💥Capítulo 31

La mañana del sábado fue totalmente lo opuesto a lo que había sido el viernes. El sol brillaba en lo alto, no quedaba rastro de las nubes grises ni de la lluvia que había caído las últimas veinticuatro horas. Y al igual que el día anterior, desayunaron en la habitación para posteriormente alistarse y disfrutar un rato de la playa antes de que llegara el bote con los turistas de ese día. Esta vez Dylan se aseguró de que Holland estuviera bien cubierta de protector solar para evitar que sufriera alguna quemadura; su piel que generalmente era blanca tenía un tono rosado en los hombros y la espalda y era ahí mismo donde empezaban a aparecer pecas por el ardiente sol.

Holland también utilizó esa excusa para cubrirlo en protector solar y de paso acariciar su tonificado cuerpo.

—¿Sabías que no es recomendable usar trajes de baño en tonos oscuros, verdes o azules? —dejó de lado el protector solar y se quitó el pareo.

—Ilumíname —respondió Dylan quien se encontraba sentado en la arena y con los brazos descansando sobre sus rodillas.

—Si te ahogaras, esos colores no son visibles a simple vista porque asemejan el tono del agua, se recomienda utilizar tonos vibrantes y coloridos.

—Cuando tenga planeado ahogarme en un charco de agua sucia lo tendré en cuenta —respondió juguetón—. Quizás hasta me compre uno del mismo tono que traes tú.

Holland rodó los ojos, ella llevaba un bikini en color rosado coral que estaba segura podría verse a al otro lado de la isla. Le dio la espalda para entrar al mar y refrescarse un poco. No pasó mucho para que los turistas llegaran y comenzaran a ubicarse a lo largo del banco de arena; por suerte la pareja había encontrado un buen lugar con sombrilla para cubrirse del sol. La mayoría de los turistas buscaban un buen ángulo para capturar una buena fotografía que más tarde estarían subiendo a sus redes sociales.

Decidido, Dylan se dirigió hasta donde estaba Holland.

—Tengo una idea —se paró frente a ella y la tomó de la cintura.

—¿Regresar a la habitación?

Dylan sonrió de lado.

—¿Quieres repetir lo de esta mañana? —preguntó picarón.

Holland abrió los ojos ligeramente avergonzada.

—Creí que sugerirías lo mismo de ayer —se sonrojó y desvió la mirada apenada.

—Si eso quieres no seré yo quien me oponga —dejó un beso sobre su frente—, pero estaba pensando en llevarnos un recuerdo de este lugar.

Holland frunció el ceño no entendiendo a lo que se refería. Dylan movió la cabeza en dirección a los turistas que se estaban tomando fotos.

—¿Una foto?

Dylan asintió. Holland no estaba muy segura, sentía que era arriesgarse demasiado a que la foto cayera en malas manos y aunque no iban a quedarse en ese lugar para siempre podía llegar a ser peligroso.

—Tengo la de tu cumpleaños —le mostró la foto de su celular—. En todos estos meses no pasó nada con ella porque solo yo sabía de su existencia. Y créeme que la borraría antes de dejar que alguien más la viera y ponerte en peligro. Es solo que quiero inmortalizar este momento junto a ti.

¿Cómo negarse a eso? Holland asintió y amablemente le pidieron a otra pareja que estaba ahí les tomara algunas fotos con el precioso mar turquesa de fondo. Cualquiera que los viera pensaría que solo era una pareja de enamorados disfrutando del tiempo juntos, nadie imaginaría la historia que tenían detrás. Regresaron a donde estaban sus cosas y observaron cada una de las fotos, de las favoritas de Holland una era donde Dylan la tenía tomada por la cintura y se estaban mirando a los ojos con sonrisas genuinas. Y la más especial era en la que se estaban besando mientras él la sostenía en brazos y ella se aferraba a su cuello.

El resto del día la pasaron disfrutando de la compañía del otro, bebiendo cocteles deliciosos, nadando e incluso habían intentado practicar algo de paddle surf rentando dos tablas con su respectivo remo. Ninguno de los dos lo había intentado antes, sin embargo, Holland parecía tener mejor equilibrio sobre la tabla a diferencia de Dylan que había caído en un par de ocasiones. La joven no había podido evitar hacer burla de su falta de habilidad, a lo que Dylan respondió yendo en su dirección y haciéndola caer, consiguiendo que mojara su cabello, algo que la chica había tratado de evitar todo el día.

—Encontraré la manera de cobrártelo —se retiró el cabello mojado que se había pegado a su rostro.

—Te dije que no te ibas a escapar de mí, pelirroja —sonrió burlón.

Holland se paró de puntitas, rodeó su cuello y le dio un tierno beso. No podía existir un momento mejor que el que estaba viviendo con quien se había adueñado por completo de su corazón.

Esa noche degustaron de la última cena que tendrían en la isla; un pescado frito acompañado de arroz de coco y ensalada.

El domingo despertaron muy temprano por la mañana. Holland quería ver el amanecer y disfrutar de la paz que había en aquel lugar. Algo muy dentro le decía que muy probablemente ese sería el último día en el que podría olvidarse por completo de la realidad de la que intentaba huir. Alejó esos pensamientos y decidió vivir el momento que la vida le estaba regalando. El agua mojaba sus pies descalzos y los brazos de Dylan rodeaban su cintura. Sentía una ligera picazón en su hombro, ahí donde el castaño tenía recargado su mentón al cual ya estaba saliéndole barba de nuevo.

El firmamento poco a poco comenzó a aclararse y la penumbra a desaparecer. Deseaba que así de fácil desaparecieran sus problemas, pero sabía que aún quedaba un largo camino por recorrer para ser libre. Se giró para quedar de frente a Dylan.

—¿Qué va a pasar cuando regresemos?

Dylan salió de los pensamientos que mantenían cautiva su mente y adoptó una expresión más relajada, sonrió y depositó un suave beso en su frente atrayéndola hacia él para envolverla entre sus brazos. Recargó su mentón sobre la coronilla de la pelirroja. Holland podía escuchar los latidos de su corazón, una melodía que la había arrullado cual bebé esas últimas noches que habían pasado juntos y ahuyentando el insomnio que se había vuelto una constante desde el inicio de esa pesadilla.

—No sé qué pasará, pero sea lo que sea, estaré a tu lado.

Holland sonrió en respuesta, sin tener idea de que había un trasfondo más profundo en esas palabras.



Regresaron hasta Cartagena sin el mayor contratiempo. Dado que el último día en la isla solo incluía el desayuno, la pareja se sentía famélica al llegar al hotel en el que se habían estado hospedando anteriormente. En cuanto entraron a recepción, el recepcionista le hizo una señal a Dylan para que se acercara. El castaño se tensó, pero de inmediato se relajó para impedir que Holland lo notara.

—¿Por qué no te adelantas a la habitación? Ahora te alcanzo —le extendió la llave del cuarto.

A Holland le pareció un poco extraña su petición, sin embargo, optó por dejarlo pasar y fue directo a los elevadores. En cuanto Dylan la perdió de vista se aproximó hasta el recepcionista.

—¿Hay alguna novedad? —preguntó en tono serio.

—Ninguna, señor Fux. Solo lo que le comenté por llamada el viernes en la noche.

—¿Alguna particularidad o algo que llamara su atención?

—Lo lamento. Lo único que pude detectar es que al igual que usted, también era extranjero.

Dylan apretó los labios en una fina línea y asintió. Le dejó un billete en el mostrador y se retiró en dirección a los elevadores.

La tarde del viernes le habían llamado del hotel para informarle que había ido un hombre preguntando por él, no le dejó ningún mensaje ni mostró ninguna identificación. Solo estaba interesado en saber si seguía hospedado ahí o si ya se había marchado de la ciudad, a lo que el recepcionista le respondió que su reservación seguía activa en sistema por unos días más. Amablemente le preguntó si quería dejar sus datos o algún mensaje, pero el hombre simplemente se dio la media vuelta y se marchó.

Mientras subía por el elevador, Dylan se preguntaba quién podría ser ese misterioso hombre. Su primer pensamiento cuando recibió la llamada fue dirigido a Zech, pero era prácticamente imposible que supiera en dónde estaban. Sopesó la idea de que fuera alguno de los hombres que trabajaba para él, pero ¿quién?, ¿cómo habían dado con ellos? Caminó por el pasillo hasta llegar a la puerta de su habitación. Hizo varias respiraciones profundas para relajar su semblante y no preocupar a Holland antes de ingresar.

La joven estaba acomodando algunas cosas en su maleta y sacando las pertenencias de Dylan que había llevado a su pequeño viaje para que después él las guardara en la suya.

—¿Todo bien?

—Claro, ¿pensaste en algún lugar para ir a comer?

—Creo que tengo el lugar ideal —le sonrió.

Sin perder más tiempo salieron de ahí y caminando se dirigieron hasta el famoso restaurante Andrés Carne de Res, conocido por ofrecer comida típica de Colombia; el ambiente lleno de vida y color que crea la atmósfera perfecta para disfrutar de música en vivo y bailar. La decoración es sin duda pieza clave para atraer la atención de turistas y locales.

Al llegar los atendió una chica que los ubicó en una mesa alta para dos personas que se encontraba junto al pequeño escenario donde se instalarían más tarde un grupo de música. Holland había ido con Carolina una vez a tomar algo hacía tiempo. A pesar de ser domingo, el lugar estaba casi lleno, aunque aún quedaban un par de mesas libres.

La música sonaba por lo alto y las luces de colores iluminaban la pista de baile. Un mesero se acercó hasta ellos para dejarles el menú. Holland de inmediato comenzó a explicarle los diferentes platillos que había y le recomendó algunos que consideraba imperdibles para cualquier extranjero.

Mientras ella estaba enfocada en el menú, Dylan no podía evitar mantenerse alerta y observaba a detalle a cada persona que se encontraba en el lugar. Pudo detectar a unas mesas más hacia el centro del lugar a tres hombres de edad avanzada que a juzgar por la forma en la que vestían, debían ser compatriotas retirados; iban muy bien acompañados de tres jóvenes bastante guapas y que llevaban vestidos muy cortos. Fuera de eso no había nada que pareciera sospechoso, pero igual debía mantenerse alerta.

—¿Ya elegiste alguna bebida?

La voz de Holland llamó su atención. Sus ojos jade observándolo mientras esperaba una respuesta. Miró el menú intentando reconocer alguna bebida rápida para que no notara que no le había puesto atención.

—Te recomiendo un mandarino, es lo que planeo pedir yo.

—Entonces que sean dos —le sonrió.

Momentos después el mesero llegó para tomar la orden. Holland no dejaba de hablar sobre los platillos deliciosos que había comido ahí en Colombia, el arroz de coco siendo uno de sus favoritos. La charla se vio interrumpida cuando el celular de Dylan comenzó a sonar. Lo sacó de su bolsillo y observó el nombre en la pantalla.

—Lo siento, debo tomar esta llamada. Iré afuera para poder escuchar —hizo una seña refiriéndose a la música alta.

Holland asintió y se quedó en la mesa sola.



Salió a la calle, soltó el aire que había estado reteniendo y respondió la llamada.

—Capitán.

Fux, tengo noticias. Este lunes debe estar llegando sin falta el pasaporte de Holland a la dirección de hotel que me compartió. El mismo martes deberán estar tomando el primer vuelo de regreso a D.C.

—Entendido, capitán. ¿Algo más?

La pregunta había salido de sus labios de manera ansiosa. Temía escuchar alguna mala noticia, peor de la que le había tenido días atrás. Escuchó un largo suspiro al otro lado del teléfono.

Le mantendré informado en caso de que se presente alguna novedad —podía notarse algo de duda en su voz.

Colgó con su jefe y de inmediato inició otra llamada.

—Necesito que me hagas un favor.



Holland se sentía feliz, lo suficiente para mover sus hombros al ritmo de la música pegadiza. Observó la decoración tan colorida y particular del lugar, en la pared detrás de ella colgaba un letrero luminoso con el logo del restaurante. El mesero estaba a unos metros de llegar con las bebidas cuando otro comensal chocó con él y lo hizo derribar uno de los cocteles. Maldijo en voz baja por el desastre y le entregó a Holland la única bebida que se había salvado prometiendo volver a la brevedad con la segunda.

El sonido de la silla a su lado siendo arrastrada la hizo girar pensando que era Dylan que había vuelto, sin embargo, era un joven desconocido el que había tomado su lugar.

Hola, ¿hablas español?

Holland prefirió mentir por lo que negó con la cabeza.

—Entonces inglés. ¿Cómo te llamas?

Observó en dirección a la puerta esperando que Dylan apareciera, nada. El joven a su lado de piel canela y cabello azabache le mostró su mejor sonrisa. Debía tener entre veinte y veinticinco años.

—No seas tímida, no muerdo —le guiñó el ojo—. Te vi muy solita y quise venir a hacerte compañía.

—No estoy sola —respondió por fin—. Vengo con...mi esposo.

La mirada del joven se dirigió a su dedo anular buscando alguna argolla que lo confirmara.

—No veo ningún anillo en tu dedo.

Instintivamente Holland se tocó el dedo anular, era verdad, no llevaba su argolla. Debía haberla dejado en la mochila con el resto de sus viejas pertenencias.

—No tienes que mentir para llamar mi atención, la tuviste desde que te vi. Además, si estás con alguien, ¿por qué solo hay una bebida en tu mesa?

—No es mentira —se removió en su silla—. Salió a tomar una llamada, no debe tardar —volvió a mirar en dirección a la puerta.

—Por supuesto —acercó más su silla a Holland—. ¿Qué te parece si mientras esperamos a tu esposo te invito a bailar?

—No, en verdad, no debe tardar.

—Puedo enseñarte si es que no sabes —se bajó de la silla y le extendió la mano—. Vamos, no te vas a arrepentir —insistió.

El morocho tomó la mano de Holland en un intento de hacer que se levantara de su asiento y llevarla hasta la pista, ella se resistió y la jaló devuelta para soltarse.

—Te dijo que no.

La voz grave de Dylan hizo eco en el pequeño espacio. El morocho se irguió al verlo, era ligeramente más alto que el militar, pero el aura de peligrosidad que emanaba el ex castaño era superior. Tenía el ceño fruncido, los labios apretados en una fina línea y la mirada tan afilada que podía matar. El morocho pasó la vista de Holland a Dylan y de regreso. Dejó salir un bufido al darse cuenta de que ella no mentía y se marchó.

—¿Estás bien?

Se paró de frente a Holland y examinó que no tuviera alguna herida visible.

—Sí, solo fue demasiado insistente, pero no me hizo daño —trató de sonreír—. No me creía que estaba acompañada.

—Te dije que la argolla servía como repelente, deberías usarla.

El mesero llegó con la bebida faltante y la dejó sobre la mesa. Se tomaron un par de minutos más para ordenar la comida, decidiéndose por unas arepas de huevo con carne y queso, patacones con queso y variedad de empanadas para poder probar de todo un poco. Pudieron disfrutar de una cena muy agradable, aunque Dylan estaba un poco más serio que antes de recibir la llamada.

—¿Me vas a decir qué es lo que te tiene así? —dio un sorbo a su bebida.

Dylan miró a su acompañante y le sonrió suavemente.

—Te dejé sola un minuto y los buitres no tardaron en aparecerse por aquí intentando coquetear contigo —fue la excusa más rápida en la que pudo pensar.

—Fue más de un minuto —le reprochó.

El grupo de música acababa de llegar consiguiendo que varios de los presentes se pararan a bailar en medio de la pista. Fue entonces cuando Dylan tuvo una idea.

—Vamos a bailar —le tendió la mano.

Holland abrió la boca en sorpresa y pasó su mirada de Dylan al público bailando y de regreso.

—No sé bailar ese tipo de música, solo voy a pasar vergüenza.

Dylan chasqueó la lengua restándole importancia.

—Entonces pasemos vergüenza juntos. Vamos.

Aún no muy convencida se levantó de su asiento y se hicieron de un pequeño hueco en medio de toda la gente que bailaba al ritmo de la salsa. Lo cierto era que a ninguno de los dos se les daba ese tipo de baile, Dylan incluso diría que no bailaba nada, pero quería hacerla pasar un buen momento. Sobre todo, considerando que quería regalarle buenos recuerdos antes de iniciar el camino a lo que se sentía una sentencia de muerte.

—Se me ocurre algo para que no se te acerque ningún otro buitre.

—¿El qué?

Dylan tomó su rostro entre sus manos y la besó con pasión en medio del lugar, encendiendo el fuego en su interior. Cuando despegaron sus labios decidieron que era hora de regresar al hotel. Fueron a pie. Cuando estaban por subir al elevador el castaño recordó que ya no tenían preservativos, le pidió a Holland que lo esperara en el cuarto mientras él iba por algo que había olvidado sin dar mayor detalle. Todo el día había estado muy extraño, pero Holland decidió no rebatir su petición.

Para suerte del ex militar de camino al hotel había visto una tienda de abarrotes que contaba con una pequeña área de farmacia. Solo le tomó unos minutos llegar al lugar y encontrar lo que buscaba. Pagó, guardó la caja en el bolsillo del pantalón y apuró el paso para regresar lo antes posible. El elevador tardó un poco en bajar y se detuvo en cada piso antes de llegar al suyo.

Al abrir la puerta del cuarto, la imagen del rostro de Holland bañado en lágrimas lo puso en alerta. Tenía una expresión de terror en su cara, en su mano se encontraba el control de la televisión y estaba temblando ligeramente sentada al borde de la cama. Escaneó el lugar buscando el motivo que la tenía así, hasta que vio la televisión encendida y lo entendió todo.

Estaban dando a conocer la noticia de que Zech Kondratiuk había escapado de prisión preventiva desde hacía vario días.

💥💥💥

Palabras sin contar nota de autor: 3,091

Y pensar que hace justo un año estaba conociendo Colombia, ¿alguien que me quiera invitar para ir otra vez?

Las cosas se volverán a complicar para esta pareja. Recuerden votar y dejar sus comentarios, el domingo es mi cumpleaños y sería el mejor regalo que me pudieran dar.

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