VII
Mi rostro húmedo me hace revivir un sueño maravilloso. Andrick vestido de traje blanco me esperaba en el parque que se convirtió en nuestra guarida, nuestro punto de encuentro. Llevaba en las manos un par de flores que él mismo cortó de una jardinera resguardada por una reja pequeña. Sonreí al ser consciente de lo que había hecho; si hubiesen sido otras las condiciones y los guardias que vigilaban el lugar lo hubieran visto, seguro estaría camino a la delegación por infringir las reglas. Un letrero enorme donde podía leerse con letras rojas: "Prohibido el paso", se posaba frente a la jardinera.
Sus ojos negros como el carbón se clavaron en mí cuando notó mi presencia. Aceleré mi andar, necesitaba un abrazo suyo, deseaba llenar mis pulmones de su aroma, era tan vital para mí que un hormigueo comenzó a recorrer mi cuerpo.
—Creí que no volvería a verte. ¿Por qué me abandonaste? —Dije en un grito al sentir sus manos en mi cintura.
Me colgué a su cuello y lo besé con aprehensión, tenía tanta sed de sus labios que mi boca ardió al sentir su cercanía.
—No digas eso, corazón, nunca voy a abandonarte. Estoy aquí —. Respondió mientras acariciaba mi cabello.
Su mirada estaba cargada de nostalgia y yo sabía el motivo.
Cuando me enteré que había tenido un accidente, me volví loca de dolor. Era tan duro aparentar fortaleza cuando el interior se desmorona.
Una mañana no resistí más, me encerré en mi habitación tomé unas tijeras y, mechón por mechón, corte mi larga cabellera. No toleraba verme al espejo, mi cabello largo y castaño me recordaba a él.
—Lo siento —dije en un hilo de voz.
Ver mi cabello mutilado lo entristeció, Andrick lo adoraba, no paraba de adularlo. Lo acariciaba con vehemencia, lo olía hasta saciarse cada vez que estuvimos juntos.
—Vicky, escúchame con atención —pidió con seriedad y la mirada llena de tristeza—, este no es tu lugar, así que debes ser fuerte y valiente para volver a tu hogar. Promete que lo serás, corazón.
Mi pecho duele al saberte aquí tan sola, tan desvalida
—Yo solo quiero estar contigo, no puedo hacerlo sin ti —susurré con mis manos en su bello rostro. Sus labios tan perfectamente delineados me atraían como imanes.
—Vicky, nuestro tiempo llegará en su debido momento, no antes. Piensa en lo afortunados que fuimos al reencontrarnos, no todos tienen una segunda oportunidad. Nosotros la tuvimos y la aprovechamos, eso es lo que debes mantener fresco en tu memoria. La vida está hecha de momentos y los que compartimos juntos serán inolvidables —las lágrimas caían al escucharlo, me resultó increíble tenerlo tan cerca—. Debes esforzarte en recuperarte, tu familia te necesita. No olvides que estoy siempre contigo, aquí dentro —comentó al tiempo que colocaba sobre mi pecho la palma de su mano—. Mientras esté ahí, estaremos juntos.
Sus brazos me envolvieron después de eso y una sensación de paz se apoderó de mí.
Estando con él, me sentía viva.
Andrick me despertó de un letargo que me enterró por años...
—Me alegra que estés despierta, el doctor Rivas te espera en su oficina en diez minutos —comenta Rita.
Verla me provoca escalofríos, no logro comprender un corazón tan cruel, pero no la juzgo, quizás al igual que a mí, la vida le tendió una trampa y su amargura es el resultado.
Toda forma de ser tiene un por qué, yo soy prueba de ello.
El amor me hizo perder la cordura.
Termino de abrochar las agujetas de mis tenis y salgo detrás de la enfermera con pinta de jugador de futbol. Todo el camino miro sus piernas, gruesas como troncos, enfundadas con medias blancas que hacen juego con su uniforme almidonado. Me es difícil seguirle el paso, cada zancada de Rita equivale a dos mías. Mientras la observo, me pregunto en silencio qué edad tiene, levanto los ojos y observo su cabello donde apenas asoman unas cuantas canas. En su piel se dibujan varias líneas curvadas, pero no me fío de ello, quizá no sean arrugas sino el resultado de sus gestos. Suele fruncir el ceño constantemente.
<Cincuenta años, tal vez>, me digo tras repasarla.
Subimos las escaleras y caminamos por un corredor más estrecho que los pasillos que comunican las habitaciones y salones del hospital. El piso que acoge los consultorios y oficinas de los médicos a cargo se encuentra en la planta alta.
Al llegar, Rita frunce el ceño y se queda parada a un lado de la puerta. Tiene todas la pinta de una gárgola, de esas que custodian la entrada de las grandes catedrales; como en la película del Jorobado de Notredame.
Sin decir más, toco la puerta y al instante una voz que reconozco responde y me invita a entrar.
—Buenos días, Victoria, toma asiento —pide con amabilidad el doctor Rivas.
Obedezco sin respingo y con los ojos clavados en el piso me dirijo hasta un sillón que hace las veces de cama. No soy consciente aun de que hay otra persona en la oficina, es hasta un minuto después que noto su presencia.
—Te presento al doctor Nathaniel Dumont, él estará a cargo de tu caso por un tiempo, ya lo he puesto al tanto de todo.
Mis ojos se agradan al escuchar la palabra "todo".
—No te preocupes, esa parte solo la conocemos tú y yo —aclara al notar mi nerviosismo.
Volteo la mirada para enfocarme en el hombre que me mira con insistencia. Su nombre me suena familiar.
Es alto, su cabello rubio muestra unos reflejos en color plata. Sus ojos grises llaman mi atención en forma descarada. Quizás es la forma en que me mira lo que me inquieta. Lleva puesto un pantalón de vestir negro y un suéter azul que contrasta con el gris profundo de sus ojos. Un mareo repentino se apodera de mí cuando un aroma que reconozco entra por mis fosas nasales.
Mis piernas tiemblan.
—Hola —saluda con frescura —, es un placer conocerte, Victoria.
Como suele pasar, no respondo, solo que esta vez no es como consecuencia de un obligado silencio, estoy petrificada frente a un hombre que me mira y huele como... él.
Es difícil entender como alguien casi desconocido logró lo imposible: desnudar mi alma.
En poco tiempo, y sin esperarlo, Andrick ejercía cierto poder sobre mí; se volvió esencial y necesario para continuar. Supo colarse hasta refugiarse en ese hueco virgen que yacía solitario en mi interior. Algo que no veía mal, era en cierto modo, mi mejor amigo.
Al menos hasta ese momento.
—Creo que me estoy enamorando de ti —escribió una noche.
Tuve que leerlo varias veces, aquellas palabras me provocaron una punzada en el pecho y los nervios me invadieron. Permanecí quieta unos segundos, no pude responder, no sabía que decir.
No lo esperaba.
—Sigues ahí —quiso saber al no recibir respuesta.
—Sí.
—¿Qué piensas? —Cuestionó. Recién entendió mi silencio.
En ese momento agradecí el hecho de estar lejos, quizá si hubiera estado cerca me habría arrojado a sus brazos. Eso estaba mal, yo era una mujer casada y aunque mi matrimonio se desmoronaba como flor seca al viento, no iba a ser desleal.
Pero quien tiene la capacidad de curar un corazón herido bien vale una oportunidad y sin embargo, no podía.
No debía.
—Andrick, creo que estás confundido, no es amor lo que sientes.
—¿Cómo lo sabes? —Me cuestionó. Alcancé a notar un dejo de decepción en sus palabras.
—¡Porque somos amigos!
—Victoria, no dejo de pensar en ti, espero ansioso a que llegué la noche para buscarte, quiero saber de ti todo el tiempo. ¿Cómo estás? ¿Qué haces? ¡Todo! Me encanta hablar contigo y escucharte me vuelve loco. Dime, ¿cómo se llama eso?
Me levanté y caminé de un lado otro sin apartar la vista del ordenador, algo dentro de mí se agitaba como remolino, mis pensamientos se estancaron en ese instante, no podía creer tal situación, pero de cierta manera, yo sentía lo mismo.
¿Qué significaba eso?
< ¡No! Nosotros solo somos amigos, no existe nada más, no podemos ser nada más>, me decía una y otra vez. Necesitaba convencerme de que Andrick estaba confundido y de que se estaba dejando llevar por una falsa ilusión. Quizás el estar tanto tiempo solo le hacía imaginar cosas.
Cualquier razón era válida, excepto el amor.
—Será mejor que vayamos a descansar. Adiós, Andrick —regresé al ordenador solo para despedirme. El pretexto: de nuevo se había hecho tarde.
La realidad era que había tomado la excusa que tuve a la mano, continuaba en estado de shock y no tenía idea de que decir.
Esa noche no pude dormir, mi mente me torturaba sin piedad revelándome recuerdos que habían quedado guardados bajo llave.
A partir de ese momento, mi razón y mi corazón iniciaron una feroz guerra en mi interior que duró años.
Desde aquella noche en que Antonio y yo estuvimos juntos, mi vida estuvo controlada por la razón, no podía darme el lujo de cometer otro error, no me dejaría llevar por un sentimiento que recién brotaba.
No estaba bien.
No era correcto.
Andrick me buscó por días, pero yo lo evitaba; ignoré sus mensajes y no respondí sus llamadas. Cada minuto, cada hora que pasaba se abría un hueco en mi pecho, quería, moría por hablar con él, pero si lo hacía, no habría vuelta atrás.
Muchas veces creí que el universo conspiraba en mi contra, me esforzaba para aplacar mis deseos, para silenciar mi mente, para hacer devolver la cordura a mi corazón, pero todo, todo me recordaba a él. Una canción, su nombre, el personaje de una película y hasta la risa de algún desconocido. Mi cerebro tenía grabada su voz y de pronto me parecía escucharla en cualquier lugar a donde iba.
La situación se volvía insostenible. Creí que enloquecería. El insomnio se apoderó de mí, mi mente estaba atestada de momentos con Andrick, pensaba tanto en él que mi cabeza dolía, mi corazón ardía y con cada minuto marcado por el reloj mi ánimo se decaía.
—¿Estás bien? —Preguntó Antonio una noche tomándome por sorpresa.
Los niños dormían y él recién llegaba de trabajar. Yo me encontraba en mi cama despierta, pero con la luz apagada y los ojos humedecidos. Extrañaba tanto a Andrick que un nudo atroz se estacionó en mi garganta, un nudo que no lograba deshacer pues no podía llorar.
¿Qué explicación daría?
—Sí, es solo dolor de cabeza —mentí.
Estoy segura de que no me creyó, pero no indagó más, lo cual agradecí. Mi estado de ánimo comenzaba a delatarme así que debía hacer algo.
Lo intenté todo, pero no había nada que me ayudara, ni siquiera los desayunos con mis amigas, ni mi actividad en casa, ni Antonio que para ese entonces se esforzaba por rescatar nuestra relación.
Una relación infestada de un cáncer llamado indiferencia.
Era demasiado tarde para encontrar la cura.
Que irónico que hasta ese momento —cuando yo ya lo había sacado de mi vida—, mi esposo quisiera retomar el camino.
Cuando la quinta semana comenzaba, una tarde mi teléfono sonó. Mi cuerpo se estremeció al reconocer el número. Quise ignorarlo, pero justo ese día era su cumpleaños. Cada día lo recordaba y la tortura se volvía más dura.
La debilidad que sentía por Andrick me hizo pulsar el botón verde.
—No cuelgues por favor —fue lo primero que escuché al pegar el teléfono en mí oreja.
Había rechazado tantas llamadas, decenas de mensajes y ahí estaba de nuevo, necesitada de él.
—Hola —respondí. Mi corazón bailaba de la emoción.
Me sentía como una adolescente, viva, así me hacía sentir. Fue él quien con sus atenciones y su presencia había pegado cada parte de un corazón hecho pedazos.
Un corazón que latía con fuerza tan solo de escucharlo.
—¿Cómo estás, Vicky?
—Bien, y ¿tú? —tuve que mentir, no me atreví a confesarle lo mal que me encontraba.
Mi batalla interna no daba tregua y me carcomía sin control.
—Mal —dijo él—, te extraño. ¿Por qué te escondes de mí? Perdóname si te ofendí al confesarte mis sentimientos, entiendo que no puedes corresponderme, pero por favor no te alejes de mí. Te necesito. Eres tan esencial como el aire que respiro.
El llanto apareció sin aviso empapando mis mejillas, desbaratando en instantes ese nudo infernal que quemaba mi garganta como brasas de carbón.
—Por favor, no llores. ¿Acaso te causo tanto daño?
—¡No! —respondí en un grito. No iba a permitir que cargara con una culpa ajena.
—Entonces, ¿por qué lloras?
—Porque lo necesito, porque no puedo seguir postergándolo y porque estoy feliz de escucharte. Y aunque sé que es una locura, también te he extrañado, Andrick.
Escuche un suspiro al otro lado del teléfono, después el silencio nos atrapó unos segundos. Cerré mis ojos para reunir el valor y decir aquello que no deseaba, pero que era necesario.
—Soy una mujer casada. Lo nuestro es un amor imposible, Andrick.
—¿Me quieres? —Preguntó con voz entrecortada. Estuve segura de que mis palabras lo habían herido.
Mi interior se agitó, quería gritarle que sí, porque esa era la verdad, pero me contuve, respiré hondo y me senté en la pequeña barda que rodeaba la jardinera. El viento soplaba fuerte anunciando la llegada del otoño, las hojas de los árboles se esparcían por el pasto y mi cabello ondeaba escondiendo mi rostro.
—Debo ir por mi hija al colegio —dije con brusquedad.
—Entiendo, ¿puedo llamarte esta noche? Nuestra conversación no ha concluido, hay mucho que aclarar, por favor di que sí —suplicó.
Mi respiración acelerada delataba mi nerviosismo, él lo supo, estoy segura, me conocía mejor que nadie. Incluso más que yo misma.
Acepté y hasta el día de hoy no me arrepiento de haberlo hecho porque fue precisamente esa noche cuando inició nuestra historia. Un amor prohibido, pero puro y real. No pude y no quise negarme más, estaba completamente enamorada de ese hombre. Era la primera vez que un amor así de intenso brotaba de mi interior.
Nos escribíamos a diario, y hablábamos por teléfono en cada oportunidad. Por la mañana, por la tarde o por la noche que se convirtió en nuestra mejor aliada. Estoy segura de que la luna y las estrellas podrían contar cientos de anécdotas sobre nosotros; eran testigos leales y silenciosos. Los únicos, además de Andrick, que conocían la verdad.
A pesar de que mi amor por él era sincero, siempre estuvo acompañado de un sentimiento de culpa. Estaba engañando a mi esposo y aunque a mi matrimonio lo aquejaba una enfermedad terminal, continuaba casada, y eso me convertía en una mujer infiel.
Andrick estaba a kilómetros, pero mi mente y corazón lo sentían tan cerca que eso fue suficiente.
—Quiero verte, no solo en fotos, quiero verte de nuevo. Sé que por el momento es imposible verte en persona, pero podemos hacerlo por vídeo, ¿te gusta la idea?
—¿Por vídeo? —Repetí con sorpresa.
Por supuesto que también deseaba verlo, de hecho deseaba más que eso, pero ya lo había dicho él, era imposible, así que la idea de una vídeo llamada me emocionó.
Acepté encantada.
Hicimos una cita para esa misma noche, Antonio trabajaba así que no llegaría a casa.
Cuando mis hijos dormían la pantalla del ordenador se llenó de él. Mi respiración cesó.
—Hola —saludó con una enorme sonrisa.
Mis ojos se humedecieron y por instinto acaricié la pantalla, Andrick cerró los ojos mientras yo recorría su rostro con mis dedos. Era lo más cerca que podíamos estar y ambos lo disfrutamos como si estuviéramos uno frente al otro. La emoción se apoderó de los dos y las lágrimas aparecieron. Fue maravilloso, mágico. Un momento especial.
—Te amo —murmuré llorosa.
No lo pensé, ni lo planee, pero era verdad y brotó de mis labios con tal facilidad que ambos nos llenamos de asombro. Yo por lo que dije, y él por lo que había escuchado.
Dos palabras con un gran significado, no me retracté, la honestidad reinaba en ese instante. Jamás se las dije a un hombre, era la primera vez que sentía algo así de grande, un sentimiento que nació por y para él.
Andrick abrió los ojos a tope, me había escuchado. El silencio nos abrazó por segundos, pero nuestras miradas no se apartaron.
—También te amo, Victoria. Eres el amor de mi vida, la mujer que soñé y esperé, solo tú me haces sentir como un chiquillo. Mi corazón late con fuerza desde que la vida te puso de nuevo en mi camino. Estaba seco, muerto por dentro, pero tú apareciste y lo llenaste todo.
De pronto las palabras salían de mi interior como flores en un árbol marchito, y se las dije a él, a Andrick. Siempre fue él y lamenté no haberlo descubierto años atrás.
Recuerdo nuestro último encuentro en persona, cuando me abordó mientras almorzaba sola en la Hacienda donde se celebraría la fiesta de quince años de Mónica. <Está enamorado de ti>, comentó, en tono serio, Antonio. Yo no lo creí, pero en el fondo de mi corazón desee que fuera verdad. Quizá desde entonces lo amaba, pero no pude reconocerlo. Su forma de ser promiscua e irresponsable pusieron una barrera entre los dos.
Mi vida estaba cambiando y yo cambiaba junto con ella. Mis ojos brillaban, mi autoestima se elevó a niveles inimaginables y una sonrisa constante se instaló en mi rostro.
La dicha que me embargaba se notaba.
Retomé mi vida social y disfrutaba todo al máximo. Como si hubiera vuelto a nacer. Un café, una reunión familiar, una salida, un libro, una frase, una canción o una película, tenían un nuevo significado.
Ya no era —ni me sentía— aquella que se había entregado a su familia. Esa mujer que se dejó de lado para convertirse en esposa y madre. Una mujer apasionada, romántica y detallista que quedó olvidada por años. Yo misma la había encerrado bajo llave y candado, la relegué quizá por un sentimiento de puro deber, por no haber tomado la decisión correcta, por haberme dejado llevar, por no poner límites y por no saber reconocer un sentimiento verdadero.
Me uní en matrimonio a un hombre al que no amaba, lo hice por presión social, familiar y psicológica. Por creer que era la mejor forma de enfrentar una situación imprevista. Un matrimonio manipulado que desde un inicio estaba destinado al fracaso y que en esos momentos me impedía reunirme con el amor verdadero.
Pero también me había brindado la oportunidad de convertirme en la madre de dos hermosos seres, mi motivo, mi aliciente, mi fuerza y mi todo hasta ese momento. La sola idea de causarles un daño me partía en dos.
¿Cómo podría?
No había día o noche en que no pensara en ello, amaba a mis hijos, pero también amaba a Andick.
Tres personas, un TODO...
Suspiro mirando a la nada, el canto de los pájaros llena mis oídos y por primera vez desde hace mucho tiempo, una leve y tímida sonrisa brota de mi interior. Aunque no se lo he dicho, agradezco en silencio al doctor Rivas la oportunidad brindada para vaciar mi alma atormentada.
—Esa sonrisa me hace pensar que estás mejor —dice aquel hombre que me presentaron hace unos días—. ¿Puedo sentarme?
Mis ojos miran en otra dirección, no me atrevo a voltear y de algún modo me siento molesta. Este es mi lugar especial, nadie excepto yo o mi familia, viene aquí.
¿Quién se cree para invadir mi espacio personal?
—Victoria, ¿me has escuchado?
Su voz, como olas en la playa, golpea mis oídos. En un reflejo los cubro con mis manos y cierro los ojos. Su cercanía me pone nerviosa y desconfiada. Me hace sentir vulnerable.
—De acuerdo, creo que no soy bienvenido aquí, además hoy es un día importante para ti —dice en voz baja—. Quizá mañana podamos platicarlo. No olvides que tenemos una cita a la once. Es necesario —agrega.
Dejo escapar el aire contenido en cuanto escucho el sonido que producen sus pasos al pisar las hojas secas mientras se aleja. Tiene razón, es un día importante, mi familia no debe tardar en llegar.
Pienso en Elías y en Fiona todos los días, los extraño y los necesito. Estoy segura de que todo resultaría más sencillo si estuviéramos juntos, pero no puedo permitir que vean como me consumo.
Esta no es su madre.
Es imposible evitar que mi mente viaje a un momento del pasado.
—No quiero ir, ¿Qué voy a hacer ahí?
—Disfrutar de la música, bailar y convivir. Anda, es un Halloween y quiero ir, pero no sola —pedí recargada en la puerta de su habitación.
Hacía dos semanas, me habían invitado, tenía años de no ir a un evento de ese tipo, así que acepté la invitación. Elías estaba por cumplir dieciséis años, obvio acostumbraba asistir a fiestas con sus amigos —por supuesto chicos de su edad— y pensar en una fiesta donde la mayoría de los asistentes le doblarían o triplicarían la edad, no lo emocionaba en lo absoluto.
—Vicky, voy a aburrirme y de paso sabotearé tu noche —comentó con cierto fastidio ante mi insistencia.
—Haz de cuenta que estás con tus amigos, no creo que te aburras con ellos, además solo será un rato. Por favor —. Pedí juntando las manos.
—Pero no voy a disfrazarme —advirtió.
Sonreí para mis adentros, ir disfrazado era un requisito para poder entrar, así que sin que sospechara, guardé en mi bolsa una máscara que le había comprado.
Yo decidí ir disfrazada tipo las muñecas de moda en ese tiempo, las Monster High. Fiona tenía toda la colección en su recamara y por supuesto no se perdía la serie animada que cada tarde pasaba por televisión.
Bajé, tomé una ducha y minutos más tarde comencé a maquillarme. En los ojos puse sombra en tono negro, y rojo, pestañas postizas para agregar dramatismo y remarqué mis cejas. Sobre mis sienes pegué una hilera de piedras diminutas de varios colores que brillaban en la oscuridad. Dibujé una cicatriz en mi frente para después remarcar el contorno de mis labios de negro y rellenarlos con labial rojo. Coloqué algunos mechones postizos en tono blanco en mi cabello y me vestí de jeans, blusa negra ajustada y una chamarra negra de piel. Obvió las botas altas no podían faltar. Y para terminar, una cadena delgada, pero larga, colgada a mi cuello.
Solté una carcajada cuando me vi en el espejo, me veía idéntica a una de las muñecas de mi hija, quien al verme aplaudía dando saltitos. <Eres igualita a Frankie>, gritaba Fiona llena de emoción, mientras yo me sentía ridícula vestida así.
Antonio trabajaba, así que mi madre se quedaría al cuidado de mi hija menor. En punto de las diez, Elías y yo, nos subimos al auto rumbo a nuestro destino nocturno.
Llegamos veinte minutos después, dos hombres vigilaban la entrada y daban acceso a los invitados con membresía. Formados antes que nosotros una pareja se quedaron con ganas de entrar ya que el chico no iba disfrazado; voltee a ver a mi joven y guapo acompañante y con los ojos le dije: "Te lo dije". Elías movió la cabeza, no creyó en mi advertencia, pero yo metí la mano en mi bolso y saqué la máscara que llevaba para él. Entonces sonrió en clara señal de desaprobación, pero ya estábamos ahí, así que no tuvo más remedio que ponérsela.
<En cuanto estemos dentro te la podrás quitar>, dije en un susurro mientras apretaba su brazo.
El lugar estaba a reventar, cientos de monstruos bailaban al ritmo de The Cure. Boys don't cry, sonaba a todo volumen haciendo casi imposible que otra cosa más se escuchara. Tuve que gritar en el oído de Elías para indicarle a donde nos dirigiríamos. Un grupo de personas que ambos conocíamos a la perfección platicaban y reían a carcajadas en un rincón. Para sorpresa de los dos, muchos jóvenes disfrutaban a la par, lo cual me tranquilizó pues mi hijo no se sentiría tan fuera de lugar al saberse rodeado de chicos de su edad.
—¡Hola! —Nos saludaron a coro parte de nuestra familia. Ahí estaban reunidos, se notaban emocionados de vernos. Rocío, Mario, Alexa, Rubén, Maureen, Paco y Gaby, todos tíos y primos míos nos abrazaban al tiempo que nos saludábamos con un beso en la mejilla. La mayoría tenía mi edad, pero Mario y Rocío, también habían llevado a sus hijos, de modo que no supe de Elías en un buen rato. En cuanto lo vieron llegar, se lo llevaron a divertir. Hacía mucho que no los frecuentábamos, pero todo el tiempo los tuve en mi corazón. Otra de las cosas que había hecho equivocadamente fue distanciarme de mi familia, ¿por qué? Hasta ese momento supe que fui una tonta, así que estaba dispuesta a rescatar nuestra relación. Hice a un lado tantas cosas y a tantas personas que me lamenté por ello. En realidad no había una razón para hacerlo y sin embargo, así fue.
Cantábamos y nos divertíamos como adolescentes —creo que aun más que ellos—. La música en alto volumen puso mi piel erizada, haciendo que recordara los viejos tiempos a lado de mis amigas. Beca vino a mi mente y una punzada de desilusión atacó mi pecho. Suspiré hondo para dejarlo pasar, esa noche iba dispuesta a pasarla increíble, y los recuerdos amargos no lo iban a impedir.
—Vicky, esta fiesta está de lujo —gritó mi hijo al tiempo que me estampaba un beso en la mejilla.
—Disfrútalo —respondí con el corazón a mil por hora, feliz de verlo tan contento.
La madrugaba llegó demasiado pronto obligándonos a despedirnos, tuve que sacar a Elías a empujones víctima de un ataque de ira, habría permanecido más tiempo si no me hubiera encontrado con una persona no grata. Minutos antes fui al baño, necesitaba retocarme el maquillaje que escurría por mi rostro a causa del calor; la multitud y el baile lo estropearon casi en su totalidad.
Me llevé la sorpresa de mi vida y no fue nada buena, Beca estaba lavándose las manos justo cuando yo entraba.
—Hola ¿cómo estás, Vicky?
Dijo como si nada hubiera pasado entre nosotras. Hacía años no nos veíamos, yo me alejé, pero a ella se la había tragado la tierra. Su cinismo me caló hasta los huesos.
No contesté, no iba a ser hipócrita, no lo deseaba y así como entré salí con el ánimo desbordado.
Lo único que lamenté fue no complacer a Elías que rogaba por un rato más; irónico que el joven que hacía unas horas se resistía a venir, ya no quisiera salir de ahí.
—Gracias por acompañarme —dije al entrar en casa—. Ahora es tiempo de descansar.
El trago amargo del final de la noche no había pasado, debía refugiarme en mi lugar sagrado: mi habitación.
—Buena noches, Vicky —respondió dándome un beso en la frente—. ¡La pasé genial! —Agregó mientras subía de prisa las escaleras tarareando una canción que fue todo un éxito cuando él aun no nacía.
Antes de acostarme, me lavé la cara y subí para darle un beso de buenas noches a Fiona, quien dormía abrazada a su peluche favorito.
Esa noche —de cierto modo—, había sacado ventaja de ser una madre joven y, a pesar de todo, la disfruté horrores en compañía de mi hijo...
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