Los sueños se van, el final llega...


Luego de haber visto una película en la tan renombrada, y a veces hasta insistente, página famosilla llamada Netflix he entendido quizás, aunque parezca bastante ilógico, que luchar por lo que de verdad quieres requiere algo más que solamente voluntad.

Es un asunto de terquedad, de valentía. Las personas tenemos la facilidad de desperdiciar vidas enteras detrás de algo, que de verdad, no valía la pena. Yo por ejemplo, llevo 29 años de mi vida detrás de un escritorio y no precisamente escribiendo historias por más que eso y cantar siempre hayan sido mis verdaderas vocaciones.

La vida es tan corta que a veces nos olvidamos que ese mañana llegará en muchos años y que cuando tengamos el tiempo y la voluntad es muy probable que las piernas no nos respondan. Y es que, el que te digan NO PUEDES HACERLO debería servir de voluntad para que todo el mundo, ya sea por terquedad o por coraje, se levante de su zona de confort y mueva sus piezas de ajedrez para que todo se ponga de tal forma que la única manera de que salga todo es que salga bien, así, sin más.

Durante años, estuve tratando de encerrarme en mis propios argumentos tratando de que los demás entendieran qué era lo que quería cuando ni yo misma sabía qué era eso, pero hoy, ya sea por la película que les recomiendo (soltera codiciada) o porque a veces de verdad nos llega esa estrella fugaz a decirnos qué debemos hacer, he entendido que debemos hacer eso que nos hace felices, en mi caso por ejemplo, escribir y llegar a todos ustedes a través de un montón de caracteres que puedo usar en este grandioso teclado.

Hoy es un día especial, y no porque me haya dado de porrazo con el suelo entendiendo que debo levantarme y seguir, sino porque la meta está ahí y si alguien pudo lograr sus sueños, yo también. ¿Difícil? ¿Engorroso? ¿Miedo al fracaso? SIEMPRE, pero ya ves, sólo aquellos que se lanzaron al abismo confiando en el paracaídas pudieron triunfar, y hoy más que nunca, sé que yo también lo haré, ¿qué te hace dudar que tú no vas a poder?

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Horas antes...

Angélica se encontraba en medio de ese enorme aeropuerto con un dolor de estómago tan grande como el mar muerto. No sabía qué hacer o decir, simplemente estaba ahí; un cuerpo inerte cuya mente había volado de ese espacio de tiempo y lugar a tanta distancia que era bastante comprensible que su cara denotara la muerte más fría, el dolor más profundo, la desesperanza más intensa.

Se había quedado ahí, los últimos minutos la última media hora, el tiempo seguía su curso imparable y ella sentía que se la llevaba entre las patas; como todo en su vida, como todo lo que siempre había querido, como la estúpida voluntad que la había movido hace muchos meses a hacer un montón de estupideces que ahora realmente no importaban.

Estaba ahí, muerta, ida. Las personas pasaban a su alrededor mientras ella seguía con el celular en su mano dudando realmente de qué era lo que debía hacer. Y es que a veces lo más obvio es lo más difícil de entender, ¡sí que lo sabía! ¿Cuánto tiempo le había costado darse cuenta de que había cometido un error de esos grandes y garrafales que no sólo te cambian la vida sino el mundo entero?

Estaba ahí, seguía estando ahí. Sin poder hablar o tan siquiera moverse. Y sabía porqué, sí que lo sabía. Toda acción conlleva una reacción y todo lo que pudiera planear hacer o dejar de hacer iba a ser el inicio de un desastre para el cual jamás estuvo preparada y jamás iba a estarlo, ¿y cómo estarlo? Si todo había pasado tan rápido y de una forma tan absurda que empezaba a preguntarse de verdad si tenía mala suerte o todo era producto de algún acto de brujería de esos que pasan y al final te matan y te enteras cuando te están velando, sí, con todo y los arreglos mortuorios.

Y es que de eso se trataba el hacer las cosas equivocadas por las motivaciones erróneas. Todo siempre te regresa con el doble del dolor del que provocaste, con el doble de miseria, con el doble de desastre, y es que por eso no sabía si correr a salvarla o simplemente dejar que, lo que sabía que iba a pasar, pasara de una maldita buena vez y todo se fuera al carajo, ella incluida por supuesto.

¿Hace cuando tiempo sabía el camino que estaba pactado? ¿No había sido parte de esto desde un inicio? Sí, Angélica siempre lo había sabido todo, siempre. No era un azar del destino que estuviera en sus manos salvar a la mujer que ahora amaba por encima de una que siempre había conocido y querido como a una hermana, no. nada en realidad es nunca azar del destino, uno siempre le regala algo más para terminar de joderla o arreglarla.

Angélica, Angélica. Angélica jamás estuvo preparada para lo que iba a afrontar, pero era eso o no hacer nada, y en este juego de la vida hacer nada jamás fue una opción. El quedarse a un lado era algo que hubiese podido hacer antes, antes de ofrecerse a ser parte de este ajedrez en el que siempre había estado involucrada la familia Wilson o la Anderson, y es que el rencor que se tenían entre ambas era algo que jamás iba a terminar, ¿Montesco o Capuleto? Odio, muerte y el amor entre ambas cosas.

Meses atrás, la misma Angélica tomaba glamurosamente el café en algún lugar de Vancouver con una hermosa y despampanante Sophia Wilson, sí, la misma Andrea que todos nosotros conocemos ahora, la misma Andrea que estaba a punto de terminar con toda la dinastía Anderson y lo que quedaba del recuerdo de su madre, Michael. Sí, la misma mujer que se había empeñado en enviar a su mejor amiga a alejar a la única familia que le quedaba. Y es que las palabras se repetían en su cabeza con una claridad tan pasmosa y agobiante como la misma muerte, por un momento pensó que estaba volviendo a vivir todo, otra vez, con angustia. Como si esta vez de verdad hubiese sido capaz de detener lo físicamente imposible.

"-Angélica, Lauren cree que ignoro su existencia, o que jamás supe nada de ella o de donde se encuentra. Pero se equivoca. En cuanto Michael, alias mi padre, me incluyó en todo este desastre me encargué de encontrarla y de saber sobre ella, sobre su vida, sobre lo que es ahora. En realidad, ella es la única familia que me queda, por eso quiero que me ayudes, necesito que seas parte de esto también, necesito que me ayudes a salvarla de todos, incluso de mí misma.

Y allí estaba Angélica con la misma cara, que quizás, tenía justo ahora. ¿Por qué demonios iba a querer ser parte de toda esa historia de desastre y dolor que Sophia le había contado tantas veces? ¿Qué iba a ganar con eso? ¿Por qué lo haría? Demasiadas preguntas y en realidad, nunca hubo una gran respuesta, pero de todas formas, lo había hecho, sí, estupidez o masoquismo, cualquiera era útil.

-¿Por qué haría algo así? No gano nada con meterme en tu juego de venganza. No tengo nada en contra de tu familia o de los tal Anderson, ¿qué obtengo yo con todo esto? ¿Qué saco yo de ser una marioneta de tu padre o tuya? –Una mueca de desagrado, y una risa irónica de fondo. Sí, Sophia se preguntaba a sí mismo también con qué argumento podía convencerla.

Angélica había sido su mejor amiga no por meses, sino por años, muchos años. En ese oscuro internado en el que la habían dejado hace tanto tiempo quizás el único rayo de luz y esperanza había sido su amistad con Angélica. Angélica, la misma Angélica que hoy le cuestionaba porqué iba a querer ser parte de una historia llena de mentiras y dolor. El problema era que aquella tenaz morena no tenía medios para ganar en contra de una decidida Sophia. Y es que, Sophia no sólo era su amiga sino también su hermana y le debía tanto, demasiado. Angélica había sido recluida en ese horrible lugar por unos padres que inexistentes que únicamente habían dejado el dinero suficiente para que ella pudiera disfrutar de ese oneroso reclusorio el tiempo suficiente para que fuera adulta, para que pudiera valerse por sí misma, pero nada más, ni un solo centavo más.

Sin nada ni nadie y completamente sola había salido al mundo real al mismo tiempo que Sophia, dependiendo por completo de ella, de su dinero, de sus conexiones, de su vida. ¿Lo entienden ahora? Era bastante sencillo darse cuenta de porqué debía ayudarla, no tenía más opciones, no había nada que pudiera hacer.

-Es sencillo Angélica. Yo siempre te he ayudado, siempre he estado para ti. No te pido nada más que vayas y la mantengas alejada de todo lo que se avecina; si quieres, puedes hacerte su amiga, su hermana, seducirla o ¡yo que sé! Mi padre me ha contado muchas historias acerca de lo mala que fue mi tía y de lo buena y dulce que era mi madre, ¡sí cómo no! Aquella madre que jamás me quiso y me dejó recluida como perro en un asqueroso lugar. Esta venganza no es por Nicole o por Michael, es simplemente un medio para obtener un fin. En cuanto todos estén muertos, el dinero completo será mío, y tú y yo no deberemos depender de nadie más. ¿Ves? Tú ayuda es más que esencial, no puedo hacer esto sin ti. Muy a pesar de todo Angélica, lastimar a Lauren no es una opción y te necesito para que eso pase, no quiero ni deseo perder a la única familia real que tengo, una familia que ni siquiera sabe que existo. Te ayudaré por supuesto, tendrás una vida ficticia de la que puedas hablar con ella, y todo el dinero y las comodidades que necesites, pero ayúdame por favor, no quiero perderla a ella también o a ti –Un largo sorbo a ese vaso de coñac y una mirada sincera que quizás nunca más iba a volver a ver.

Angélica, la bella Angélica. Tan fácil de influenciar, tan fácil de persuadir. Y no era sólo eso, después de todo, ¿cómo podrías rechazar la idea de seguir viviendo como lo estaba haciendo? ¿Rodeada de lujos y tantos detalles? Si se alejaba de Sophia, de ese mundo que ella se había empeñado en empezar a construir, iba a volver a ser la pobre niña huérfana que no tenía ni donde caerse muerta. Una razón de peso, un crujir de dientes, una historia que se iba a empezar a contar como Sophia quería que se hiciese.

-Sabes perfectamente que las chicas no me van, no voy a enredarme con ella Lauren, sólo seré su amiga, absolutamente nada más... --Y un largo sorbo a su delicioso margarita que en ese momento, era más que necesario.

-Harás lo que tengas que hacer Angélica, de ti depende que mi amada tía siga con vida, aléjala de todo, deberás hacerlo. O ambas morirán, y no será mi culpa sino tuya. Estás advertida, es todo lo que puedo hacer por ti, por ambas... --Aquella hermosa pelirroja abandonaba esa mesa con una enorme sonrisa de suficiencia mientras la cara de Angélica era un hermoso poema digno de algún premio nobel."

De vuelta a la realidad, en aquel inmenso aeropuerto de Paris, jamás imaginó que iba a estar en esa situación. Todo había salido mal, realmente mal. La venganza se había ido de las manos pues Sophia había caído perdidamente enamorada ante los encantos agobiadores de Alejandra Anderson olvidando por completo la meta final de estos planes, y por supuesto, Lauren en cuanto se había enterado del peligro que rondaba a los Anderson, había decidido abandonar todo sin pensarlo ni dudarlo por salvar una vez más a Kathleen y a esa famosa familia, y no sólo eso sino que esta vez esa decisión la iba a matar; y lo sabía con una pasmosa seguridad, y lo supo aún más cuando su celular empezó a sonar. El frío replique solo acrecentaba sus ya inmensos deseos de morir de una buena vez para no tener que perecer en el intento de cambiar algo que era irreversible y absurdamente inevitable.

-Te lo advertí, te lo dije. Debiste haberla mantenido lejos, lo sabías. Ahora todos van a morir, incluida Lauren. Lo lamento Angélica, sé lo que sientes ahora por ella pero ya no es algo que pueda cambiar. Ahora vete de aquí, vete lo más lejos que puedas. El dinero que te prometí sigue estando en tus cuentas, aléjate de todo esto, no quiero perderte, no a ti también... --Por primera vez desde hace mucho tiempo, la voz de Sophia sonaba afligida y dolida. Quizás era el hecho de que las dos únicas personas a las que de verdad amaba, luego de Alejandra Anderson por supuesto, estaban condenadas a muerte y no había nada que pudiera hacer, muy a pesar de que Angélica también se había enamorado de Lauren Wilson.

-No vas a hacerle daño, no puedes, no... No lo hagas por favor, te lo suplico Sophia, la amo ¿me entiendes? ¡La amo! Déjame ayudarla, déjame... --Y no pudo seguir hablando.

-Tuviste tu oportunidad, lo que pase de ahora en adelante es solo tu responsabilidad... --Una línea muerta, una carrera que debía empezar, un vacío que no se iba por mucho que lo quisiera y la certeza de que era su último día. Sí, sabía lo que debía hacer. Tomó lo que necesitaba dejando el resto a vista y paciencia de un montón de gente que la miraban contrariados por su loca actitud. Sabía donde debía ir, sólo debía llegar antes. Quizás podía hacerlo aún, por mucho que sólo quedaran unos minutos y estuviera tan lejos de todo, incuso de la mujer que ahora amaba y que estaba condenada a muerte sin tan siquiera ella saberlo...

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Narra Lauren...

No era sólo la certeza de haber perdido algo que amaba, no en absoluto. Era algo mucho más allá de mi entendimiento y de mi comprensión. Kathleen se debatía entre la vida y la muerte sostenida nada más por mis brazos y mi tenacidad. Su rostro completamente magullado y su cuerpo casi destrozado sólo reflejaban el odio y el dolor que habían descargado con rabia y frustración sobre ella. No sabía si iba a resistir y eso, eso me mataba a cuentagotas.

Alex, tendido por el piso luego de haber salvado mi vida y la de Kathleen, me recordaba que siempre había sido una marioneta que jugaba con la voluntad de alguien más. Él no debía haber muerto así, no lo merecía. Siempre había hecho todo por mí, y no sólo eso, había muerto por mí. ¿Injusticia? Injusticia es que tu mejor amigo haya muerto por salvarte y que eso te vaya a acompañar toda tu maldita vida, porque el que respirase ya era un maldito regalo de alguien que ya no estaba ni iba a estar nunca más.

Pero había más, siempre había más. No podía haber sólo una baja en este desastre, debía de haber más muerte y dolor. ¡Maldita sea! ¿Cómo era posible que mi familia fuera tan desgraciada y maldita? ¿Cómo habíamos causado tanto desastre, tanto dolor, tanto daño a tanta gente? El cuerpo agonizante de Angélica me recibía mientras yo depositaba con dolor y resignación el despojo que era Kathleen en uno de los matones que en esa noche me habían ayudado a mantenerme con vida aún a costa de la de los demás para que la sacaran de ese sitio y la ayudaran. Me podría en desesperanza y dolor, me sentía una completa inútil que no iba a poder salvar a aquellos que más amaba, no esta vez, era imposible.

-No, no maldita sea, ¡no! ¿Qué demonios haces aquí? Es imposible, ¡imposible! No pudiste haber llegado a este lugar, sólo Alejandra y yo sabíamos donde debíamos ir, ¿¡cómo demonios estás aquí!? ¿¡Cómo!? Angélica, resiste... --No me pregunten cómo pasó pero era una maldita realidad. Angélica se desangraba justo en frente de mis ojos y no podía hacer nada por evitarlo.

Su herida, profunda y profusa, se abría paso a través de su abdomen dejando un caótico orificio lleno de sangre y dolor. Sólo hasta ese momento podía darme cuenta de lo mucho que me importaba. El verla ahí, tan indefensa y solitaria me hizo arrepentirme una y mil veces más de la miseria de ser humano que había sido con ella, de las miles de veces que la había tratado como una basura, del dolor que le había causado aún a pesar de mi propia voluntad.

Pero no, no sabía toda la verdad. Lo entendí en cuanto Angélica, moribunda y a un paso de la muerte, se esforzaba por empezar a hablar mientras yo gritaba a viva voz que sacaran a Kathleen de ese lugar de una maldita buena vez para ayudar a mantenerla con vida mientras pensaba en algo que pudiera hacer por salvar a Angélica. Una absurda esperanza que sabía que no tenía ni pies ni cabeza, una absurda esperanza que se desvanecía a la misma velocidad que Angélica se desangraba sobre el frio piso de aquel espantoso lugar que para esas alturas podría haber jurado que se me venía encima.

Una Angélica que para ese momento pugnaba por aferrarse a la vida para decirme su verdad, una verdad que iba a doler aún más que la propia muerte, una verdad que no hubiera imaginado ni en mis más profundos sueños o pesadillas...

-Debes... salir... de... aquí... Lauren... Debes... Hacerlo... --Un difuso hilo de sangre asoma de su boca llegando con lentitud al piso. La bala había comprometido no sólo el estómago, también había destrozado su hígado. Le quedaba tan poco que dolía. Para esas alturas Kathleen iba camino a uno de los autos mientras yo me esforzaba por no romper a llorar. Había salvado algo que amaba mientras veía como moría algo que alguna vez quise amar, sin olvidar el cuerpo inerte de alguien que había sido no sólo mi amigo, sino mi hermano. ¿Qué iba a decirle a su familia? Merecía haberme muerto yo y no él, lo sabía, siempre lo había sabido.

-No te esfuerces en hablar, guarda tus fuerzas, te sacaré de aquí y haré todo para salvarte, te lo prometo, lo haré –Y tomaba su mano regalándole un suave beso en su frente. Había escuchado eso de que el miedo a morir te hace necesitar y querer no estar sola y yo, necesitaba hacer al menos eso por ella, era lo menos que merecía, era lo menos que debía hacer, maldición era lo único que podía hacer.

-Lauren... sal... de... aquí... va... a... explotar... todo... va... a... explotar... Sophia... Sophia.... Quiere.... Matarte.... A... ti... y... a... los... Anderson... --Extraña y confusa. Sí, esa sería una buena apreciación. Se han sentido así, como el mundo se les viene encima y ni siquiera tienen idea de qué carajos deben de hacer. Así me sentía yo, y fue aún peor cuando, en medio de todo ese dolor, escuché los ecos de la voz de uno de los tantos matones que estaban a mi lado pasándome trapos y queriéndome ayudar a salvar a una Angélica cuya vida se apagaba más a cada segundo.

No entendía muy bien qué era lo que decía, pero retumbaba en mi cabeza una y otra vez. Era algo así como, DEBEMOS SALIR DE AQUÍ, pero no lo entendía, no podía. ¿Por qué debía de salir de ahí y dejar a Angélica, a Alex o al resto de aquellos que habían sacrificado su vida por mí como si nada, como si su vida no hubiese valido nada? ¿Cómo si su sacrificio hubiese sido en vano? El nombre de Sophia, que se repetía a cada segundo aún con más fuerza en mi cabeza me mantenía en esa oscuridad de la cual no quería despertarme. Angélica siempre lo supo, siempre supo todo, y yo, yo había sido su absurda marioneta en un cuento de hadas que jamás había existido, sino, ¿Cómo explicas que supiera quién era Sophia? Dolor, malestar, enfado, más dolor. Era un abanico de sentimientos que regresaban al mismo lugar, remordimiento y más dolor.

Angélica, cuyo cuerpo yacía sobre un oscuro y tenebroso pozo de sangre, expiraba su último aliento de vida soltando mi mano con pesadez. Yo seguía arrodillada, completamente ida, apretando con toda la fuerza que tenía en mis brazos su estómago, intentando con unos trapos completamente ensangrentados salvar su vida, esa vida que deseaba tanto que siguiera dentro de ella para que continuara hablando. Ella siempre supo todo, ella siempre, ella...

-Lauren, Lauren, ¡Lauren reacciona! Debemos salir de aquí, debemos salir de aquí ¡ahora! Es una bomba, hay muchas bombas en todo el maldito edificio, debemos irnos ¡ahora! Están a punto de explotar –Y escuchaba pero no entendía. Lo único que me repetía en la cabeza es que me habían engañado una vez más. Y no sólo eso, sino que ella me había mandado a morir desde un principio porque siempre supo todos los planes de Sophia, si tan solo hubiera hablado, si tan sólo me hubiese dicho la verdad, si tan sólo...

Aquellos enormes matones me llevaban a rastras y a una enorme velocidad a través de las oscuras y destrozadas escaleras de ese enorme y ruin edificio. Los pies me pesaban, las manos me temblaban y el corazón me latía tan rápido que no entendía bien como no me había explotado el pecho como en uno de esos absurdos dibujos animados de los noventa. No entendía, aún no. sólo podía seguir escuchando las absurdas palabras de una Angélica que me había mentido siempre, siempre, e incluso desde antes.

El reloj iba cuenta atrás a una velocidad abismal. Los pisos pasaban uno a uno como en esas escenas que se escriben con una lentitud pasmosa. Iba observando cada detalle: las puertas destrozadas, los desniveles en las escaleras, los colores oscuros y sin vida, los restos de un edificio que había sido majestuoso cuando hace algunos años había estado aquí mismo, en este mismo lugar. Un par de metros luego de llegar al final del camino infinito de ese edificio un sonido ensordecedor nos levantaba del letargo a lo lejos. El fuego, glorioso y fastuoso se levantaba con fuerza y ferocidad al otro lado de la ciudad. La negritud de la noche se había aclarado por escasos segundos para lugar dejar chispas de incandescencia a lo lejos que se negaban y rehusaban a desaparecer. Ese lugar, esa dirección. Alejandra, Alejandra, ella...

Pero las sorpresas apenas estaban por empezar esa noche y al parecer, no había escapatorias. La onda de expansión que nos golpeó a todos los que estábamos afuera de ese demacrado edificio que acabábamos de dejar habría podido terminar con cualquiera que hubiera estado 5 metros más cerca. Aquel lugar, oscuro y maldito, había empezado a desmoronarse pared por pared seguido de un fuego abrasador que cubría todo alrededor. Terminé de bruces contra el auto en frente a mí, sintiendo el calor de las brasas quemarme toda la espalda. Una enorme explosión se escuchaba a nuestras espaldas y nos abrasaba la piel. Una explosión igual a la que acabábamos de ver hace sólo unos segundos justo frente a nosotros a lo lejos, en esa dirección, en ese lugar.

En ese momento lo entendí por fin; en ese momento, cuando al intentar pararme un delicioso dolor me recorría todo el abdomen dejándome sin aliento por lo que quizás eran un par de costillas rotas; en ese momento cuando apenas pude enderezarme lo suficiente para intentar llamar a la única persona con la cual debía hablar. En ese momento entendí lo que Angélica había querido decir, Sophia quería matarnos a todos. Sophia deseaba matarnos a todos, todos, incluido una hermosa morena de ojos azules en algún lugar de Paris.

Las manos me temblaban y encontrar su número había sido una completa y absoluta odisea, pero ahí estaba ella, ella que al responder lo hacía en un mar de lágrimas, unas lágrimas que sólo podían ser producidas por una noticia amarga y cruel que también había pasado por mi cabeza hace tan sólo unos segundos, una noticia que hubiera destrozado cualquier corazón incluso el de la valiente duendecilla Anderson.

-Alice, debes salir de esa casa, sal de esa maldita casa ahora. ¡Ahora! No hay tiempo que perder, sólo hazlo... ¡hazlo maldita sea! –Pude escuchar el silencio ensordecedor al otro lado de la línea, la respiración agitada de Alice que sonaba jadeante del esfuerzo, de lo rápido que corría, del esfuerzo que estaba haciendo por pararse y no poder seguir sufriendo su dolor, ese que nos devastaba a todos justo ahora, incluso a mí aunque siempre haya sido mi rival, Alejandra, Alejandra...

Los minutos habían pasado lentos mientras yo, por dolor o resignación, seguía apegada a ese teléfono arrodillada en el piso en lo que debía haber sido un inmenso dibujo de algún payaso triste de esos que tanto amaba Alice sin atreverme a colgar sólo escuchando los enormes jadeos de una mujer que seguía corriendo a una enorme velocidad mientras gritaba como una completa energúmena cosas inentendibles que retumbaban en mi cabeza y en mi corazón. No había pasado mucho, unos minutos o segundos, no lo sabía a ciencia cierta, sólo lo supe cuando el sonido agobiante de un final escrito me retumbaba los oídos y el corazón por ese celular, sonido que llegaba a este destrozado lugar con una enorme facilidad sólo segundos después.

Otro monumento reluciente en llamas se alzaba glorioso a lo lejos de ese enorme Paris, un monumento que había sobrevivido impasible a muchísimos daños y guerras afrontadas hace tanto tiempo atrás, un lugar lleno de historia que había sido el hogar de toda una familia hace tan solo unas horas, una casa que había dejado de serlo para reducirse también a un oscuro foso colmado de cenizas y dolor. La fogata que se alzaba a lo lejos sólo confirmaba lo que yo ya sabía, la mansión Anderson había explotado llevándose, talvez, no solo a esa fastuosa casa sino a toda su familia con ella también.

El teléfono, que había sido de ayuda para escuchar la voz de Alice hace tan solo unos minutos, sonaba sórdido y sin vida. No había nada al otro lado, no había nada más que dolor, miseria y un sepulcral vacío que recorrió no solo mi cuerpo sino también mi corazón.

Como si la noche no hubiese sido suficiente, y el dolor no fuese demasiado agobiante. El sonido rabioso de un hombre a mis espaldas me hacía reaccionar de mi miseria. Gritaba algo que no entendía pero que dolía como si supiera exactamente qué era lo que estaba pasando.

-Lauren, te necesito, ¡ven ahora, ahora! –Un rubio fornido y apuesto me sacaba de mi letargo y dolor. Me sentía un alma en pena que lo había perdido todo y que parecía que iba a perder algo más, aún más por si fuera posible –Está en parada, no reacciona. Necesitamos insumos si quieres mantenerla con vida, debemos irnos ahora Lauren. Necesito que me ayudes si quieres que viva, es ahora o nunca Lauren, está muriendo... --Kathleen se moría, se moría y yo no sabía si iba a poder salvarla. Las piernas me pesaban como en una maratón, el dolor de mis costillas rotas era incesante, pero el dolor del alma ese era aún peor que cualquier miseria que pudiera haber vivido.

Me paré como un resorte, llevando un dolor agobiante a mis espaldas, con el único propósito de mantener a lo que me quedaba con vida pues para ese entonces lo había perdido todo, incluso a Mairím, una Mairím que había muerto también en esa absurda explosión, una Mairím que jamás estuvo en los escombros de ese edificio que quedaba atrás. Este siempre había sido el plan de Sophia y lo había logrado, toda la familia Anderson había muerto y Kathleen, Kathleen resistía como podía mientras yo seguía apretando con fuerza su pecho repitiendo su nombre a gritos alejándonos de ese lugar lleno de dolor con toda la rapidez que podíamos.

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Las sirenas alertaban a toda esa hermosa y grandiosa ciudad en medio de la noche. Un sinfín de policías, ambulancias y bomberos recorrían toda la ciudad a una velocidad apabullante tratando de cubrir los tres frentes llenos de sangre y fuego.

Alguien o algo habían acabado con lo que alguna vez fue una de las familias más reconocidas de toda Francia. Aquella hermosa casa que se remontaba a finales del siglo 18 había quedado reducida completamente a cenizas sin ningún rastro de sobrevivientes o de algo que se hubiera podido salvar.

Al otro lado de la ciudad, tanto en norte como en sur la escena era muy similar. Un galpón reducido a cenizas con docenas de cuerpos dejados a su paso. Cuerpo tan lastimados que era imposible de saber su origen sin el respectivo análisis de ADN y en el sur, un antiguo edificio propiedad de los Wilson había quedado reducido también a cenizas y escombros, nada se habría podido salvar de algo así.

Nadie entendía qué era lo que había pasado. No había mucho que se pudiera hacer más que llenar la prensa amarillista de titulares que acompañaran el dolor que había a lo largo de todo ese país, todos los franceses lloraban a la familia Anderson y el fin de su legado. Y también lloraban el fin de una de sus agentes más reconocidas, tampoco había noticias sobre la agente Romanov, misma agente que había ido a esa casa en escombros hace tan sólo unas horas cuando era un referente de glamour y belleza.

La noche, fría y oscura, seguía su paso acelerado sólopara descubrir el verdadero alcance de la matanza el día siguiente. Calles desoladas,construcciones reducidas a nada y un inmenso dolor que se sentía en cada ciudadde ese país. La noticia había viajado hasta Vancouver por supuesto, un Vancouverque lloraba también la pérdida de dos de sus hijas, dos de sus hijas que estabandesaparecidas desde hace varios días y que ahora se preguntaban si habíantenido el mismo fin del resto de las Anderson. Nadie sabía la verdad enabsoluto. Las ráfagas del sol se alzaban gloriosas sobre aquella oscura yfatídica noche...    

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