¿A quién eliges?
Después de tanto tiempo, a veces simplemente te cansas de querer agradar a todo el mundo, de querer que cada persona te quiera, de intentar ser todo lo divertida, agraciada, diferente, y perfecta que la gente espera de ti. ¿Importa acaso lo que las personas piensen?
Todo depende de la idiosincrasia de cada país. De lo absurdo y triste que suena que basándose en una religión se tomen libertades para juzgar a la gente o de lo estúpido que suena que aún se tenga la idea de que "debemos seguir el ejemplo de los demás" cuando todo simplemente se trata de vivir y ser felices, ¿importa acaso lo que piensen los demás?
Todos nos empeñamos en vender esa parte de ti que ni tu misma entiendes, ¡quítate las caretas! Conviértete en un ser único y de luz, en un ser capaz de cambiar las bases de esta obsoleta sociedad, en una persona de ideales firmes e irrevocables, en una persona que es capaz de levantarse cada día con la consigna de que todo lo que puedan decir de ella es una motivación para ser mejor a cada paso, para ser más fuerte, para reírte del mundo y decir "¡esta es mi vida, yo mando en ella!"
Vive por Dios, ¡vive! Y deja vivir. La vida es demasiado corta para detenerte a pensar en consecuencias. Enfócate en hacer la mayor cantidad de bien posible, y que lo demás sea solo el producto de cosechar todo el amor que has dado en esta vida.
No te detengas a pensar en el tiempo, puedes morir mañana y no llevarte nada. No te detengas a pensar en posesiones, la vida pasa rápido y hay muchos países por visitar. No te detengas a pensar en a quién amar, las arrugas salen pronto y necesitarás de alguien que las ame... ¡Vive! Vive y deja vivir... No hay más opciones, no hay más argumentos. Ama a quién quieras, lucha por lo que amas, y respeta el amor del resto. Lo demás, simplemente no existe un "demás".
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Narra Lauren...
-¡Párate Alejandra, párate maldita sea! ¡Vamos! Esto apenas comienza... ¡Párate! --¿Cuántos golpes llevaba? ¡Oh sí, se sentía tan bien! Ver a Alejandra tirada en el piso, haciendo un gran esfuerzo por ponerse de pie, tratando de recomponerse del último golpe que había estrellado en su cara. ¡Se sentía tan bien! ¡Oh por Dios tan bien! Era como si hubiera sacado toda la rabia que llevaba reprimida durante años... Recordaba con claridad el sabor de la sangre en mi boca aquella vez que había dejado tan en claro que yo merecía que eso pasara, la vez que había venido a poner la cara para luchar por el amor de Kathleen una vez más, pero hoy era tan diferente, demasiado diferente.
Llevaba apenas un par de horas en Paris. Había llegado en un vuelo comercial, de esos que te cansan no solo física sino mentalmente. Llevaba horas viajando, horas esperando el momento exacto en el que iba a tener la suerte de volver a ver a mi hija, a Alice, a Amelia, a Kathleen... ¡A Kathleen! Mi verdadera motivación, la única que tenía, la que de verdad hubiese logrado que cruzara el mundo entero sólo por la oportunidad de verla así fuesen diez segundos.
Había prácticamente corrido al llegar al aeropuerto, dejando atrás a una futura esposa que a esas alturas me importaba tan poco. Me había adentrado en el asqueroso tráfico de Paris a las 12 del día, todo con el afán de llegar corriendo a la casa de aquella familia que sin ser mía tenía todo lo que aún amaba, lo que quizás siempre iba a amar, lo único que de verdad iba a importar en mi vida por mucho que tratara de que dejara de ser así, ¿quién era Angélica? Nadie, sólo un recuerdo que retumbaba en ese instante en mi cabeza.
Recorrí esa estancia con la única esperanza de toparme en ella a Kathleen aunque sonara tan utópico. Imaginaba verla bajar de esas escandalosas escaleras, una casa demasiado estrambótica llena de lujos y glamour, con una Mairím que vendría detrás mientras se lanzaba a mis brazos llenos de regalos para ella. Me imaginaba regalándole un dulce beso a Kathleen en su mejilla (mientras me quemaba la piel, la vida, el alma porque ese beso fuera en sus labios, en su piel que era ajena, en su alma, en su cuerpo, mientras me imaginaba que la recorría una vez más) y pretendía ser la mujer más feliz del mundo mientras ella se regodeaba sin querer de mi desgracia entregándose a los brazos de una suertuda Alejandra Anderson, la misma que se había quedado con todo, la misma que tenía la suerte de tener la mejor de las hermanas, la misma que tenía una hermosa nueva sobrina, la misma que compartía conmigo el amor que Mairím nos tenía, la misma que se acostaba y disfrutaba del cuerpo de la única mujer que había amado de verdad en mi vida, la misma que se regodeaba y burlaba de mi miseria sin querer porque era dueña de lo que siempre, siempre, siempre había querido tener para mí.
Llegaba con la única esperanza de vivir de la miseria y el dolor por unas horas, tratando de olvidarme que dentro de poco, tan poco, iba a volver a Ámsterdam para casarme con alguien que, a pesar de quererla, jamás iba a amar. Esas eran mis motivaciones, destrozarme la vida por última vez antes de renunciar a todo y ser la Lauren Wilson que todos querían que fuera: la perfecta mujer que había superado su pasado para tener un futuro, la perfecta mujer que se había propuesto ser el ejemplo de lealtad amor y cordura, la perfecta mujer que debía ser adulta y renunciar a sus sueños para que los demás tuvieran los suyos, sí, sonaba sencillo, tan sencillo, tan sencillo como alcanzar el sol y no quemarse ni morir en el intento...
Pero por el contrario, había llegado a una casa que se veía muerta, con personas que llevaban reflejado el dolor en el rostro, con los periódicos llenos de noticias tan llamativas como la mujer por la que Alejandra había engañado a Kathleen, y no sólo eso, no, siempre había más. Había llegado a una casa en la cual, sin querer y con el permiso de todo el mundo, me encontraba con Alejandra hablando con Alice sobre la sencilla notica de que Kathleen y Mairím no solo no estaban en Paris, si no que las tenía Andrea, ¡sí Andrea! La misma Andrea por la cual Alejandra había engañado a Kathleen, la misma Andrea que adornaba los periódicos y las noticias que se veían por todo el aeropuerto, la misma Andrea de la que Alice me había hablado hace tan poco y cuyo nombre había logrado olvidar por completo. Andrea, esa mujer de revista que adornaba cada una de las portadas y titulares de las noticias amarillentas de Paris, Francia, Europa. Era increíble de pensar que Alejandra Anderson con su enorme fortuna hubiese permitido que todo esto llegara tan lejos... Kathleen, ¡¿Por qué la elegiste a ella y no a mí?! Yo jamás habría hecho algo así, jamás, jamás te habría dejado a un lado, jamás habría puesto mis ojos en alguien más, ¿¡cómo hacerlo!? Era imposible de pensar que mi alma pudiera amar a alguien como la amaba a ella...
-Lo estás disfrutando, ¿verdad Lauren? Disfrutas regodearte de mí miseria –Un risa con sorna, una lengua que relamía los labios llenos de sangre de una maltrecha Alejandra Anderson desparramada en el piso-- Llevabas esperando este momento desde hace años... tener la oportunidad de partirme la cara sin que yo tuviera el menor impulso de evitarlo, de querer detener lo que sea que quieras hacerme. ¿Sabes? –Alejandra se paraba poco a poco del piso, con el rostro magullado de los golpes que se empezaban a notar a cada segundo un poco más y una hilera de sangre que salía de la esquina de sus labios, una sangre que ella seguía relamiendo con dolor y pena. Se veía devastada mientras yo, yo sólo quería seguir acabando con ella, nada más, nada menos—quizás me lo merezco, de seguro que sí, pero nada de esto cambia que Katie me haya elegido a mí y no a ti, aún a pesar de todo... --Una risa burlona, mi puño estrellándose al otro lado de su boca para equiparar la hilera de sangre y que saliera de ambas esquinas, el tambaleo de una hermosa Alejandra Anderson cuyos cabellos para esas alturas se habían manchado de sangre al igual que su ropa, ¡oh sí, se sentía tan bien! En realidad no era el hecho de golpearla, no; era el hecho de que ella, la impoluta Anderson, la protagonista de la historia de amor de Kathleen, hubiera destrozado el corazón de la mujer que aún amaba y ahora yo tuviera la oportunidad de decir que en realidad, ella se había equivocado, que había sido tan imbécil como para meter las patas hasta el fondo. Debí de ser yo, siempre debí de ser yo, desde el principio debí de ser yo, no ella, ella jamás, ¡yo maldita sea!
-¡Cállate! No puedo creer que después de todo lo que has ocasionado tu único consuelo sea que Kathleen te haya elegido a ti... ¿¡No lo ves!? ¡Ni siquiera sabes dónde está maldita sea! ¿¡Cómo pudiste ser tan imbécil!? ¿¡Cómo pudiste lograr que ella se fuera, que le pasara algo así!? ¿¡Cómo!? ¿¡Cómo pudiste dejarla sola!? –Otro golpe en su cara. Mis nudillos empezaban a resentirse, pero eso no iba a detenerme. Deseaba tanto seguir desquitando mi rabia y frustración por toda Alejandra, era tanto mi deseo de acabar con ella para que todo esto sólo fuera una mala broma que olvidé por completo que Alice estaba justo detrás de mí. Y la recordé porque pude sentir a la perfección como sus manos se enrollaban en mi cintura mientras gritaba lo más alto que podía que ya era suficiente, que eso era todo, que seguir destrozando el cuerpo de Alejandra no iba a cambiar nada, y tenía razón, no cambiaba nada pero qué bien se sentía, demasiado bien.
-¡Ya basta! ¡Basta! Katie no necesita que ustedes se comporten como dos trogloditas. Necesita que la encontremos, a ella y Mairím... ¡Que hagamos algo! ¿Para esto viniste Lauren? ¿¡Para golpear a Alejandra!? Y tú Alejandra, ¿vas a seguir comportándote como una cobarde que lo ha perdido todo? ¡¿Es esto lo que están haciendo aquí!? ¡Katie estaría muy decepcionada de ambas! ¡Son un par de idiotas! Ninguna de las dos la merece... --¡Oh! No, no había venido para eso. Dejé de forcejear casi de inmediato con ella, al mismo tiempo que Alejandra apretaba la mandíbula para evitar aún más dolor en su rostro. Ya no me importaba golpear a Alejandra, por mucho que deseara hacerlo. Recordé en ese momento que Kathleen, Kathleen y mi hija estaban en algún lugar del mundo sin nadie que las defendiera. Sin nadie que las ayudara, sin Alejandra, sin mí. Tan lejos de mí que esta vez, quizás no iba a poder dar mi vida por ella otra vez. El dolor es incesante cuando no existe un final o un inicio.
-¡Oh por favor Alice! Sé que tú también lo estás disfrutando. Sé que llevabas muchos meses deseando que alguien me partiera la cara, y ya que tú misma no podías hacerlo seguro estás encantada de que Lauren esté aquí... --Alejandra y su risa burlona mientras se sostenía del caro escritorio que adornaba su oficina y embarraba de sangre los papeles encima de él—Sé que agradeces que Lauren cumpla tu deseo de darme la paliza que merezco, porque me la merezco, ¡lo sé, lo sé maldición! --Otra risa más, su mano recorriendo su boca tratando de limpiar la sangre que salía de ella. Por un momento sentí lastima por ella, por su estupidez... lo había perdido todo, incluso a su propia familia. No me fijé en qué momento los brazos de Alice me dejaron en libertad para estrellarse de frente en el rostro de su hermana. Al parecer no era la única que estaba esperando este momento. Al parecer Alejandra era una imbécil que siempre tenía razón.
-¡Deberías callarte! Deberías cerrar tu gran boca y darte cuenta de la estupidez que has hecho. Todo esto lo has ocasionado tú. No sé qué piensas pero, ¿te has puesto a pensar que es posible que nunca más volvamos a verlas? ¿¡Al menos lo has considerado!? ¿¡Qué para estas alturas ellas pueden estar... muertas!? –El vacía en la voz de Alice era espectral. Mis manos cayeron pesadas a mis costados, sin vida, sin fuerza. Alice tenía razón, ¿y si nunca más volvíamos a verlas? Nadie sabía nada de Andrea, ni de su vida, ni de su mundo... Si hubiera querido dinero, ya tendría todo el que hubiese podido pedir, pero no era eso, no... Entonces, ¿por qué hacía todo esto? Alejandra pensó lo mismo que yo. La vi caer de bruces contra el piso como un muñeco sin vida mientras empezaba a llorar. Por segunda vez en el día sentía lástima de ella, por segunda vez en el día había olvidado lo que significaba odiarla por todo el desastre que era mi mundo. Por segunda vez en el día desee ayudarla en lugar de querer matarla, si eso no era un avance en nuestra relación no sé qué más podría haber sido.
-No, no puedo quedarme aquí sin hacer nada... ¡No! ya que tú eres incapaz de ayudar a tu propia familia, yo lo haré. Haré lo que sea necesario para lograr que Kathleen y Mairím regresen... Y sólo para que quede claro, el pacto de no agresión queda cancelado. Alejandra Anderson, no esperes que yo respete la decisión de Kathleen esta vez, esta vez lucharé por ella y me importa muy poco que tú o Alice estén de acuerdo... --Enderezaba mis hombros. Kathleen me necesitaba... Ella y mi hija me necesitaban. Sin importar lo que pasara, debía lograr que ellas regresaran. No importaba nada más.
Vi a Alejandra reír con dolor mientras se retorcía en el piso con los ojos anegados en lágrimas. Lo peor de verla sufrir era que lo hacía sola. Alice llevaba el dolor a su manera, caminando de un lado a otro, ofuscada, enfadada, preocupada. La rabia por su hermana era mayor que el amor que le tenía. La culpaba por todo, tanto o más de lo que yo lo hacía.
Tomé mi celular en mis manos dispuesta a hablar con Alex mientras caminaba fuera de ese estudio. Necesitaba salir de ahí, sentirme útil, buscar alguna solución. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había bajado de ese avión para encontrarme con esta tragedia? ¿Un par de horas? Lo había olvidado por completo, tanto que al oír el todo de llamada lo último que esperaba era encontrar una llamada de Angélica al otro lado de la línea. ¡Maldita sea! El avión de regreso a Ámsterdam salía en un par de horas y yo seguía ahí, en esa casa, en ese lugar donde había sido y seguía siendo tan miserable. ¡Maldita sea! ¿¡Qué demonios iba a hacer ahora!? Sabía perfectamente qué hacer, ¿cómo podía ser tan desgraciada y causarle ese dolor a Angélica una vez más? Me merecía el maldito infierno por el daño que iba a causarle, me lo merecía, me merecía el infierno que estaba viviendo y el infierno que me esperaba al morir si es que existía.
-¿Se puede saber dónde estás Lauren? Ya deberías estar aquí, el avión sale en un par de horas. Espero al menos ya vengas en el taxi... --La respiración agitada de Angélica se escuchaba claramente al otro lado de la línea. ¿Era lástima lo que sentía por ella? ¿Era cariño? Me dolía lastimarla, sí que lo hacía. Sabía que esto era el final, nunca iba a perdonarme que la dejara a solo un día del matrimonio. Pero, ¿¡qué podía hacer!? Irme con ella y pretender que nada de esto había pasado... que en realidad jamás había venido a Paris para ver a Kathleen y Mairím y que nunca había sido parte de este desastre. Si tan sólo hubiera escuchado a Angélica, si tan sólo hubiera tomado el vuelo directo a Ámsterdam jamás me habría enterado de nada y en este momento posiblemente estaría contando las horas para ponerme aquel hermoso vestido de novia, escogido por Angélica por supuesto, mientras escuchaba al juez casarnos... --Angélica, lo siento pero... --Y no podía seguir hablando. Por primera vez sentía que las palabras se me quedaban atoradas en la garganta. Me sentía una completa basura, sí que lo hacía. Nadie merece que le hagan algo así a tan solo unas horas de la boda, y más cuando amas tanto a esa persona, porque lo sabía, sí que lo sabía, todo lo que Kathleen significaba para mí era lo que yo significaba para Angélica, y ahí estaba yo destrozándole la vida a la única persona que me había ayudado a juntar los pedazos. Era una basura, una basura que merecía que se le derrumbara el mundo sobre sus hombros... --No vas a venir, es eso ¿verdad? Vas a preferirla a ella una vez más... ¿Es en serio Lauren? ¿Qué más vas a dejar por ella? Claro, es que después de la noticia de que ya no está con Alejandra crees que esta es tu oportunidad... ¡No puedo creerlo, no puedo creer que me hagas esto otra vez! Eres una... –Y se callaba mientras podía oír su respiración agitada al otro lado de la línea. Su voz había sonado entrecortada y dolida. ¿Para qué iba a explicarle lo que realmente estaba pasando? ¿Iba a creerme acaso? Quizás eso era peor, ¿cómo le explicaba, que de ser necesario, iba a arriesgar mi vida para salvarla, una vez más? Que a pesar de todos sus esfuerzos para que la amara y la quisiera sencillamente no habían servido de nada porque de nuevo Kathleen era quién importaba, era quién realmente importaba... --Lo siento mucho de verdad Angélica, pero no puedo evitarlo, yo... --Y no podía seguir hablando... El tiempo se había acabado... --Realmente Lauren, espero que encuentres lo que buscas... --Una estúpida línea vacía, y yo sintiéndome como una absoluta basura que merece que le lluevan balas y que quizás la aplasten un par de pianos que se hubiesen caído casual por algún balcón. Por primera vez desde que conocía a Angélica sentía que una parte de mi vida se iba con ella aunque fuese pequeña, muy pequeña; mientras que la otra parte de mi alma, imploraba a gritos que encontrara a su razón de ser sin importar cuál fuese el costo, ¿dejar mi vida? ¡Por supuesto que sí! No había mucho que pensar ni decidir...
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Apenas podía moverme... No sabría decir si era el dolor o que simplemente no me quedaban fuerzas para nada. No lograba abrir la boca o ver (sentía mi rostro tan hinchado que era de imposible creer que hubiera logrado despertarme después de aquella paliza). Los flashes de las últimas horas pasaban por mi cabeza una y otra vez. Era tan vivido que a cada golpe que Sophia me daba lo sentía una vez más por todo el cuerpo. Era eso o que simplemente intentaba ponerme de pie pero no lo lograba, algo me tiraba de las piernas sin que pudiera enderezarme y las manos me dolían tanto a la altura de las muñecas que moverlas era tan difícil como respirar.
Mis parpados trataban de abrirse poco a poco. El lugar era oscuro, oscuro y sin vida. Un cuarto vacío al que entraba un claro de luz tan pequeño que solo servía para alumbrar más allá de mis narices. Tuve que hacer un gran esfuerzo para adecuar mi vista en esa oscuridad tan absurda y vacía. El ambiente era frío, casi helado. Sentía el piso húmedo atravesar mi ropa llena de sangre regalándome pequeños escalofríos que lograban que me doliera aún más donde era imposible que hubiese más dolor.
Entendí por qué razón no podía mover las piernas. Dos enormes y oxidados grilletes se aferraban a mis tobillos dejándome apenas un pequeño espacio para maniobrar, para tratar de arrastrarme y lograr ponerme de pie. No fue fácil, cada parte de mi cuerpo rebosaba de dolor mientras hacía el estúpido esfuerzo de enderezarme... Kathleen, no creo que esto vaya a acabar muy bien. No solo tienes grilletes en las piernas, también tus manos... ¿Ya te fijaste? Y ella tenía razón, ella siempre tenía razón.
Mis manos estaban atadas por unas esposas que apenas dejaban que pudiera moverlas. Con mucho esfuerzo logré ponerme de pie, apenas podía sostenerme. Parecía que tenía las piernas quebradas, ¡oh sí! Me dolía tan solo respirar, querer sobrevivir me dolía. El aire era pesado y húmedo, húmedo y escabroso como todo ese dolor. El ambiente era fétido y glacial, me recordaba a momentos a unos de esos enormes frigoríficos en alguna carnicería, era igual de frío y tenebroso y sí, olía igual de desagradable.
Con sumo esfuerzo arrastré los pies hasta la puerta que se veía al fondo de ese lugar. Sabía que no había esperanza, lo sentía, estaba segura de eso. Sólo esperaba a morirme, pero me mantenía con vida la necesidad de saber cómo estaba mi hija, mi hija y Sam. Ellas no merecían nada de esto, este dolor y miseria, este terror que había sido creado por mí hace tantos años, esta angustia de saber si vivir era mucho más que una opción.
Me sentía un zombie que se aferraba a la vida, alguien que no tenía fuerzas para vivir pero que debía seguir de pie, respirando porque alguien más necesitaba que lo hiciera. Casi al llegar a la puerta, esta se abrió haciendo un gran estruendo, un horrible rechinido que me obligó a tratar de levantar las manos para tratar de ayudar a mis oídos a no explotar. Mis ojos me dolieron casi de inmediato, afuera de ese lugar la luz brillaba tan incandescente como el mismo sol. ¿Dónde demonios estaba? ¿¡Dónde estaba mi hija!? Esta vez sabía que iba a morir, cada poro de mi cuerpo lo gritaba. Me asustaba tan poco la muerte, me importaba tan poco mi destino. Lo único que me preocupaba era Mairím, mi hija, mi hermosa hija que tenía que haber dejado en Paris lejos de todo este espectáculo. ¿Y si ella también estaba en un lugar así? El dolor físico era nada en comparación con el dolor del alma, ella no merecía esto, ella no necesitaba nada de esto...
-Kathleen, ¡qué gusto saber que sigues con vida! Honestamente creí que no ibas a despertarte. Quizás se me pasó un poco la mano contigo, pero mírate... ¡Seguramente si Alejandra te viera ahora no pensaría que eres tan hermosa como siempre ha creído! Por Dios, ¡te ves horrible! Realmente horrible, ¡eres un completo desparpajo! –Y aquella estúpida risa de fondo me perforaba los tímpanos. Jamás había odiado tanto a alguien como la odiaba a ella. Ni siquiera a Natasha, ni siquiera a ella con todo el dolor que me hizo pasar alejándome tantos años de mi familia, aunque eso quizás había sido más culpa de Lauren que de ella. Lauren, ni siquiera tú vas a poder salvarme esta vez. Lo dudo Katie, ella seguramente está feliz con Angélica, y es mejor así, ya le hiciste demasiado daño.
-So...phi...a --¡Maldita sea! Me costaba tanto hablar, tanto como moverme. Me dolía el rostro con cada mueca de rabia y enfado que hacía, me dolía el pecho con cada frase que salía de mi boca. Era un maldito saco de boxeo que habían dejado abandonado a su suerte. Quise gritar, correr, golpear, huir, pero era imposible. No tenía fuerzas ni para hablar, por mucho que quisiera... -Mi...mi...hija... ¿Dón...de? ¿Dón... --Y no podía seguir, era demasiado, demasiado dolor, demasiada rabia.
-¿Tu hija? ¿Dónde está tu hija? Vaya qué complicación, créeme que no esperaba que quedaras así. Te pido disculpas por esto, no hacía falta tanto dolor si al final vas a morir. Debí de haberte dejado, al menos, con fuerzas para hablar, supongo... --Una sonrisa fatal, un sonido de felicidad de fondo. Sophia entraba a esa habitación con el pecho hinchado y una sonrisa de oreja a oreja. Lo estaba disfrutando, sí que lo hacía. Se veía en sus ojos raros y grises que había esperado durante mucho tiempo este momento, durante años, demasiados años. Su cabello rojo y profundo destellaba con la luz que reflejaba desde afuera. Iba vestida de cuero en su totalidad, con unos botines negros y afilados. Parecía que estaba preparada para la misión de su vida, quizás y sí, éramos eso. Ella esperaba quedarse con Alejandra... y por mucho que me doliera, también con mi hija –He cambiado los planes Kathleen, no creo que vayan a gustarte pero es hora de que todo empiece. Ha llegado el momento de que te enfrentes a tu destino. No queda mucho, en cuanto salga de aquí te garantizo que vivirás poco más de algunas horas. Míralo desde este punto, unas cuantas horas más y todo habrá acabado. Si de algo te sirve de consuelo, he decidido que es mejor que tu hija siga con vida, ¿ves? Tu sacrificio es mínimo y tu legado quedará intacto... --Detrás de ella, un fornido moreno esperaba con impaciencia. No estaba cómodo en absoluto, sus ojos iban de un lado a otro. Entre la puerta de la entrada y yo. Parecía que esperaba a alguien o a algo... --Espero que disfrutes tus últimos minutos Kathleen... espero que... --Y aquel moreno le hacía una señal mientras apuntaba a la entrada justo en frente de mí.
El rostro de Sophia cambió de inmediato. Sus cejas se arquearon y su frente se arrugó con vehemencia. Todo rastro de gozo o placer había desaparecido por completo. Se veía como una fiera agazapada a punto de atacar, como si la persona que había llegado fuese la presa con la que debía acabar y no yo.
-Vaya, ¡hasta que llegas! –Su mirada con dirección hacia la entrada de ese espantoso lugar; ansiedad, fastidio, sí eso también. Un moreno, un poco menos robusto y con algunas canas hacía su entrada magistral seguido de más guardianes detrás de él. Casi al mismo tiempo se encendían las luces de ese cuarto. Mis ojos reclamaron de inmediato. Al principio solo lograba ver destellos, ráfagas de luz que llegaban de a poco hacia mí. Después de unos segundos de total ceguera, pude ver quien era a la perfección.
Había visto a esos hombres antes, tanto al que había llegado con Sophia como al que acababa de llegar. Los conocía, sí que lo hacía, eran los mismos hombres que habían tratado de salvar a Natasha hace tantos años; entonces lo supe, lo supe como si no hubiese habido un mañana, lo supe como sabía que el cielo era azul o el mar verdoso, lo supe como sabía que estaba profundamente enamorada de Alejandra hace tantos años atrás, mi destino estaba sellado, iba a morir sin remedio aunque al menos mi hija iba a quedar con vida... Aquel hombre era el padre de Sophia, el mismo que había intentado matarme tantas veces en el pasado, el mismo que al verme se había acercado con fiereza hacia mí regalándome con toda su furia un delicioso y estruendoso golpe en el vientre.
Lo último que supe mientras todo se hacía negro nuevamente a mí alrededor, era que Sophia caminaba con desesperación fuera de ese lugar mientras aquel moreno que había llegado primero con ella la seguía casi de inmediato en contra de su voluntad, a regañadientes, mientras el padre de Sophia se quedaba de pie justo en frente de mí mostrándome una gloriosa sonrisa que se fue apagando poco a poco al mismo tiempo que sentía el frío de mi propia sangre recorrer mi cuerpo una vez más...
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Narra Lauren...
-No, ¡no puedes estar hablando en serio! ¡No puede ser real! Alex, eso es imposible, no es cierto. Jamás supe nada de eso, jamás. Me hubiese dado cuenta hubiera estado al tanto, ¡es imposible ocultar algo así! Como pudo hacer eso mi padre, ¿¡cómo!? ¡¿Qué demonios hago ahora!? ¿¡Qué!? –No, ¡no! Lo que Alex me contaba al otro lado de la línea definitivamente no podía ser cierto, no debía ser cierto.
Sentí que el mundo se movía bajo mis pies y que todo se me venía encima sin remedio, sin esperanzas por segunda vez en ese día y con solo unas horas de diferencia, mismas horas que había pasado haciendo un surco en el suelo fuera de ese despacho haciendo mis propias averiguaciones. Me sentía atada de manos, perdida. Sentía que no había un camino que seguir o algo que se pudiera hacer, era imposible pensar que todo había regresado nuevamente una vez más, todo otra vez, como si lo que había pasado tantos años atrás no hubiera servido de nada.
La marca de la herida de bala que tenía en el pecho me escocía, ya fuera por mi imaginación o porque de verdad lo hacía. Las piernas me temblaban y la idea de entrar a esa habitación a hablar con Alejandra y Alice no era la mejor opción ni en mis peores pesadillas. ¿Qué iba a decirles? ¿¡Qué!? Si era cierto lo que Alex acababa de decirme, no teníamos la más mínima posibilidad de hacer algo más que esperar, Kathleen, ¡maldita sea Kathleen! Iba a perderla y esta vez era verdad, mi hija y ella estaban condenadas a un destino tan despiadado que la sola idea me enfermaba y me devastaba. Me costaba estar en pie ante la incesante oleada de escalofríos y dolor que me recorría.
-Lo siento mucho Lauren pero es la verdad. Su nombre real es Sophia, es hija de Michael y de tu hermana... --Las palabras quedaban boteando en mi cabeza una vez más. Si todo esto era verdad no teníamos tiempo que perder, debía hacer algo, tanto Alejandra como Alice y yo debíamos hacer algo; tenía que decirles la verdad, debía hacerlo aunque la sola idea me provocara arcadas de dolor.
-Alex, reúne a toda la gente que puedas, ¡a toda la que puedas! No escatimes en recursos, averigua en dónde están y por favor, llega pronto a Paris, te necesito aquí. Debemos encontrarlas y rescatarlas, no importa que quién las tenga sea mi propia sangre, no me puedo permitir perderlas Alex, no puedo, ¡no puedo!--Seguramente Sophia no tenía la culpa, pero eso no importaba. Ella había continuado con una venganza que no era suya solo para cumplir el capricho de un padre que jamás había estado con ella. Ella era lo último que quedaba de mi familia, de mi verdadera familia, y ahora debía luchar con ella para rescatar a la mujer que amaba y a mi hija.
Del dolor, o posible dolor que había sentido hace poco por Angélica no quedaba mucho, solo un persistente vacío en el estómago con la sensación de que había perdido algo de mi propiedad. Sí, la quería, pero nada más y eso me molestaba aún más. Si la amara, si tan solo la hubiera amado, nada de esto habría importado, habría ido al aeropuerto y ahora estaría a tan solo unas horas de llegar a Ámsterdam, dispuesta a casarme, embutiéndome en un vestido peculiar, dispuesta a decir sí quiero una vez más.
-Lauren, cuentas conmigo, llegaré dentro de poco. Las vamos a encontrar, te lo prometo... --Y Alex colgaba la llamada dejando sólo una línea vacía al otro lado del teléfono. Caminé como león enjaulado no sé por cuánto tiempo más. Esa casa se sentía tan sola sin Kathleen o Mairím en ellas. Recorrí cada uno de sus cuartos mientras me asombrada de que no hubiera absolutamente nadie, ni una sola persona, solo un par de zombies disfrazados de empleados que caminaban a lo lejos en ese enorme patio que resaltaba en esa llamativa casa.
Annie o Taylor, Pierre o Amelia... La casa se sentía enorme y sin vida, solo se escuchaba el estruendo de cosas romperse dentro del estudio de Alejandra mientras yo me servía un enorme vaso de wisky de la licorera para tener un poco más de valor. Me sentía desolada, tan desolada como cuando había tenido que decidir entre Kathleen y Natasha. Esa había sido una decisión fácil, pero ¿esta? No, no se sentía igual. No quería herirla, no a ella, pero no tenía más opciones y si tenía que elegir, Kathleen siempre había estado primero incluso por encima de mí misma.
Regresé arrastrando los pies hacia el estudio. No tenía mucho tiempo, Alex estaría en Paris en pocas horas y yo necesitaba decirles la verdad, decirles que había encontrado la explicación para todo esto, para que Sophia arremetiera en la vida y casa de Alejandra y hubiese logrado que Kathleen se fuera de su hogar dejándola desprotegida en Vancouver gracias a la estupidez de Alejandra Anderson, estupidez que era propia de Alejandra porque nadie la había orillado a meter las patas tan hasta el fondo.
Abrir la puerta de aquel estudio fue una verdadera hazaña. Es como si hubiera tenido que agarrar un fierro ardiente entre mis manos, como si me quemara no solo la piel si no el alma. De cierta forma me sentía responsable, por mucho que gracias a mí todavía existiera una Kathleen o Mairím qué tratar de rescatar.
La escena era desgarradora. Alice sujetándose a la repisa con esfuerzo, manteniéndose firme para ayudar a su hermana. Alejandra lanzando cada cosa que encontraba a su paso para disipar su furia, maldiciendo a todo aquel que había conocido en su vida (yo en primer lugar por supuesto) completamente perdida y destrozada. Entendí después el porqué de esa actitud, lo entendí cuando vi el computador de Alejandra estrellado contra el piso hecho pedazos en su totalidad y su teléfono en su mano. Había hablado con alguien, y ahora quizás ya no había esperanza ni a nadie que rescatar.
-Lauren, ¡gracias a Dios sigues aquí! Creímos que te habías ido... --Alice se abalanzaba sobre mí para regalarme un doloroso abrazo. Como pude cerré mis brazos a su alrededor para no quedar como una completa estúpida y ayudarla como tantas veces ella me había ayudado a mí. Ella era una de las mejores personas que había conocido, otra razón más para envidiar a aquella Anderson ¿¡Cómo podía haber sido tan feliz para luego arruinar todo por completo!? Si había un nivel por encima de la estupidez, Alejandra seguro lo sobrepasaba y por mucho...
-Tengo que hablar con ustedes... --Sentía que me ahogaba, sentía que si seguía hablando me iba a morir sin esfuerzo alguno, pero debía hacerlo. El tiempo que quedaba cada vez era menor –Pero no sé cómo decirlo, no sé cómo...
-Andrea acaba de llamar... Ya sabemos qué es lo que quiere... Ella... Ella me quiere a mí... ¡La muy imbécil se enamoró de mí y ahora juega conmigo para tenerme! –Yo escuchaba pero no oía. Los puños de Alejandra se estrellaban nuevamente sobre ese escritorio, tan fino, tan caro –Quiere que elija, ¡qué elija! Que elija entre salvar a Katie o salvar a mi hija, ¿¡Cómo puede esperar que haga algo así!? ¿¡Cómo puede esperar que permita que una de las dos muera!? ¡No maldición! ¡No! –Seguía arrojando cosas mientras yo me tensaba de miedo y dolor... seguían con vida, pero por cuánto, ¿¡Por cuánto tiempo maldición!? Alice se separaba de mí con lentitud, mientras se paraba de frente para empezar a hablar. Sus ojos estaban tristes y tenebrosos, pero ya no tenía lágrimas para llorar, ahora estaba resignada. Sólo se podía ver ese profundo vacío que hacía ver sus ojos color cielo tan escabrosos como el fondo del mar.
-Andrea le propuso a Alejandra que debe escoger a alguna de las dos... Ella las tiene aquí en Paris, están aquí... --Alice tomaba un largo respiro mientras trataba de seguir hablando—Alejandra tiene una hora para decidir. En una hora exacta Andrea nos dará las ubicaciones de ambas y tendrá exactamente media hora para rescatarlas antes de que ambas mueran... Sin policías, sin ayuda, o no podremos salvar ni siquiera a una de las dos... --Las lágrimas salían lentamente de los ojos de Alice mientras yo lograba quedarme de pie y tragarme las lágrimas como podía. Esto era más de lo que podía soportar, mucho más –No hay mucho que podamos hacer nosotras o Taylor, Andrea nos tiene vigiladas, sabe todos nuestros movimientos, si fallamos, si tan solo cometemos un error ellas... ellas... --Y rompía a llorar abiertamente, totalmente asustada, dolida... -¿¡Por qué demonios hace esto!? ¿¡Qué gana con este estúpido juego!? Si quería a Alejandra, si se enamoró de ella, ¿¡qué saca con herir a Katie y Mairím!? Es demasiado, ¡es demasiado maldita sea! –Intentaba acercarme de nuevo a Alice. Se veía tan rota, tan o más rota que la propia Alejandra.
Justo en ese momento se abría la puerta de ese estudio sólo para ver a Pierre entrar mientras Alice se le iba encima a abrazarlo. Pierre intentaba consolarla pero era en vano, él también se sentía roto y destrozado. Su rostro estaba triste y oscuro, y aquel dolor de acrecentaba cuando miraba a Alejandra... Alejandra que por cierto seguía sin mover un musculo, sólo se mantenía aferrada a ese escritorio como si de ello dependiera su vida.
-Yo sé por qué lo hace Alice, yo lo sé... --Caminaba a la licorera mientras me servía otro enorme vaso de wisky, necesitaba toda la fuerza que pudiera tener si quería hablar... El tiempo estaba en nuestra contra... Debía tragarme mi dolor y ayudar a salvarlas... --Su nombre verdadero es Sophia... Ella...Ella es hija de Natasha y de Michael, ella es mi sobrina, es una Wilson... --El rostro de Alejandra fue una completa muestra de dolor, jamás había visto a alguien de esa manera más que a mí misma...
-¿Todo esto sigue siendo por Nicole? –Dos risas irónicas... Dos puños contra el escritorio --¡No puede ser maldita sea, no! ¡¿Cómo puede seguir siendo aún real que el haber estado con esa mujer siga destruyendo mi vida después de tantos años?! ¿¡Cómo!? –Alejandra se desmoronaba sobre la silla mientras la cara de sorpresa de Alice y Pierre lo decían todo.
No teníamos tiempo para esto, debíamos actuar ya. Quedaban solo minutos antes de que empezara esta maldita carrera contra la muerte... No iba a permitir que ninguna de las dos muriera, no lo iba a permitir, no podía permitirlo. Si dejaba que una de las dos murieran, yo misma iba a morir en el intento, de dolor, de rabia, de impotencia.
-Creo que sé cómo rescatar a ambas, sólo espero que resulte.... –Y me servía otro enorme vaso de wisky... Y pensar que hoy paneaba casarme.... Y pensar que hoy había cumplido el sueño de destrozarle el rostro a Alejandra Anderson... Y pensar que yo misma me había empeñado en regresar a Paris... --Esto es lo que vamos a hacer... --Y sentí la furia de 3 pares de ojos siguiéndome por todo ese lugar, quedaban tan solo 55 minutos...
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