💥Capítulo 25
Era la quinta vez que Dylan miraba su reloj en los últimos diez minutos. Impaciente esperaba junto a la banda metálica donde debía recoger su maleta. Las últimas siete horas le habían parecido eternas. Poco o mejor dicho nada es lo que había podido dormir las últimas veinticuatro horas. Habían pasado tantas cosas durante los tres días posteriores a que gracias a la novia de su mejor amigo descubrieran dónde tenían escondida a la pelirroja. La noche antes del viaje había preparado su maleta con todo lo necesario para ir hasta su destino. Por la madrugada se trasladó hasta el aeropuerto donde estaría tomando un vuelo hacia Miami para hacer una escala de hora y media y posteriormente tomar el vuelo de tres horas que lo estaría llevando hasta Cartagena, Colombia.
Estaba seguro de que la diferencia horaria le terminaría pasando factura en unas horas más, pero en ese momento lo único que deseaba era tomar sus cosas y darle la dirección a algún taxista para que lo llevara ante la mujer que había estado buscando durante meses. Se sentía más ansioso que nunca.
Su corazón estaba latiendo más rápido de lo normal. Era un sentimiento similar a cuando estás por subirte a una montaña rusa y estás ansioso, pero temeroso, pero a la vez estás emocionado por el subidón de adrenalina que estás por vivir. Justo así era como se sentía el ex militar en ese momento. En cuanto su equipaje apareció lo tomó y se disculpó con una señora que le dio una mala mirada por haber chocado su hombro con ella.
Con paso firme fue siguiendo las señales para encontrar la salida del pequeño aeropuerto. A las afueras había un montón de gente que entraba y salía del lugar portando sombreros y lentes de sol. Pasaban de las tres de la tarde y su estómago empezaba a hacer sonidos por la falta de alimento desde esa mañana, pero no era el momento para pensar en comida. Se paró en el borde de la acera y esperó a ver un taxi libre para hacerle una seña con la mano. El auto se orilló junto a él y el chofer descendió del vehículo para ayudarlo a subir la maleta al maletero, aunque por supuesto Dylan no necesitaba que nadie lo ayudara. Subió al asiento trasero y le tendió el papel donde estaba anotada la dirección de donde estaba viviendo Holland.
El camino fue de casi media hora puesto que había algo de tráfico en las estrechas calles, sobre todo cuando se atravesaba alguna de esas carretas tiradas por caballos. Al parecer era una actividad bastante popular entre los turistas. Todo el camino se la pasó pensando en cómo reaccionaría Holland al verlo ahí, después de tantos meses. ¿Se pondría feliz? ¿Entraría en shock? ¿Se asustaría? ¿Le daría igual? Mientras observaba las coloridas calles de la ciudad no podía evitar golpear su pierna con la yema de sus dedos, estaba bastante ansioso.
—Llegamos.
El taxista se detuvo un par de metros más adelante dado que no había mucho lugar donde estacionarse. Dylan sacó su billetera y le tendió un billete, la reacción del taxista le dio a entender que estaba más que fascinado con la paga.
—Si necesita de alguien que lo lleve a conocer los puntos turísticos, avíseme. Andaré por la zona.
El castaño no había entendido mucho, así que solo le dio un asentimiento de cabeza y bajó del auto para sacar sus pertenencias. En cuanto cerró el maletero el taxista partió dejándolo solo. Dylan observó las casas y locales de alrededor. El sol estaba en lo alto del cielo y le calaba en los ojos, sacó sus lentes oscuros y se los colocó mientras cargaba la maleta y se aproximaba hasta la entrada de la casa de asistencia. Hizo una mueca de desagrado, el lugar no era ni cerca a la casa en la que habían estado viviendo en California. ¿En qué clase de lugar habían tenido a Holland todo ese tiempo?
Holland pasó de sentirse como una estúpida a como una completa cobarde. Los últimos días había estado intentando robar la joya para ejecutar su última esperanza de poder huir de ahí antes de que aquel tipo volviera a aparecer para cumplir su amenaza-promesa de llevarla de regreso. Sin embargo, el sentimiento de culpa hacía que terminara acobardándose siempre al último minuto. Maldita la hora en la que sus padres le habían inculcado tan buenos valores que incluso en situaciones extremas no era capaz de romperlos.
Acababa de salir de la joyería, Giorgio le había dado la salida porque ese día estaba con la cabeza en cualquier lado menos en el trabajo. La verdad era que no se equivocaba, había estado demasiado distraída y había cometido un par de errores, por lo que su jefe había decidido que por hoy era suficiente y sería mejor que fuera a descansar.
Sus pasos eran pesados, lo último que quería era estar encerrada en esa diminuta habitación lo que quedaba del día. Cruzó la calle para ir sobre la acera que la llevaría hasta la fachada de la casa. Se acomodó el bolso que insistía en resbalarse de su hombro cada tanto y fue entonces cuando se detuvo abruptamente en medio de la banqueta.
Se talló los ojos y volvió a mirar con atención. Ahí a unos metros de ella había un hombre recargado en un auto que se parecía bastante a Dylan observando detenidamente su celular, por lo menos tenía su mismo perfil. El cabello castaño, la tez blanca, complexión quizás un poco más ancha que la que recordaba, ese rastro de barba que llevaba le traía recuerdos de cuando lo había conocido. Sacudió la cabeza y negó. Estaba segura de que ya estaba teniendo visiones.
Continuó su andar, pero conforme más se acercaba, más podía notar el parecido. Si se quitara esos lentes oscuros estaba segura de que podría comprobar que solo era alguien que se le parecía de perfil y que se lo estaba imaginando. Se regañó mentalmente por haber llegado a ese punto en el que ya estaba teniendo alucinaciones. Terminó de acortar la distancia que los separaba y entonces fue ahí cuando lo notó: los dos lunares que tenía en el cuello y que asemejaban a la mordida de un vampiro.
De inmediato sintió cómo se le secaba la garganta y su respiración se detenía de golpe. Era él. Dylan Fux estaba ahí frente a la puerta de donde vivía. Un ligero jadeo escapó de sus rosados labios lo que hizo levantar la vista de su celular al ex militar.
Era ella. Después de meses por fin la tenía de frente a él. Se quitó los lentes de sol y clavó sus ojos chocolate directo en los ojos jade de Holland. Dios, seguía siendo tan hermosa como la recordaba.
«Si no accede por las buenas, tendrá que ser por las malas y tenga por seguro que no será tan amable como lo he sido yo».
Las palabras llegaron de golpe a la mente de Holland y fue como si hubieran encendido el interruptor en su cabeza de la bombilla a la que llamamos cerebro. A eso o más bien a él era a quien se estaba refiriendo aquel hombre. Habían enviado a Dylan para que la llevara de regreso. De inmediato una ola de calor le recorrió de pies a cabeza, apretó los labios en una fina línea.
—No.
Fue la única palabra que salió de sus labios antes de darle la espalda a Dylan y tomar la manija de la puerta entre sus dedos para abrirla. El castaño quedó consternado. ¿No, qué? No había dicho una sola palabra y ella ya se había puesto a la defensiva. Había podido notar de inmediato el cambio en su rostro cuando pasó de estar sorprendida a molesta. La chica ya había abierto la puerta y estaba por dar un paso dentro cuando sintió una mano grande y áspera que rodeaba con firmeza su muñeca para detenerla.
Se giró bruscamente zafándose así de su agarre. Su toque se había sentido como hierro hirviendo queriendo dejar una marca sobre su piel. Dylan levantó la mano en señal de que no le haría daño y retrocedió un paso. El bolso que llevaba Holland terminó resbalando y cayendo con un ruido sordo sobre la acerca.
—Lo siento —dijo Dylan al tiempo que levantaba el bolso y se lo extendía.
Holland lo arrebató de su mano y lo aferró con fuerza a su puño.
—Déjame en paz —su voz sonaba fría, en nada se parecía a la de la chica con la que había convivido meses atrás—. No pienso ir contigo de regreso, así que ve y diles a tus jefes que me dejen tranquila —escupió.
—¿De qué hablas?
—Sé a lo que has venido —dio un paso en su dirección—. Quieren llevarme de regreso para el juicio contra Zech, ¿no es así? —sus ojos de pronto se tornaron vidriosos—. No pienso volver, así que mejor vete.
Definitivamente eso no estaba saliendo para nada como lo había pensado. Se había imaginado un reencuentro mucho más cálido, con una sonrisa de alivio por ver a una cara conocida después de tanto tiempo, un abrazo incluso. Para nada imaginaba que cuando se vieran ella lo trataría como si oliera a basura y lo último que quisiera era estar cerca de él.
Su expresión consternada dio paso a una más seria y se puso firme ante ella.
—Será mejor que hablemos en un lugar más privado. Ve por tus cosas, aquí te espero —sentenció.
Una risa carente de humor escapó de la joven. Aún tenía los ojos vidriosos, se estaba conteniendo las ganas de llorar ahí mismo en medio de la calle.
—Mejor regresa por donde viniste, seguro que tienes muchas cosas más interesantes e importantes que hacer que estar aquí a kilómetros de tu hogar.
—Solo tengo una cosa importante que hacer y es llevarte conmigo así que ve por tus cosas.
El tono autoritario que había utilizado era el que usaba cuando daba órdenes a su equipo en el ejército cada que emprendían una nueva misión.
—No, ya te dije que no, así que vete y dile a tu compañero que también me deje tranquila.
La palabra compañero saltó las alarmas sobre Dylan. ¿A quién se refería? ¿La habían estado molestando? La sola idea lo hizo apretar los puños y fruncir el ceño. Holland volvió a darse la media vuelta para entrar, Dylan la tomó una vez más de la muñeca y la jaló hasta que ella topó de frente contra su pecho quedando a centímetros de su rostro. Sus labios carnosos ligeramente abiertos por la sorpresa de su acto.
El calor que emanaba el cuerpo de Dylan era incluso superior al que se sentía estando bajo el rayo de sol en pleno mediodía.
—Así no se trata a una mujer —espetó tratando de zafarse una vez más de su agarre.
—Sé muy bien cómo tratar a una mujer, créeme —lo dijo mirando directamente a sus ojos y con un tono de voz más ronco de lo normal.
Esa frase había sonado cargada de un doble sentido que hizo a la chica sentir una corriente eléctrica atravesando su cuerpo.
La pequeña escena que estaban montando estaba atrayendo la mirada de varios curiosos que pasaban por ahí, algunos incluso se habían detenido al otro lado de la acera para observarlos y un par hasta habían sacado sus celulares para grabarlos. Holland se percató de las miradas curiosas y los cuchicheos haciéndola poner más nerviosa.
—Será mejor que te vayas, estamos haciendo una escena y todos nos están mirando —dijo entre dientes y bajando la voz.
—Bien. Si así lo quieres.
No la dejó decir una sola palabra más, la guio al interior de la casa y cerró la puerta detrás de ellos para que nadie más los pudiera ver. Holland ya estaba por protestar cuando se vio acorralada entre los brazos de Dylan a cada lado de la pared. Pudo sentir el momento exacto en el que su corazón se saltó un latido y de nuevo esa corriente eléctrica la atravesaba.
—Ya no lo pienso repetir, Holland. —Su nombre saliendo de sus labios sonaba tan bien, la hacía sentir un pequeño cosquilleo en el vientre bajo. ¿Su verdadero nombre se escucharía igual de bien? —. Vas a ir por tus cosas y te vienes conmigo.
Ella pudo notar el cansancio de Dylan por las marcas en color lila que se formaban bajo sus ojos, desvió la vista hasta los bíceps del ex militar que fungían como una jaula, ¿era su imaginación o estaban más marcados que la última vez que lo vio? De pronto sentía la inminente necesidad de que sus fuertes brazos la rodearan no solo para sentir su protección, si no, para algo más. Respirar le empezaba a costar más al estar embriagada por el aroma de Dylan, ya casi había olvidado lo bien que olía.
—Ya te dije que no lo haré —haciendo un esfuerzo extra logró decir esas palabras.
—Si no quieres traer tus cosas bien, las traeré yo mismo. Solo dime dónde están.
No sabía en qué momento su rostro se había comenzado a acercar más y más hacia el de la pelirroja que se encontraba pegada de espaldas a la pared. La chica se pasó la lengua sobre sus labios secos, ese solo gesto encendió algo primitivo dentro de Dylan, había sido algo inofensivo pero que podía resultar bastante erótico, tenía que controlarse.
—¿Qué está pasando aquí? ¿Quién es ese hombre?
La voz impregnada de molestia de aquella mujer robusta que se encargaba de la casa los sacó de sus pensamientos e hizo retroceder a Dylan y liberar a Holland de la jaula de sus brazos.
—Usted sabe muy bien que aquí no puede haber hombres, solo mi Juanito. ¿Quién es él? Más vale que lo vaya sacando de aquí —tronó los dedos y apuntó hacia la puerta.
—Él ya se va —respondió Holland en español.
Dylan no había logrado entender nada de lo que había dicho aquella robusta mujer de tez oscura que llevaba un vestido largo en color amarillo, azul y rojo en la parte inferior. Entre su ancha cadera y el brazo llevaba un tazón repleto de frutas artificiales.
—Dylan por favor vete, me vas a causar problemas —le dijo entre dientes y empujándolo ligeramente por el pecho en dirección a la salida.
—Ya te dije que no me voy a ir sin ti —puso su mano sobre la de ella que seguía sobre su pecho.
—Voy a llamar a mi Juanito.
La mujer se dio media vuelta y desapareció por el pasillo.
—Dylan, por favor ya vete —la urgencia en sus ojos se notaba—. No debiste venir.
Volvió a empujarlo hasta acercarlo a la puerta, la abrió de par en par y lo volvió a empujar. La realidad es que el castaño no estaba poniendo mucha resistencia, de haberlo hecho no habría podido moverlo ni un centímetro. Cuando ambos volvieron a estar en la acera, Holland notó la maleta que se encontraba justo donde había visto a Dylan al llegar.
—Diles que se olviden de mí, así como lo hicieron los últimos meses.
La chica volvió a entrar y cerró la puerta detrás de ella. Se recargó unos momentos para procesar todo lo que había sucedido. Unos minutos después regresó la mujer con el ceño fruncido y notablemente molesta.
—Usted conocía bien las reglas, nada de hombres aquí por seguridad de todas las mujeres. Más vale que vaya tomando sus cosas y se marche hoy mismo, ¿estamos claros?
—Lo lamento mucho, no volverá a pasar.
—Tiene media hora para marcharse o mi Juanito se encargará de sacar sus cosas y tirarlas a la calle.
Holland cerró los ojos y se pasó la mano por el cabello. Trató de pensar en una solución rápida y solo pudo pensar en un nombre.
—¿Me puede prestar un teléfono, por favor?
La mujer de mala gana fue hasta su habitación y regresó con el móvil. Holland lo tomó y fue hasta su dormitorio donde rebuscó entre sus cosas hasta encontrar la servilleta donde su amiga le había escrito su número hacía un tiempo atrás. Marcó y esperó a que hubiera una respuesta.
—Caro, soy Holland. Necesito tu ayuda.
El sonido de que había llegado un nuevo correo quitó su atención de lo que estaba haciendo. Abrió la bandeja de entrada donde le acababan de llegar unas fotografías junto con una ubicación. En cada una de las imágenes se podía apreciar el rostro molesto de Holland mientras discutía con un hombre que le daba la espalda a la cámara. No necesitaba ver su rostro para saber quién era.
Sus labios se curvaron ligeramente en una sonrisa. La espera había valido la pena, le había perdido el rastro luego de que destruyeran el rastreador que le había colocado en la bolsa. Había costado una pequeña fortuna el investigador que había contratado, pero planeaba recuperar cada centavo invertido. Y ella sería su gallina de los huevos de oro.
💥💥💥
Palabras sin contar nota de autor: 2,842
Un capítulo muy esperado, al fin descubrimos dónde está Holland. Una personita le atinó desde hace tiempo atrás: Draamaqueen1 🎉
¿Alguien de casualidad vive en Cartagena? Sé que tengo varios lectores de Colombia.
Por fin tuvimos el re encuentro entre este par y como que la chispa está resurgiendo con fuerza 😏🥵 una probadita de lo que se viene más adelante.
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