XVII
"Quizá yo le pido al amor demasiado, quizá por exceso y demás he pecado, quizá por costumbre, tal vez por temores, no sé porque sí, no sé si hay razones. Quizá por demencia, piedad o clemencia, quizá por amarte, por necesitarte, quizá porque lejos de ti es demasiado. Quizá por qué todas mis necesidades las tengo de ti, mientras yo te ame."
Todo queda en nada
(Ricky Martin)
—Anda, no temas, el agua está tibia —dice Andrick.
Está sentado en una roca que apenas asoma por encima de las aguas del mar. Yo lo miro confundida y emocionada, sé que no se trata de un recuerdo, nosotros nunca estuvimos en ese bello lugar. Está descalzo, lleva puestos unos jeans que ha doblado hasta sus rodillas y una camisa de lino blanca, que contrasta con sus ojos negros. Una barba incipiente crece alrededor de su boca.
Las nubes de un azul pálido, dan paso libre a los rayos del sol que ya se encuentra en su punto más alto, la brisa cálida ondea mi cabello y levanta con astucia mi vestido blanco.
Las olas golpean mis pies provocando un ligero cosquilleo que me obliga a desviar por un segundo la mirada.
La arena es tan fina que se siente como si estuviera parada sobre una alfombra de talco.
Sin pensarlo más, camino hasta sumergirme en el mar, me asombra darme cuenta que a pesar de que he recorrido varios metros, el agua apenas llega hasta mis rodillas.
Creo que estoy flotando. Es algo utópico.
Algo que va más allá de mi comprensión.
Pronto estoy cerca de Andrick quien, con una sonrisa radiante, extiende su mano para ayudarme a subir en la roca desde donde esperaba mi llegada.
El contacto con su piel me provoca una sensación indescriptible, me abrazo a él quien me recibe con la misma emoción. Nuestros cuerpos húmedos están tan juntos que sería difícil descubrir dónde empieza uno y donde termina otro; y por un breve instante, me da la impresión de que nos hemos fusionado. Como si nuestras almas antes divididas, ahora fueran una sola.
Las lágrimas escurren en mis mejillas y es el propio Andrick quien las limpia con su mano al tiempo que yo cierro mis ojos para perderme en el río de sensaciones que provoca su solo roce.
—Te extraño. ¿Dónde has estado? —digo con mi cabeza acurrucada en su cuello. No quiero soltarlo, lo necesito como al aire para respirar.
—También te extraño, corazón. He estado aquí, junto a ti, no te he dejado sola ni un solo instante —responde—. Vicky, debo pedirte un favor, tienes que ser fuerte —agrega. Entonces me besa y mi alma se estremece.
Para cuando abro los ojos, me encuentro hecha un ovillo bajo las sabanas con la almohada entre mis brazos.
Una sueño más, pero uno distinto porque esta vez no he despertado melancólica o llorosa, por el contrario, una felicidad extraña me invade, como si aquel sueño me rebelara que el momento de reencontrarnos está cerca...
A veces cuando pasamos por momentos críticos, cuando creemos haber tocado fondo y pensamos que hemos llegado al límite de nuestra resistencia, de cierto modo nos sorprendemos al descubrir la fortaleza que anida en nuestro interior. Tarde o temprano la luz al final del túnel aparece y quieres dejar el pasado atrás. Pero la vida es una ruleta que está en constante movimiento, y los momentos de paz pueden durar apenas un instante...
Para el domingo siguiente mi rostro se ilumina al escuchar a la distancia la risa escandalosa de mi hija, y de inmediato la busco con la mirada. Elías viene detrás y ríe al igual que ella mientras ambos corren a mi encuentro.
Entonces sé que saben que hoy no es un día cualquiera. Es lo único que deben saber... por el momento.
Una maleta descansa celosa a mi lado mientras mis padres caminan a paso lento, creo que mamá regaña a papá por retrasarse, lo sé por su ceño fruncido y por los movimientos que hace con sus manos, las agita al viento al tiempo que voltea una y otra vez.
La tranquilidad me abraza al no ver a nadie más. Solo han llegado ellos, mi familia.
Llevo puesto el mismo vestido blanco con detalles azules que usé hace dos semanas, pero hay algo diferente pues gracias a la ayuda de Clara, hoy me he maquillado y mi cabello está recogido en una trenza perfectamente terminada.
Es imperativo disfrazar mi estado, no quiero que lo noten, hoy no.
Esta ocasión no espero de pie su llegada, me echo a correr, tengo urgencia de tocarlos, de besarlos y decirles cuanto los amo y cuanto los he extrañado. Nos abrazamos en cuanto nos encontramos, Fiona se ha colgado de mi cuello y Elías besa mi mejilla. Con una mano en su cuello lo aprieto a mí. Hace tanto tiempo que no me permitía tocarlo.
Siento que estoy en el paraíso.
Ojalá y nada más existiera, deseo guardar este momento en mi memoria, tatuarlo en mi alma.
Mis hijos y yo juntos de nuevo, y aunque será por poco tiempo, haré que sea inolvidable.
—Mami, estás muy bonita hoy —exclama mi pequeña Fiona. La pureza en su emoción es contagiosa.
—Has vuelto —comenta Elías. Sus enormes ojos castaños destellan—. Me siento feliz de ver de nuevo a mi madre después de tanto tiempo.
Sus palabras me calan hondo, pero lo entiendo. De algún modo y sin desearlo, lo lastimé, no puede ser bueno para ningún hijo saber a su madre internada en un hospital psiquiátrico y aunque no perdí por completo la razón, si estuve extraviada por un largo tiempo.
El dolor casi me aniquila, pero estoy de pie y hoy, al fin puedo volver a casa para disfrutar el tiempo que me queda, junto a mi más valioso tesoro: mi familia.
Tres días antes, Nathaniel me mandó llamar y entre otras noticias, me dijo que había llegado el momento de volver a casa, con los míos.
La felicidad me embargó, deseaba que ese día llegara, pero no tenía idea de que sería tan pronto y por supuesto ignoraba la verdadera razón.
La conmoción fue tan grande que un ataque de risa se apoderó de mí, no brinqué en el sillón porque me pareció inapropiado, pero estuve a nada de hacerlo, en verdad tuve que contenerme.
La turbación se esfumó pronto, en parte por mi falta de energía, últimamente esos episodios se volvían frecuentes, hacía tiempo un agotamiento inusual me aquejaba, pero también porque las noticias no habían terminado y lo que siguió me heló la sangre.
La emoción se volvió preocupación de un instante a otro y todo se volvió irónico.
¿Acaso podría haber algo peor?
Sí, lo hubo.
—Siéntate, Victoria, por favor —pidió Nathaniel. La expresión en sus ojos hizo que obedeciera al instante, algo no iba bien.
—¿Qué es? —quise saber.
Nathaniel se puso de pie y caminó hasta un mueble metálico que consta de cuatro cajones con un cerrojo justo en medio. Abrió uno de estos y sacó un folder de su interior.
—En este folder está el reporte de los análisis de sangre que mandé a realizar. Mientras estuviste en la enfermería, me tomé la libertad de tomar varias muestras de tú sangre, tu semblante y la negativa a probar los alimentos que Bruno dejó en tu dormitorio, me hizo sospechar que tal vez algo no andaba bien —escuchar aquello me dio un idea de lo que seguía y un hoyo se abrió en mi estómago—. Los resultados me han dejado desconcertado, así que ordené que se repitieran al pensar que podía tratarse de un error de laboratorio. Pero no hubo error, Victoria.
En tú sangre hay rastros de pequeñas dosis de un medicamento controlado utilizado únicamente en tratamientos de quimioterapia. Me cuesta informarte que ha causado un daño irreversible a tu cuerpo.
No puedo determinar con precisión el tiempo en que de manera irresponsable y dolosa estuvieron administrándote ese fármaco, pero por los resultados en los análisis, creo que ha sido desde que llegaste aquí.
Estupefacta, así me quedé ante sus palabras, ¿quién lo hubiera esperado?
—¿Cáncer? —lo interrogué.
¿Qué más podría ser?
Nathaniel asintió moviendo la cabeza, se veía tan afectado que pensé que había llegado a estimarme.
—¿Cuánto tiempo? —insistí. Si me estaba diciendo la verdad, entonces debía saberla completa.
Qué irónico que fuera justo cuando recién comenzaba a valorar la vida, que un golpe de este tamaño me tomaba por sorpresa.
Me sentí como un boxeador novato siendo masacrado.
—Seis meses, quizá menos —contesta con los ojos húmedos.
—¿Se lo has dicho a mi familia? —exigí saber.
Ellos eran mi mayor preocupación en ese momento.
—No, creí que mi deber era decírtelo primero a ti —lo miro fijo y agradezco en silencio—. Sin embargo, considero importante que hables con tu familia lo antes posible, tal vez exista la posibilidad de un trasplante. Si encontramos a un donador compatible...
—Yo me encargo —lo interrumpí deprisa.
Aquello no tenía sentido.
Puede que otra en mi lugar se habría echado a llorar, solo que mis reservas se agotaron.
Además, que ganaría con hacerlo, el llanto no me devolverá la salud. Entonces entendí la premura de Nathaniel por permitirme volver a mi hogar, sabe que el tiempo se ha vuelto en mi contra, y lo único que queda es aprovecharlo al máximo.
Eso solo lo conseguiré en compañía de los míos.
—Bruno —comenta y mi piel se eriza al escuchar ese nombre—, ya está en prisión. Ha confesado su participación y ha reconocido su culpa. Él, junto con Rita, quien se encuentra prófuga de la justicia, han sido los autores materiales. Debes saber que hay alguien más detrás de todo esto, pero Bruno asegura ignorar de quién se trata.
Según él, era Rita era quien tenía contacto con un tercero.
Por supuesto el caso ya está en manos de las autoridades y desde hace días se están encargando de las investigaciones. Victoria, esto es un delito grave y lamento que se haya llevado a cabo en este hospital. Debí prestar mayor atención, si te hubiera hecho caso, no habrían llegado tan lejos. Lo siento mucho, perdóname por favor. Mi deber era protegerte, y mira los resultados.
Mi corazón dio un vuelco, no solo porque Nathaniel se sentía culpable —algo inconcebible, jamás podría culparlo—, sino también porque no era un secreto que aquellos dos querían hacerme daño, pero la interrogante continuaba siendo ¿por qué? ¿Quién era el verdadero responsable? ¿Quién me odiaba tanto como para desear mi muerte?
Mi mente trabajaba al máximo en busca de una explicación convincente; no hallé nada. No creí tener enemigos.
Mi atención regresó cuando Nathaniel dejó una libreta forrada con papel azul sobre su escritorio, la puso frente a mí.
Ese gesto sirvió para distraer mi mente de la noticia antes mencionada y aunque era apenas visible, una sonrisa se dibujó en mi rostro.
—Hace días quería devolvértela, pero por alguna u otra razón no pude hacerlo. Quiero que sepas que la leí de principio a fin. Y, llámalo destino o coincidencia, pero... creo que también hablas de mí en unas líneas —su aseveración me inquieta. ¿Cómo iba a hablar de una persona que no conocía?—. Ábrela, en la primera hoja he dejado algo que quiero mostrarte, quizás entonces entiendas lo que acabo de decir.
Obedecí, tomé la libreta y con las manos temblorosas levanté la pasta que sirve de portada, lo que encontré en su interior me causó un impacto mayor a lo que el doctor Dumont había dicho minutos antes.
Dentro había una fotografía, en ella están dos hombres sentados en la orilla de un velero. Ambos sonreían, se veían felices.
Los reconocí al instante, sobre todo a uno de ellos. Era Andrick y a su lado estaba Nathaniel.
Después de observar la foto por unos minutos, levanté los ojos para fijarlos en el hombre que tenía frente a mí.
Trataba de hilar lo que mis ojos veían, así que me esforcé en recordar algún detalle que antes dejé pasar.
Platicas y encuentros con Andrick se estacionaron en mi cabeza.
Encontré la respuesta pronto, el hombre de ojos grises y sonrisa paradisíaca, aquel que en ese momento tenía frente a mí, el doctor que se encargó de mi tratamiento, era Nath, el amigo de Andrick.
Nathaniel Dumont y Nath, eran la misma persona y yo jamás encontré relación en el nombre.
Supe entonces la razón por la que su voz me pareció conocida el día en que llegó a Nueva Esperanza, nunca lo vi mientras Andrick y yo tuvimos un video chat, pero sí escuché su voz. Y, ¿su aroma?, ese que me impactaba cada vez que entré en su oficina, aroma que de inmediato me hacía invocar a Andrick, ¿por qué él usaba la misma loción?
Agradezco el haberme encontrado sentada, de lo contrario me habría ido de espaldas.
¿Coincidencia, dijo?
No lo creí, eso iba más allá.
Mis manos temblaban, ver de nuevo el rostro del ser amado me emocionó tanto como me entristeció. Lo llevaba impreso en mi memoria, pero no había nada más. Teníamos que cuidar hasta el más insignificante detalle para no ser descubiertos. Y aunque quise hacerlo, ¿cómo podría conservar una foto suya?
—Andrick y yo fuimos amigos —comentó—. No sospeché nada aun cuando tu nombre llamó mi atención desde un inicio, fue hasta que comencé a leer esa libreta que comprendí quien eras. Te conocí a través de él, Victoria, no hubo día en que no te mencionara.
Eras la mujer que amaba, una de sus razones para sonreír. Tú le cambiaste la vida a mi amigo —mis ojos estaban hipnotizados en la foto, pero lo escuchaba—. El día del accidente, ya tenía todo listo para regresar a México y, la noche anterior, Andrick había comprado algo para ti. Estaba muy emocionado, parecía un chiquillo, entonces dijo que tenía urgencia de verte para entregártelo. La vida no lee dio la oportunidad de dártelo y tras su muerte, juré buscarte; tenía una deuda con él y creí que de ese modo podía devolver un poco de todo o que recibí de Andrick.
Te busqué, lo hice por meses sin tener éxito, ¿quién hubiera pensado que la mujer que buscaba con ahínco estaba tan cerca?
Ten, esto te pertenece.
Mientras hablaba, extendió su mano para acercarme una cajita de terciopelo la cual tomé vacilante. En su interior descansaba un anillo con un pequeño y hermoso diamante incrustado.
Un anillo de compromiso.
Llevé mis manos a mis labios para amortiguar el grito que salió de mi garganta como respuesta.
Cerré los ojos y musité un "acepto" al tiempo que colocaba el anillo en mi dedo.
—¿Sabes dónde reposa, ahora? —pregunté deseosa de que así fuera.
Un pendiente más, el último para estar en paz.
Nathaniel asintió y yo solté el aire contenido.
—Sus cenizas fueron entregadas a su familia un par de semanas después del atentado. Ahora reposan en el Parque Memorial. Un cementerio no lejos de la ciudad.
—¿Puedes llevarme?—pedí casi en una súplica. Necesitaba ir.
Me observó a detalle antes de contestar, quizás intentaba indagar más, pero que podía decirle que no supiera ya. Era amigo y confidente de Andrick y ya había leído mi libreta. Creí que ya lo sabía todo de ambos.
—Mañana, después del almuerzo —respondió decidido.
Estar al lado de un hombre que fue amigo de Andrick, una persona que estuvo cerca de él, que lo conoció, que lo estimó, alguien con quien podía hablar del hombre que amé hasta casi perder la razón, me hizo feliz aun cuando no debía estarlo.
Las bombas de información no deseada que habían sido lanzadas, me mutilaron, y para ese momento mis restos estaban esparcidos por todas partes.
Pero, no todas las noticias fueron malas, porque al fin podré dejar una flor en la última morada del hombre que me enamoró con tanta facilidad, que pocos, incluso yo, creí posible.
Por supuesto no logré conciliar el sueño, la ola de noticias recibidas tuvieron el mismo efecto de varias tazas de café en mi sistema.
Había mucho que asimilar, desde mi repentina salida, la cual que me daría la oportunidad de estar con los míos; hasta la enfermedad que de forma silenciosa e inesperada me aquejaba y consumía de a poco.
¿Cómo voy a dar esa noticia a mis hijos y a mis padres?
Y qué decir de lo pequeño que parece ser el mundo al ponerme frente a una persona que convivió varios años con mi gran amor.
Sorpresa, nostalgia, amor, desamor, enojo, enfermedad, muerte... y esperanza.
¿Sin daños a terceros?, estuve dispuesta a renunciar al amor de un hombre al saberme incapaz de lastimar a mi familia, y al final resultó que el daño era inevitable, porque me perderían para siempre y evitarlo estaba fuera de mi alcance.
¿Qué podía hacer?
De la mano de mis hijos y con mis padres detrás, caminamos juntos hasta la salida donde un auto nos espera.
Nuestro destino próximo, mi hogar.
Un instinto me hace posar los ojos en mi mano solo para ver como luce aquel hermoso anillo y hacerlo me tranquiliza.
También me hace recordar las veces en que Andrick pidió que me casara con él, ninguna de ellas pude responder, no podía porque ya estaba casada, pero anhelaba responder a gritos un sí.
Lo deseaba con el alma.
<Pronto>, solía decir en silencio.
Treinta minutos tardamos en llegar, sonrío al ver globos de colores en la puerta de entrada, volteo a ver a mis hijos en busca de una explicación y estos se miran entre si cómplices, como lo hacían cuando trataban de escapar al castigo por alguna travesura cometida.
Mi padre fue el primero en bajar del auto, abre la cajuela y saca mi maleta la cual lleva casi a rastras. Los años no perdonan a nadie y por supuesto mi padre no es la excepción.
—Estas en casa, hija, bienvenida —dice mi madre antes de salir.
—Vamos, mami, tenemos que entrar ya —comenta Fiona.
Su desesperación es tal que me preocupa. Entonces Elías le da un ligero tirón de pelo y al saberse observado por mí se disculpa.
Bajamos del auto casi al mismo tiempo, Fiona prácticamente me sacó a empujones. No pude evitar reír.
—¡Bienvenida! —gritaron a coro un grupo de personas que se encontraban en casa.
Familia, vecinos y amigos, estaban ahí.
Fiona y Elías soltaron mi mano mientras dos mujeres se acercan a mí. Sofía y Karla me abrazaron. Mis amigas, seguro mi madre las puso al tanto de lo que me ocurría y ahí estaban, dándome la bienvenida.
—Todo estará bien ahora, amiga —susurro en mi oído Karla.
Sonrío en un gesto de aprobación, entonces me percato de la presencia de otras dos personas que de alguna manera resultaron cruciales en mi vida. Clara y Nath, también están aquí.
La dicha que me embarga no tiene nombre, me disculpo con mis amigas para dirigirme hacia esas dos personas que a pesar de que convivimos poco tiempo, también se volvieron mis amigos.
—Este es tu lugar, Vicky —comenta Clara. Se ha emocionado hasta las lágrimas.
No respondo y en cambio la estrecho en mis brazos. Es una mujer excepcional y agradezco a la vida la oportunidad que me dio de conocerla. Mi infierno se volvió llevadero gracias a ella.
—¿Les dijiste? —quiere saber Nathaniel. Yo niego con la cabeza.
—Hoy no —exclamo.
Nath suspira y sonríe, respeta mi decisión y comprende que ese no es el mejor momento para hacerlo.
Quizá mañana... o tal vez no sea necesario hacerlo.
El desasosiego me acecha al ver Antonio de pie recargado en la pared. Tiene los ojos clavados en mí, sus labios se curvan al notar que lo he visto y camina a mi encuentro.
—Bienvenida, Vicky —dice.
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