El gran dragón llorón.

Con Laura y Joan fui de caminata al bosque del pueblo aquel fin de semana. Todas teníamos libre de planes o actividades para aquellos tres días y Joan insistió en acampar al aire libre y vivir una experiencia donde, según ella, forjaríamos el "instinto de supervivencia grupal". No entendía en que podría servirnos aquel instinto cuando trabajábamos 365 día del año en un restaurante familiar.

—¡Perfecto! Llegamos a nuestro destino final —Joan estacionó su auto antes de llegar por completo a la zona llena de follaje— Señoritas, estamos solo las tres con la madre naturaleza por tres días. Amen a la increíblemente buena onda madre naturaleza.

Laura y yo no estábamos del todo convencidas de la idea de supervivencia, pero no era tan malo como lo planteaba Joan.

—Bueno, chica del ejercito —dije mientras bajaba las tienda de acampar, el mini termo con comida y bebidas con ayuda de Laura—. ¿Te parece que organicemos el campamento y pongamos las tiendas antes que nos coman los osos?

—Típico miedo a los osos, ¿qué no ves que no hay ningún? ¡Relájate! —Joan podía ser una superviviente muy tonta al parecer— ¿Por qué no vas y buscas algo de madera para la fogata? Para que pierdas ese miedo a estar rodeada de aire puro y salvaje.

—Encantada. Pero si nunca vuelvo y encuentran mi cuerpo despedazado después de una semana, no deseo que asistas a mi funeral, Joan.

Me encaminé río arriba siguiendo el arroyo para no perder el rastro y volver al campamento antes que oscureciera. Iba recogiendo algunas ramas algo grandes y secas para que no costará hacer la fogata. En un momento, como si el sol que se escondía en el horizonte hubiese desaparecido antes de tiempo, oscureció y yo estaba entre los árboles. Imposible, me comerían los osos. Se escuchaba una cascada cercana que antes no había escuchado y un ruido extraño.

Levanté la mirada a ver que se había llevado la luz a mi alrededor y lo que vieron mis ojos no era posible. Había una inmensa criatura, cuya cabeza llena de escamas azules sobresalía por la copa de los árboles, poseía un par de alas como de murciélago. Aquel inmenso monstruo era sin duda un dragón, y el sonido de cascada que escuché antes eran sus lágrimas como un torrente violento de agua que caían al río.

Por supuesto que hice lo que cualquier persona con miedo haría y no me quedé averiguando si al grandote le dolían los dientes afilados. Solté las ramas y salí huyendo sin mirar atrás ni al frente. Prefería que me comieran una familia de osos a un gran dragón llorón, por más inofensivo que aparentará.

Llegué al campamento como un milagro, casi sin respiración y el rostro tan pálido como quien ha visto un ser fantástico.

—¡Vaya, que pinta! ¿Te has encontrado con los osos? ¿Y las ramas, Diss?

Vaya, con que oso más gigante y extraño me había encontrado aquella vez.

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