💥Capítulo 35
Ya había llegado hasta su auto cuando notó que no llevaba consigo la chaqueta de su traje sastre. Aventó el bolso en el asiento del copiloto y resignada volvió sobre sus pasos. Nuevamente saludó a algunos de los guardias del equipo de seguridad a los que tan solo segundos antes ya les había dicho un «hasta mañana».
Los pies la estaban matando, la mayor parte del día había estado parada sobre sus tacones de aguja presentando a todo el equipo de trabajo el itinerario de lo que serían los próximos meses para la campaña a las elecciones del 2024. Se dijo mentalmente que en cuanto llegara a casa se daría un masaje en las piernas con esa crema de castaña de indias que parecía ser milagrosa.
Mientras recorría los pasillos de la Casa Blanca sacó su celular y abrió las notas de voz.
—Enfatizar en la reducción de impuestos y los planes de crecimiento para la economía durante los próximos cuatro años.
Holland solía grabar en notas de voz las ideas que iban surgiendo para la campaña a la presidencia. Por supuesto todas eran analizadas por el equipo y el visto bueno lo daba el actual presidente y candidato a la reelección Michael Drums.
Una de las puertas dobles de la sala de conferencias estaba ligeramente abierta, voces provenientes del interior la hicieron detenerse antes de que pudiera ingresar.
—Esa mujer se atrevió a sugerir una ley más estricta sobre el control de armas. No tiene idea de lo que pone en juego —hubo una pausa momentánea—. Mi verdadera preocupación no es que el imbécil de Michael acepte la propuesta para sus promesas de campaña, me preocupa ver que no se mostraba tan indiferente y que lo termine cumpliendo de ganar las elecciones...No podemos permitirlo...Sí, en estos días hablaré con él para saber su postura y de ser necesario, habrá que tomar acción...
Escuchó que la llamada había terminado y andando lo más rápido que los tacones y el alfombrado le permitían, se fue en dirección al área de baños donde una vez dentro pegó la oreja a la puerta para escuchar cuando el pasillo quedara despejado.
¿Qué es lo que había escuchado? Exhaló un suspiro y notó que su celular seguía grabando, detuvo la grabación y salió de ahí para ir en busca de su chaqueta.
El sonido de las constantes pisadas de Dylan de un extremo de la cocina al otro la sacaron de sus recuerdos y la trajeron de regreso al presente.
No dejaba de pasarse la mano por su despeinado cabello mientras analizaba lo que acababa de decirle Holland. Ella por su parte permanecía inmóvil recargada sobre la barra de la cocina mordisqueando la uña de su dedo pulgar y con su vista siguiendo los pasos del castaño que no dudaba terminaran haciendo una zanja en el piso.
Nadie sabía acerca de esa grabación que dio a lugar tres semanas antes de que todo ocurriera; cuando la llevaron a las oficinas de Protección a Testigos omitió esa información. Había dado por perdida esa prueba cuando le retiraron el celular y el director Preston le mencionó que su vida y toda su información serían eliminados del sistema. No fue hasta esa mañana, mientras analizaba sus opciones que recordó que tenía una copia del audio guardada en su laptop personal.
—¡Maldición, Holland!
El grito que dio Dylan la sacó de sus pensamientos y la hizo girar en su dirección.
—Por más que insistas no te voy a decir su nombre. Aunque lo hiciera, no me creerías.
—Pruébame —desafió arqueando una ceja.
Otra vez ese tono duro que utilizaba cada vez que discutían; esa mirada que reflejaba las llamas del fuego que lo estaban consumiendo por dentro, muy diferente al fuego que veía cuando era el deseo el que dominaba sus sentidos.
Holland se limitó a negar con la cabeza.
—¡¿Entonces por qué me dijiste que sabías quién lo mandó matar si no me dirás su nombre?!
Holland dio un saltito en su lugar estremeciéndose ante el grito del militar, el movimiento de su cadera ocasionó que el frasco de azúcar que tenía junto a ella cayera al piso estrellándose y dejando pedazos de vidrio por toda la cocina.
—Te lo dije porque antes de revelar quién es, necesito conseguir la única prueba que tengo en su contra.
—¿Qué prueba? Tienes que empezar a hablar más claro, Holland —apretó los dientes.
Ella dejó salir un suspiro, irritada.
—Necesito recuperar un audio que grabé con mi celular.
—¿Y el celular está...? —esperó a que ella respondiera.
Holland se pasó la lengua por los labios de pronto sentía la garganta seca, se giró para sacar de la gaveta superior un vaso, pero en cuanto lo hizo apoyó el pie derecho sobre uno de los cristales rotos mismo que se clavó en la planta del pie.
—¡Joder! —gritó al sentir el dolor punzante.
Elevó el pie y las gotas de sangre comenzaron a traspasar la tela del calcetín. Se cubrió la boca con la mano para evitar gritar por el dolor. Dylan de inmediato la tomó en brazos y la llevó hasta el baño para sentarla en la tapa del sanitario. Abrió la gaveta detrás del espejo y sacó un kit de primeros auxilios.
—Esa manía tuya de andar por la casa sin zapatos —la reprendió mientras con cuidado retiraba el calcetín.
Se lavó las manos y se colocó el par de guantes de látex antes de comenzar a limpiar la herida con un algodón húmedo. Por suerte la cortada no había sido profunda. Sacó algunas gasas que presionó contra la herida durante varios segundos y realizó un vendaje alrededor. Los ojos de Holland estaban brillosos por las lágrimas contenidas, mantenía su atención puesta sobre lo que hacía Dylan, no dejaba de sorprenderla.
—Por fortuna fue un corte superficial, no necesitarás puntadas —se quitó los guantes y los desechó en el cesto junto con el algodón.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque el vidrio no se quedó clavado en el pie, gracias al calcetín. Y porque la sangre no ha traspasado al vendaje.
—¿Todo eso te lo enseñan en la academia militar?
Una suave sonrisa nostálgica apareció en el rostro de Dylan.
—Eso lo aprendí por mi madre, es enfermera —terminó de guardar las cosas.
Holland se puso de pie, pero antes de que fuera a dar el primer paso Dylan ya la había tomado en brazos y la estaba llevando hasta la orilla de la cama donde la dejó sentada, él se puso en cuclillas para estar a su altura. Antes de que pudiera decirle algo ella habló:
—El celular me lo quitaron el día del ataque, se quedaron con todas mis cosas en cuanto llegué a las oficinas de Protección a Testigos —explicó. Vio la duda en el rostro de Dylan y continuó—: Además del celular, había guardado una copia de la grabación en la nube, pero imagino que borraron todo cuando eliminaron mi verdadera identidad. Solo queda un lugar en donde también dejé una copia guardada, en mi laptop personal...en casa de mis padres.
Ninguno dijo nada.
Lo que acababa de decir implicaba dos cosas: la primera ir a casa de sus padres lo cual era muy arriesgado. ¿Qué pensarían sus padres si la volvieran a ver? ¿Se alegrarían? ¿Se asustarían? ¿Sería tal la impresión de ver a su hija muerta que les causaría un ataque al corazón? La sola posibilidad de que alguno de sus padres pudiera tener un ataque hizo que el pecho de Holland se contrajera y el corazón se le estrujara.
En caso de ir hasta su casa, nada le garantizaba que sus pertenencias aún estuvieran ahí. Sus padres pudieron haberse desecho de todo en cuanto supieron de su supuesta muerte.
Dylan acarició el rostro de Holland con delicadeza, podía ver la tormenta de angustia que se estaba desatando en su mirada.
—Ir a tu casa es demasiado arriesgado por muchas razones.
—Lo sé —dijo con pesar—. Pero no se me ocurre nada más que eso —recargó su rostro en la mano de Dylan para sentir mejor su caricia.
—Alguien podría reconocerte; a tus padres le causaría demasiada impresión y podríamos ponerlos en riesgo de que sufran algún tipo de secuestro para obligarte a entregarte —la sola idea de que la pudieran chantajear con eso y que ella terminara entregándose a cambio le hacía hervir la sangre—. Sabes bien que no voy a dejar que te expongas.
—Algo se nos debe ocurrir, de verdad no quiero seguir viviendo así —cerró los ojos.
—No sabía que vivir conmigo era una tortura —bromeó.
Holland sonrió de lado y pegó su frente a la de él.
—Solo cuando te pones todo gruñón y mandón sacando tu lado militar —soltó una risita—. Es solo que esta mañana cuando estuvimos de compras, me hizo recordar lo mucho que me gustaba salir a las tiendas, comprar ropa que me gusta, me hizo sentir que puedo tener una vida normal de nuevo y quiero intentar conseguir esa prueba que podría acabar con esta maldita persecución.
—¿Seguirás sin decirme quién es el responsable o qué dice esa grabación?
Ahora fue el turno de Holland de acunar el rostro de Dylan entre sus manos, lo miró directo a los ojos chocolate.
—Si algo pasa y descubren que tú sabes su secreto no dudarán en ir detrás de ti y yo...no podría perdonarme jamás...—las palabras se atoraban en su garganta, decirlo en voz alta sería hacerlo real y era lo que menos quería.
Dylan la atrajo a su pecho y la rodeo en un abrazo protector tratando de transmitirle seguridad y calma. Le sobó la espalda en movimientos circulares para alejar la tensión que sentía bajo su palma.
—Hagamos algo, cuando tengamos esa grabación prométeme que me lo vas a contar todo.
La chica cerró los ojos y se aferró al abrazo del castaño. Aspiró su aroma y escondió su rostro en el hueco de su cuello donde dejó un suave beso sobre los lunares que tanto le gustaban.
—Te lo prometo.
El cartel de Se Vende clavado en el jardín delantero de la casa se alcanzaba a ver entre las hojas secas y las ramas desnudas de los árboles. Holland sintió que el estómago se le había revuelto y unas ganas de regresar el desayuno la hizo tomar la botella de agua que tenía junto a ella y dar un trago largo.
—¿Estás bien? —Dylan colocó su mano sobre la de ella y le dio un ligero apretón.
Ella asintió con una sonrisa de labios apretados.
Dylan le había pedido a Colton que temprano se diera una vuelta en la dirección que le había dado Holland. La casa de sus padres estaba en el estado de Virginia en Rosemont, a una media hora en auto de la Casa Blanca. El barrio donde vivía se veía notablemente tranquilo, varias de las casas tenían una bandera de Estados Unidos que ondeaba cada que el aire soplaba.
Colton se había sorprendido en sobremanera al ver el letrero que indicaba que la propiedad estaba en venta, timbró varias veces, pero nadie salió a recibirlo. De inmediato le informó a su amigo quien le pidió averiguara más información con los vecinos. No le costó mucho para que una mujer mayor que vivía a dos casas de ahí le contara que los dueños habían decidido ponerla en venta después de varios meses de pensarlo mucho. Al parecer la muerte de su única hija los había afectado al grado de que vivir ahí les causaba un constante dolor y tenían planeado regresar a Irlanda, donde el señor tenía familia.
El letrero lo habían colocado apenas hacía dos días y los señores habían salido de viaje el día anterior. Algo sobre ir a arreglar algunos pendientes en Irlanda fue lo que mencionó lo mujer, estimaba que estarían regresando en menos de una semana.
Colton le agradeció con una sonrisa que seguro habría acelerado los latidos del viejo corazón de la mujer y se retiró de ahí.
Cuando Dylan le contó a Holland lo que habían podido averiguar, no pudo evitar derramar un par de lágrimas que se limpió rápidamente con el dorso de la mano. Estaba cansada de mirarse débil frente a Dylan, tenía que dejar de llorar y ser más fuerte.
—Si alguno de los vecinos te llega a ver...
—Tranquilo, seré rápida.
Bajó del auto y se ajustó la chamarra que llevaba puesta. La temperatura había descendido considerablemente por lo que no sería extraño ver a alguien caminando con las manos metidas en los bolsillos y la capucha sobre su cabeza para esconder el llamativo color de su cabello. Caminó los metros que la separaban del hogar en el que había vivido la mayor parte de su vida.
Cuando llegó a la entrada no pudo evitar sentirse nostálgica. Su auto, que solía estar aparcado en la acera no estaba, lo más seguro es que sus padres lo hubieran vendido. La camioneta familiar sí estaba en la acera lateral que daba hacia el patio trasero. Miró disimuladamente a cada lado, solo para asegurarse que no había nadie observándola, por lo menos nadie más además de Dylan que había seguido cada uno de sus movimientos desde el interior del auto.
Cuando se sintió segura, avanzó por el lateral de la acera hasta llegar al patio donde dejó salir un suspiro aliviada de ver que la casa de plástico en tono gris y techo azul seguía donde mismo, el letrero que había pintado de niña seguía colgando del frente y se podía leer en letras amarillas Rex. Se puso en cuclillas y del interior de la casita sacó un plato de comida metálico, mismo que estaba lleno de croquetas. Vació su contenido hasta que la llave plateada quedó a la vista.
El único perro que había tenido, Rex, había pasado a mejor vida cuando estaba por entrar a la universidad. Sin embargo, fue idea suya dejar una llave de repuesto escondida dentro del plato de comida el cual siempre mantenía lleno de croquetas. Le parecía un buen escondite.
Se apresuró hasta la entrada lateral y con dedos temblorosos introdujo la llave en la cerradura. El frío había comenzado a calarle en los pulmones cada que respiraba, por lo que en cuanto ingresó y sintió el calor del interior pudo respirar bien nuevamente. Se quedó de pie sin moverse unos segundos, pero para ella se sintió una eternidad.
Todo estaba tal y como lo recordaba. No había cambiado absolutamente nada, es como si no hubiera pasado ni una hora desde la última vez que había estado ahí. Las marcas en el marco que dividía el comedor de la cocina y que señalaban cuánto había crecido de niña seguían ahí. El piano en la sala no tenía ni una partícula de polvo, pero estaba segura de que nadie más había presionado sus teclas para crear música. Las fotos familiares continuaban sobre la chimenea, extrañada notó que ahora justo en el centro de todas había una de ella en solitario y al pie del portaretrato una rosa roja que desprendía un suave aroma floral que inundaba el lugar, pero que ya estaba comenzando a marchitarse.
Observó el reloj que colgaba de la pared y se percató que estaba tomándose más tiempo del que debía. Sacudió la cabeza para despejar sus pensamientos, no era momento para hacer un recorrido por el camino de la nostalgia. Tenía que concentrarse. Decidida subió las escaleras hasta el segundo piso y fue en dirección hasta su habitación. Respiró profundamente al tiempo que colocaba la mano sobre la manija.
¿Sus cosas seguirían ahí o sus padres se habrían desecho de ellas como lo hicieron con su auto?
Tomando valor y haciendo de lado al miedo, abrió la puerta y observó.
Todas sus cosas seguían ahí, tal y como lo había dejado la última vez. Notó que la cama estaba hecha y el piso y los muebles muy limpios. Pudo entender por qué estaba siendo tan difícil para sus padres seguir viviendo allí, seguro era una tortura limpiar el cuarto de una hija que no iba a volver. Tragó duro intentando deshacerse del nudo que se estaba formando en su garganta.
Sin perder más tiempo fue hasta su escritorio y tomó la laptop. La encendió y durante unos minutos estuvo intentando recordar la contraseña, en cuanto consiguió desbloquearla fue a los archivos de audio y buscó entre los últimos que había guardado.
¡Bingo!
El audio estaba ahí. Por primera vez sintió como si un rayito de esperanza estuviera intentando abrirse paso en medio de la oscuridad que había guardado durante tanto tiempo en su interior. Sacó del clóset una vieja mochila donde guardó la laptop junto al cargador.
Pasó la vista por la habitación buscando algo que pudiera serle útil, tomó la fotografía que tenía en la mesita de noche; tomó su perfume y se roció un poco en el cuello; destapó su labial favorito y lo esparció por sus labios; y revolvió el interior de un cajón hasta que sacó su pasaporte. Vio la primera hoja donde aparecía su foto y junto a ella toda su información, su verdadera identidad.
Se giró para observar su reflejo en el espejo. Ahí, en medio de su cuarto, rodeada de sus cosas y sintiéndose nuevamente ella; se prometió que iba a recuperar su vida.
Acababa de aterrizar en Washington, DC cuando le llegaron nuevas fotos. El detective que había contratado seguía haciendo bien su trabajo, no había dejado de actualizarle sobre los movimientos que hacía la mujer. El día anterior le había mandado algunas donde se le veía de compras con el mismo hombre y también habían detectado a los policías que los custodiaban.
Las fotografías de hoy mostraban a la chica saliendo de la casa de sus padres cargando una mochila y con el rostro hacia abajo. Había sido tomada a una distancia considerable, pero podría reconocerla fácilmente.
—¿Qué hacías en casa? —preguntó al aire. Apagó el celular y siguió su camino hacia la salida del aeropuerto—. Nos veremos más pronto de lo que imaginas.
💥💥💥
Palabras sin contar nota de autor: 3,006
¿Quién de aquí extraña las escenas de acción?
Ya casi es Navidad y deseo que pasen muy bonitas fiestas en compañía de sus seres queridos y que coman muy rico. Sus votos y comentarios son el mejor regalo para mí. ¡Feliz Navidad!
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