💥Capítulo 37
Dylan volvió a mirar la hora en el celular, ¿qué le estaba tomando tanto tiempo a Holland? Exhaló un suspiro y dejó pasar en la fila a una señora que acababa de llegar. No quería seguir perdiendo el tiempo así que con paso decidido se encaminó hasta el pasillo donde había visto que la pelirroja giró momentos antes.
Para su sorpresa no había nadie. Miró en dirección a las cajas por si ya estaba ahí, pero no la vio. Avanzó por el pasillo y notó que había un paquete de toallas sanitarias tiradas a un costado. Lo levantó y lo dejó en el estante.
¿Por qué de pronto tenía la sensación de que algo no iba bien? Todos sus sentidos se pusieron en alerta.
—¿Holland?
Llamó su nombre en voz alta esperando que apareciera su figura en algún extremo del pasillo, pero no hubo respuesta alguna. Empezó a recorrer los pasillos del supermercado y con cada uno que iba pasando su respiración y angustia iban en aumento. Las alertas brincando en su cerebro a cada segundo que pasaba.
—¡Holland!
El grito se escuchó en todo el establecimiento consiguiendo que algunos de los clientes giraran en su dirección extrañados por el hombre que estaba en medio del lugar con la mirada llena de desesperación como un niño perdido buscando a su madre.
Soltó la canastilla que llevaba entre sus dedos haciendo que esta cayera al piso, una de las calabazas se estrelló derramando su relleno por todo el luar y se escuchó el estallido del foco al quebrarse.
Sacó la pistola que llevaba en la cinturilla del pantalón y trotando volvió a recorrer cada uno de los pasillos, incluyendo el interior de los baños. Algunos de los clientes que lo vieron con el arma no pudieron evitar soltar un grito de miedo pensando que era un loco suelto.
Fue directo hasta una puerta al fondo donde se leía un letrero de Prohibido la entrada y Solo personal autorizado. La empujó y siguió el pasillo hasta llegar a la puerta donde se leía Gerencia. La fuerza con la que abrió la puerta fue tal que esta hizo un ruido sordo al golpearse contra la pared.
—Exijo ya mismo que me muestren las cámaras de seguridad con la grabación de los últimos diez minutos —el hombre al otro lado del escritorio levantó las manos en alto al verse apuntado con un arma por un tipo que se veía visiblemente alterado—. ¡Ya mismo! —gritó desesperado.
El gerente, que en su placa podía leerse el nombre de Larry, llevó a Dylan hasta el cuarto de seguridad y le solicitó al vigilante que pusiera lo que se grabó los últimos diez minutos. En ese inter, el castaño le mostró su identificación que lo acreditaba como agente de la Agencia Federal de Policía, calmando un poco los nervios del encargado.
No perdió detalle de cada uno de los videos, con cada segundo que pasaba sentía que el miedo irracional se iba apoderando de él. Un miedo que no había sentido en años, un miedo mucho mayor al que había vivido cuando los atacaron en aquella casa en California y eso se debía a que en esa ocasión Holland había estado junto a él en todo momento, no se había alejado más allá de un metro y la tenía en su campo de visión todo el tiempo.
Ahora era diferente, Holland no estaba. No tenía idea de quién se la había llevado y con cada minuto que pasaba sentía que era crucial para encontrarla con vida. Tenía las manos en jarra, su pecho subía y bajaba con su respiración agitada; podía sentir a su corazón golpeando contra sus costillas y un sudor frío le recorría la espalda.
Entonces su respiración se detuvo abruptamente.
Ahí estaba ella, en el pasillo de higiene femenina cuando un hombre llegó junto a ella, pegándose a su espalda ocasionando que ella soltara el objeto entre sus dedos. Dedujo por la cercanía con la que se mantenía a ella, que la tenía amenazada con algún tipo de arma. No había audio, pero supuso que algo le habría pues momentos después comenzaron a caminar en dirección a la salida trasera, la que daba en dirección al estacionamiento subterráneo.
—Ponga el video del estacionamiento —ordenó.
—Solo tenemos en la puerta y afuera de los elevadores por lo que el rango de alcance no abarca todo el lugar —explicó el vigilante antes de cambiar el video.
Se inclinó en dirección a la pantalla para no perder vista de lo que había grabado la cámara de seguridad. Se podía ver a ambos caminando por la orilla rumbo a los elevadores, pero utilizando las escaleras del costado para bajar al siguiente piso. El vigilante cambió la grabación para ver el siguiente nivel de estacionamiento. Se les vio caminando en dirección a los autos, pero su imagen se perdía luego de unos pasos.
Dylan soltó una maldición y dio un golpe seco a la mesa. El vigilante al ver lo alterado que se encontraba, puso el video de la cámara que daba a la salida del estacionamiento y para su buena suerte, solo un auto salió en los siguientes minutos.
—Haga una copia de esos videos —ordenó con voz severa.
Dylan apretó los puños y sacó de inmediato su celular para marcar a su jefe. Tardó tres tonos en responder, pero cuando lo hizo, no pudo evitar gritar con desesperación lo que acababa de suceder. Tuvo que repetirlo varias veces para que su jefe entendiera.
—Ya mismo estoy ordenando un operativo para buscarla. Consiga la matrícula del vehículo y envíeme una foto del rostro del sujeto, solicitaremos a inteligencia que haga una búsqueda en el sistema para identificarlo. Una vez que tengamos la información del auto será más fácil rastrearlo por las cámaras de vigilancia en la ciudad.
—¿Cuánto tiempo va a tardar? —estaba apretando tanto los dientes que incluso le dolía la mandíbula.
—Dependerá si el sistema arroja algo, por mientras solo queda esperar y ver el lado positivo de que está viva y...
—Discúlpeme si difiero, capitán —soltó con tanto odio las palabras que incluso el gerente tuvo que bajar la mirada por miedo a que se desquitara contra él—, pero no me pida que me quede esperando. Usted puede esperar lo que quiera, yo voy a buscarla.
—Fux, le ordeno que acate las órdenes, no sabemos con qué propósito se la han llevado. Claramente no ha sido Zech, de ser él no habría dudado en matarla ahí mismo.
—No le estaba pidiendo permiso, capitán —colgó.
Había salido de ahí aventando humo del coraje, llegó hasta donde estaban los policías encubiertos que se suponía debían escoltarlos. No dudo un segundo en hacerlos bajar del auto para tomarlos del cuello de sus camisas y reclamarles que no hubieran estado poniendo la debida atención.
—¡Era su maldito trabajo! ¡Por algo estaban aquí!
Uno de los policías se zafó de su agarre y lo apuntó con el dedo, también se veía molesto por la actitud que estaba tomando Dylan contra ellos.
—Tú fuiste quien nos pidió que mantuviéramos nuestra distancia porque esa mujer se ponía de nervios con nuestra presencia —se acercó un paso hasta quedar de frente al ex militar y le sostuvo la mirada, midiéndolo—. Nos culpas a nosotros cuando el que estaba ahí dentro con ella eras tú —le dio un empujón en el pecho que hizo a Dylan dar un paso atrás.
—Además —agregó el otro policía—dices que bajaron al otro nivel, nosotros nos quedamos en el primero y no vimos nada sospechoso.
Dylan pasaba su vista de uno a otro, su respiración acelerada hacía que sus hombros subieran y bajaran notoriamente. Estaba tratando de contener la furia que sentía en su interior. Ellos tenían razón, el único culpable ahí era él.
Él debía estar con ella todo el tiempo, no dejando que se separara solo porque le daba pena comprar toallas sanitarias delante de él.
Él debió haber estado atento a lo que sucedía en el lugar, no con la cabeza revuelta en un maremoto de pensamientos confusos por las palabras de la pelirroja.
Él era el culpable de que la vida de Holland pendiera de un hilo en ese momento.
No pasó mucho para que el lugar se llenara de patrullas y del equipo de inteligencia que se encargaría de analizar los videos y sacar la información necesaria para poder rastrear el auto. También habían mandado llevar al equipo de laboratorio cuando encontraron una jeringa tirada en la zona donde suponían había estado el auto donde se la llevaron.
Las miradas curiosas de los clientes y transeúntes no se hicieron esperar. Incluso una camioneta de alguna televisora llegó para investigar a qué se debía la movilización.
—¡Dylan!
La voz de Colton lo sacó de sus pensamientos.
—Había algo de tráfico de camino aquí, ¿cómo estás? —puso una mano sobre el hombro del castaño y le dio un ligero apretón en señal de empatía.
—¿Cómo estoy? —su voz era baja, pero la peligrosidad con la que hablaba era notoria—. Como la mierda estoy, Colton. —Clavó sus ojos en los azules de su amigo—. Se la llevaron en mis putas narices y no me di cuenta, soy un imbécil —pateó con fuerza el bote de basura que tenía a su lado consiguiendo que rodara calle abajo dejando a su paso un rastro de basura.
—No —lo cortó tajante—. Olvídate de esos pensamientos de culpabilidad, eso no ayuda de nada. Lo que necesitas en este momento es pensar con la cabeza fría. ¿Sabes si ya tienen algún dato?
Había decenas de voces de compañeros que seguían ahí. Algunos ya estaban dividiéndose el mapa de la ciudad para peinar la zona en su búsqueda.
—Consiguieron las placas del auto, resulta que es alquilado y pertenece a la empresa Hertz. Ya hay un equipo de camino a las oficinas para conseguir la información de quién lo alquiló —apuntó en dirección a la minivan donde el equipo de científica había analizado el contenido de la jeringa—. Le inyectaron un sedante.
—Joder —Colton se pasó la mano por el cabello casi a rapa—. ¿Y las cámaras de vigilancia de la ciudad? ¿Ya saben qué ruta tomó?
—Aún no. Si le pasa algo, yo...—dejó la frase a medias no queriendo ni imaginarlo. Exhaló un largo suspiro y se dio media vuelta en dirección a su auto.
—¿A dónde vas? —su amigo dio pasos largos para alcanzarlo.
Le dio una mirada antes de abrir la puerta del auto.
—A casa, no puedo ir a la guerra sin armas.
Sentía los párpados pesados y el frío de la madera contra su mejilla. Poco a poco fue abriendo los ojos. ¿Dónde estaba y qué era ese olor a humedad? Estaba completamente desorientada y su cuerpo no tenía fuerzas, se sentía adormecido y con los músculos engarrotados; muy seguramente por el tiempo que pasó dentro de la cajuela del auto. No pudo poner mucha resistencia al tener una pistola apuntándole en la espalda.
Soltó un quejido conforme se iba enderezando hasta quedar sentada contra la pared, fue ahí cuando se dio cuenta que sus manos estaban atadas con una cuerda al igual que sus pies.
—Pensé que me había pasado con la dosis de sedante que te di, princesa.
El mote sonó casi como el siseo de una serpiente, siempre había tenido una forma peculiar al pronunciarlo. La voz del otro extremo de la habitación la hizo girar su rostro para encontrarse con los ojos ambarinos de Roger que la miraban con un destello de satisfacción.
—Déjame ir, Roger. No entiendo porqué lo haces.
Se removió intentando zafar sus manos, pero solo consiguió lastimar la piel de sus muñecas.
—No te desgastes, princesa. Es inútil. —Se acercó hasta quedar en cuclillas frente a ella. Se ajustó las gafas sobre el puente de la nariz y le mostró la pistola que llevaba en la mano—. No me hagas utilizarla contra ti.
Se levantó y comenzó a caminar por la habitación con las manos en la espalda. El viento soplaba y al colarse por las tablas de madera podrida que cubría las ventanas hacía un silbido casi fantasmal. El lugar en el que se encontraban era una especie de cobertizo abandonado que se encontraba a una hora de donde la había secuestrado; no había ningún mueble al interior y la chimenea al fondo estaba cubierta de polvo remarcando la falta de uso.
A pesar de las heridas que se estaba causando, Holland seguía intentando liberar sus manos. El celular de Roger comenzó a sonar, con una sonrisa socarrona observó la pantalla unos segundos antes de contestar.
—Esperaba ansioso tu llamada, Zech.
La sola mención de ese nombre hizo que un escalofrío le recorriera el cuerpo entero a la chica. ¿Qué tenía que ver él con ese criminal? Le sostuvo la mirada a Roger, esperando a que siguiera hablando.
—Espero que hayas considerado lo que hablamos la última vez, porque en este momento no estás en condiciones de negociar —su voz tenía un toque de diversión.
Presionó el botón del altavoz para que Holland también escuchara la llamada.
—Tú no me vas a condicionar a mí, el que pone las reglas del juego soy yo. Puedes irte olvidando del dinero si no me das la ubicación exacta de dónde se encuentra esa maldita mujer. —Roger la apuntó dándole a entender que se refería a ella.
La voz de Zech la hizo estremecerse. «¡Volveré por ti!» Fue lo último que le dijo aquella noche cuando asesinó al presidente. Escucharlo le provocaba un pánico que la hacía temblar, no quería ni imaginar lo que sería de ella si lo tuviera en frente.
—No, Zech. El que pone las reglas soy yo —su voz se endureció drásticamente—. La tengo en mi poder y si quieres que te la entregue en bandeja de plata, vas a incrementar varios ceros en la suma acordada. ¡¿Estamos claros?! —gritó notoriamente molesto.
Una estruendosa carcajada se escuchó al otro lado de la línea.
—¿En verdad crees que soy tan estúpido para creer que está contigo?
Roger sonrió de lado y se acercó hasta Holland quien dobló las piernas haciéndose un ovillo contra la pared.
—Hay alguien que quiere hablar contigo, princesa. Di hola.
Le acercó el celular, pero ella apretó los labios en una fina línea y hasta contuvo la respiración.
—¡Deja de mentir y dame la puta ubicación!
—Vamos princesa, dile hola a tu amigo Zech.
Roger tomó con el puño el cabello de Holland y lo estiró con fuerza haciendo que ladeara la cabeza hacia atrás y soltara un grito por el dolor.
—¿Satisfecho? —el silencio de Zech fue la respuesta que necesitaba. Sonrió complacido y soltó a la chica—. Ahora, más vale que hagas lo que te digo Zech o puedes irte olvidando de ella. Además, no te olvides de quién te ayudó a salir de prisión —colgó.
Holland no daba crédito a lo que había escuchado. ¿Qué acababa de decir? ¿Él lo había ayudado? Nada de eso tenía ningún sentido.
—¿Tú lo ayudaste a escapar? ¿Por qué? ¿Estás loco? ¿Desde cuándo te relacionas con criminales? —las preguntas salían disparadas cual ametralladora.
—Te voy a contar una historia, princesa —se sentó junto a ella, recargando la espalda en la pared y cerrando los ojos—. Hace varios meses me contactó Zech pidiéndome un favor muy...—se detuvo un momento, como saboreando la palabra—especial. Quería que lo ayudara a encontrarte lo cual me extrañó de sobremanera. ¿Por qué el jefe de seguridad del presidente querría encontrarte?
Se puso de pie de nuevo y dio una vuelta por el lugar, asomándose por cada una de las ventanas, solo para asegurarse que no hubiera nada extraño pasando afuera.
—Y entonces la noticia de que él había sido responsable de la muerte del mismísimo Michael Drums estalló en todos los canales de televisión y supe que estaba prófugo. —Se giró para mirarla. Ella permanecía hecha un ovillo en un rincón, prestando atención a cada una de sus palabras—. La siguiente vez que me contactó para pedirme nuevamente el favor, le dije que ya lo sabía todo y que muy fácilmente podría denunciarlo para que la policía investigara desde dónde estaba recibiendo sus llamadas y dieran con él. —Sonrió recordando ese momento—. Pero es muy astuto, ¿sabes? Fue ahí cuando hablamos de dinero.
—¿Estás haciendo todo esto por dinero? —frunció el ceño sin poder creerlo—. ¡Te estás involucrando con el asesino del presidente!
—Sí, bueno —le restó importancia con un gesto de mano—. Ofrecía dinero fácil y en ese entonces tenía algunas deudas acumuladas por jugar en casinos de dudosa reputación. ¿Sabes? Yo amo a las mujeres, a todas, no hago diferencia ni discrimino a ninguna, pero cuando has estado con tantas va perdiendo la gracia. Y eso fue lo que me pasó a mí.
Se puso en cuclillas frente a ella y con el índice le dio un ligero toque en la nariz, Holland de inmediato giró el rostro rechazándolo.
—Tenía una lista, estar con todos los tipos de mujeres: rubias, morenas, morochas, pelirrojas —la apuntó con el dedo—, latinas, europeas, asiáticas, en fin.
—Eres un cerdo, Roger —respondió asqueada de lo que estaba escuchando y dándose cuenta de que solo había sido una más en su lista de conquistas.
El hombre la ignoró y volvió a retomar su andar por el lugar.
—Cumplí con mi lista y cuando eso sucedió, me aburrí, necesitaba llenar el vacío que había quedado y entré en el mundo del juego y las apuestas. Es un vicio muy peligroso y costoso. Entonces, cuando Zech habló de dinero no pude evitar aceptar. Solo tenía que ir hasta donde te estabas escondiendo y confirmarle que eras tú.
Holland abrió los labios al darse cuenta del peso de sus palabras. Zech siempre había sabido dónde estaba escondida. Y entonces cada una de las situaciones vividas le cayeron encima como una avalancha de nieve: los tipos que se toparon en la carretera, el supuesto ladrón que los atacó una noche y el encuentro inesperado con Roger en ese restaurante.
—Aún no sé cómo sabía Zech donde estabas, supongo que alguien más le ayudará, pero cuando te vi en ese restaurante donde casualmente —hizo unas comillas con los dedos—nos encontramos entendí porqué quería que yo confirmara que eras tú. —Apuntó hacia su cabello—. Solo alguien tan cercano a ti, como un ex novio —se señaló a sí mismo—podría reconocerte incluso con el cabello de otro color.
La mente de Holland iba a cien revoluciones por minuto. En su rostro podía verse cada una de las expresiones al ver cómo iban encajando una a una las piezas de ese horrible rompecabezas.
—Tú le confirmaste que era yo y por eso mandó el ataque de esa noche.
—Sí, fui yo, pero en mi defensa debo decir que no sabía que quería matarte.
—¡Eres un imbécil! —gritó llena de rabia—. Por supuesto que lo sabías, ¿qué otra razón podría tener Zech para buscarme? —con desesperación trató de liberarse de las ataduras que tenía en los pies.
Roger levantó la mano izquierda, llevó la derecha hasta el corazón y con una voz solemne dijo:
—Juro por la bandera de los Estados Unidos que no sabía que te quería matar —trató de mantenerse serio, pero la risa le fue ganando hasta terminar en una carcajada.
—¡Eres una basura! ¡Déjame ir! —siguió luchando contra la cuerda en sus muñecas.
—Deberías estarme agradecida, princesa.
En dos zancadas quedó de frente a ella, tomó entre sus dedos la mandíbula de la chica y la apretó con fuerza para que lo mirara directo a los ojos.
—Fui yo quien denunció a Zech y lo metió tras las rejas. Fue gracias a mí que lo capturaron.
💥💥💥
Palabras sin contar nota de autor: 3,301
¿Se imaginaban que era Roger quien la tiene secuestrada? ¿Qué les pareció el capítulo?
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