💥Capítulo 11
La humedad se filtraba por las frías paredes de aquel sótano mugriento. Un roedor caminaba por una de las orillas en búsqueda de algo para comer. Sobre una vieja mesa de madera se encontraban las pertenencias que había llevado consigo y sobre esta colgaba un foco siendo la única fuente de luz que parpadeaba cada tanto.
Zech encendió un cigarrillo y se lo llevó a los labios al mismo tiempo que enviaba un mensaje de texto. Le estaba costando más tiempo del que había considerado conseguir la ubicación exacta del lugar donde se escondía aquella estúpida pelirroja que había arruinado su plan. Tenía a varios hombres buscándola en diferentes zonas del país. Uno de ellos había terminado asesinado días atrás con un tiro en la cabeza porque lohabían descubierto.
Recibió la respuesta al mensaje y una sonrisa ladina apareció en su rostro. Le dio una calada al cigarrillo y poco a poco soltó el humo, disfrutando del veneno que entraba directo a sus pulmones.
«Cuenta conmigo.» Se leía.
Otra notificación apareció en la pantalla del celular, una nueva transferencia bancaria a su cuenta secundaria. De inmediato le siguió un mensaje «La suma se ha duplicado para ti, encárgate de conseguir quién haga el trabajo y ofréceles una parte del dinero».
La pareja se encontraba a la entrada de la casa de Roxanne esperando a que su anfitriona les abriera; Dylan llevaba una botella de vino tinto con un moño rojo que habían comprado un par de horas antes como agradecimiento a la invitación a la cena.
—¿Vas a seguir con cara de que oliste excremento y sin dirigirme la palabra? —le susurró bajito.
—¿Vas a responder a todas las preguntas que te hice? —un mechón de su cabello real escapó de debajo de la peluca al girar su rostro en dirección a Dylan.
Para el castaño fue inevitable dirigir su mirada a esos labios rosados que se arrugaban en un ligero puchero. Con su mano libre acomodó el mechón de cabello a modo que no fuera visible y pasó suavemente su pulgar sobre la suave mejilla.
—Son tan adorables —Roxanne abrió la puerta de par en par arruinando el momento—. Me recuerdan a mi marido y a mí cuando estábamos recién casados.
En ese momento la camioneta del señor Ellis, otro de los vecinos y que vivía al fondo de la calle, junto a la casa que estaba en remodelación, pasó junto a ellos y les dirigió una mala mirada como de desaprobación, dejando a la pareja extrañada. El tiempo que llevaban viviendo ahí no habían convivido mucho con el resto de los vecinos.
Roxanne les había contado que no se llevaban mucho entre ellos, pero consideraba que era lo usual sobre todo cuando se vivía en un lugar como La Jolla donde el nivel económico es alto y entre los ricos no les gusta convivir con el resto, salvo por un par de formalidades para mostrar educación.
La pareja entró al hogar, no cabía duda de que el lugar derrochaba opulencia en cada rincón. Todos los muebles eran de los materiales más finos y la decoración era sobria y elegante. Roxanne los llevó hasta la sala donde les ofreció una tabla con quesos como aperitivo en lo que la cena estaba lista. Mientras las mujeres charlaban, el ex militar no pudo evitar hacer una inspección visual del lugar.
Todo estaba perfectamente limpio y ordenado, seguro no sería difícil mantener el lugar así siendo que su vecina vivía prácticamente sola ya que su hijo estudiaba fuera y su marido se la vivía de viaje por el trabajo. Lo que sí llamó su atención es que no había una sola fotografía a la vista. Las que ellos tenían en su casa eran fotomontajes, pero era para dar la apariencia de ser una pareja real. En cambio, en casa de su vecina habría esperado ver un montón de fotos por lo menos de su hijo.
—Vamos al comedor, pónganse cómodos. En un momento traigo unas copas para degustar el vino que han traído.
La mujer los guio hasta el amplio salón donde una mesa rectangular con diez sillas acaparaba el centro del lugar. Dylan le corrió la silla a su esposa para que tomara asiento, gesto que la dejó gratamente sorprendida, nunca había hecho algo así, aunque tampoco es que hubieran salido a cenar a algún lugar y en casa por lo general comían en la barra de la cocina. El comedor prácticamente estaba de adorno.
Momentos después llegó la mujer con las copas donde sirvió el vino y después llegó con un bol de ensalada y la pasta que dejó al centro de la mesa para que cada uno pudiera servirse a su antojo. En cuanto dieron el primer bocado pudieron comprobar que efectivamente sabía delicioso.
—Roxanne, me llama la atención que no veo ninguna fotografía familiar —dijo Dylan.
La mencionada se quedó con el tenedor a medio camino de llegar a su boca. Holland le dio una patada por debajo de la mesa a su compañero y le clavó la mirada.
—Bueno, es que las fotos las tenemos en las habitaciones —les sonrió.
—Me encantaría ver una foto de tu hijo. —Dio un sorbo a su bebida al tiempo que sentía una nueva patada en la espinilla—. Apuesto a que debe ser igualito a ti.
—Por supuesto —tomó su celular—, debo tener alguna por aquí.
La sonrisa poco a poco se fue desvaneciendo mientras pasaba el dedo por la pantalla táctil del móvil. Unos segundos después les mostró la fotografía de un jovencito de unos doce años que tenía el cabello igual de rubio que la mujer y que portaba el uniforme del internado donde estudiaba. Dylan detalló la imagen.
—Creo que debe parecerse más a tu marido, ¿no?
Roxanne soltó una risita nerviosa y dejó el móvil junto a su plato boca abajo.
—Sí, debe serlo. Ya saben lo que dicen, uno los carga en su vientre durante nueve meses para que después terminen siendo un clon de su padre. —Se limpió la comisura de los labios con la servilleta de tela—. Eso lo descubrirán ustedes mismos, cuando tengan a sus hijos.
El sonido del tenedor chocando contra las baldosas del piso fue la única respuesta. Holland lo había soltado en sorpresa al escuchar eso último.
—Perdón, que torpe soy.
Se agachó al mismo tiempo que Dylan para recogerlo y sus cabezas terminaron colisionando la una contra la otra. Ambos llevaron sus manos a sus frentes para buscar aliviar un poco el dolor.
—Pareciera que tuvieran un imán entre ustedes —soltó pícara mientras bebía de su copa.
El resto de la velada pasó sin pena ni gloria, ayudaron a su anfitriona a recoger la mesa y cuando estaban por marcharse Roxanne les pidió una foto de los tres juntos con la excusa de que quería enviársela a su marido para que pudiera conocer a los vecinos de los que tanto les había platicado.
La pareja no pudo encontrar una forma de zafarse de tal petición, ninguno creía que fuera lo más conveniente, sobre todo porque podía resultar peligroso que el rostro de Holland estuviera circulando por ahí. La rubia se colocó delante de la pareja para tomar la selfie y cuando estaba por presionar el botón, Dylan puso la mano alrededor de la cintura de Holland y la atrajo hacia su cuerpo tomándola por sorpresa y haciendo que girara su rostro en su dirección. De esta manera, en la foto solo se apreciaba una parte de su perfil y no el rostro de frente.
Un mes y medio había pasado desde el asesinato del presidente. No había vuelto a suceder nada sospechoso o que pusiera en peligro la seguridad de Holland desde el incidente con aquel ladrón.
Una rutina muy marcada dictaba los días que pasaban entre la vida de la falsa pareja. Desde el incidente Dylan se aseguraba cada noche de revisar que cada puerta y ventana se encontrara bien cerrada y que el sistema de seguridad funcionara de manera correcta. Los entrenamientos juntos habían terminado porque la pelirroja seguía indignada de que Dylan no soltara una sola palabra sobre lo que lo unía a Zech, desde entonces ella se encargaba de entrenar sola porque la ayudaba a relajarse y su terapeuta le había comentado que la ayudaría a mantener su mente ocupada.
El ex militar nunca lo admitiría en voz alta, pero un par de ocasiones observó el entrenamiento de la chica por medio de la cámara de seguridad, solo para asegurarse de que hiciera bien los ejercicios, por supuesto.
Aquella mañana después de la sesión con su psicóloga y de regresarle la laptop a Dylan, buscó entre sus cosas la libreta que tenía y en la que había diseñado un calendario para ir marcando los días. Faltaba un día para su cumpleaños, uno que le había hecho mucha ilusión meses atrás. Llegar al tercer piso es algo que a la mayoría de las mujeres les da pavor, pero para ella significaba el inicio de una nueva década en su vida y una forma de empezar todo de nuevo, o al menos así es como pensaba antes de que su vida cambiara radicalmente.
Dejó escapar un suspiro mientras pasaba su dedo sobre la fecha en el calendario, trece de abril. Aunque las cosas no fueran como había imaginado, seguía siendo una fecha importante y no podía dejar que pasara desapercibida. Cerró la libreta y respiró profundo. Llevaba varios días dándole vueltas a la idea que tenía en mente y aunque en el fondo sabía que la posibilidad era recibir un gran no como respuesta, tenía que intentarlo.
Se plantó fuera de la puerta de la habitación del hombre con el que vivía, varias veces hizo el intento de tocar la puerta, pero terminaba bajando la mano y dando respiraciones profundas para infundirse ánimos. «Vamos, tú puedes», se repetía a sí misma.
Estaba por golpear la puerta cuando esta se abrió apareciendo Dylan ante ella.
—Llevas como diez minutos afuera de mi habitación, ¿qué necesitas?
De inmediato la chica sintió cómo la sangre se le subía hasta las mejillas dejándola como un tomate. Dylan entendió la expresión de interrogación que apareció en su enrojecido rostro y le apuntó a la cámara que daba al pasillo. Holland se sintió verdaderamente estúpida.
—¿Entonces? —insistió al tiempo que se cruzaba de brazos y se recargaba en el marco.
—Mañana es mi cumpleaños —inició con la voz entrecortada por los nervios—, y quería celebrarlo fuera de aquí.
—No —ni siquiera lo pensó un segundo.
—Pero...
—¿Qué parte de no es seguro no has entendido todavía?
El rojo en sus mejillas pasó de ser por vergüenza a molestia.
—No ha sucedido nada desde aquel tipo que entró, es mi cumpleaños número treinta y ya estoy cansada de pasar los días aquí encerrada sin hablar con nadie más que con mi psicóloga —la desesperación se apoderó de su mirada—. Necesito salir de aquí, tomar aire, ver a otras personas.
—La respuesta sigue siendo no. Tú crees que aquel tipo fue una coincidencia, pero estoy casi seguro de que venía por ti —frunció el ceño molesto y apretó la mandíbula.
—¿Y por qué si saben mi ubicación no ha vuelto a haber ningún otro altercado? —levantó el rostro a manera de retarlo.
—Quizás están esperando el momento indicado.
—Yo no puedo quedarme aquí dejando que la vida se me escape de las manos y esperando a que vengan a matarme. —Su mirada se volvió suplicante y las lágrimas empezaban a acumularse—. Por favor. Además, mi psicóloga dice que me haría bien salir de aquí para variar.
Verla así le hizo sentir algo extraño en el pecho, como un apretujón. Pero no iba a ceder, era por su seguridad.
—Lo que diga esa mujer y tus lágrimas no me harán cambiar de opinión.
El labio inferior de la chica empezó a temblar y resignada a no obtener nada de todo eso se dio media vuelta y entró a su habitación dando un portazo detrás de sí. Dylan se pasó las manos por el rostro, siempre quedaba como el malo delante de ella y por alguna extraña razón esa idea le molestaba. No quería que lo viera como el villano cuando él solo intentaba cumplir su trabajo.
Porque eso era, un trabajo y nada más.
La noche llegó, Dylan había terminado de cenar a solas. Holland no había vuelto a salir de su habitación en toda la tarde, pero había logrado escuchar un llanto quedito proveniente del interior. Todo el día había estado debatiéndose entre si ceder a la petición de salir o no. Dejó escapar un bufido, ¿qué clase de imbécil sería si ni siquiera pudiera darle un poco de felicidad el día de su cumpleaños? Sobre todo, considerando que podría ser el último.
Al diablo todo, solo sería un día. ¿Qué podía salir mal?
Pegó la oreja a la puerta intentando escuchar algo, pero solo había silencio. ¿Estaría dormida? Tocó muy suavemente la madera con sus nudillos sin obtener una respuesta. Giró la cerradura y para su sorpresa esta no estaba con llave por lo que pudo entrar al cuarto notando que se encontraba vacío. Se dirigió hasta la puerta corrediza que daba al balcón cuando escuchó un ruido detrás de él.
—¿Qué se supone que haces en mi habitación?
Holland había salido del baño envuelta en una toalla y con el cabello mojado. En su mirada se podía notar que había estado llorando y que se encontraba bastante triste. Dylan no pudo evitar mirarla de la cabeza a los pies. ¿De pronto estaba haciendo calor? Se aclaró la garganta antes de hablar.
—Solo venía a decirte que mañana temprano estuvieras lista para salir y festejar tu cumpleaños.
La joven no pudo evitar abrir la boca en sorpresa quedándose estática en su lugar mientras su cabello escurría agua.
—Piensa a dónde te gustaría ir —continuó.
—¿Estás hablando en serio? —un brillo de emoción apareció en sus ojos jade.
Dylan asintió levemente antes de darse cuenta de que Holland ya había acortado la distancia y había rodeado su cuello para abrazarlo mientras repetía sin parar «gracias». El suave aroma de su cabello recién lavado inundó su sentido del olfato,se permitió disfrutar del momento unos segundos y cerró los ojos intentando tatuar en su piel el toque de la chica.Después como un espinazo, se recordó que no era correcto, se removió y con delicadeza quitó los brazos que le rodeaban el cuello.
La chica apenada observó que le había dejado mojada la camisa y se disculpó otras tantas veces sin quitar la sonrisa en su rostro. Dylan salió del cuarto no sin antes decirle que pensara a dónde le gustaría ir.
El sol brillaba en lo alto del cielo y la brisa del mar se colaba por la ventanilla del Jeep. Estaban cerca de llegar al destino elegido por la cumpleañera, Santa Mónica, a dos horas de donde vivían. Holland había pasado toda la noche pensando a dónde podrían ir y después de mucho analizarlo había elegido el icónico muelle de Santa Mónica para pasar su cumpleaños. Siempre había disfrutado de los parques de diversiones y sin duda tener la vista al mar era un plus.
Como era cerca de mediodía cuando llegaron decidieron que lo primero sería buscar algún lugar para almorzar. Optaron por una cafetería que estaba a las orillas del lugar. Mientras esperaban a que les llevaran sus platillos, la festejada se permitió de cerrar los ojos y disfrutar de ese momento de libertad. Nunca imaginó que una simple salida a comer se convertiría en algo tan valioso para ella.
Dylan la observaba en silencio, no había duda de que parecía otra chica a la que había estado conviviendo con él las últimas semanas. Podía apreciar la ligera sonrisa en su rostro pero que sin duda era mucho más sincera que cualquiera de las que le había enseñado a la entrometida de Roxanne. Incluso parecía tener un brillo especial ese día. No habían platicado mucho durante el camino, se habían limitado a escuchar la música de la radio y disfrutar de la hermosa costa de California.
Tampoco la había felicitado todavía, pero a ella no parecía importarle.
Las siguientes horas se la pasaron caminando por las calles del lugar sin un destino fijo, simplemente caminando entre la multitud que iba creciendo conforme el día iba avanzando. Cuando estaba por iniciar el atardecer fueron hasta la playa y se sentaron en la arena para observar cómo poco a poco se iban ocultando los últimos rayos de sol. Un cielo en tonalidades naranjas y rojizas era el acompañante perfecto a ese silencio cómodo en el que se encontraban sumidos.
—Feliz cumpleaños —susurró al tiempo que le daba un ligero empujón con su hombro.
—Gracias. —Le sonrió en respuesta. —Y me refiero a todo, gracias por lo que haces por mí; por haber aceptado salir y venir aquí.
—Bueno, espero haber hecho algunos puntos para que termine la ley de hielo que me impusiste.
—Lo voy a considerar, pero no te prometo nada —le regresó el empujón de manera juguetona.
Había algo de cierta complicidad entre ellos, era extraño, pero a pesar de que no todo el tiempo se llevaban de la mejor manera, habían encontrado la forma de hacer que la convivencia funcionara. En ocasiones podían entenderse sin decir una sola palabra, solo con la mirada. Una conexión que ninguno de los dos podía —o quería— explicar, pero ya habría tiempo de desenredar cada hebra y definir lo que ambos sentían, pero no admitían.
Cuando la noche cayó, Holland le pidió que antes de ir a cenar se subieran a la montaña rusa que había en Pacific Park. El lugar se veía precioso iluminado con las luces de los juegos tan coloridos que había. Justo antes de que arrancara el juego, la festejada entrelazó su mano con la del castaño en un acto reflejo, había olvidado lo mucho que le daban miedo las alturas y sobre todo los juegos mecánicos; siempre se lo había atribuido a la película de Destino Final 3. Dylan no hizo ningún comentario al respecto y solo le dio un suave apretón para infundirle algo de confianza, fue hasta que terminó el juego que ella se dio cuenta que había estado tomando fuertemente su mano.
Bajaron del juego y Holland le pidió que le tomara una fotografía con su móvil para que quedara como recuerdo. Dylan al principio no estaba muy de acuerdo, pero terminó accediendo, no planeaba compartirla con nadie por lo que no debía haber ningún peligro. La pelirroja posó para la cámara con una enorme sonrisa.
—¿Podemos subir a la rueda de la fortuna? —juntó sus manos e hizo un puchero de súplica.
—Está bien —suspiró—, pero después debemos ir a cenar para regresar a casa antes de que sea más tarde.
Dio un salto de alegría y lo tomó del brazo para llevarlo hasta el juego, una corriente eléctrica pasó por todo su cuerpo al sentir el toque de la chica. «¿Qué me está pasando?, esto no puede ser.» Una batalla interna se estaba llevando a cabo en Dylan. Se negaba rotundamente a siquiera pensarlo.
Para cenar y cerrar el día con broche de oro habían elegido un restaurante tipo terraza llamado LouLou. El lugar que se veía bastante sofisticado con su piso de madera y artículos decorativos que colgaban del techo hechos con palma estaba casi lleno cuando llegaron, pero lograron acomodarlos en una mesita con vista en el segundo piso. Un saxofonista se encontraba tocando al otro lado del lugar, dando un ambiente relajado y cómodo.
Para empezar la noche habían pedido unas bebidas con las que hicieron un pequeño brindis, celebrando que contra todo pronóstico había logrado llegar a su cumpleaños número treinta.
—Ahora vuelvo, debo ir al baño.
Dylan estaba por bajar las escaleras cuando se topó de frente con alguien que llevaba cerca de diez años sin ver.
—¿Dylan?
La rubia frente a él le sonrió con dulzura.
—Jocelyn, ¿qué haces aquí? —preguntó al tiempo que salía de su asombro.
—Vine con unas amigas, me mudé hace dos años a California. ¡Vaya!, creí que jamás te volvería a ver después de que rompimos. ¿Qué ha sido de tu vida?
El castaño estaba por decir algo cuando ella se llevó ambas manos a su boca sorprendida.
—¿Te casaste? —señaló la argolla que llevaba en su dedo—. Tú Dylan Fux, el hombre que alguna vez me dijo que jamás se casaría porque no estaba en sus planes y porque no era capaz de estar en un compromiso de ese nivel, ¿casado?
—Sí, bueno —se llevó la mano a la nuca en un gesto nervioso—. Así se dieron las cosas.
—Supongo que solo era cuestión de que encontraras a la chica indicada, ¿no? —le sonrió con tristeza. —Me da gusto por ti, Dylan.
—Nunca fue mi intención lastimarte.
Y era verdad, Jocelyn había significado mucho para él el tiempo que estuvieron juntos, pero en aquel entonces su prioridad era su trabajo y por el mismo pasaba mucho tiempo fuera de la ciudad, incluso del país. Formar parte del ejército no era sencillo y fue hasta años después que tomó la decisión de dejarlo y dedicarse a un trabajo más tranquilo con la intención de buscarla, sin embargo, nunca lo hizo.
—Ya es cosa del pasado, Dylan. Mira —le mostró el diamante que llevaba en su dedo y colocó su mano sobre una barriga que comenzaba a asomarse —, logré recuperarme de la ruptura y ahora estoy esperando un hijo y comprometida con un hombre maravilloso.
Dylan le regresó una sonrisa de labios cerrados.
—Me da gusto saber que tú también pudiste avanzar, espero que hagas muy feliz a tu esposa. También me dio gusto verte y poder cerrar el círculo de una manera más sana.
Le dio un abrazo que lo tomó por sorpresa pero que terminó regresándole.
Holland estaba muy concentrada observando el menú tratando de elegir que cenaría. Dio un trago a su bebida y una corriente de aire le puso los pelos de punta. Esperaba que no fuera a refrescar mucho porque no llevaba ningún suéter que la protegiera del frío.
No se percató de que alguien se había colocado a su lado hasta que escuchó su voz.
—¿Princesa?
Se quedó a medio camino de darle la vuelta a la hoja del menú sin levantar la vista de este. Esa voz, ese apodo que había llegado a detestar durante tanto tiempo. Solo podía ser una persona.
💥💥💥
Palabras sin contar nota de autor: 3,756
Yo solo voy a decir: lo que se viene en el siguiente capítulo no se lo van a querer perder.
Con emoción les comparto que Sin Escape pasó a la siguiente del ONC y eso quiere decir que estaré actualizando más seguido para terminar la historia a tiempo e inscribirla al concurso.
Muchas gracias por su apoyo, sus votos y comentarios me animan demasiado a seguir escribiendo.
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