XV


Dormí poco, la emoción de ver a mis hijos me mantuvo despierta hasta muy entrada la madrugada, así que cuando apenas el cielo comenzaba a iluminarse, me levanto para tomar una ducha.

El agua caliente acaricia mi piel al tiempo que la relaja.
Me quedo bajo la regadera varios minutos, la sensación es gratificante.

Al terminar, lo primero que hago es cepillar mi cabello. Ya ha crecido hasta los hombros entonces sonrío complacida, poco a poco comienzo a reconocer a la mujer que refleja el espejo.
Por un instante echo de menos mi bolsa de cosméticos, me habría gustado maquillarme un poco, quiero que mis hijos vean a su madre y no al fantasma que me poseyó por meses.

Siete meses de encierro en "Nueva Esperanza", comienzan a dar resultados.

Quizá debo retractarme de lo que hace un tiempo pensé sobre el nombre que le han puesto a este lugar.

Busco algo para vestirme, esta vez no pretendo ponerme cualquier cosa, esta tarde será especial, así que tomo lo que me parece más adecuado.
No hay mucho de donde escoger, sin embargo encuentro un vestido color blanco con detalles azules que me parece perfecto.
Es mejor que unos pants o jeans. Agradezco que mi madre haya guardado en mi maleta un par de sandalias que hoy me resultan ideales para el vestido que usaré.

El día está fresco, pero bien lo vale, al fin y al cabo estoy acostumbrada a sentir frío, no importa lo que lleve puesto, lo siento todo el tiempo, así que podré soportar un par de horas en la intemperie.

Mientras me visto, un mareo repentino nubla mi visión obligándome a sentarme sobre la cama; cierro los ojos y como película antigua imágenes destellan en mi cabeza.
Solo fueron unos segundos, los suficientes para mostrarme algo escalofriante.

Estoy en el jardín, Úrsula está frente a mí susurrando algo que me cuesta interpretar.
Después, un pinchazo en mi brazo. Entonces todo se vuelve confuso.

Una ira incontenible me toma bajo control y me abalanzo sobre la mujer que está frente a mí; ambas caemos al pasto, pero ella queda debajo de mi cuerpo, así que la golpeo con fuerza casi sobrehumana.
Esta chilla de dolor al no poder defenderse y oculta su rostro bajo sus manos.

En un instante el sonido de hojas secas pisadas me hace voltear.
Un hombre corre para ocultarse detrás de los arbustos que están al otro lado de la fuente central. Reconozco ese cuerpo corpulento y tosco, es Bruno.

Dos minutos después, dos enfermeros me sujetan, yo me resisto, y entre jaloneos, patadas y gritos trato de zafarme.
Un par más llega para someterme, entonces caigo desvanecida como si la fuerza que me había poseído hacía un rato se esfumara dejándome aniquilada...

Al reaccionar me siento desorientada, todo a mí alrededor gira al ser consciente de lo que pasó.
Sujeto mi cabeza entre mis manos y niego al enterarme de la verdad.

—Fue Bruno quien me drogó aquella tarde —digo con la voz quebrada.

Pronto encuentro la respuesta: Rita.

Bruno es un títere bajo el control de esa mujer de carácter agrio y hostil, él fue quien robó la droga y seguramente después fue el responsable de plantarla en mi dormitorio junto a la jeringa que utilizó para inyectarme. De ese modo me inculparía. Úrsula solo fue el gancho para que cayera en su juego macabro. Rita fue testigo del momento en que a golpes intenté arrebatarle el regalo de mi padre, el mismo que Úrsula me había robado.

Aquello, aunque sonaba a una locura, tenía sentido. Por eso el mensaje en el espejo: "No me he olvidado de ti, Victoria". Esa enfermera infernal quería vengarse de mí por hacer que la echaran del pabellón 3.

Hasta que abro los ojos me doy cuenta que mis puños están blanquecinos debido a la fuerza con que los mantengo sellados. Respiro hondo varias veces para calmar mi ánimo que comienza a desbordarse, no quiero perder el dominio de mis emociones, no otra vez.

Me recuesto para tranquilizarme y mientras estoy tendida en mi cama, Bruno entra con la charola que contiene mis alimentos. La expresión en su rostro me intimida, no por miedo, sino por la manera en que me está mirando. Sus ojos pequeño rodeados de bolsas violáceas están clavados en mis piernas, acto seguido, se relame los labios.

Olvide que llevaba puesto un vestido, así que me incorporo de inmediato y lo reto examinándolo con tanto rencor y asco, que tienen inmediato efecto en ese pervertido.

Dicen qué: "quien no entiende una mirada, tampoco entenderá una larga explicación". Estoy de acuerdo.

Quiero gritarle en su cara que sé lo que él y Rita me hicieron, deseo arrancarle los ojos para después dárselos a comer a las ratas, pero no voy a exponerme, primero debo obtener pruebas. Dudo que me crean si no las tengo, así que antes de actuar, voy a conseguirlas.

Sé por dónde empezar.

Después de inspeccionarnos mutuamente, da la vuelta y sale de prisa, como lo hace alguien que se sabe descubierto. Como animal con la cola entre las patas.

Doy un vistazo el desayuno que ha traído y vaciló en si debo ingerirlo. Tal vez los fármacos no son los responsables de mi somnolencia y desgano. No, no la probaré. No lo haré hasta que sea otra persona la encargada de traer mis alimentos. No puedo confiar en ese hombre, mucho menos después de ser conocer de lo que es capaz.

Al medio día, la puerta vuelve a abrirse para darme paso. Salgo casi corriendo rumbo al Pirul donde suelo esperar a los míos, ignorando al hombre que está detrás. El aire fresco me recibe después de tanto tiempo separados, entonces me quito las sandalias para sentir bajo mis pies las hojas secas y escuchar ese leve crujido que emiten mientras camino.

La risa aparece mientras giro con los brazos extendidos hacia los lados.

Cuando no puedo más, me desplomo bajo el árbol con las piernas cruzadas y comienzo a juguetear con las hojas. Casi en seguida un hombre que conozco se aproxima caminando hacia mí.

—¿Antonio? —me cuestiono mientras busco detrás de él a Fiona, a Elías y a mis padres.

La desesperación llega al no encontrarlos, Antonio viene solo. ¿Por qué?

—¿Dónde están los niños? —pregunto nerviosa cuando está frente a mí.

—Ellos no vendrán hoy —responde nervioso.

Ese solo comentario me roba las ilusiones, esperé tanto la llegada del domingo para verlos y el único que está aquí es...él.

Precisamente él, una de las personas que están en mi lista negra.

Me levanto y camino con la cabeza baja rumbo a mi dormitorio. Nada tengo que hace aquí ahora. Pero Antonio me detiene tomándome por el brazo.

—Espera, por favor, no te vayas —pide sigiloso—. Necesitamos hablar de algo importante.

—¿Qué quieres, a qué has venido? —lo interrogo en modo hostil.

El rencor, los recuerdos amargos y el dolor que sus acciones me provocaron continúan frescos en mi memoria.

—Hablar, solo eso —responde afligido y por un instante pienso que está dolido. Triste, quizá.

—¿Hablar? —repito con sorna.

Antonio me observa antes de decir algo más. Tal vez busca en mis ojos vestigios de la mujer que aseguraba amar. Nada encontrará, esa ya no existe.

—Te ves muy bonita, Vicky —su comentario me asombra. ¿Qué tiene eso que ver en este momento?

—¿Eso es lo que querías decir?

—También —dice sonriendo—, pero hay más —entonces su rostro se torna serio.

—Estoy esperando —respondo de mala gana. Me cruzo de brazos y niego moviendo la cabeza.

Estar con él me hace sentir ansiosa, de todo lo que hubiera deseado, aquello estaba en último lugar de una enorme fila. Antes preferiría estar encerrada de nuevo en mí dormitorio.

Estoy a nada de salir corriendo.

—Quizá pienses que es tarde para decirte esto, y lo es, pero apenas lo he comprendido. Tu actitud distante, tu desapego, tu falta de amor y la ausencia de confianza... las provoqué yo. Por eso te pido perdón. Lo merezco al creer que ignorabas que me había equivocado.

—¿Equivocado? —comento pasmada.

—Sí, me equivoqué al creer que podría lograr que me amaras, me equivoqué al fijar mi atención en los coqueteos de otras mujeres. Me equivoqué al dejarte sola por tanto tiempo, por no valorar a la mujer que hace casi veinte años elegí como esposa.

Las lágrimas aparecieron, como de costumbre, cuando algo me hace sentir vulnerable. No por tristeza o dolor, sino porque al fin aquel hombre aceptaba que había fallado. Mi instinto no me engañó, y a pesar de las negativas y las peleas por causa de eso, algo en mi interior me gritaba que lo que mi esposo estaba haciendo, no era lo correcto.

—¿Por eso te enredaste con mi mejor amiga? ¿Por esa razón la enviaste a enrollarme con más mentiras?

—¿Qué? —dice y parece sorprendido. No le di oportunidad de decir nada más.

—Ojalá lo hubieras reconocido hace tiempo, ahora ya no tiene caso. Mira hasta donde he tenido que llegar solo para que te dieras cuenta.

La voz salía de mi garganta como fuego, me quemaba, pero supe que yo también había fallado, así que, ¿qué podría reprocharle?

Al final yo caí en la misma equivocación, y aunque no pretendo justificarme, la diferencia entre nuestras faltas es enorme, pues  yo lo hice por amor y no por ego, ni por saciar instintos, mucho menos por llenar espacios, como lo hizo él.
Entonces comprendí que había llegado el momento de confesar mi falta.

Tenía que ser honesta.

—Años atrás, te habría  abofeteado, te habría echado de casa y seguramente también te habría hecho un escándalo, sin embargo hoy no puedo atreverme a hacerlo porque yo soy tan culpable como tú —comento sin dejar de mirarlo—. Hace tres años conocí a un hombre del que me enamoré, un hombre que a base de detalles me recordó lo que era sentirse valorada, apreciada, protegida y sobre todo amada.
Hoy, ese hombre ya no está en mi vida y no tienes idea de cuanto lo lamento, pero no me arrepiento de haberlo amado porque fue él quién me rescató de una prisión interna y aunque su presencia fugaz, también liberó mi espíritu.
Porqué fue él quien me escuchó paciente, quien secó mis lágrimas cuando la desesperación me apretaba, quien me hacía sonreír, quien me dedicaba tiempo, quien me buscaba. Entonces, yo también tengo que pedir perdón, por haber fallado.
No espero que lo comprendas, ni siquiera espero que me perdones, quizá no lo merezca.
Lo único cierto es que ambos nos equivocamos hace años, al tomar decisiones precipitadas.

Una lágrima solitaria cae en el rostro de Antonio y me siento mal por ser la causante, pero tiene que saberlo, no puedo ocultarlo más.

—¿Por esa razón... me exigías el divorcio? ¿Por qué te enamoraste de otro? —quiere saber dolido.

—No, no te equivoques —respondo negando con un gesto—. Te lo pedí porque entendí que nuestro matrimonio era una farsa. Tú, ausente, consolándote y buscando cariño y atención en otro lugar fuera del hogar, y yo, descubriendo el verdadero amor al lado de otro hombre que no es mi esposo.
Dime, ¿qué sentido tiene seguir juntos? Si me amarás como dices, no habrías sido desleal.
En cuanto a mí, sabes desde siempre que te quiero, pero nada más.

—¡Por Dios, Vicky! ¿De qué forma puedo hacerte entender que eres mi vida? ¿Qué más tengo que hacer para que lo comprendas?

Esperaba escuchar cualquier cosa, quizás un reclamo, una ofensa, algo, nunca esa confesión. Por un momento dudo si me ha escuchado. Acabo de confesar mi infidelidad y me dice que soy "su vida".

Qué manera tan rara de interpretar al amor.

—Antonio, ¿entendiste lo que he dicho? —lo interrogo para cerciorarme de si debo que repetirlo—. ¿Dónde está el reclamo, el castigo y el precio a pagar por la ofensa cometida?

—No puedo reprocharte nada, yo contribuí a ello, sin embargo no puedo creer que tú, precisamente tú... te comportaras de esa forma —exclama antes de irse.

El puñal se encaja hasta la empuñadura y me quedo ahí, de pie, observando cómo se aleja.
Huye, como es su costumbre.

"¿A quién necesitas, a quién amas, cuando terminas deshecho?

No puedo creer que me estés rompiendo el corazón, en partes."

Come Undone
(Duran Duran)

Tardo un par de minutos en recomponerme, respiro profundo y entro al edificio; hay cosas más importantes de las cuales preocuparme ahora. Primero debo demostrar mi inocencia y después concentrarme en mi recuperación para salir de aquí, solo entonces reorganizaré mi vida al lado de mis hijos.

En la sala me encuentro a Úrsula, tiene un collarín puesto. La miro y me apena saber que yo le provoqué eso. Tengo que lograr que confiese quien le pidió entrar a mi dormitorio. Espero que aun quede algo de cordura en ella, así que continuo mi camino, no me queda mucho tiempo antes de que Bruno se percate de que la visita ha terminado y me encierre. Al llegar a mi destino, me agacho para despegar la loseta suelta donde resguardo un regalo especial.

La libélula de cristal resplandece al reflejar la luz solar, la tomo y salgo de nuevo con una idea en mi cabeza.

Cautelosa camino entre los pacientes y me siento al lado de Úrsula que ni siquiera se inmuta con mi presencia, está muy entretenida viendo un programa de televisión. Aprovecho su distracción –no puedo permitir que salga corriendo al reconocerme— y coloco la libélula en sus piernas.

Entonces desvía la mirada y la dirige a lo que yace en su regazo. Una sonrisa autentica se asoma en su rostro, sus ojos se iluminan y en un instante la toma entre sus manos.

—¿Te gusta? —pregunto con voz suave.

Úrsula no me mira pero asiente con la cabeza.

—Te la regalo con una condición —digo al tiempo que mi estómago se hace nudo. Deshacerme de ese objeto tan preciado es doloroso, pero es mi único recurso a la mano.

—¿Cuál? —responde mirando al fin.

Tiemblo expectante de su reacción, sus ojos se agrandaron al verme. Temo lo peor, e imagino que sale huyendo mientras grita histérica. Pero eso no pasa, Úrsula continua quieta y silenciosa al lado mío.

—Es algo muy sencillo —comento lo más tranquila posible aunque mi pulso sigue desbordado—, solo tienes que ir a la oficina del doctor Dumont para contarle quien te pidió que entraras a mi dormitorio.

Úrsula ladea la cabeza como intentando comprender lo que acabo de pedirle. Yo solo atino a sonreír esperanzada en conseguir su ayuda.

Para mi asombro y cuando creí que todo había terminado, la mujer con aspecto de un ratón, se levanta y camina en una dirección que conozco de memoria. Entonces camino detrás de ella solo para asegurarme, pero solo alcancé a recorrer unos metros antes de que la voz de Bruno me detuviera.

—¿Qué hacer merodeando por el hospital? Regresa a tu habitación si no quieres que el castigo aumente —grita señalando con su dedo rechoncho la dirección a seguir.

Antes de dar la vuelta, alcanzo a ver como Úrsula dobla para subir las escaleras y cierto alivio se apodera de mí. Solo espero pode confiar el esa mujer, le he entregado algo importante a cambio y tener que hacerlo no me hace feliz.

En completo mutismo acato la orden dada, no quiero dar motivos que se vuelvan en mi contra, ya ajustaré cuentas con el hombre que me vigila como ave de rapiña.

Ya en el dormitorio, camino de un lado a otro. Es un suplicio no tener conocimiento de lo que acontece a tus espaldas, de algo que te involucra y que puede convertirse en un pase de salida. Si al menos Clara estuviera aquí, estoy segura de que ella podría darme noticias. Lo sé.

Al anochecer, la puerta se abre y por un segundo creo saber de quién se trata, seguro es Bruno con la merienda, mis tripas chillan, no he comido nada en todo el día. Esta vez me he equivocado. No es el enfermero quien entra, sino Nathaniel.

—Buenas noches, Victoria —saluda con su acento europeo.

—Hola —respondo sorprendida por su vistita.

Es tarde.

—No acostumbro venir personalmente en busca de un paciente, pero esta ocasión fue necesario dadas las circunstancias —aclara con seriedad—. No voy a quitarte mucho tiempo, solo vine a preguntar ¿por qué este pequeño objeto estaba en poder de Úrsula? —dice mientras me muestra la libélula de cristal—. Ella me ha comentado algo que me tiene preocupado, lo extraño en todo esto es que tengo la sospecha de que lo sabías, y  has sido tú quien la ha alentado a hablar.
¿Por qué no me lo dijiste?

Nathaniel habla rápido, luce inquieto y preocupado. Entonces me devuelve la libélula que horas antes le di a Úrsula a cambio de un favor especial.

Úrsula cumplió su parte del trato y le ha dicho lo que ha sucedido en realidad. Sonrió para mis adentros y por un momento pienso en que las aguas turbias comienzan a aclararse.

—¿Acaso me hubieras creído? —lo cuestiono y su silencio lo confirma—. Esa es la razón por la que tuve que hacerlo. Lo descubrí esta mañana, la neblina que mantuvo ciega mi mente despareció y llegaron los recuerdos, entonces solo tuve que hilar las cosas.

El doctor Dumont agacha la mirada, parece apenado por su desconfianza.

—Te creo ahora, Victoria —dice con seriedad—. Hasta que esto se aclare, mantendré vigilado a Bruno y si es necesario, convocaré de nuevo una reunión con el consejo. Es importante enterarlos de esto.

Mis piernas flaquean, pero de cierto modo me siento protegida con Nathaniel cerca, y al mismo tiempo mi corazón brinca de emoción al creer que esta vez la pesadilla llegará a su fin.

Como si hubiera sido invocado, Bruno aparece con la charola de la cena en sus manos. Nos observa de reojo, deja la charola y sale sin comentar nada.

Mis ojos se fijan en un cuenco casi lleno con caldo de pollo, una gelatina y una rebanada de pan blanco. Mi estómago vuelve a rugir en cuanto un olor gratificante entra por mis fosas nasales.

—Creo que tienes hambre —comenta al escuchar los sonidos que provienen de mi barriga vacía.

—Sí, la verdad es que no he probado nada desde anoche —confieso.

—¿Nada? ¿Y qué hay del desayuno y la comida?, no me digas que de nuevo te niegas a probar alimento. Creí que eso había quedado en el pasado.

Por supuesto que me niego a comer, no por mi estado de ánimo, ni por rebeldía, lo hago porque tengo miedo de lo que puedan contener los alimentos. Pero eso no lo sabe Nathaniel y creo que es el momento perfecto para hablar de ello.

—Quizá te parezca paranoica, pero no confío en Bruno y me preocupa lo que esa charola contiene —cuento sin detenerme.

El doctor Dumont frunce el entrecejo y desvía los ojos hacia la charola. Me da la impresión de que intenta descartar mi absurda hipótesis. Mi respiración se detiene en espera de una respuesta. Rezo mentalmente para que llegue a la misma conclusión que yo.

Mueve la cabeza y cierra los ojos antes de hablar.

—Tal vez tengas razón en preocuparte así que en este instante me encargaré de cambiar al enfermero a cargo y pediré a la cocina que estén atentos. No te preocupes, todo estará bien —su semblante aunque tenso, me consuela y le agradezco en silencio.

Me sorprendo al ser testigo del momento en que toma la charola y sale con esta en sus manos, sin embargo lo dejo pasar, sus motivos tendrá.

Más tarde y cuando ya no creí posible apaciguar mis tripas, una enfermera entra con otra charola, mis ojos brillan al reconocerla. Es Clara.

Solo espero a que sus manos se desocupen para abrazarme a ella. La eché de menos.

Clara me recibe con la misma emoción, la presencia de las lágrimas lo evidencian. Luce algo demacrada, pero la sonrisa no se ha borrado de su rostro.

—¿Cómo estás? —la interrogo al tiempo que nos sentamos en el borde de la cama. Como lo harían las amigas al reencontrarse después de un largo tiempo.

—Mucho mejor —responde sonriente—. Llegué hace unos minutos, hoy estaré en el turno nocturno, pero a partir del martes, volveré a mi horario habitual. Y tú, ¿cómo estás, Victoria?

Le doy un resumen de lo sucedido conmigo en su ausencia, desde mi encierro forzado, la visita de Antonio, mi encuentro con Úrsula y mis sospechas sobre el enfermero que más parece un verdugo.

Su mirada se endurece al nombrar a Bruno, reacción que me alerta.

—¿Pasa algo? —quiero saber confusa,

—Tienes razón en desconfiar de ese hombre, lo escuché hablando con Rita el mismo día en que rodé por las escaleras. Ellos robaron el medicamento, su intención era culparte, Victoria, y antes de venir contigo se lo he dicho al doctor Dumont. No hablé antes porque no quería ponerte en un riesgo mayor. Debes tener cuidado con esos dos, no son buenas personas y por alguna razón que no comprendo aun, están empeñados en hacerte daño —dice mientras toma mis manos.

Casi puedo ver un destello de súplica cuando pronuncia esas cinco últimas palabras.

Mi ser completo eclosiona. No es que me haya tomado por sorpresa, pero una vez más mi instinto no ha fallado. También en eso, tenía razón.

Ahora no solo tengo que preocuparme en mi recuperación, ni siquiera en descubrir lo que Rita y Bruno planean, en lo que debo enfocarme es en cuidarme las espaldas de ese par de lunáticos cuyas intenciones son destruirme.

Son ellos los que tienen que estar encerrados en este hospital, no yo.

Hay algo o alguien más detrás de todo esto, no me trago eso de que de la nada llegaron a odiarme al tal grado. Pero, ¿quién desea mantenerme encerrada en este hospital?
¿Quién sale ganando en ello? Y, ¿por qué?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top