XVI

Viernes, un día especial.

Desde que nuestras citas clandestinas comenzaron, Andrick y yo  tuvimos que conformarnos con pasar solo unas horas juntos, pero esa ocasión sería distinto. Planeamos un fin de semana en el Parque nacional El Chico, en Hidalgo. Dos horas por carretera desde el centro de la ciudad hasta nuestro destino se hicieron nada al contemplar un sitio espectacular.
Llegamos de noche, el cielo estaba despejado y el clima era tan frío que parecía que el invierno había llegado. Un lugar apartado de todo, por varios minutos solo pudimos ver bosque y una laguna de aguas cristalinas que invitaba a zambullirse.
Estábamos en lo alto de la montaña, el precipicio podía observarse metros adelante y la vista resultaba aterradora.

Rentamos una cabaña cerca de una palapa y una fuente iluminada.
Solo unas cuantas personas estaban ahí, reunidos alrededor de una fogata para calentarse y de paso asar deliciosos bombones, al tiempo que convivían como familia.
No supe si se conocían, pero me pareció que sí.

Al bajar del auto todo mi cuerpo temblaba, no tenía idea de que a esa hora, la temperatura fuera tan baja, aun cuando Andrick me previno que fuera abrigada.
Tuve que cambiarme la ropa, una chamarra, bufanda, un par de guantes y botas, se hicieron indispensables para poder tolerar el clima en la intemperie.

Despertar al lado de Andrick fue lo mejor que me había pasado en años. Estar desde el amanecer hasta el anochecer en compañía del hombre que amaba era mi objetivo, mi plan de vida y, esa ocasión fue lo más cerca que logramos hacer realidad nuestro sueño.
Me sentí feliz.

Después de desayunar, un paseo en moto fue lo primero que hicimos, recorrimos la montaña hasta llegar a un paraje desértico desde donde pudimos admirar la impresionante  naturaleza.
Es un tanto amenazador.

Más tarde un paseo en canoa nos hizo evocar nuestra infancia, cuando en compañía de nuestros padres o amigos, visitábamos el lago de Chapultepec.
No pude evitar reír a carcajadas cuando Andrick me contó que en una de esas visitas, cayó a lago y tuvo que soportar la picazón un par de días. Ese era el efecto que el agua estancada y verdosa tenía en la piel de los paseantes.

Por supuesto no dejamos pasar la oportunidad de estar solos, y ahí en pleno lago, dentro de la canoa y tendidos sobre una manta, me llevó al cielo a través de cientos de caricias atrevidas, de susurros, de jadeos y besos, que como la miel atraían a la abeja a su colmena.
Sentirlo en mi interior rebasaba cualquier límite.
Nadie podría contarme un momento igual, porque yo los viví todos con Andrick.
Entre nosotros no existían pudores, ni reglas, ni rutinas. Ambos estábamos dispuestos a entregarlo todo y lo hicimos sin miramientos, sin miedos.
Cualquier cosa, cualquier detalle era perfecto.

Él fue la razón que me hizo empezar de nuevo.

—Te amo —decía todo el tiempo.

No se cansaba de pronunciar esas dos simples palabras que llevan dentro tanto significado, pero no solo eso, también lo demostraba.
Nunca tuve dudas de su amor.

Andrick fue honesto y transparente, pero sobre todo, leal...

Mi pecho duele cuando los charcos de agua salada me obligan a despertar, tengo que incorporarme para lograr que el aire entre en mis pulmones.
El llanto se torna desgarrador. Llevaba varias noches sin soñar con él, y de nuevo su recuerdo me atacaba desgarrando mi interior.

No hay día en que no esté en mis pensamientos, y aunque me esfuerzo por despejar los recuerdos, no poseo la voluntad para desterrarlo definitivamente.

¿Cómo hacerlo si a su lado fui tan feliz?

¿Cómo si aún siento su pecho latiendo junto al mío?

¿Cómo intentar escapar de mis demonios internos?

¿Cómo olvidarlo, si al hacerlo me estaría matando?

Es difícil, casi infernal lograr que la nostalgia que deja su ausencia quede en el pasado, pero es un suicidio siquiera intentar olvidar al hombre que me dio tanto.

Es necesario aprender a convivir con su recuerdo, no puedo ni quiero aparentar que lo que tuvimos no existió. Sería mentirme a mí misma. Por supuesto que existió y aunque la fatalidad me lo ha arrebatado, aún existe y existirá hasta el momento de reencontrarnos. Porque solo entonces comenzaremos a escribir de nuevo nuestra historia, una historia que durará hasta el final de los tiempos...

"Siempre que estoy a solas contigo, tú me haces sentir que estoy en casa.

Siempre que estoy a solas contigo, tú me haces sentir completa.

Siempre que estoy a solas contigo, tú me haces sentir libre.

Por muy lejos que esté, por mucho tiempo que me quede,
y a pesar de las palabras que diga... te amaré siempre".

Love song
(The Cure)

Una canción que solía cantarle cuando estuvimos juntos.
Pensaba, casi estuve segura, de que había sido escrita para él.

—¿Otra vez llorando? —exclama Clara en cuanto entra en mi habitación.

No respondo, me limito a levantarme al tiempo que seco mi rostro con mis manos. Lo hago de mala gana porque estoy triste y enojada a la vez.
Triste porque ya no está y enojada por haberme abandonado.

—Si no te das prisa, el desayuno va a enfriarse —comenta.

Es hasta entonces que reparo en un detalle. Miro las manos de Clara y las noto vacías, después busco en la cómoda la charola con mis alimentos, y tampoco la veo.

—Por supuesto que va a enfriarse si ni siquiera lo has traído —contesto extrañada.

—¿Por qué iba a traérlo hasta aquí, qué no piensas bajar al comedor?

Su pregunta me pone a pensar, quizá Clara no recuerda que estoy aislada del resto, hasta nuevo aviso.

—Déjate de bromas —digo molesta. No estoy de ánimo.

Un segundo después, su risa suena por toda la habitación.

—La penitencia terminó, Victoria, el doctor Dumont lo ha autorizado. Este dormitorio solo se mantendrá cerrado mientras duermes, es decir por la noche, el resto del día tienes la libertad de hacer lo que quieras; claro, siempre y cuando no sea meterte en problemas —comenta burlona.

Es imposible no reír también, sé que Clara es una mujer noble y cordial, pero no conocía su sentido del humor. Al parecer también es una mujer divertida.

No me molesto en tomar una ducha, me limito a ponerme lo primero que encuentro, tomo algo de debajo de mí almohada que luego guardo en mi bolsillo y salgo con Clara a mi lado. Charlamos como buenas amigas; en eso se ha convertido ella, en mi amiga.

Nos despedimos cuando llego al comedor que para esa hora ya está inundado del bullicio de los ahí reunidos. Enseguida me dirijo a la ventanilla donde me entregan una charola, en ella hay un plato de fruta, un vaso de leche y unos huevos perfectamente cocidos.

Giro en busca de un asiento disponible y para mi fortuna lo encuentro justo al lado de la mujer que deseaba ver.

Úrsula está armando una pila con los trozos de fruta que debería estar ingiriendo.

—Hola —la saludo.

Es lo menos que puedo hacer, después de golpearla en dos ocasiones, no dudó en ayudarme. De hecho es gracias a ella que hoy me encuentro en el comedor.
Además tengo algo que ahora le pertenece.

—Creo que esto es tuyo —digo al no recibir respuesta mientras pongo sobre la mesa una hermosa libélula de cristal.

Úrsula la mira unos segundos, ladea su cabeza y la aparta con una mano.

—No, eso no es mío —exclama con tal seguridad que me deja perpleja. Incluso parece indignada —.El doctor guapo me ha dicho que es un regalo de tu padre.

Mis ojos se agrandan al escucharla, jamás esperé esa respuesta. Me quedo inmóvil un instante tratando de comprender aquella escena, dudo en si en verdad esa mujer de ojos saltones ha perdido la cordura.
Hasta pienso que tal vez es de las pocas personas cuerdas reunidas aquí.
Su reacción da mucho en que pensar, sobre todo al estar familiarizada con las actitudes de los pacientes en Nueva Esperanza.

Sonrío ante su gesto y sin decir más, vuelvo a guardarla en mi bolsillo. Termino el desayuno entre silencios y sobresaltos cada vez que la torre de frutas cae en la mesa. Úrsula maldice en voz baja mientras lo intenta una y otra vez, como si lograrlo fuera esencial para ella.

Salgo al jardín después de eso, el viejo Pirul me espera ansioso.
Sus brazos están casi desnudos, el otoño es responsable, pero aun así me parece hermoso.

Ahí me quedo mirando hacia al vacío, no pienso en nada, mi mente está en blanco, atenta a lo que acontece en el cielo. Quizás en espera de que aparezca alguna señal de Andrick...

El sol se oculta y la luna renace una y otra vez, avisando el paso de los días, el agotamiento no desaparece, pero me siento mejor. Mis visitas al jardín, las sesiones de yoga que apenas logro terminar, la presencia de Clara, las clases de repostería y la ausencia de fármacos en mi cuerpo son los responsables.

El doctor Dumont lleva varios días ausente,  su viaje se alargó, y según me ha contado Clara, esta noche estará de vuelta.

Ayer, mientras estaba tumbada bajo el cobijo del Pirul, mi nueva amiga se acercó a mí. Se sentó a mi lado y sin pedírmelo comencé a vaciarme.
No me interrumpió, dejó que liberará mi interior para después obsequiarme un pañuelo desechable y así limpiar mi rostro húmedo debido a la presencia de las lágrimas.

—A todos nos ha golpeado la vida, de uno u otro modo, conoces mi historia y ahora al conocer yo la tuya, puedo decirte que entiendo el dolor que anida en tu corazón. Una pérdida de esa magnitud es irremplazable, pero lo único que nos queda es continuar. Aun eres una mujer joven con un futuro brillante y lo mejor es que hay personas que esperan por ti cuando salgas del hospital.
La vida sigue, Victoria, y aunque a veces queramos rendirnos, no podemos hacerlo porque a pesar de todo la vida es bella.
Con altas y bajas, con amor y desamor, con mucho o poco, pero bella al fin. Tú eres una mujer valiosa y mucho más fuerte de lo que crees; estoy segura de que Andrick lo supo, por eso te eligió. Por esa razón te amó de la forma en que lo hizo.
Déjalo ir para que puedas avanzar, guarda en tu memoria cada uno de los momentos que viviste a su lado, levanta la cabeza y continua con tu vida.
Él estuvo contigo el tiempo exacto que debió estar, acéptalo y solo entonces el dolor aunque no desaparecerá, al menos se atenuará para dejarte seguir adelante. No creo que Andrick este feliz de verte así, recuerda y recupera a la mujer que él amó. Hazlo por ti, y por él, creo que se lo debes.

Ahora Clara sabe mi historia con Andrick, y creo que ha sido la mejor medicina para mi alma.
Sacar todo aquello de viva voz me ha servido de mucho.

Guardo debajo de la almohada el regalo que me hizo mi padre, me quedo quieta y observo por largo tiempo la luna que se asoma por la pequeña ventana.
Creo que me vigila.
Mi último pensamiento fue para Andrick, como siempre desde el momento en que entró a mi vida.
Pero algo fue distinto esa vez porque tuve el valor necesario para despedirme de él.

Con los ojos cerrados y entre susurros, como si se tratara de una letanía, le digo:

"Te amo y te perdono por haber estado lejos tanto tiempo. Te perdono por haberte ido y por dejarme sola.
Te agradezco por el amor que despertaste en mí, pero sobre todo por el amor que me has brindado. Por los cientos de momentos que pasamos juntos y me hiciste sentir la mujer más afortunada y feliz.
Y aunque todo el tiempo estás en mis pensamientos, te extraño, pero prometo sobreponerme. Te aseguro que tarde o temprano estaremos juntos de nuevo."

Casi enseguida me siento tan relajada que mi mente se queda en blanco, lo que me permite caer en un sueño profundo del que soy arrancada de forma violenta cuando una mano se posa bruscamente en mi boca. Acción que me obliga a abrir los ojos.
En medio de la oscuridad que reina en la habitación, puedo reconocer ese olor a rancio y sentir la humedad pegajosa que proviene del cuerpo pesado que me mantiene prisionera.

—Shuuu, quédate quieta lindura —dice Bruno al tiempo que lame mi rostro.

La sensación es grotesca y asquerosa, como si una lija se deslizara por mi mejilla dejando un rastro nauseabundo a su paso.
Mis ojos abiertos como platos lo miran fijo, incrédulos a lo que acontece.

Quiero moverme, pero el peso es colosal y me lo impide. Deseo gritar, pero su mano sudorosa continúa oprimiendo mis labios.
El hombre que se encuentra encima de mí comienza a tocarme de forma obscena, mientras aprieta su cuerpo al mío.
Una serie de arcadas me poseen, siento que me asfixio. Mi respiración es insuficiente y el mareo se presenta nublando mi visión.
Aquello es demasiado.

Ríos de agua escurren hasta colarse en mis oídos,  cuando las fuerzas están por abandonarme, un ruido apenas audible —gracias a los jadeos del infame que me toca con audacia y bajeza—, me hace desviar la mirada.

Un insecto diminuto e iridiscente golpea la ventana con fuerza. Cuando Bruno lo escucha, detiene su ataque un segundo, el mismo que yo aprovecho para golpear con mi rodilla su entrepierna.

Mi atacante se encoge de dolor mientras yo me levanto y echo a correr hacia la puerta dispuesta a emprender la huida, pero mis intenciones son bloqueadas al no poder abrirla.
Está cerrada con llave.

Una risa endemoniada hace eco en el dormitorio.

—¿Me crees tan tonto como para dejar la puerta abierta? —dice con voz rasposa—. Me has subestimado, preciosa.

—Déjame salir —le ordeno entre dientes—. Te advierto que ahora estoy de pie y alerta; no te será sencillo someterme de nuevo.

Tras varias respiraciones forzadas y un ataque de tos, se levanta para acercarse.
Me siento una hormiga al lado de un elefante furioso, como David frente a Goliat.
Mis pupilas se abren, entonces grito. Grito implorando ayuda y golpeo la puerta con todas mis fuerzas.

Pronto tengo sus manos en mi cuello, lo aprieta con tanta fuerza que mi cuerpo flaquea.
Mis uñas se encajan en su piel, pero no consigo nada, entonces comienzo a patear la puerta en espera de que alguien pueda escucharme.

—Esto es por Rita, por haberla echado. Lo vas a pagar muy caro, niñita, pero antes voy a divertirme un rato —dice.

Sus ojos brillan con una mezcla de odio y deseo.

La ausencia de oxigeno hace que casi me desmaye, entonces Bruno afloja su agarre y el aire comienza a entrar a paso lento en mis pulmones.

El hombre me toma en brazos para después arrojarme en la cama.
No puedo moverme, el cuerpo no me responde, pero si logro sentir como me va despojando de mi ropa.

En medio de las tinieblas que me rodean, y haciendo un enorme esfuerzo, llevo una mano debajo de mi almohada.
Ahí está, mi libélula de cristal fino, un arma lista para defenderme si me lo propongo.

Bruno continua con sus caricias lascivas mientras yo aprieto en mi mano un trozo de cristal y en un instante lo encajo en su ojo.

—Maldita, que me has hecho —grita con la libélula aún incrustada en su órbita ocular.
Un líquido espeso y rojizo escurre por su mejilla.

Yo me quedo paralizada, como un espectador en pleno acto de una obra de terror.
Tiemblo como una hoja de papel. Me abrazo a mis piernas y pido auxilio, pero mi garganta está tan dañada que solo quejidos salen de ella.

Bruno está vuelto un loco, con las manos en su rostro aulla como lobo en plana cacería y camina de espaldas . Entonces choca con el buró haciendo un fuerte ruido al derrumbarse a un costado.

—¡Victoria! —dice la voz de un hombre cuando la puerta se abre dejando entrar un rayo de luz lacerante que proviene del pasillo.

Es Nathaniel, Clara está a su lado y sus rostros pálidos y acongojados denotan lo aparatoso de la escena que tienen frente a ellos.

Bruno trata de incorporarse con torpeza, pero Nathaniel lo golpea en el estómago, entonces éste vuelve a caer. Grita y se queja como chiquillo indefenso.

—¿Cómo te atreves a tocarla? —grita Nathaniel.
Sus ojos se han vuelto oscuros.

Clara ha llegado hasta mí, y me abraza protectora.

—Tranquila, todo estará bien —dice en voz baja.

Apenas la escucho.
Estoy ausente.

Un instante después varios elementos de seguridad entran en la habitación y por la fuerza someten a aquel demente que hace unos segundos me tenía acorralada, víctima de sus deseos enfermizos.

—Enciérrenlo en una habitación y llamen a la policía —ordena el doctor Dumont.

Cuando voltea a verme, noto dolor e impotencia en su mirada.

—Lo siento mucho, Vicky —comenta. Luce derrotado, como si lo que acaba de suceder fuera culpa suya—. Vamos, te llevaré a la enfermería, deben atenderte.

Nathaniel toma la sabana de la cama y me envuelve con ella al tiempo que me toma en brazos para salir de aquel dormitorio que a nada estuvo de convertirse en mi última morada.

Agotada y aun en estado de shock, acuno mi cabeza en su cuello.
Me siento frágil, como una niña que recién es rescatada de su verdugo.

He estado en la enfermería una semana, los ataque de pánico y ansiedad me sorprenden en un instante.
El llanto no cesa.

Clara no se ha separado de mi lado y aun así me siento indefensa.
El doctor Dumont se ha encargado personalmente de mi atención; día y noche viene a revisar que todo esté en orden y bajo control.
A veces creo que siente que tiene una deuda conmigo.
La culpa no lo deja tranquilo.

Lo más extraño es que me han tomado varias muestras de sangre en mi estancia aquí.
No entiendo por qué.

Mi madre ha venido a verme. Juntas hemos llorado tanto que nuestros ojos se han secado.
Ella llora por conocer lo que me ha pasado y por saber a su hija en un hospital psiquiátrico.
Y yo, yo lloro al descubrir que tuve que tocar fondo para liberarme.

Pero aún hay algo que falta. Algo que me atormenta. Un pendiente que tengo que resolver para recuperar mi libertad emocional y mi paz espiritual.

—Tu abuela solía decir que la atracción mental muchas veces resulta ser más poderosa que la atracción física, hija. Incluso puede parecer engañosa —comenta mientras acaricia mi rostro.

La imagen de mi abuela viene a mi mente y me pregunto cuan decepcionada debe de sentirse al verme en ese estado.
¿Dónde quedó su niña? ¿En qué momento me perdí?

Si ella viviera, nunca habría estado de acuerdo con mis acciones; seguramente ni siquiera se atrevería a mirarme.
Bajo la mirada y en mi mente le pido perdón.

<Todo vale la pena cuando se trata de encontrar el verdadero amor>, murmuro mientras observo el cielo estrellado. Mi madre me mira, aún tiene los ojos húmedos.

Pero yo, yo necesito convencerme de que aquello en lo que creo, es real...

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