💥 Capítulo 7

—Siento como si estuviera bajo arresto domiciliario, como si fuera yo la criminal que como castigo merece perder su libertad. —Dio una gran bocanada de aire antes decontinuar—. Siento que me ahogo entre estas paredes, no tengo nadie con quien hablar; la única persona que ha intentado cruzar palabras conmigo es una vecina muy amable, aunque algo entrometida. No sé cuánto tiempo vaya a soportar vivir así o si en algún punto podré acostumbrarme.

Holland se recargó sobre el respaldo del sillón y acomodó sobre su regazo la laptop por la que estaba teniendo su primera sesión de terapia con una psicóloga especializada en personas que estaban bajo el Programa de Protección a Testigos. Habían pasado dos días desde que Roxanne había llevado la tarta y esa misma mañana les había llegado por paquetería una caja que en su interior contenía la laptop, enviada desde las oficinas en la capital.

Dylan le explicó brevemente que Dawson y Preston habían mandado la computadora para que Holland pudiera tomar las sesiones de terapia y seguimiento que se le daba a los protegidos para que pudieran sobrellevar la situación que estaban viviendo y pudieran adaptarse sin mayores complicaciones a su nueva vida.

La mujer al otro lado de la pantalla tomaba nota de los comentarios que hacía Holland durante la sesión.

Tengo entendido que estás viviendo con un hombre —revisó entre sus notas—Dylan Fux, quien además de fungir como tu esposo ante la sociedad, se encarga de tu cuidado.

—Sí.

¿Y cómo llevan esta convivencia?

—Bueno, nos dividimos las tareas de la casa y pensamos rotarlas cada semana para que sea lo más justo posible. —Se quedó pensativa unos momentos—. Dylan busca que tengamos que salir de casa lo menos posible y es por eso por lo que siento que estoy en una prisión. Tampoco habla mucho.

La psicóloga le explicó que era normal que por lo menos al inicio tomaran precauciones. Nunca estaba de más, aunque la mujer no sabía con detalle la situación de Holland, por lo general los casos que requerían de moverse hasta otra ciudad e iniciar una nueva vida era porque había algo muy grave detrás. Lejos estaba imaginarse que ella estaba relacionada con la reciente muerte del presidente.

Estuvieron unos minutos más hablando hasta que el reloj marcó que la hora se había terminado. Estarían teniendo esas videollamadas dos veces por semana para ver los avances. Holland cerró la laptop y la dejó a un costado. Desde donde estaba sentada podía observar a Dylan en la cocina caminando de un lado a otro con los audífonos puestos y el celular en la mano y cada tanto lo veía mover los labios, pero no alcanzaba a escuchar lo que decía.

Fux, ¿cuánto dinero están gastando y en qué lo están gastando? Recibí el estado de cuenta de la cantidad de dinero que se ha estado sacando de la tarjeta que te di y es un monto bastante elevado. —Elinterrogado casi podía ver cómo se le saltaba la vena en la frente cada vez que hacía un coraje su jefe.

—Capitán, el dinero que se ha gastado desde que salimos de D.C ha sido para hospedaje, gasolina, comidas y ahora que ya estamos instalados para llenar el refrigerador y la alacena de comida. Cuando llegamos estaba vacío.

Tiene razón Fux, no sabíamos cuánto iban a tardar en llegar y no queríamos llenarlos de comida podrida.  —Su tono se relajó un poco—. Solo no se excedan en los gastos, a ustedes se les dio esa tarjeta como una prestación adicional dado la importancia del caso en el que se encuentran, un protegido cualquiera habría llegado con cien dólares en los bolsillos y tendría que estar trabajando para pagarse sus propios gastos. Y bien, ¿cómo van las cosas?

Dylan le explicó que hasta ahora el único incidente que habían tenido había sido el de aquella noche en la carretera. Fuera de eso las cosas estaban marchando bien y de manera tranquila. La casa era bastante espaciosa y estaba bien equipada, y no se refería solo a los aparatos del gimnasio. Dawson le pidió que se mantuviera alerta, apenas estaban iniciando a trabajar con los abogados en el caso y la reciente noticia de que la viuda de Drums se estaba postulando como candidata a la presidencia les estaba dificultando un poco las cosas por allá. Le pidió tener paciencia y que estuviera al tanto de su celular para estar en comunicación.

Terminó la llamada y el ex militar se quitó los audífonos dejándolos sobre la fría isla de cuarzo y granito. La penetrante mirada verde al otro extremo de la casa captó su atención, se le notaba tensa y sus brazos cruzados a la altura del pecho se lo confirmaban. Le daba la impresión de ser una niña regañada que la habían mandado a sentar para que reflexionara sobre sus errores, ese pensamiento le causó gracia y elevó la comisura de sus labios.

Fue hasta donde estaba la pelirroja y sin decir una sola palabra tomó la laptop para llevársela a guardar. Holland no despegó la vista del hombre que iba dejando a su paso una estela de loción muy varonil, no podía negar que era bastante atractivo y le intrigaba de sobre manera saber de su vida. Era una lástima que estuviera prohibido hacerse preguntas personales sobre el pasado y con el poco tiempo que llevaban de convivencia, podía intuir que Dylan era de esos hombres cuadrados que seguían las reglas sin excepción.

—¿Cuándo tendrás la siguiente sesión? —preguntó mientras se alejaba por el pasillo rumbo a las escaleras.

—Serán los lunes y viernes.

—Entonces se guarda hasta el lunes. —Desapareció rumbo al segundo piso.

Otro motivo para sentirse como en una prisión era esa, no podía tener acceso a un teléfono o computadora porque pensaban que su primer impulso sería buscar la manera de contactar a sus seres queridos y, a decir verdad, no los culpaba porque muy probablemente lo haría y eso pondría en riesgo todo. Tampoco podían culparla a ella, tenían que entender que no era fácil perderlo todo de la noche a la mañana, moría de ganas por saber cómo habían tomado la noticia sus padres de su supuesta muerte. ¿Habrían llorado? ¿Les habrían dado una tumba falsa a la cual pudieran ir y visitarla de vez en cuando?

Probablemente esas serían preguntas que jamás tendrían respuesta.



Sábado casi a medianoche, Holland se encontraba dando vueltas de un lado a otro en su cama. Desde que habían llegado a la casa conciliar el sueño se había vuelto una odisea. El insomnio la perseguía cada noche y tardaba de dos a tres horas en poder caer en los brazos de Morfeo. Había considerado la posibilidad de tomar pastillas para dormir, pero nunca había sido partidaria de su uso así que lo descartó rápidamente.

Se obligó a cerrar los ojos y dejar su mente en blanco. Minutos más tarde por fin pudo caer rendida.

El gusto le duró poco, un dolor en el vientre bajo la despertó. Cólicos. Refunfuñando y manoteando se giró sobre su costado para mirar el reloj que se encontraba en el buró, pero este estaba apagado. Extrañada se incorporó y lo tomó entre sus manos analizándolo, oprimió el botón de la lámpara, pero esta no se encendió. «¿Acaso se fue la luz?» Dejó el reloj en su lugar y se levantó para acercarse al ventanal y observar hacia el exterior.

La calle se encontraba en completa oscuridad, ni siquiera la luz de la luna alumbraba el desierto pavimento, tampoco se veía una sola estrella en el cielo. Al parecer se había ido la luz en toda la calle puesto que ninguna casa contaba con electricidad. Un nuevo cólico se hizo presente, con una mueca de fastidio más que de dolor, puso su mano sobre su vientre y tratando de no caerse fue hasta la puerta y salió al pasillo.

El largo pasillo parecía que se perdía en medio de la oscuridad, un escalofrío le recorrió la columna. El silencio dentro y fuera de la casa era sepulcral, casi podía escuchar los latidos de su corazón. Maldijo en silencio por no contar con un celular para poder alumbrar el corredor, ni siquiera tenía una linterna o una vela. Hizo una nota mental de mencionarlo la próxima vez que fueran al super.

«Vamos, nunca te ha dado miedo la oscuridad.» Se alentó. La diferencia recaía en que era una casa completamente diferente a la que había vivido durante sus veintinueve años de vida y no conocía de memoria donde estaban ubicados los muebles; en su vieja casa podía ir y venir de un cuarto a otro incluso con los ojos cerrados, pero esa no era su vieja casa. Soltó una bocanada de aire y dio el primer paso.

Un golpe detrás de ella la hizo dar un brinco y casi se le escapa un grito del susto. Con los nervios a flor de piel se giró en dirección a las puertas corredizas que daban al balcón del fondo. Una paloma se había estrellado contra la puerta y ahora estaba intentando volar para salir de ahí. Holland cerró los ojos y respiró profundamente para calmarse una vez más.

«Estúpida paloma.» Recordó que alguna vez había escuchado la teoría conspiratoria de que las palomas eran un invento del gobierno que funcionaban como espías, río para sus adentros.

Cuando una nueva punzada de dolor se hizo presente, decidió que ya no podía perder más tiempo. Por un momento consideró la posibilidad de despertar a Dylan para que la ayudara a alumbrar el camino, pero pensó que eso la dejaría como una miedosa e inmadura ante él. Con pasos cautelosos y estirando las manos delante de ella para no chocar con nada, siguió su camino hasta llegar al borde de las escaleras donde bien agarrada del barandal, uno a uno bajó los escalones.

Un nuevo ruido la hizo detenerse en el descanso justo a la mitad. Mirara hacia arriba o abajo, todo estaba en completa oscuridad. Inhaló y exhaló un par de veces más, solo tenía que bajar unos escalones más y dirigirse al baño de visitas donde se encontraba el botiquín de primeros auxilios, estaba casi segura de que en la ida al super habían comprado ibuprofeno. Cuando estaba por llegar al último escalón una luz blanquecina proveniente del otro extremo le llamó la atención. Se movía de un lado a otro de manera errática.

—¿Dylan? —suvoz sonaba temblorosa.

La noche anterior había bajado en mitad de la madrugada por un vaso de agua y se había encontrado con su compañero en la cocina, su actitud sospechosa le había hecho sentir como si lo hubiese atrapado escondiendo algo, pero él rápidamente actuó como si también hubiera bajado por un vaso de agua. Lo dejó pasar porque quizás solo estaba siendo paranoica por toda la situación tan estresante en la que ya se encontraba.

Bajó el último peldaño y dirigió su vista hacia el comedor. De ahí provenía la luz, pero el muro que dividía la cocina del comedor no le permitía ver más allá. La luz dejó de moverse y se quedó apuntando hacia una de las paredes. Holland tragó saliva y con pasos cautelosos se fue acercando, un nuevo ruido proveniente del comedor se escuchó. Su corazón estaba latiendo a mil por hora, casi podía sentir cómo golpeaba contra su pecho.

Cruzó hasta ahí y la luz le dio de lleno en los ojos cegándola por completo, puso sus manos al frente en un intento de cubrirse y lo siguiente que supo es que alguien se había abalanzado sobre ella estrellándola contra la pared y apretando su cuello cortándole el flujo de oxígeno. Con sus manos intentó zafarse, pero era inútil. La persona delante de ella tenía la suficiente fuerza para tenerla contra la pared mientras la ahorcaba.

En un movimiento desesperado logró tirar la linterna que llevaba su atacante en la mano y por fin pudo ver a un hombre vestido todo de negro y con pasamontañas. Lo único que quedaba a la vista eran sus ojos, tan oscuros como el carbón pero que se reflejaba una llama de odio en su interior. Holland siguió dando manotazos, incluso le pegó en el rostro, sin embargo, el hombre parecía no inmutarse o sentir dolor alguno. La desesperación iba en aumento conforme sus reservas de oxígeno se agotaban, no tenía forma de gritar y pedir ayuda. No había nadie que pudiera salvarla.

Con las últimas fuerzas que le quedaban levantó la rodilla y le asestó un golpe directo a su entrepierna, logrando así que la soltara de inmediato y dejara escapar un chillido de dolor. Tomó una bocanada grande para regresar el aire a sus pulmones y entonces gritó.

—¡Auxilio! ¡Auxilio!

Tropezando con sus propios pies y con lo poco que llegaba a alumbrar la linterna que seguía en el piso, se dirigió de inmediato en dirección a subir a la siguiente planta, cuando estaba por pisar el primer peldaño sintió un jalón en su cabello que llevaba en una coleta alta, deteniéndola.

—¡Auxilio! —volvió a gritar.

El hombre la aventó contra la isla de la cocina logrando que se le clavara el filo de la mesa justo a mitad de la espalda. Un chillido de dolor escapó de sus labios. El hombre nuevamente se fue contra ella y comenzó a ahorcarla una vez más, se acomodó entre sus piernas de manera que no pudiera darle otro golpe.

Era su fin, no tenía escapatoria. Lo último que vería sería esos ojos negros como el carbón.

💥💥💥

Palabras sin contar nota de autor: 2,263

Como que la calma y tranquilidad no le dura mucho a esta chica.

Gracias por los votos y comentarios, recuerden que es gratis y me motiva mucho para seguir escribiendo esta historia.

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