XVIII (Capítulo final)
Mi trato con Antonio es mínimo, pero cordial. Debo reconocer que se esfuerza por agradarme. Todos los días me lleva el desayuno hasta la cama junto a una rosa roja.
Desde que llegué a casa él ha dormido en el sofá, cosa que agradezco, es mejor así.
Es difícil para mí acortar la distancia. Estamos juntos, cerca, pero muy lejos a la vez.
Hay ocasiones en que me siento culpable por no poder corresponderle, quizá merezca una oportunidad, solo que no estoy dispuesta a dársela.
No he vuelto a mencionar el divorcio, sinceramente ahora me parece irrelevante.
Mi libertad la recuperaré de otro modo, uno bastante inesperado, pero real.
El día anterior a mi partida de Nueva Esperanza, después del almuerzo como lo había prometido, Nathaniel me llevó al cementerio.
Un camino empinado y pedregoso fue nuestra ruta a seguir para llegar hasta una iglesia pintada de blanco, con cuatro ventanales ovalados cuyos vidrios estaban forrados de imágenes religiosas.
Ya dentro, varias hileras de bancas alargadas y una docena de estatuas perfectamente esculpidas en yeso, engalanadas con vestimentas de terciopelo y manta.
A los costados, justo en medio, dos pequeñas capillas cuyas paredes consistían en cientos de cajones, cada uno tenía una lámina de metal dorado donde podían leerse los nombres de los restos de las personas que descansaban ahí.
Al fondo, tras subir tres escalones, se mostraba majestuoso un altar donde una biblia con pasta roja y letras en plata, reposaba junto a un candelabro con tres cirios encendidos.
Detrás de éste, una enorme cruz de madera colgaba sujeta a dos gruesas cadenas.
Bajé la cabeza en señal de respeto al sitio sagrado a donde había entrado, me persigné de inmediato.
No era una mujer que acostumbraba asistir a misa dominical, quizá porque nunca estuve de acuerdo con la forma en que se politizaba la religión, pero me consideraba creyente.
Estoy segura de que existe algo más allá de nuestra comprensión, algo o alguien Todo Poderoso que ha creado el universo.
Nathaniel me indicó con un gesto el lugar al cual debía dirigirme; él me siguió detrás con semblante acongojado.
Supuse que al igual que a mí, estar ahí lo lastimaba.
No amó a Andrick como lo amé yo, pero lo quiso. Tal vez como a un hermano y su muerte repentina la resintió.
Supe entonces que tenía que buscar el nombre de Andrick entre las cientos de placas que estaban en la capilla situada a la izquierda de la entrada principal. No tardé en encontrarlo.
Un par de rosas blancas se incrustaban en un pequeño florero a un costado. Estaban frescas aun y supe de inmediato que alguien acababa de colocarlas ahí.
Tal vez su madre, o alguno de sus hermanos había ido a visitarlo.
—Esperaré afuera —comentó Nath después de acariciar la placa grabada con el nombre de Andrick.
Estuve segura de que algo le dijo en silencio porque por unos segundos mantuvo sus ojos cerrados y su cabeza inclinada.
Agradecí con una leve sonrisa que me dejara.
Necesitaba estar a solas.
Mis ojos se humedecieron al leer su nombre, creo que fue hasta ese instante en que acepté que él ya no estaba conmigo.
—Hola —saludé, como lo hice cada vez que respondí un mensaje, una llamada o cuando nos encontramos en persona—, sé que estas al tanto de todo lo que ha ocurrido en tu ausencia y sé también que no debes estar contento conmigo por mis reacciones y comportamiento, pero ¿cómo podía haber reaccionado si al irte te llevaste una parte de mí?
Me dejaste incompleta, Andrick.
Sé que no fue tu intención hacerlo, la fatalidad nos tendió una trampa y la vida solo nos concedió unos años juntos. Los años más maravillosos que viví como mujer.
No hace falta agradecer todo lo que hiciste por mí, porque lo hice mientras estuvimos juntos, porque lo supiste. Porque no te quedó duda de lo mucho que te he amado —una lágrima escapa y resbala por mi mejilla—. Andrick, me pediste ser fuerte y juro que lo he intentado, pero ahora necesito tu ayuda. No sé cómo decirle a mi familia que estoy enferma.
No quiero verlos sufrir, no lo soportaría.
Dime, ¿cómo lo hago?
¿Cómo evito ese daño?
Pegué mí frente a la placa y el frío del metal se expandió por mi cuerpo.
Estar en esa capilla era duro, pero necesario.
—Ayúdame, por favor —imploré—. No tengo idea de que hacer, ha sido tan inesperado como cruel.
¡Caramba, Fiona y Elías necesitan a su madre!
Hablaba en voz alta, como si estuviera enojada; no me importó si alguien me escuchaba, tenía que desahogarme y Andrick era el único con quien podía hacerlo sin temores.
Él fue mi confidente, mi consejero y amigo.
Respiré hondo mientras esperaba una respuesta; cualquiera me creería loca al verme ahí, hablándole a la pared; quizá de ese modo entenderían mi estancia en un hospital psiquiátrico.
El dolor, la tragedia, la duda y la impotencia, cuando llegan juntas, pueden hacer perder el juicio a cualquiera.
Yo casi lo perdí una vez, pero no estaba dispuesta a alargar mi estancia en Nueva Esperanza.
Tenía que encontrar una forma, debía que existir al menos una.
—Te amo y te extraño, Andrick —exclamé melancólica—. Hasta pronto, mi amor.
Salí deprisa de aquella capilla. De no hacerlo, me derrumbaría ahí mismo.
Me encontré con Nathaniel al pie de la escalera, miraba a la nada.
—¿Estás lista? —preguntó al verme.
—Tengo que estarlo —respondí decidida y nostálgica.
Bajamos en silencio el camino empedrado para volver al hospital. Ese sería mi último día en Nueva Esperanza y de cierto modo, aun con todo lo que me había sido revelado, me sentí feliz.
No sé cómo interpretar lo que he pasado a lo largo de mi vida.
Una infancia feliz, una adolescencia truncada y complicada, y una adultez precoz e inesperada que me llevó al límite, en todos los aspectos.
Fui madre, esposa, amiga y amante. Lo primero me dio felicidad y esperanza. Mis hijos, mi todo, el verdadero significado del amor puro y desinteresado.
Lo segundo y lo tercero, me dejaron varias lecciones. Buenas, malas y peores. Un pequeño infierno dentro del paraíso que me mostró el poder de la traición y sus alcances.
Una etapa difícil, complicada y desagradable.
Y lo último, aquello que llegó como un regalo, me dio una segunda oportunidad y me enseñó que se puede amar a un hombre de modo real, al tiempo que me mostró que no todo es negro o blanco y que siempre hay una luz al final del túnel.
Que nada dura para siempre y que todos necesitamos un tiempo a solas, para encontrarnos.
Que la soledad no es mala compañía, aunque a veces resulte mala consejera y que es peligroso acostumbrarse a ella, porque una vez que se conoce, se puede volver adicción.
Traición, amor, tragedia y ahora, una sentencia a muerte de la cual no puedo escapar.
Hacer algo sin dañar a un tercero es imposible, no todos comprendemos ni reaccionamos del mismo modo a la adversidad.
El abandono, sea cual sea el modo en que se dé, causa dolor y nos marca.
La muerte es parte de ello, y lo único que resta es enfrentarlo para entonces, aceptarlo...
Hoy es el quinto día que estoy en casa, las muestras de cariño y las atenciones no cesan, pero han comenzado a abrumarme, así que he decidido salir a dar un paseo, sola.
El lugar elegido, Sablet, mi refugio de adolescente.
El lugar perfecto para calmarme y pensar.
Echo de menos el chocolate humeante y el olor a libros viejos.
Por supuesto mi madre puso el grito en el cielo cuando me vio salir, dijo que no estaba convencida de que fuera una buena idea, sin embargo, al final no le quedó más remedio que ceder.
<Todo estará bien>, le dije para inculcarle confianza.
Camino rumbo a la parada del autobús y veinte minutos después, estoy frente a las puertas de un sitio mágico.
Me he sentado en el mismo lugar donde me senté en compañía de Andrick. Ordeno un chocolate y abro el libro que he tomado de una de las tantas estanterías del lugar.
Esta ocasión he escogido uno distinto, no es romance, sino suspenso: "La Conspiración" de Dan Brown. Una historia que se lleva a cabo en el ártico, lugar donde se da uno de los más grandes descubrimientos en la historia de la humanidad, pero al mismo tiempo una historia donde la mentira, el poder y la traición tienen un papel protagónico.
Porque nada es lo que parece.
Justo lo que buscaba. Algo para distraer mi mente.
—Supuse que tarde o temprano volverías aquí. Aun continuas siendo una mujer predecible, Vicky —dice una voz.
Al escucharla mi piel se eriza.
Cierro el libro que tengo en mi regazo para después levantar la vista. En dos segundos se cruza con la de una mujer de piel morena y ojos claros.
Es Beca.
—¿Qué quieres? —exclamo con fastidio.
—Solo hablar —comenta al tiempo que se sienta a mi lado.
Ni siquiera fue necesario invitarla.
La observo atenta, su comentario me ha dejado claro que su presencia no es casualidad. Me ha estado vigilando.
Río por lo bajo. Por un momento quiero levantarme para salir de prisa, pero estoy cansada de hacerlo.
Quizá ha llegado el tiempo de ajustar cuentas.
—Quise hacerlo hace unos meses cuando viniste a este lugar en compañía de un hombre. Pero no me pareció correcto interrumpir su encuentro amoroso —un balde de agua fría me recorre de la cabeza a los pies. ¿Cómo lo sabe?—. Después me enteré que te habías vuelto loca y que estabas recluida en un hospital, así que decidí ir a visitarte, pero esa ocasión fuiste muy grosera, me golpeaste y te negaste.
Entonces, cuando supe que habías vuelto a tu casa, solo tuve que esperar a que vinieras aquí.
—¿Me has estado siguiendo? —la enfrento. No le tengo miedo, lo único que me causa es pena y repulsión —. Supongo que sea lo que sea que quieras, debe ser algo importante, sino no entendería tantas molestias. ¿Acaso no te fue suficiente seducir a mi marido? Dime, ¿tú ego aún necesita alimentarse de mi infortunio? ¿Por qué mejor no te ocupas de tú vida?
¡Oh sí, ya entiendo! Tu vida es tan vacía que tienes que seguir siendo mi sombra —escupo con sorna.
No me importa lastimarla, Beca no se tentó el corazón al traicionarme.
Los ojos de la que creí mi amiga echan chispas, sé que he puesto el dedo en la llaga y me da igual.
—Vaya que has cambiado, ya Antonio me lo había contado, pero francamente creí que solo exageraba.
Frunzo el ceño cuando menciona al padre de mis hijos. Supongo que aún se entienden, y ha sido el propio Antonio quien la ha mantenido al tanto de todo. ¿Quién más sino él?
—Si tanto te importa mi esposo, ¿porque no lo convences de que firme el divorcio?, así será libre para que disfruten de su amorío. Ya lo he intentado todo, pero no cede.
Quizá deberías preguntarte por qué. ¿Acaso vas a conformarte con ser la "otra"?
La risa escandalosa de Beca suena por todo Sablet, varios de los ahí reunidos nos observan entre molestos y sorprendidos.
Yo la observo en silencio, quiero reconocer a la mujer que está sentada a mi lado. Fuimos amigas muchos años y hasta ese instante la venda cae de mis ojos.
—Eres tan tonta, Victoria —comenta golpeando con sus dedos la mesa—. ¿Sabes? Me parece justo enterarte de que lo intenté varias veces y en un par de ellas estuve a punto de lograrlo, pero Antonio y yo nunca hemos sido amantes, querida. Digamos que solo fui su paño de lágrimas. Una amiga que estuvo ahí para prestarle su hombro y dejarlo llorar.
¡Oh, es tan dramático!
Pero aclaro que estoy satisfecha de que todo este tiempo lo hayas creído, al final mi objetivo se logró.
Mis mejillas arden como si me hubieran azotado varias bofetadas. La confesión de Beca me asombra, sin embargo me resisto a creerle. Yo fui testigo de sus muestras de cariño exagerado, de las noches de su ausencia en mí lecho y del olor a perfume de mujer que impregnaba su ropa.
—¿Tú objetivo? —repito.
Tengo que saber qué es lo que pretende. Las máscaras están cayendo anunciando el tiempo de conocer la verdad.
—Tú siempre lo tuviste todo —escupe con desdén—, una linda familia, amigos, respeto y la admiración de todo aquel que te conoció, mientras yo era opacada por ti.
Supongo que lo disfrutabas, ¿cierto? Te encantaba salir en mi defensa para que todos pensaran lo extraordinaria que eras. Pero yo sabía que eras una farsante.
No eres más que una mujer con suerte que tenía a todo el mundo rendido bajo sus pies.
Dime, ¿qué tienes tú, que no tenga yo? Por esa razón me propuse destruirte, Vicky. Tú no mereces ser feliz, no mereces tenerlo todo.
El veneno brota de sus labios a raudales.
¿Quién es esa mujer?
—Éramos amigas —susurro.
La impresión trae consigo a la fragilidad.
—¿Amigas? —Repite con el ceño fruncido—. Jamás, no te equivoques.
Niego con un movimiento de cabeza y sin aviso, comienzo a reír.
Mi ánimo cae y sube al mismo tiempo. Como si me encontrara en la rueda de la fortuna.
Saber aquello ya no pude hacerme más daño, sino todo lo contrario.
Los ojos de Beca casi salen de sus orbitas al escucharme, supongo que cree que me estoy burlando de ella. Qué equivocada está, no es de ella de quien me río, sino de mí misma por lo estúpida que fui a confiar en una mala persona a tal grado, que mi matrimonio se fue por la borda.
—Entonces, ¿todo lo que me has causado es fruto de la envidia que me tienes? Vaya, nunca creí que ese era el motivo.
¿Sabes? La traición me dolió más porque tú estabas involucrada, porque yo sí te creí mi amiga y sin pensarlo hubiera metido las manos al fuego por ti.
Al fin y al cabo, Antonio es hombre y es difícil que ellos resistan las tentaciones que se ofrecen con tanto descaro. Pero ahora que lo sé todo, lo único que queda es reír.
Así que si tu intención era molestar, desde ya te digo que has venido en vano, ni tú ni nadie puede hacerme más daño. Vete y por favor no vuelvas a cruzarte en mi camino.
Tu presencia me enferma.
—¿ En verdad eso es lo que crees? ¿Qué no puedo hacerte más daño? Pobre de ti, que equivocada estás, eres tan ilusa que no te das cuenta de nada.
Beca se recarga en la mesita, cruza las piernas y comienza a menear un pie. La miro fijo y noto cuan desmejorada se ve. Tenemos la misma edad y sin embargo ella luce varios años mayor; su piel acartonada, las ojeras que enmarcan sus ojos y la ausencia de brillo en su cabello, lo confirman.
Por un instante pienso en que quizá tiene algo de razón y a pesar de todo por lo que he pasado, la vida me ha tratado mejor.
Siento pena por ella, es una lástima que la envidia la haya llevado tan lejos.
—¿Crees que has ganado, Vicky? —quiere saber.
Su actitud altiva comienza a preocuparme. Mis sentidos se alertan de inmediato.
—¿Qué es lo que intentas decir, Rebeca? —solo algunas ocasiones la llamé así.
No tengo la intención de que note mi nerviosismo.
Un mareo repentino me toma por sorpresa y me obliga a cerrar los ojos para recuperarme.
Tengo que respirar hondo varias veces.
La situación se está saliendo de control, algo en su mirada me asusta.
—Dime algo, ¿mi tía Rita te trató bien en el loquero? —ahora es ella quien ríe y mi corazón se detiene una décima de segundo—. Le pedí que se esforzara en cuidarte, más que preocuparme tu salud mental, me preocupaba tu salud emocional, ya sabes, el desafortunado accidente de tu amante fue un golpe mortal para ti.
Aprieto mis puños para no irme encima de Beca.
Rita, mi celadora y verdugo, ¿es su tía?
Imposible creerlo, pero pronto las piezas comienzan a encajar.
Mi respiración se agita, y por un momento creo que voy a desplomarme.
<Bruno dice que hay un tercero, aunque asegura no saber el nombre. Rita era quien mantenía contacto con esa persona>, dijo Nathaniel hace unos días.
Lo recuerdo bien.
¿Es Beca la responsable de todo?
No, no, no. Eso no puede ser.
—Sí, ya sé que tu cerebro ha de estar friéndose mientras intentas buscar una respuesta, pero no deberías esforzarte tanto, Victoria, las impresiones fuertes pueden ser fatales, en tu estado.
—¿Fuiste tú? —La interrogo al tiempo que un nudo se apodera de mi garganta.
—Si te creías merecida de todo lo bueno, era justo que también merecieras todo lo malo, ¿no crees? La balanza en la vida, lo blanco y lo negro. El yin y el yang, la dualidad de todo lo existente en el universo.
Hace años me propuse destruirte, Victoria, y estoy a unos meses de lograrlo.
—Pagarás caro, lo juro —digo entre dientes.
—No me das miedo, querida. Dime, ¿quién va a creerle a una pobre loca como tú?
Dicho esto se pone de pie y sale del café dejándome paralizada. Camina erguida y altiva, satisfecha de lo que me ha hecho.
Tardo en tranquilizarme, sobreponerme a este evento me resulta heroico.
Cuando lo logro, tomo el teléfono y llamo a la única persona que puede ayudarme en este momento.
—Vicky, ¿sucede algo? —dice Nath al otro lado de la línea.
—Es Rebeca, ella es la culpable de todo —comento con voz entrecortada.
Nat llega diez minutos después, entre nerviosismo y llanto le cuento lo que ha sucedido.
Horas después, juntos hablamos con las autoridades, quienes de inmediato salen en busca de la mujer que justificada por la envidia que siente hacia mí, se ha empeñado en lastimarme.
—Magnolias 216. Villa Verdum —digo al detective a cargo.
Una dirección grabada en mi memoria.
¿Cómo olvidarla si pasé muchos días dentro de esa casa de fachada café y rejas negras?
Nath y yo estuvimos presentes en el momento en que la aprendieron.
Dos policías la escoltaban.
Sus manos al frente, iban unidas, forzadas por unas esposas.
Beca nos vio y nos dedicó una mirada cargada de odio.
No sentí alivio, a pesar de todo nunca le desee algún mal. Sé que tiene una hija, una niña que quedará en el desamparo gracias a la acciones de su madre.
Su odio enfermizo la lleva directo a una celda, donde pasará el resto de sus días.
Una semana después, el cuerpo de una mujer fue encontrado dentro del cuarto de un hotel. Una soga amarrada en su cuello le quitó la vida. Suicidio, fue la conclusión de las investigaciones.
Qué irónico ser consciente de que al final, Rita resultó más débil que yo.
No cabe duda que la justicia llega para todos, tarde o temprano, pero siempre llega.
Beca, Rita y Bruno, se aliaron para destruirme, sin embargo no lo consiguieron aunque me condenaron a muerte.
Una muerte que resultará indulgente comparada con el desenlace de Rita y la vida que les espera a Bruno y a Rebeca dentro de una prisión.
No hay peor castigo que ser privado de nuestra libertad...
Nota al lector:
El epílogo ya está escrito, lo subiré en unos días. ♥️
Espero que esta historia haya sido de su agrado y que la hayan disfrutado tanto como lo hice yo, al escribirla.
Porque siempre es importante saber lo que sucede después...
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