💥Capítulo 27

El agua templada que caía sobre su cuerpo la ayudaba a relajar los músculos que se habían tensado desde el reencuentro con Dylan. Poder tomar una ducha sin ir a las prisas porque había una fila de mujeres esperando su turno la hacía recordar a su anterior vida, una vida que ahora se veía tan lejana, como un sueño, como si nunca hubiera existido.

La enorme tina de baño que estaba junto a la ducha le había llamado desde el momento en que la vio, con una repisa de madera donde había una amplia variedad de sales y aceites aromáticos, pero había optado por tomar una ducha más corta, de haberlo hecho en la tina estaba segura de que no saldría de ahí en horas y lo que más quería era conseguir el bendito pasaporte lo antes posible.

Se tocó la muñeca, ahí donde minutos antes el ex militar la había tocado. Todavía sentía su agarre suave, pero firme que le había dado Dylan cuando llegaron al hotel y ella con toda la seguridad que fue capaz de imprimir en su andar, se dirigió hacia la recepción para solicitar un cuarto para ella sola. Por supuesto que el castaño no lo iba a permitir, le había dado la excusa de que el hotel estaba a su máxima capacidad y por lo tanto tendrían que compartir habitación... como en los viejos tiempos.

¿Por qué su toque siempre se sentía sobre su piel como el hierro hirviendo que utilizan para marcar al ganado? Se sacó esos pensamientos de la mente y terminó de ducharse. Se secó el cabello con la toalla y se colocó la bata de algodón que estaba colgada junto a otra igual, pero de mayor tamaño. Observó su reflejo en el espejo que cubría toda la pared del baño. La imagen de la mujer frente a ella era la misma de siempre, sin embargo, no se sentía igual desde hacía mucho tiempo.

Tomó una bocanada de aire antes de armarse de valor para salir a la suite colonial en la que se estaba hospedando Dylan en el prestigioso Sofitel Legend, muy cerca del mar. Desde la habitación podía escuchar las olas rompiendo en la orilla y el olor a agua salada se colaba de tanto en tanto por la ventanilla abierta del baño. Era una suite bastante grande y todos sus acabados y muebles eran de lujo, inclusive podía decir que eran de mayor calidad a los que tuvieron en aquella casa en California.

Hasta ese momento no había sentido apetito, aunque ya estaba algo entrada la noche y desde la comida no había probado bocado, pero el olor exquisito que inundaba la habitación de la comida recién hecha que estaba servida en la pequeña mesita le abrió el apetito de golpe. Mientras ella había estado en la ducha Dylan se había encargado de ordenar servicio al cuarto y apenas unos minutos antes habían llevado todo.

—Justo a tiempo, no querrás que se enfríe.

Dylan se giró para observar a la pelirroja y un deja vú vino a su mente. Aquella noche previa a su cumpleaños cuando le dijo en su habitación que podrían salir a celebrarlo, antes de que todo se fuera al carajo. Ella saliendo de la ducha con el cabello mojado y envuelta en una toalla, esta vez llevaba algo menos revelador pero la sensación fue la misma y sintió un tirón en la parte baja.

Le corrió la silla como señal para que fuera a sentarse; Holland dudó un momento, pero terminó por ceder. Seguía manteniendo esa caballerosidad a pesar de que a veces le ganaba su lado cavernícola, pero siendo honesta, no era algo que le molestara. Cenaron en silencio mientras el tiempo seguía avanzando. La joven veía de reojo entre bocado y bocado esa enorme cama King Size con dosel que ocupaba el centro de la habitación, no la había tocado, pero estaba completamente segura de que sería mil veces mejor que ese colchón destartalado en el que había dormido los últimos meses. Sin poder evitarlo las palabras de su amiga resonaban en su cabeza «quítate las ganas».

No había forma. Simplemente no.

Una vez que terminaron, Dylan dejó todo afuera de la habitación para que se lo llevaran después. La pelirroja no despegó la mirada cuando su compañero abrió su maleta para rebuscar entre su ropa, tenía la esperanza de ver dónde guardaba su tan ansiado pasaporte.

—¿Tú no te pondrás la pijama? —preguntó sin dejar de buscar entre sus cosas.

—Uhm...—se removió incómoda sobre la silla. ¿Cómo le explicaba que dormía en ropa interior porque nunca consideró comprar una pijama debido al intenso calor que se sentía en la ciudad y aún más en la pequeña habitación donde dormía? Se aclaró la voz para sonar lo más natural posible—. Me quedaré con la bata.

—Está húmeda y podrías enfermar con el aire acondicionado encendido.

—Estaré bien.

Dylan tomó su ropa y entró al baño; Holland no perdió el tiempo y se aproximó hasta la maleta donde revolvió lo que pudo sin obtener éxito alguno. Se sentó sobre la cama y tratando de disimular se puso a observar el dosel como si fuera lo más interesante en esa habitación, justo cuando la puerta del baño se abría mostrando al castaño ya cambiado.

—¿En serio no te vas a cambiar? —dejó la ropa que había estado usando sobre una de las sillas. La maleta abierta llamó su atención, podría jurar que la había cerrado. Sonrió de lado.

Holland soltó un bufido y clavó sus ojos en el castaño.

—Lo cierto es que no tengo pijama, como habrás notado en mi mochila y bolso no hay espacio suficiente para tener el guardarropa que tenía en California, ni tampoco lo había en esa habitación donde vivía. Además —agregó bajando un poco la voz y desviando la mirada—, ahí hacía mucho calor y era un poco más tolerable dormir... en ropa interior.

Dylan volvió a sentir un tirón en la parte baja. La imagen de una pelirroja tendida sobre la cama en ropa interior era mil veces más provocadora que cuando la vio en su diminuta pijama aquella vez que se enfrentaron al intruso que terminó sin vida. Tragó duro y se frotó los ojos. En un ágil movimiento se quitó la playera y se la tendió a la pelirroja.

—Puedes usar mi camisa para dormir.

Holland sintió que se le sacaba la garganta y que la temperatura había subido considerablemente. Lo que había supuesto esa tarde al verlo era correcto, Dylan había estado haciendo más ejercicio y estaba más marcado que antes. Sintió cómo su corazón latía acelerado y ahora no solo la bata estaba húmeda. Al tomar la prenda sus dedos se rozaron y pudo sentir una corriente eléctrica atravesando su cuerpo. Con rapidez fue hasta el baño para lavarse la cara con agua fría y tratar de calmarse un poco. Un par de minutos después salió con la playera puesta la cual le quedaba holgada y le llegaba hasta la mitad de los muslos.

Holland tomó una de las almohadas y se la dio a Dylan agregando:

—Si quieres puedes quedarte con la colcha para que duermas sobre ella.

—Creo que no entiendo tu comentario —enarcó la ceja.

—Para que puedas dormir más cómodo en el piso —se acostó en la cama y se cubrió las piernas con la sábana.

—¿Disculpa? —la indignación era notable en su voz—. ¿Quieres que duerma en el suelo como un perro? —dejó la almohada sobre la cama y puso los brazos en jarras.

—A menos que prefieras dormir en las sillas, lo cual, sería aún más incómodo.

—La cama es lo suficientemente amplia para que quepamos los dos, no hay necesidad de dormir en el suelo.

Cuando sintió el peso de su cuerpo hundiendo el colchón, la joven se levantó de un salto como si hubiera recibido una descarga eléctrica.

—No vas a dormir en la cama —lo señaló con el dedo.

—¿Y por qué no? —preguntó en un tono retador y divertido.

«Porque no sé si podré resistir la tentación de tenerte así de cerca». Fue lo que le habría encantado responderle, en su lugar dijo:

—Porque un caballero le cedería la cama a la dama, así como lo hiciste la primera noche que nos conocimos. Así que toma una almohada y al piso —apuntó como quien le pide a su perro que se baje de la cama.

—¿Tienes miedo de dormir conmigo? —ante la pregunta Holland no pudo evitar tragar grueso. Dylan se mantenía impasible, pero en el fondo a él también dudaba de su autocontrol. Verla vistiendo su camisa y bajo ella esas piernas torneadas le estaban alterando los nervios—. No sería la primera vez que dormimos en la misma cama.

La pelirroja abrió los ojos en sorpresa, ¿cuándo habían dormido en la misma cama? Nunca, en la misma habitación sí, pero en la misma cama no... ¿o sí? No, debía ser un error porque de ser así ella no lo habría olvidado y su corazón seguro había explotado.

—¿Qué estás...?

El sonido del celular alertando de una notificación interrumpió lo que estaba por decir. Dylan tomó el aparato entre sus dedos y leyó el mensaje que acababa de llegarle. Arrugó el ceño y tecleó una respuesta rápida para después dejarlo sobre el buró.

—Es casi la una de la madrugada y a no ser que todavía tengas energía, te sugiero que te acuestes de una vez y te duermas.

Holland apretó los labios en una fina línea resignada, él tenía razón, sobre todo si quería que se durmiera pronto para poder ejecutar su plan de escape. Tendría que implorar a todos los dioses que la ayudaran a mantener las manos alejadas de aquel hombre.

—Tú te quedas de tu lado de la cama y yo del mío, ¿estamos de acuerdo?

—Una dama con buenos modales no me trataría así —dijo para molestarla, apagó la lámpara dejando que la habitación solo fuera iluminada por la luz de la luna que se filtraba por el ventanal—. No llevamos ni veinticuatro horas juntos y ya me trataste de perro.

—Y un caballero no mencionaría en voz alta la falta de modales de una dama —resignada y dejando salir un bufido se volvió a acostar y esperó hasta que Dylan cayera rendido.



—¿Te quedaste dormida?

La mirada de pesar que le transmitía Carolina no le ayudaba a levantarle los ánimos. Todavía se estaba regañando mentalmente por haberse dormido, pero no podían culparla, la cama había sido como dormir sobre una nube de algodón; hasta se había despertado más tarde de lo que usualmente lo hacía.

Por poco y no llegaba a tiempo a la joyería y es que esa había sido otra discusión con Dylan. Le había tenido que insistir demasiado para que la dejara trabajar y aunque fue un estira y afloja muy cansado entre la pareja, terminó aceptando con una condición.

—¿Y además vas a renunciar? —Carolina se cubrió la boca con las manos.

—De igual forma iba a suceder si planeaba irme de aquí —rodó los ojos.

—Se me está ocurriendo algo —su blanca sonrisa iluminó su rostro—. Solo déjame verificar una información y te lo digo al final del día.

La amena plática que estaban teniendo fue interrumpida cuando Giorgio entró al cuarto de empleados y las sacó casi a empujones de ahí. Les mencionó que acababa de llegar un cliente extranjero y alguna de ellas lo tendría que atender. Para sorpresa de Holland dicho cliente era su esposo no esposo, como diría su amiga.

Dylan estaba muy concentrado observando las joyas exhibidas en una vitrina. Carolina no pudo evitar darle un codazo a su compañera sin borrar su enorme sonrisa.

—Atiéndelo tú por favor —Holland la miró con ojos suplicantes—. Si lo hago yo voy a terminar corriéndolo de aquí y Giorgio me va a matar.

—No me lo tienes que pedir dos veces —agregó encantada.

La joven de rizos se aproximó hasta donde estaba Dylan y comenzó a platicar muy animadamente con él. A lo largo de casi una hora le estuvo mostrando diferentes joyas, desde pulseras, anillos, collares, juegos completos y además le explicó a detalle la diferencia entre las diferentes esmeraldas que manejaban en tonalidades de verde y los tamaños; todas por supuesto contaban con su certificado de autenticidad y hasta le advirtió de no comprar a vendedores ambulantes porque podría ser una estafa.

A la pelirroja se le hizo eterna esa hora, para su fortuna algunos clientes más llegaron y pudo distraerse un momento con ellos. Para cuando Dylan ya había salido de la tienda, se animó a ir con su jefe directamente para comentarle que ese sería su último día trabajando con ellos. Le explicó a grandes rasgos que su salida era por motivo de regresar a su país natal. Le agradeció las atenciones que había tenido con ella, aunque el tiempo que estuvo ahí no se salvó de recibir varios regaños de su parte.

Para cuando había llegado su hora de salida se encontraba nerviosa, ansiosa y sobre todo estresada. Debía sí o sí conseguir a como diera lugar el pasaporte y salir de ahí antes de que Dylan cumpliera con su trabajo y la llevara de regreso a Estados Unidos para enfrentarse a su mayor pesadilla.

—¿Entonces es un adiós? —Carolina observaba cómo su compañera recogía sus cosas.

—Me gusta pensar que es más un hasta luego —una suave sonrisa cargada de melancolía cubrió su rostro.

La rizada se acercó hasta ella y la abrazó con fuerza, el abrazo tomó por sorpresa a la pelirroja, pero no dudó un segundo en regresarlo con la misma fuerza. Durante su tiempo en Cartagena, Carolina se había convertido en la persona más cercana con la que había tratado y que había sido clave para que aprendiera a entender a un nivel intermedio el español.

—Bueno, basta de sentimentalismos —se quitó una lágrima traicionera que amenazaba con escaparse—. Ahora sí, te voy a contar el plan más fabuloso que he tenido y no te vas a poder negar.

—¿Y eso por qué? —arqueó la ceja.

—Porque tu esposo no esposo ya dijo que sí.



Dylan revisó una vez más el celular, ya casi era la salida de Holland, así que salió del Museo de Cartagena de Indias donde se había ido a hacer tiempo después de haber estado en la joyería. La llamada que había tenido momentos antes lo tenía bastante tenso, caminaba por las calles de la ciudad con un aura de peligrosidad. La gente a su alrededor prefería sacarle la vuelta, incluso algunos vendedores ambulantes habían borrado su sonrisa ante la mirada severa que les dirigía el castaño cuando intentaban venderle alguna artesanía.

Apretó los puños al recordar la noticia que su jefe le había dado.

Fux, me habría encantado no tener que dar esta noticia nunca y mucho menos por llamada —esas simples palabras ya habían puesto en alerta al ex militar. Escuchó un suspiro al otro lado de la línea—. Ha habido una...situación.

—¿Qué situación? —no pudo evitar endurecer el tono de voz.

Se trata sobre Zech Kondratiuk... —la sola mención de su nombre lo puso en total alerta, como si estuviera en medio del campo de batalla y no a la entrada del Museo de Cartagena.

—¿Es sobre la demanda que me envió su abogado por haberle roto la nariz? —se mofó.

Ojalá fuera sobre eso, no. Es un tema mucho más delicado y serio —las pausas que estaba haciendo Dawson lo estaban poniendo de los nervios—. No ha salido nada en los medios, es información altamente confidencial y solo lo sabemos el director Preston, yo y ahora usted —hizo una última pausa antes de continuar—. Zech Kondratiuk escapó.

Esas tres palabras le cayeron como un balde de agua fría al militar. Debía haber escuchado mal, ¿cómo era posible que escapara? ¿Por qué hasta ahora? Habían pasado meses desde que lo habían atrapado.

Dylan estuvo a punto de lanzar el celular contra la pared, pero contuvo sus impulsos.

Le recomiendo que extienda su estadía en las paradisiacas playas de Colombia, no es seguro que regrese con Holland en este momento, pero esté alerta —cambiando su tono de voz a uno más regular añadió—: el pasaporte estará llegando en unos días a la correspondencia del hotel donde se están hospedando.

—Manténgame informado de cualquier noticia que tenga al respecto —colgó.

Ya había pasado un rato desde esa llamada, pero todavía sentía un hueco en el estómago. Se quedó afuera de la entrada de la joyería y a través del cristal pudo ver a Holland platicando con la rizada.

Iba a proteger a esa mujer con su vida, no solo porque era su trabajo, sino porque no dejaría que nadie lastimara a la mujer que le había hecho latir el corazón de nuevo.

💥💥💥

Palabras sin contar nota de autor: 2,810

Presiento que van a tener muchas preguntas, déjenlas aquí. Prometo no spoilerlos con la respuesta.

Me encantaría saber en sus comentarios qué les pareció y qué creen que pasará en el siguiente. Algo se viene, es todo lo que diré. Muchas gracias por sus votos y comentarios.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top