en Vancouver había visto la puesta del Sol? ¿Cuántas veces había patinado sobre un lago congelado? Era increíble ver cómo un sentimiento podía cambiar por completo la manera en la que veías el mundo. Tus prioridades, tus necesidades, tus ideales; el amor podía cambiar incluso tus opiniones acerca de la vida. Me sentía ilusionada, enamorada y con unos deseos asombrosos de comerme el mundo de la mano de aquella mujer que en ese preciso momento era mi única razón de vivir.
Salíamos de la habitación, con rumbo indefinido. Sabía que el destino era el Lago Ontario, pero no sé por qué tenía la ligera sensación de que no iba a ser tan sencillo, nada era sencillo con Alejandra.
Ella me llevaba tomada de la mano recorriendo el camino necesario para salir del hotel, me cuidaba y me preguntaba a cada momento si necesitaba algo. Se veía increíblemente deliciosa. La chamara nueva que se había comprado hacía un conjunto perfecto con el pantalón de cuero que llevaba.
Vestida completamente de negro, resaltaba sus brillantes ojos azules y su hermoso cabello castaño; su piel blanca y perfecta hacían un contraste adictivo con el negro, era imposible apartar la vista de ella, era una utopía en su totalidad. Definitivamente, Toronto era particularmente hermoso, pero era aún más llamativo con ella a mi lado.
- Si sigues mirándome así voy a enrojecer aún más –una enorme sonrisa se dibujaba en su rostro.
- No te tenía por alguien que pudiera cohibirse; además estoy segura que en tu vida te has cansado de recibir miradas que pudieran hacerte enrojecer –La vi sonreír abiertamente, estábamos en el lobby del hotel esperando el auto. Su mano en la mía me hacía perder la conciencia y acelerar el corazón.
- Pues tienes razón en parte, sólo las personas que me importan en el plano puramente romántico son capaces de hacerme sonrojar. Es extraño, ya debería estar acostumbrada a tanto acoso, pero en tu caso, tomando en cuenta que estoy ligeramente enamorada de ti, es muy fácil olvidar el decoro –Sus mejillas brillaban rojas, tan rojas como el sol que caía en el ocaso.
Se veía hermosa, tierna, vulnerable, ¿cómo alguien con su capacidad de influencia podría verse tan necesitada de protección? Y ahí estaba yo, tomando con más fuerza su mano, yo, que en ese momento hubiera sido capaz de dar mi vida por ella sin pensarlo sin tan siquiera detenerme a meditarlo por medio segundo. ¿Recibir una bala por Alejandra? ¡Era capaz de hacer cualquier cosa por ella!
-¿Acoso? ¿Es eso lo que piensas? ¿Qué te acoso?, y por si fuera poco, dices que estas un ligeramente enamorada de mí –reí por lo bajo. Haciendo uso de mis habilidades de actuación puse mi mejor puchero, ella me acompañó con su risa en ese sonido ya tan conocido para mí y adictivo para mí.
- Tú me acosas... Me cohíbes... Me enamoras... Tienes esa habilidad peculiar de lograr sacar lo mejor de mí. Es tan fácil quererte...–Estaba frente a mí, con esos ojos azules mirando mis pupilas castañas.
Sus cabellos ondulado brillaban por los destellos que el sol reflejaba sobre él, me puse en puntitas para alcanzar sus labios justo antes de que el ballet parking la llamara para entregarle las llaves de la camioneta.
-Srta. Anderson, su auto está listo –se alejó de mi no sin antes hacerme una hermosa mueca que me hizo sonreír.
-Muchas gracias, vamos cariño –me dio un beso en los labios, y tomó con fuerza mi mano mientras caminábamos a la camioneta.
Dentro de la camioneta, con Alejandra a mi lado, me sentía cómoda, feliz, calientita. El clima se helaba más conforme avanzaban las horas, me preguntaba por momentos que sería de nosotras sin la ropa que llevábamos.
Llegué a la conclusión de que Toronto era mucho más fría que Vancouver, por suerte para mí amaba el frío, y más aún tenía quién me diera calor, la idea me resultaba mucho más que deliciosa, reí mirando los paisajes que pasaban por mi ventana.
-A veces quisiera poder saber que es todo lo que piensas, en especial en esos momentos cuándo sonríes y pareciera que ni siquiera tú sabes por qué –Alejandra manejaba por una amplia avenida, su mano acariciaba la mía mientras yo continuaba mirando por el cristal observando la ciudad. Sabía perfectamente que todo se veía mucho más hermoso gracias a la persona que iba a mi lado, ella a la que empezaba a amar profundamente.
-¿Quieres saber todo lo que pienso?, es muy fácil. Sólo tendrías que preguntar, no tengo secretos para ti –volteé mi rostro para verla, estaba relajada, mirando la carretera, se veía entusiasmada, por un momento supe que algo estaba planeando, ya empezaba a reconocer esa mirada inquieta en su rostro.
-Así que puedo preguntarte lo que deseé, ummm, sería interesante Srta., Katie, por ejemplo. Muero por saber, ¿qué estás pensando justo ahora? –pude oír esa deliciosa voz con ese ya acostumbrado toque de ironía.
-Pienso en ti, en lo feliz que me siento y cómo aún me parece imposible que esté aquí a tu lado, en cómo la vida a veces te da los regalos más increíbles que podrías imaginar. Pienso en que todo sucede por algo, y lo más importante, pienso en que si tuve que pasar por todo lo que pasé para llegar a este momento contigo, lo viviría nuevamente, porque todo lo inimaginable que necesite para estar a tu lado, es poco en comparación con lo feliz y enamorada que me siento justo ahora. Ya no tengo miedo aún a pesar de que me aterra la idea de que todo sea algo pasajero y que estos tres días simplemente se desvanezcan; eres lo más hermoso que me ha pasado nunca. Daría lo que fuera por ti, te amo Alejandra aunque suena utópico y tonto, así es como me siento, enamorada, ahora y para siempre... –Vi su rostro sonrojarse.
Yo no era de hablar mucho, pero en ese instante me sentía viva, libre. Me sentía todo lo especial que jamás me había sentido. En ese momento comprendí aquello que siempre había escuchado, Cuándo amas en realidad, no sólo lo sabes, lo sientes, nada más importa, solo importa esa persona que amas así hayan pasado dos horas o tres vidas...
-¿Si te dijera que empiezo a amarte de una manera imposible de creer bastaría para decirte todo lo que siento?... Nunca me había sentido así, ni siquiera cuando pensé que no podría estar más enamorada. ¿Sabes?
Alguna vez quise tanto a alguien que cuándo aquello terminó, creí que me iba a morir, y ahora llegas tú, y en unos días me demuestras que en realidad nunca supe lo que era amar, que en realidad, vivía en un sueño. Tú ahora eres mi vida Katie, no mentía cuando te dije que me quedaría contigo siempre. Mi promesa es igual que la tuya amor, siempre a tu lado... Mientras me quieras, aquí estaré para ti –vi su rostro mientras miraba a la carretera.
Sus ojos brillaban y sus labios sonreían mientras su mano apretaba la mía y yo volteaba mi rostro a la carretera. Sabía que me quería, pero a pesar de eso mi mente sólo podía preguntarse ¿quién era esa chica a la que había amado antes? Me preguntaba cómo había podido ser tan torpe para dejar ir a Alejandra. Quizás hay gente que necesita perder lo que ama para que otra persona encuentre exactamente lo que necesita.
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El lago era exquisito, mucho más de lo que hubiera podido pensar. El sol se terminaba de ocultar por el oeste, dejando sólo restos de un camino brillante sobre el hielo.
Veía a las personas patinar animadamente en la nieve. Algunas parejas giraban felices mientras otras, no tan diestras, terminaban en el hielo lamentándose por los porrazos recibidos. Me imaginaba los hermosos cardenales que esos golpes iban a causar.
Yo reía alegremente imaginando vivir esa experiencia con Alejandra, pensaba lo romántico que sería patinar bajo la luz de la luna. Ya a estas alturas, gracias a un par de analgésicos que llevaba por suerte en mi cartera, el dolor de tobillo había desaparecido casi por completo. Solo estaba comprando algo de tiempo, por la mañana iba a ser lo realmente interesante, reprimí la idea con una cara de disgusto.
Sentada en el mirador, esperando por Alejandra que había insistido en comprarnos algo de comer antes de patinar, más preocupada por mi estado famélico que por ella misma, me sentía feliz y esperanzada.
Veía mi vida pasar por flashes, observando el sinfín de parejas que se divertían, me preguntaba si al final mi vida sería así, si tendría un amor largo esta vez, si esta vez sí iba a poder vivir ese amor que dicen que es para siempre, ese que no tiene fin, ese que te recuerda a un "era una vez... y vivieron felices para siempre" bastante surrealista, pero que añoraba con una marcada necesidad.
La idea de volver a sufrir me atormentaba, pero el amor me hacía quedarme sentada justo donde estaba. El aire helado me hacía tiritar, me apretaba yo mismo con fuerza añorando a Alejandra... cuando de pronto, una voz me trajo a la realidad.
-Hace frío, ¿verdad? En esta temporada siempre es así. Y eso que hoy el clima ha estado bastante amigable –me volteé de inmediato para ver quién era, no conocía esa voz ni conocía a nadie en esta ciudad, ¿quién podría estarme hablando con tanta familiaridad?
Una mujer de unos 25 años se había sentado junto a mí en la mesa, su cabello largo y lacio de un color rubio casi albino caía por su chamarra de un color café claro. Sus ojos, de un color gris extraño resaltaban en su rostro, que en conjunto con sus finas facciones la hacían ver realmente atractiva, en otras circunstancias habría insistido en entablar una larga conversación, pero extrañamente lo único que sentí fue un recelo instantáneo, ¿Quién era esa hermosa mujer en mi mesa?
-Tienes razón, hace algo de frío... Disculpa, ¿te conozco? –esbocé una sonrisa, pero algo dentro de mí me decía que no podía confiar en esa mujer. Nunca me oyes pero, ¡tampoco conƒío en ella!
-Lo siento, ¡qué falta de cortesía la mía! Soy Nicky –se enderezó automáticamente en la silla, estirándome su mano, mano que tomé por cortesía. No podía apartar la mirada de su rostro, no por su belleza, sino porque a pesar de lo hermosa que era y del esfuerzo que estaba haciendo por disimularlo, no estaba a gusto sentada donde se encontraba, no estaba a gusto tan cerca de mí.
-Un gusto, mi nombre es Kathleen... Estoy esperando a mi novia, fue a comprar algo para ambas –Su rostro, que disimulaba una sonrisa fingida se desdibujó un poco justo antes de componerse. Se levantó automáticamente de la silla, dedicándome una última sonrisa.
-Por supuesto, fue un placer conocerte. ¡Qué te diviertas!–Se despidió de mí tomando mi mano por última vez y sonriéndome.
-Hasta luego –alcancé a decir mientras la veía caminar lejos de la mesa.
La sensación extraña que había en mí por este extraño encuentro era difícil de explicar. Contemplé su silueta hasta que desapareció, preguntándome aún ¿por qué alguien que nunca en mi vida había visto se había esforzado tanto en ser amable conmigo cuándo era más que visible que no era de su agrado? ¿Quién era esta extraña mujer? ¿Qué quería conmigo para aparecer de esa forma en un lugar como este?
-Creo que me tendré que poner celosa de ver lo mucho que miras a las patinadoras... –Ese sonido de voz me hizo girar el rostro de inmediato, dejando el extraño encuentro a un lado, al menos por ahora.
Alejandra estaba parada a mi lado con dos vasos y una bolsa de papel mirándome con una fingida actitud de reproche, y una mirada inquisidora. Tomé las cosas de su mano inmediatamente esbozando una sonrisa de disculpa.
-No imagino por qué una mujer como tú se podría poner celosa por unas simples patinadoras. ¿Qué tienen de especial unas cuántas rubias con pantalones apretados haciendo piruetas? ¿Tú qué piensas? –se sentó a mi lado mientras me miraba con los ojos brillantes, sabía que no estaba molesta, solo ¿celosa? ¿¡Mi niña celosa!? ¿Cómo podía pensar que yo podría cambiarla por cualquiera? ¿Había alguien que tan siquiera me hiciera pensar en esa posibilidad? ¡Sencillamente imposible!
Todas las mujeres que patinaban en ese lago no se comparaban a ella en belleza, o quizás una, la tal Nickie traté de no darle importancia a la idea que había traído mi mente a mi cabeza, y por alguna extraña razón no sé por qué pensé que Alejandra y la tal Nickie harían una perfecta pareja, debe de ser porque ambas eran tan hermosas que dolía. Alejé la idea de inmediato, ella estaba conmigo y me quería, lo demás en realidad no importaba, ¿verdad? Debo de darte la razón, al menos por hoy no importa.
-Ummm, ¿qué pienso? –se sentó a mi lado con una sonrisa hermosa en su rostro, y sabía que estaba planeando algo –Pues pienso qué en realidad ver a unas rubias haciendo piruetas –tomó el vaso de chocolate que había traído mientras bebía un sorbo, yo la veía con la boca abierta siguiendo el ejemplo, preguntándome con que me iba a salir ahora, oh,
¡lo sabía antes de que empezara incluso a hablar!–No es algo que tenga encanto, ya he visto demasiadas rubias dándose porrazos contra el piso en toda mi vida, pero que te parece la idea de ver a una casi rubia como yo, ¿no crees qué sería más interesante? –tomó otro sorbo de chocolate, sin apartar su vista juguetona de mí, por supuesto ya lo sabía, ella sabía patinar, sus ojos brillaban por la anticipación, yo no pude evitar sonreír y sonrojarme.
-La verdad no sé si a una casi rubia como tú valiera la pena verla patinar, pero verte a ti, ¡eso sí sería un completo espectáculo! –me sonrió en respuesta y se acercó a darme un beso.
Sus ojos brillaban hermosos, y yo sentí el orgullo rebosar mi pecho,
¿qué era lo que ella no sabía hacer? La abracé y besé con fuerza sintiendo el sabor de su aliento en mi boca ¿cómo hacía para que sus labios siempre tuvieran ese delicioso sabor, dulce y almizclado? era realmente algo adictivo y embriagante.
-¿Qué esperamos entonces? A patinar preciosa. ¡Quisiera ver sí después de patinar conmigo buscas algo más en alguna de las rubias simplonas de esa pista de patinaje! –adoraba verla así, dulce, tierna, celosa. Su rostro infantil se veía tan delicioso mientras ponía pucheros de niña pequeña.
La idea me resultaba bastante graciosa y romántica, mi hermosa niña, tomada de la mano conmigo patinando bajo la luz de la luna. Nos levantamos con rumbo hacía el lago congelado.
Por un momento, mi mente se distrajo en busca de la extraña rubia que había conocido hace un momento. Extrañamente, una parte de mi se empeñaba en recordarla con suma intensidad.
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El que dijo que patinar era un arte, había acertado completamente. Alejandra daba vueltas cómodamente por la pista de patinaje, la vi hacer varias piruetas algunos axes y dobles, con aterrizajes perfectos; yo sólo me limitaba a recorrer las orillas del lago rogando un montón de veces por no caerme.
Sabía patinar, beneficios de crecer en un lugar donde casi siempre había algún lugar congelado para patinar, pero al recordar mi tobillo juguetón, me limitaba a quedarme quietecita viendo a Alejandra divertirse. Y sí ¡era un completo espectáculo! Fácilmente era la mejor patinadora del lugar, me pregunté por unos instantes si alguna vez había patinado en algún concurso, probablemente la respuesta sería sí... reí por lo bajo.
-¿Y si tratas de alcanzarme? Yo sé que sabes patinar, ¿qué es lo que te detiene? –Alejandra había llegado a mi lado, me sujetaba suavemente la mano ayudándome a avanzar con mayor rapidez.
El lago reflejaba los hermosos fulgores de la luna, y resaltaba el casi rubio cabello de mi niña, se veía tan hermosa... La contemplé por un momento, meditando la maldita suerte que tenía, esta era sin duda la cita soñada, tenía nueva novia (o algo así), y era la mujer más hermosa del mundo.
-Sé patinar, pero temo caerme y tener que tomarte de caballero al rescate de la princesa nuevamente. Además, seguirte el ritmo sería imposible... ¿alguna vez participaste en algún concurso? –Patinábamos por la orilla del lago siguiendo el curso de los demás patinadores, ambas sonreíamos disfrutando, recordé de pronto a alguien –Amor, ¿dónde está Taylor? no lo he visto desde que salimos del hotel –le dije.
-Respondiendo a su primera pregunta señorita, alguna vez patiné profesionalmente, es más, creo que mi entrenador aún está llorando mi partida –sonrió gustosa recordando –y con respecto a Taylor, le di la noche libre, necesitaba estar contigo a solas, tanto así que deje mi celular. ¡Desconectada del mundo en su totalidad! – Alejandra me llevaba de la mano con una hermosa sonrisa en su rostro.
-Tramposa, ¿cómo esperas que patine como tú? Es para que me de tantos porrazos que no podría contarlos –sonreímos con mi ocurrencia – Ahhh, ahora entiendo por qué no había visto a Taylor, ya empezaba a extrañarlo -Alejandra me miró con gracia, pero era verdad, me estaba acostumbrando a ver a Taylor siempre junto a Alejandra y el saber que no estaba me hacía sentir extrañamente desprotegida, desamparada.
-Creo que deberíamos regresar al hotel, está haciendo más frío y no quiero que te enfermes, además tengo una sorpresa en la habitación que está esperando por ti –su hermosa mirada pícara y su deliciosa sonrisa hacía la promesa mucho más deliciosa de lo que sonaba.
-Bueno, si es así, ¿qué estamos esperando? ¡Vamos entonces! –Tomé su mano con fuerza mientras la besaba suavemente antes de dejar la pista de patinaje.
-Sus deseos son órdenes Srta. –deseaba con suma urgencia llegar al hotel, ¿Qué era lo que había planeado para mí? La emoción y la alegría era esa parte fundamental que siempre llega a ti cuando estas enamorada.
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¿Nervios? ¿Ansiedad? ¿Deseo?... Toda yo era una mezcla de infinitos sentimientos mezclados revueltos y agudizados por las hermosas mariposas que revoloteaban en mi estómago.
Peor aún, mi diosa interna se había vestido para la ocasión con un precioso camisón de seda negro y unos tacos de aguja imposible, la típica facha de cualquier seductora de la noche; de fondo tenía puesta la canción SHE WOLF en unos bafles enormes mientras bailaba alrededor de un tubo en medio de mi cuarto.
La odie profundamente, ¿por qué ella podía ser así mientras yo moría de pena pensando en la idea de estar con Alejandra? La sola idea de hacer el amor con ella me llenaba de pasión y vergüenza. Sólo por una vez quería que mi diosa interior hiciera de las suyas, pero ella estaba muy ocupada en repetir SHE WOLF por enésima ocasión mientras no dejaba de bailar como cualquier profesional del pole dance.
-¿Preocupada? –Alejandra preguntaba fingiendo interés mientras en su rostro se veía claramente que estaba gozando del momento, menuda vergüenza estaba pasando. Lo único bueno era que había pasado en varias ocasiones los masterados de actuación y a estas alturas tenía que hacer un uso adecuado de ellos.
-Preocupada no, solo un poco interesada en saber con qué vas a salir ahora. Te estoy empezando a conocer y a estas alturas estoy más que segura que lo que tienes planeado sobrepasa cualquier límite de lo que mi mente tan siquiera podría llegar a imaginar en sus sueños más extravagantes -- la vi sonreír con tantas ganas que no pude evitar hacer lo mismo.
El ascensor avanzaba con inusual rapidez mientras yo trataba en extremo de evitar el color rojo en mi rostro. Alejandra por supuesto, se
sentía más que a gusto, ni un ápice de duda en esa hermosa cara que tanto me gustaba, aunque a momentos hubiera podido jurar que vi sus mejillas mucho más rojas de lo que el frío podría ocasionar.
-Ummm, no sé si ofenderme o sentirme gratamente enaltecida por tu teoría sobre mí. La verdad, estoy más nerviosa de lo que parece, porque la sola idea de defraudarte en alguna cosa, sea sorpresa o no, me resulta de lo más incómoda. Por esa razón, me ves aquí de lo más normal y relajada, ya sabes hay que mostrar seguridad para que parezca que siempre sabes lo que haces, es algo que usualmente me ha servido, el problema es que contigo tengo más deseos de abrazarte y dejarme perder que fingir ser la persona fuerte que debo ser. ¿Ves? no se trata de confianza, se trata de fortaleza. Pero si me preguntas una vez más te diré, que muero de miedo de defraudarte, ahora o después, porque nunca alguien me ha importado tanto cómo me importas tú, solo quiero ser mejor para ti en todo, incluso en momentos como este, en el que lo único que deseo es verte feliz y deslumbrarte lo suficiente como para lograr que te enamores de mí –su rostro se veía iluminado, y yo sentí mi corazón estrujarse con cada palabra.
¿Cuántas veces había pedido a alguien como ella para estar a mi lado? Más aún ¿cómo podía existir alguien como ella que al igual que yo, pudiera sentir de esa misma manera? Esto era mucho más que un deseo cumplido; no pude hacer otra cosa que buscar sus labios mientras llegábamos al final del recorrido del ascensor.
-Te quiero, y para que lo sepas, nunca podrías defraudarme y eso es sólo gracias a una sencilla razón: siempre estaré a tu lado, con o sin errores, no juzgándote sino apoyándote. Eso es lo que hacemos cuándo amamos –me empiné para alcanzar sus labios una vez más antes de salir de ascensor.
-¡Más de lo que siempre soñé! –sus ojos brillantes mirando los míos. Sentía acrecentarse los nervios mientras mis piernas se empeñaban en temblar con una fuerza inusual... Tomó mi mano para recorrer el camino que nos separaba de la entrada de la habitación; yo me dejaba llevar añorando saber qué era lo que había preparado para mí.
Llegando a la puerta, quedé gratamente sorprendida. Un delicioso olor salía de la habitación, sabía perfectamente qué era. ¿Alguna vez han juntado muchos lirios en un cuarto? Deberían hacerlo, el aroma es dulce y fresco, no pude evitar sonreír y tomar un largo respiro. ¿Cómo sabía esta mujer que los lirios eran mis flores favoritas? Un hermoso sonido se alcanzaba a oír, ¡oh!, estaba justo en la parte del coro, hermosa canción, una de mis favoritas:
- Déjame que vuelva a acariciar tu pelo
-Déjame que funda tu pecho en mi pecho
-Volveré a pintar de colores el cielo
-Haré que olvides de una vez el mundo entero
-Déjame tan solo que roce tu boca
-Y déjame que voy a detener las horas
-Volveré a pintar de azul el universo
-Haré que todo esto sólo sea un sueño...
Mi corazón saltó y se acomodó nuevamente en su pecho, sonreí con ternura y sentí como toda yo me llenaba de un profundo amor. Ella era mucho más que ese sueño que siempre se pedía de pequeña. Ese amor único e irrepetible que solo se encuentra una vez en la vida.
Alejandra abrió la puerta. Todo era tal y cómo lo había imaginado. Los lirios cubrían el cuarto en su totalidad y la música se dejaba oír a través de un sofisticado equipo de sonido que se veía en la habitación, dos copas acompañaban a una botella de champagne que estaba en medio del salón junto a una hermosa caja que terminaba de adornar la mesa.
-¿Te gusta? –Alejandra me preguntaba con interés y preocupación en su voz. Me puse frente a ella y le sonreí, pasé mis brazos alrededor de su cuello abrazándola con fuerza, una profunda emoción recorría mi cuerpo cuándo contesté cerca de su oído.
-Es hermoso, gracias. No sé cómo has hecho para saber mis flores y canciones favoritas ¡me has dejado sin palabras! –tomé sus manos, mirando fijamente su rostro. Se veía preocupada, dulce, desprotegida – quita ese rostro, ¡te juro que me ha encantado! ¿Ves? nunca podrías decepcionarme, esto es mucho más de lo hubiera podido imaginar –su rostro se relajó y sonrió despreocupadamente.
-¿¡En serio te gusta!? ¡No puedo creerlo! Estaba tan preocupada porque no te agradara. Pasé pensando toda la noche en que haría en ese caso. Por eso, tenía un recurso sorpresa –una sonrisa se dibujaba en su rostro mientras me dirigía de su mano a la mesa que estaba en medio del salón.
-¿Un recurso sorpresa? ¿Qué será? –pregunté con interés y alegría en mi rostro. Nos sentamos en el sillón en frente de la mesa, la vi tomar la caja hermosa y ponerla en sus piernas. La abrió con cuidado sacando de dentro de ella dos cajitas pequeñas más, un color rojo y otro color negro. Tomó la pequeña caja roja abriéndola con cuidado.
-Tú me diste un anillo, una promesa, que es lo que en realidad importa más que cualquier otra cosa. Yo, –sacó una hermosa cadena plateada con un pequeño dije en forma de llave, me pregunté por un momento cuándo la había comprado –te doy una promesa también. Esta cadena representa la llave de acceso a mi vida. A partir de este momento, puedes hacer conmigo lo que quieras, eres mía y yo soy tuya. Soy tu esclava pero también soy tú dueña. No imagino ahora mi vida sin ti, la promesa escrita en la parte de atrás –se acercó a mí, levantó mi cabello para poner la cadena, y yo automáticamente tomé el dije en mis manos y leí lo que decía atrás: tuya completamente, te amo... A.C.A. –Es lo que único que pude inventar para tratar de demostrarte en parte lo que siento por ti, lo que me haces sentir –yo la miraba fijamente.
Lo único que pensaba era en lo enamorada que me sentía en ese momento, no había palabras para describirlo. Era algo así como intentar describir la fuerza del sol al medio día o las olas del mar a media noche. Una completa imposibilidad.
-Y esta otra cajita, bueno eso es un regalo que quise hacerte, es posible que te enfades conmigo, pero compréndeme, lo único que quiero es consentirte –abrió la cajita que era un poco más grande que la anterior y sacó un juego de llaves, yo reí automáticamente, ella me miró con inquietud y curiosidad– ¿Te causo risa? –me preguntó mucho más que divertida.
-¿Risa? quizás un poco, recuerda, te autodenominaste mi payaso personal –le sonreí con cariño, tomando su mano libre –Es sólo que estoy tan feliz y debo de admitir que me has tomado por sorpresa completamente, jamás me habían regalado tantas llaves –ella acompañaba mis risas en ese sonido ya tan conocido y adictivo para mí.
-Sabía que te reías por algo, siempre tienes alguna idea deliciosa en esa cabecita tuya que adoro, déjame explicarte; cada llave dentro de este juego –lo puso en mis manos–representa algo que quiero darte –el juego de llaves no era tan grande, tenía 5 llaves, 4 pequeñas de color plateado cada una diferenciada por una escritura distinta en la cabecera y una en especial que llamó mi atención de inmediato porque sabía a la perfección en qué lugar encajaba, ¡oh! –Estas cuatro llaves encajan en cerrojos de lugares que hasta hace unos días eran sólo míos y que ahora también quiero que sean tuyos: mi casa en Vancouver, mi oficina, mi casa en París, y una llave adicional de un lugar al que quiero llevarte cuándo vayamos a Francia. Y esta –tomó la llave más grande en su mano, mientras ponía en su rostro una cara de disculpa con una tímida sonrisa –si no me equivoco ya sabes de qué es. Me di cuenta en estos días que te encantan los autos ¿verdad?, bueno –volvió a mirarme con timidez –quiero que aceptes este regalo que estará parqueado afuera de tu casa cuándo regreses a ella, espero que te guste... – ¡oh! esto si era una verdadera sorpresa, estaba abrumada e ilusionada.
Me quedé sin palabras, la furia golpeaba a través de mí pero quedaba disminuida al darme cuenta que lo había hecho porque me quería, decidí dejarme llevar por eso llamado amor y disfrutar, ¡tenía qué acostumbrarme!
-¡Gracias! Estoy sorprendida, me he quedado sin palabras; y no te preocupes no me enfadaré por lo del auto, ya me he resignado... –sonreí con amor, era verdad, me tenía que acostumbrar, ella era así, y yo era parte de su mundo ahora –No sé qué decirte, cómo dice la canción "Y sólo se me ocurre amarte" –sonaba de fondo otra canción que era de mis favoritas, Alejandro Sanz prestaba su voz repitiendo su frase principal:
"Le he robado el alma al aire, para dártela en este suspiro. Soy como la arena amor, tu eres el sol, que no se deja ver no puede ser cómo va a ser..."
-Te amo aún más de lo que podría amar a alguien; no por lo que traes, sino por lo que dejas. No por lo que llevas, sino por lo que tomas –vi con amor sus hermosos ojos azules mientras mi corazón y mi cuerpo se perdían en el delicioso y adictivo sabor de sus labios.
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La bañera caliente era deliciosa, pero los brazos que me recorrían dejaban en un simple juego la definición de exquisito.
Ver a Alejandra en todo su esplendor la hacía más irreal: su abdomen definido, sus brazos fuertes, sus glúteos redondos y duros, sus hermosos y formados senos perfectos para tocar, para besar, para disfrutar. La humedad que derramaba por su cuerpo, por cada parte que recorría con mis manos, sólo lograban sacar de mí la fiera que llevaba dentro, esa que deseaba con desesperación sus besos en cada parte de mí, esa que avivaba la ya inexplicable excitación que recorría mi cuerpo.
Ya no existía vergüenza, sólo necesidad y deseo que subía por mi cuerpo como fuertes oleajes llevándome fácilmente al clímax sin esfuerzo alguno, sólo existía placer. La cama resultó pequeña para tanto amor, cada beso, cada caricia. Sus manos tocaban cada parte de mí, llevándose un suspiro con cada movimiento. Era una amante experta, sabía dónde tocarme, cómo tocarme, en qué momento tocarme. Ese momento exacto que se fundían el deseo con la pasión.
Yo sólo me dejaba llevar, disfrutando cada gemido que salía de mí, y disfrutando los de ella, que para mí en ese momento se asemejaban al mejor manjar de los dioses. Ver su expresión de placer y deseo mientras se movía encima de mí sólo hacía el momento más delicioso.
Oírla llegar al clímax, el mejor sonido que mis oídos habían escuchado en su vida. Pero era insaciable, inagotable, perdí la cuenta de las horas que pasamos recorriendo las hermosas sábanas de seda, buscando más, más placer, más amor, más sabores deliciosos.
Ella, cuyo sabor era dulce en cada parte de su cuerpo, y yo que había dejado que probara cada parte de mí en su totalidad. No había más secretos, fui un juguete en sus manos, aquel que disfruta que lo recorran, que jueguen con él, que disfruten de él, que gocen gracias a él.
Ella se había dejado amar en cada manera y forma existente. No hubo nada que quedara por experimentar, su cuerpo y el mío se llevaban a la perfección. Parecía que estábamos hecha la una para la otra. Mi mano se aferraba a su esculpida espalda mientras ella llegaba a las mayores profundidades que podría recorrer, y yo que a estas alturas había comprobado que era deliciosa tanto por dentro como por fuera, dejaba que sus manos amoldaran mi piel a su antojo. Mis manos jugaban con su cuerpo, penetrando, tocando, sintiendo. Si antes había estado con alguien en ese momento quedó reducido a nada.
La noche se fue tan rápido como había llegado, las horas nos quedaron cortas, el amor era demasiado. Me recompensaba la idea de que la tendría para mí muchas muchísimas noches más. Sentía que mi corazón era de ella, mi alma era de ella, mi vida era de ella, y el verla dormida, totalmente despreocupada a mi lado después de tanta pasión sólo podía confirmar lo que ya a estas alturas sabía: después de conocerla y haber estado con ella no existía nada ni nadie más, incluso si perdiera la memoria, sabía que con que sólo me tocara, con sólo oír su voz, mi cuerpo automáticamente respondería a ella, a la pasión y el deseo que me hacía sentir. Me había marcado, no con su dinero, ni con su belleza, me había marcado con su amor.
La contemple por última vez antes de acurrucarme en sus brazos y sentir como el cansancio se apoderaba de mí añorando con fuerza que en mis sueños su hermoso rostro siguiera repitiéndome que también me amaba como yo sentía que lo hacía, una y otra vez.
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