XII
Mi agonía crecía ante la ausencia de noticias de Andrick, tres días sin saber de él era más de lo que podía resistir. No sabía que más hacer, estaba tan lejos de mi alcance que mi mente se trastornaba. Imaginaba cosas, a veces creí escuchar su voz, otras juraba que lo había visto. Todo era producto de mi imaginación, y ser consciente de eso me aniquilaba.
La semana anterior —y la última vez que lo vi— pasamos el día en Teotihuacán. Andrick moría de ganas por visitar "El lugar donde los hombres se convierten en dioses".
—Solo una ocasión fui, y de eso hace ya muchos años. Recuerdo que era una excursión escolar —comentó Andrick.
Ambos nos echamos a reír.
Tomamos la avenida principal conocida como la calzada de los Muertos para dirigirnos a la pirámide del Sol. El suelo empedrado hacía difícil nuestro andar, pero aun a esa altura la vista era impresionante.
En una piedra rectangular y plana, podía leerse una leyenda sobre la creación del Sol y la Luna:
"Antes de que hubiese día, se reunieron los Dioses y preguntaron: ¿Quién alumbrará el mundo? Tecuzitecatl —dios rico— y Nanauatzin —dios pobre—, fueron los elegidos.
El dios rico ofreció plumas valiosas de un quetzal, pelotas de oro, piedras preciosas, coral e incienso. Mientras el dios pobre, ofreció cañas verdes, bolas de heno, espinas de maguey y las postillas de sus bubas. A medida noche avanzaba, comenzaron los oficios. Los dioses regalaron al dios rico una chaqueta de lienzo y al dios pobre, una estola de papel, después encendieron fuego y ordenaron al dios rico que se metiera, pero este tuvo miedo y se echó para atrás. Entonces tocó el turno a Nanauatzin que cerró los ojos y se metió al fuego y ardió. Cuando el dios rico lo vio, lo imitó. Los dioses se sentaron a esperar, miraron al oriente y vieron salir un Sol muy colorado. Más tarde vieron salir a la Luna. En un principio resplandecían por igual, pero uno de los presentes arrojó un conejo a la cara del dios rico y así disminuyó su resplandor. Pronto el viento empezó a soplar y a mover primero al Sol y luego a la Luna.
Por eso el Sol sale durante el día y la Luna durante la noche."
—Hermosa leyenda, ¿no crees? —dije al terminar de leer en voz alta las líneas impresas en una piedra.
El calor era intenso, pero una brisa ligera refrescaba nuestros cuerpos.
—Más que eso, corazón —respondió al tiempo que me daba un beso furtivo que me supo a gloria.
Andrick llevaba puesta una playera y una gorra de béisbol de los Cubs además de lentes oscuros.
Desde que nuestras llamadas fueron intervenidas por aquel reportero de cotilla, se volvió más cuidadoso.
Era obvio que un futbolista de su talla no pasaría inadvertido, sobre todo en un lugar lleno de turistas.
Ese día se celebraba el equinoccio de primavera, fenómeno astronómico que marca los cambios de estación. Ocurre dos veces al año y es descriptivo a cuando el día y la noche tienen la misma duración.
Desde temprana hora comienzan a llegar visitantes nacionales y extranjeros y en punto de las doce del día, sobre los escalones de la gran pirámide, puede verse una serpiente emplumada representada por los rayos solares, marcando así el inicio de un nuevo ciclo de tiempo.
Veinte minutos antes de que dieran las doce, Andrick y yo ya habíamos subido los 238 escalones que nos llevaron hasta la cúspide de la pirámide del Sol, donde los rayos del gran astro nos bañaban con descaro.
El hombre a mi lado estaba maravillado con todo lo que veía a su alrededor y contemplar el asombro en su rostro me enternecía a borbotones.
Salimos pasadas las cuatro, nuestras tripas chillaban de hambre, así que hicimos una parada en "El gran Teocalli", cuya decoración me dejó fascinada.
Los grandes pilares de piedra, los enormes magueyes, las mesas en plena terraza, sus caminos cubiertos de piedra de río y los extensos jardines que lo rodeaban lo hacían lucir como un oasis en medio del desierto.
—Vamos, tengo urgencia de estar a solas contigo —habló mientras tiraba de mi mano.
Los relámpagos en el cielo advertían que una tormenta estaba por pillarnos. Corrimos hacía el estacionamiento, pero aun así subimos empapados al auto víctimas de un ataque de risa.
Para cuando llegamos al hotel nuestra ropa todavía estaba húmeda; por supuesto nuestra facha no pasó inadvertida.
Al cerrarse las puertas del elevador, Andrick me acorraló contra la pared metálica y comenzó a torturarme con sus caricias lascivas y besos llenos de lujuria.
Esos que hacían arder mi sangre. Ni la ropa húmeda apaciguó el fuego de nuestros cuerpos.
Ya en la habitación desgarró mi blusa lleno de urgencia, sus pupilas dilatadas me hechizaban; sin limitarnos, sin miedos y sin pizca de cordura dimos rienda suelta a la pasión que nos desquiciaba.
Cada milímetro de mí piel disfrutaba la forma en que me tocaba, mi cuerpo lo reconocía al instante; las sensaciones que ese ser celestial provocaba, me dejaban sin aliento.
Le pertenecía por completo, era él y solo él, el dueño de mi existencia.
La Victoria del pasado fue relegada por la Victoria después de Andrick. Ya no concebía una vida sin él...
Una mañana, Antonio dejó en la mesa el periódico que leía a diario, aún no había salido rumbo al trabajo, algo lo entretuvo en la recamara.
Me senté en la mesa con una taza de café humeante, los sólidos se atoraban en mi garganta, así que mi apetito bajó a niveles alarmantes.
La inquietud y la incertidumbre de no tener noticias del ser amado daban frutos podridos en mi persona.
Las ojeras que enmarcaban mis ojos eran muestra clara de mis noches de insomnio.
Mi estado de ánimo estaba por los suelos y mi concentración desvariaba.
Por instinto tomé el periódico y comencé a hojearlo, nunca me había interesado leerlo, las malas notas me amargaban el día, pero esa ocasión, algo me animó a hacerlo.
<Un atentado en los trenes de Madrid acabó con la vida de 192 personas y dejó heridas a más de 1,800. Es el ataque terrorista más mortífero en la historia de ese país>, leí pasmada.
Encendí el televisor como una autómata.
No solo hablaban de la muerte de cientos de personas, también decían que se había llevado a cabo justo a la hora, en el día y en la ciudad donde Andrick había tenido una reunión importante.
Presa del terror veía las imágenes de aquella tragedia.
Pronto una alarma sonó en mi cabeza.
<¿Y si Andrick está herido?>, pensé con el corazón hecho un puño.
Él estaba cerca del lugar donde aquel ataque fue perpetrado.
Quizás esa era la razón por la cual no obtenía respuesta de él.
Ni siquiera pude tomar en cuenta otra posibilidad, el simple hecho de pensarlo muerto me llevó a la exasperación.
Mi cuerpo entero comenzó a sacudirse, mis manos se humedecieron y mis ojos picaban como respuesta a las lágrimas que amenazaban con salir.
—¿Estás bien? —preguntó detrás de mí, Antonio.
—No —dije en un susurro.
No supe como tuve fuerzas para responder.
—Sí, una desgracia enorme —comentó atento al televisor—. Justo anoche me encontré con Omar, comentamos sobre eso y me he enterado de algo espantoso. ¿Recuerdas a Andrick? —habló con el ceño fruncido. La sola mención de aquel nombre me hizo palidecer. Haciendo uso de todas mis fuerzas, asentí con un leve movimiento de cabeza—, pues... él iba en uno de esos trenes y según Omar, está muerto. Es una pena, no hace mucho leí que pensaba retirarse del soccer, y ayer ocurrió esta desgracia.
Antonio continuó hablando, pero yo ya no lo escuchaba, en ese preciso momento mi alma se desprendió para abandonar mi cuerpo dejándolo seco y hueco por dentro.
—¿Victoria, que te sucede? —interrogó mientras yo lo miraba fijo, sin decir nada.
La respuesta llegó de un modo que no esperara. Me le fui encima hecha una fiera, las lágrimas apenas me permitían ver a la persona que tenía delante de mí.
Lo golpee con todas mis fuerzas, mis uñas rasgaban la piel de sus brazos que intentaban detener mi ataque.
—¡Eso no es verdad, eres un maldito, te odio! —gritaba fuera de control.
La rabia contenida explotó como pólvora ante la presencia de un cerillo. Sus palabras habían desgarrado mi ser y tenía que pagar por ello.
Lo golpee hasta que las fuerzas me abandonaron, solo entonces caí al piso vencida.
Antonio me tomó en brazos y me llevó hasta la cama, ahí me quedé hecha un ovillo.
Lloraba desconsolada.
Andrick no podía hacerme eso, él dijo que nunca me abandonaría, no podía estar muerto.
¡No!
No comía, no me levantaba, ni siquiera me aseaba. Me dejé caer. Todo dejó de tener sentido.
Constantemente reté altanera a la vida por haberme hecho eso.
Por dejarme sin el hombre que amaba con insensatez.
Cuando mi madre entró en la habitación tres días después, me encontró de pie frente al espejo del baño, con las tijeras en la mano y varios mechones de pelo esparcidos en el piso.
—¿Victoria, que has hecho? —comentó con la voz quebrada.
La miré un instante, entonces ella supo que su hija no estaba ahí. La mujer que tenía frente a sus ojos era una completa extraña. Alguien totalmente ajena a la hija que ella había criado.
Al día siguiente me trajeron a este lugar.
La pluma que sujeto en mi mano, deja de moverse tras escribir esas líneas. Las mejillas me arden ante la corriente de agua que brota de mis ojos.
Revivir ese momento escuece mi espíritu y la pena crece haciéndome sentir devastada.
Mis recuerdos cesan ahí, mi pasado ha quedado escrito en una libreta. De ahora en adelante solo queda el presente.
Un presente sin él...
Me quedo el resto de la tarde bajo mi árbol, el cielo nublado y el aire fresco avisan que la lluvia está por aparecer, como el último día que estuvimos juntos.
Seco mi rostro con brusquedad y me levanto para encerrarme en mi habitación.
No deseo hacer nada más, solo quiero dormir.
Dormir y no despertar jamás.
Clara entra un rato después y me observa curiosa, creo que mi semblante no le ha agradado.
Cubro mis ojos de la luz que se desprende de la lámpara fluorescente. En silencio me acerca mis fármacos y un vaso de agua que trago sin protestar.
Le doy la espalda luego de eso y me acurrucó para volver a sumirme en un sueño profundo.
Las medicinas ayudaran.
Dos días han pasado y continúo dentro del dormitorio, no tengo ganas de nada.
Clara viene tres veces al día para dejarme una charola de alimentos la cual se ha tenido que llevar llena, de regreso.
Lo único que tomó son los medicamentos, y lo hago porque me ayudan a continuar durmiendo.
—He tenido que informar al doctor Dumont lo que está pasando contigo, Victoria, no puedes continuar así —dijo Clara con cierto aire de preocupación, al tercer día—. Vendrá a verte esta tarde, así que estoy aquí para ayudarte a dar una ducha. Tu aspecto es deplorable.
Anda levántate.
La escucho, pero no obedezco, no puedo, la debilidad en mi cuerpo y la aflicción interna me lo impiden.
—Déjame en paz —escupo desganada.
Clara coloca sus manos en la cintura y comienza a mover un pie que golpea paciente en el piso.
El sonido es apenas audible, pero molesto y se cuela en mis oídos donde se agranda de forma exagerada.
—Vete, no quiero ver a nadie y dile al extranjero que no me apetece recibir visitas.
—No me moveré de aquí hasta que estés limpia y presentable —sentencia la enfermera en tono seco. La expresión en sus ojos me desconcierta.
¿Dónde quedó la chica de mirada serena y voz dulce?
—¿Es que nadie puede dejarme en paz? —grito harta de que todo el mundo me diga lo que debo de hacer. Solo deseo dormir.
¿Cuál es su problema?
—¿Vas a cooperar, Victoria, o tengo que pedir la ayuda de Bruno?
¿Bruno? ¿El lacayo de Rita?
Hasta hoy no me he cuestionado por qué sigue trabajando aquí, debieron haberlo echado como lo hicieron con mi celadora.
Desvío la mirada y lo veo recargado en la puerta, tiene los brazos cruzados y los ojos fijos en mí. Está listo para actuar.
Mi sangre hierve y las huellas en sus brazos me hacen rememorar la madrugada en que ingresó a mi dormitorio para participar en las fechorías de Rita.
–No puedo hacerlo sola —murmuro rendida.
Clara ladea la cabeza con los ojos entrecerrados, un instante después despide a Bruno y este desaparece de la habitación. Cierra la puerta y se acerca a mí para ayudarme a incorporar.
Con la calma de una madre me levanta, mis rodillas tambalean en cuanto mis pies tocan el piso. Caminamos despacio hasta el baño, Clara me deja sentada en el váter, entonces comienzo a despojarme de mi camisón mientras ella abre la regadera.
Cuando el agua se ha tibiado, me apoyo en sus hombros para entrar al chorro de agua que al tocar mi piel me hace emitir un quejido de alivio. Es tan reconfortante la sensación que el llanto aparece.
Lloro sin detenerme, mientras las manos de la enfermera masajean mi cabello enjabonado. No me cuestiona más, creo que entiende que lo necesito.
Yo me encargo del resto, limpio mi cuerpo a conciencia, pero con delicadeza. Al hacerlo, imagino que el agua está limpiando también mi alma, cuyas marcas y cicatrices son barridas hasta parar en la coladera.
Quiero, deseo con el corazón que el dolor me abandone, ¿por qué no lo ha hecho ya?
Si al menos hubiera tenido la oportunidad de despedirme de Andrick, si le hubiera dicho una vez más cuanto lo amé, si lo hubiera abrazado y mirado a los ojos una última vez.
Si no se hubiera ido enfadado quizá la pena fuera menor, pero la realidad es otra y es justo eso lo que me parte en fragmentos.
No sé si podré armar de nuevo el rompecabezas de mi vida, talvez las piezas ya no embonen.
Todo es tan sombrío sin él.
Al terminar, Clara me abraza con una toalla y me lleva de vuelta a mi cama. Ahí cepilla mi cabello y es hasta ese momento que noto que ha crecido de nuevo.
Una sonrisa débil se dibuja en mi rostro demacrado al pensar en cuan valorado era por Andrick.
Cierro mis ojos y lo imagino a mi lado.
Cuando estábamos juntos en la habitación del hotel, después de amarnos como locos, él tomaba el cepillo y paciente acariciaba mi cabello; yo me dejaba hacer.
Todo lo que viniera de Andrick era bien recibido.
<Tienes un cabello hermoso, Vicky, me encanta la sensación cuando mis dedos se enredan en el>, decía al tiempo que se acercaba para olerlo.
Todas mis terminaciones nerviosas colapsaban cada que hacia eso.
Una lágrima solitaria cae por mi mejilla; Clara la limpia con su mano, yo tengo mis ojos clavados en la diminuta ventana en forma rectangular donde un amigo diminuto golpea insistente.
—Parece que esa libélula quiere entrar en tu habitación —comenta Clara al darse cuenta.
—Andrick.
He dicho su nombre sin intención, como suelo hacerlo cuando estoy sola. Esta vez ha brotado de mi garganta al ver la terquedad de aquel insecto.
El mismo que me visita en el viejo Pirul.
<Piensa en mí cuando una libélula esté cerca de ti>, decía ese hombre maravilloso.
¿Por qué la vida lo puso en mi camino si me lo iba a arrebatar de ese modo cruel?
¿Por qué el destino se ha ensañado conmigo?
—¿Quién es Andrick? —cuestiona Clara.
—El amor de mi vida —digo sin titubear.
La joven mujer vestida de blanco me interroga con la mirada. Quizá le extraña lo que ha oído, puede incluso que sepa que ese no es el nombre del hombre que viene los domingos. Ese que ante la ley es mi esposo.
Prudente como es, no indaga más y tras hacerme una coleta alta, se aleja para buscar en la cómoda algo de ropa para ponerme.
Unos jeans y un suéter de cuello alto es su elección.
Los pone sobre la cama y me pregunta si estoy de acuerdo. Yo asiento sin prestarle demasiada atención pues sigo hipnotizada por aquel peculiar insecto.
—Lista —habla cuando a su parecer estoy presentable—. Mucho mejor, ¿te das cuenta lo que un buen baño y ropa limpia pueden hacer?
Pero aún tenemos que trabajar en tu peso, estás muy delgada y eso se debe a tu mala alimentación.
Ya me encargaré de eso.
Un minuto más tarde, sale, pero deja la puerta abierta en clara invitación a salir de mi escondite temporal.
Entonces lo hago con la libreta azul en mis manos.
"Y cuando tus miedo remiten, y las sombras todavía permanecen,
sé que puedes amarme, cuando no quede nadie a quién culpar.
Así que nunca encares la oscuridad, que todavía podemos encontrar un camino.
Porque nada dura para siempre,
incluso la fría lluvia de Noviembre."
November Rain
(Guns N' Roses)
Una presencia me obliga a desviar mi atención de la libélula iridiscente que se ha posado en una de las ramas del gran árbol.
Podría jurar que me está mirando.
—Hola —saluda con ese acento tan suyo.
—Hola —respondo fijando mi atención en él.
—Clara me ha platicado que hace días no sales de tu habitación, pero encontrarte aquí me invita a pensar que eso quedó en el pasado. Aunque también dice que te niegas a probar alimento. ¿Qué pasó esta vez, Victoria?
El rubio de ojos grises habla con las manos dentro de los bolsillos de su bata blanca.
—No queda más por escribir —comento con aire melancólico.
—¿Escribir? —repite confundido.
Asiento sin decir palabra al tiempo que le ofrezco mi libreta de recuerdos.
—Entonces...¿Puedo leerla? —quiere saber.
Su postura y su voz seria me alientan a responder un sí.
Necesito ayuda y él está dispuesto a hacerlo.
El dolor continua intacto dentro de mí, pero nada me devolverá al hombre que amo.
Mi consuelo está en otro lugar, justo al lado de mis hijos.
Quiero salir de este infierno y la única persona —además de Clara—que puede hacerlo realidad, es el hombre que está parado frente a mí..
—Bien —exclama con decisión—. Ahora quiero que entres y vayas directo a comedor, en diez minutos comenzaran a servir la comida y tú, vas a comer todo lo que pongan en tu plato. ¿De acuerdo?
—¿Acaso se cree mi padre? —cinco palabras repletas de sarcasmo.
—No, si fueras mi hija te aseguro que no estarías en un lugar como este.
Sus palabras me dejan helada.
¿Cómo se atreve?
Desvío la mirada al sentirme atacada, entonces dudo de lo que hace unos minutos hice. Permitir que conozca mis recuerdos puede hacerme vulnerable ante él.
Me pongo de pie y sin voltear camino hacia el edificio.
Es tarde para arrepentirse, ahora solo queda esperar que no haya errado sobre el concepto que me he hecho del doctor Dumont.
Me es difícil confiar, pero no tengo otro remedio...
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