Capitulo 2
Observo el semblante serio de su hermano, su tranquilidad al momento de caminar y acercarse lentamente hacia donde se encontraba, ladeando la cabeza un poco para intentar ver al infante que se escondía lo mejor que podía detrás de su cuerpo, sujetándose fuertemente de su túnica blanca, como un intento de taparse con algo.
Oneiros no debería de estar ahí con él, le había dicho específicamente a los sirvientes que no le quitaran la vista de encima a ninguno de sus hijos, sobre todo en aquellos que era su primera vez en los campos Elíseos, hasta una que otra ninfa había prometido cuidar del más pequeño, encantadas por el llamativo color de su cabello y la profundidad de sus ojos, tan negros como la mismísima noche.
—Hypnos, los ojos de Oneiros...
—Son claramente de nuestra madre, solo míralos, los heredo totalmente de ella.
Tantas mentiras ya se le estaban regresando, su hijo número mil no tenía nada que hacer ahí, sobre todo frente a Thanatos, quien jamás había estado feliz con el conocimiento de cada uno de sus sobrinos, mucho menos había tenido siquiera la intención de ir a conocerlos en algún momento.
No odiaba a Pasitea, la respetaba y hasta la saludaba de lejos, pero sus sobrinos eran otro tema, a simple vista se podía notar que no los quería tener cerca en lo más mínimo y justamente eso le había estado dando, el gusto de saber que ninguno de sus sobrinos se le iba a acercar.
Excepto hoy, un día más en su vida que tal vez tendría que seguir mintiendo, todo fuera para que Oneiros simplemente siguiera siendo conocido únicamente como hijo de Pasitea y el, no de nadie más, únicamente ellos dos. Un futuro dios del sueño.
—Vaya, vaya, vaya. ¿Pero que tenemos aquí?
Respiro profundo, tras ver la falsedad con la que su hermano hablaba, la misma que se vio reflejada en una sonrisa mientras intentaba ver al niño, antes de regresar su mirada su rubio hermano.
—No es nada en especial, solo Oneiros, uno de mis hijos.
Presento lo mejor que pudo al de cabello plateado, sin siquiera hacer el mínimo esfuerzo por hacerse a un lado y dejar que el otro lo viera, aunque igualmente, no es como si su hermano hiciera el más mínimo esfuerzo por ver a aquel que se escondía detrás de la figura de Hypnos.
—Uno de tantos, ¿Cuántos llevas ya? ¿Pasitea no está cansada ya de tanto niño?
Pudo sentir el disgusto en la voz de su hermano, observando como este se enderezaba y finalmente dejaba de prestarle atención a Oneiros, pasando entonces a ser el centro de atención y esperando a que ocurriera el milagro de que alguien notara la ausencia de su hijo y fuera hacia su figura para darse cuenta que ahí se encontraba y llevárselo lejos, fuera de sus vistas.
—Llevamos alrededor de mil y déjame decirte que ella se ve tan feliz y radiante cada vez que tiene que cuidar a uno. Ella jamás dejo de estar fascinada con la cantidad de hijos que tenemos.
Hablo de más, lo sabe, pero no es algo que pueda evitar fácilmente. Su amor sincero siempre se encontraría con su hermano, su eterna vida estaba destinada a ser vivida al lado de él, pero Pasitea, la hermosa Carite que Hera le había otorgado tras cumplir su deseo, tenía un pequeño espacio en su corazón, junto al resto de sus hermanos, en el fondo los amaba, aunque jamás lo haría como la manera en que amaba a Thanatos.
—Vayamos adentro.
—Si, solo dame un momento.
Se movió con cuidado, extendiendo los brazos hacia Oneiros, el cual instintivamente soltó la tela y posteriormente se dejó alzar, acomodando su cabeza contra el hombre de Hypnos, buscando la posición que le permitía ver de regreso a Thanatos, un instante en el que ambos se miraron fijamente durante varios e incomodos segundos.
—Tiene los ojos de nuestra madre.
—Si, fue el único de todos que los heredo.
—¿Qué hay de su cabello? Pasitea no lo tiene así.
—Se decoloro al poco tiempo de nacer, pero solo fue eso, no es como si fuera a hacerlo tan diferente.
Thanatos lo miro con desconfianza, obviamente no se estaba tragando totalmente sus excusas, de la misma manera en que dudaba que los demás le habían creado, aun así y para alivio propio, simplemente asintió de manera desinteresada, como con el resto, claramente no tenía ninguna clase de intención en cuanto a convivir con alguno de sus sobrinos.
A pesar de que uno de ellos bien podría ser su hijo.
—Te espero adentro, no tardes tanto.
—No te preocupes, solo iré a dejarlo donde debería de estar.
—¡Morpheo!
Grito apenas y llego a la estructura donde vio a unos cuantos, de sus hijos, seguro de que uno de los mayores se encontraba ahí, lo sabía ya que había venido directamente siguiendo el rastro de cosmos.
—Padre, ¿paso algo?
Vio movimiento detrás de una de las columnas, solo para notar que uno de los más altos y cabello tan lacio como el de Pasitea, se acercaba a él, Morpheo, uno de sus hijos favoritos y que dentro de poco tiempo podría hasta empezar a trabajar a su lado, todo fuera por aligerar la gran carga que representaban los sueños para él.
—Toma, cuídalo.
Se tardo menos de dos minutos en pasarle a Oneiros, el cual se había mantenido en silencio y quieto todo el camino, incluso cuando fue cambiado de brazos únicamente se movió para acodarse, antes de que su mirada se quedara fija en un punto sin, aparentemente, un propósito en especial. Era casi como un muñeco viviente, haciendo solo las acciones más mínimas para sobrevivir, pero sin ir más allá, ni siquiera hablaba, para la edad de casi cinco o seis años que parecía tener.
—No lo pierdas de vista. —amenazo a Morpheo, antes de darle la espalda y retirarse rápidamente.
—No lo hare, padre.
Se quedó quieto un momento, sin siquiera inmutarse ante el peso extra que resultaba el cargar a uno de sus muchos hermanos, era una tarea que realizaba más seguido de lo quisiera, aunque tampoco es como si le molestara, al menos tener a Oneiros, inmóvil en sus brazos, era más relajante que intentar hacer que Ikelos se tomara una siesta, su tan enérgico hermano menor que jamás paraba de molestar a Phantasos, quien igualmente no dejaba de llorar y quejarse la mayor parte del tiempo cuando eso pasaba.
—Vaya, vaya, te dieron la muñeca.
—Mira nada más, ya decía yo que nos faltaba uno.
—Ya ni porque es el más distinto, notamos que nos falta.
Escucho la conversación de sus otros hermanos, sentándose una vez más en el lugar que había estado ocupando, vigilando a aquello que estaban bajo su cuidado e intentando cuidar también de los puntos dorados fácilmente distinguibles.
Giro un poco la cabeza, viendo si era un buen momento para dejar a su hermano acostado sobre el pasto y no cargarlo todo el tiempo, antes de notar como sus ojos negros parecían moverse siguiendo el aleteo de una mariposa azul, esa que parecía revolotear cerca para su entretenimiento.
No, mejor mantenerlo cerca. No tenía la más mínima intención de moverse y si soltarlo significaba darle la liberta para ver a la mariposa de cerca y, tal vez, seguirla, preferiría no hacerlo.
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