II


He pasado toda la tarde encerrada en mi habitación blanca escribiendo, ni siquiera me he percatado del momento en que llevaron la cena. Los recuerdos fluyen como un río a punto del desborde.
Con nostalgia infinita tengo que reconocer la dolorosa verdad en las palabras que Beca había pronunciado tan a la ligera: "Uno se vuelve tan frágil cuando la razón se opaca debido al amor".
Justo en este momento soy consciente de la verdad, amar suele tener un costo muy elevado.
Ha sido el amor lo que me ha traído a este lugar.

—Quiero las luces apagadas en cinco minutos —dice Rita a gritos.

Su advertencia me entristece, habría deseado continuar escribiendo. Cierro mi libreta con pesar y sin probar la cena, me dejo caer en los brazos del sueño.
Es la primera vez en que el frío se ha apiadado de mí permitiéndome dormir como hace mucho tiempo no lo hacía...

Tras un discurso meloso, Beca se abrazó a mí, por supuesto que ya la había perdonado, como todas las veces pasadas. Ella era así y yo era su amiga, al fin y al cabo no fue tan grave lo que hizo.

—Me enteré que Antonio pasó toda la tarde contigo, ¿le darás una oportunidad? —quiso saber con una curiosidad exagerada.

—¿De qué hablas? Solo estuvimos platicando, fue todo.

—Sabes bien que ese chico muere por ti, de hecho todo el mundo lo sabe. ¿Por qué no te animas? Sí de algo puedes estar segura es que de los tres es el mejor candidato.

—¿Tres? —respondí confusa.

—Antonio, Rodrigo y Andrik, tus tres pretendientes —respondió divertida—. Rodrigo es un aventurero sin remedio ajeno a los compromisos. Andrik es un mujeriego nato que solo piensa en divertirse con las mujeres; ese no toma enserio ni a su madre así que descartarlo. Pero Antonio —suspiró—, ese chico si es una reliquia. Omar me ha contado que hasta la fecha no le han conocido una novia, ¿puedes creerlo? Si no fuera por qué saben que se muere por ti pensarían que es un gay de closet. ¿Has visto cómo te mira?, ¡babea por ti!

Callada, así me dejó la confesión de mi amiga, y eso no era sencillo tratándose de mí

—Entonces deberías conquistarlo tú —bromeé.

—¿Vendrás conmigo el sábado? —cambió el tema con prisa. Advertí un brillo inusual que asomó de sus ojos verdes.

Miré a mi amiga con los ojos entrecerrados, era obvio que ella estaba más que puesta, Omar no faltaría a algún evento donde el ingrediente principal fuera la música y la diversión. Algo que debía admitir era que aquellos chicos podrían ser todo, menos viciosos o conflictivos, y eso era un punto importante.

<Es triste darse cuenta como los tiempos han cambiado, las fiestas y antros de la actualidad nada tienen que ver con aquellos que frecuentaba con mi amiga. Una fiesta significaba bailar, cantar, socializar y divertirse. Hoy en día son todo lo contrario>, pienso en voz alta.

A veces la cordura me envuelve de nuevo...

—Antonio también asistirá —recalcó maliciosa.

—Deja de fastidiar con eso —respondí con falsa indignación.

—Por favor —pidió literalmente de rodillas frente a mí.

—Beca, ¿qué haces?

Dije entre risas tomándola de un brazo para ayudarla a ponerse de pie.

—Estás loca, ¿sabías?

—Y me enorgullece estarlo, en un mundo como éste estar cuerda es como estar condenada a la muerte —yo estaba de acuerdo en eso. Solo basta notar el sitio donde me encuentro—. ¿Paso por ti para llegar juntas? —insistió la muy descarada.

—Ocho en punto, pero te advierto que a las doce debo estar de vuelta en mi casa —Sentencié señalándola con mi dedo anular.

—Advertencia escuchada.

Beca estuvo en mi casa hasta que la noche llegó, comimos palomitas de maíz, escuchamos un disco completo de U2, bailamos, brincamos de mi cama al sofá y antes de irse se encargó de elegir mi atuendo del día siguiente. Definitivamente no se daría por vencida, era más terca que una mula.

Esa noche no pude dormir, mi mente no dejaba de repasar las palabras que había dicho mi amiga: < Antonio, Rodrigo y Andrik, tus tres pretendientes. Rodrigo es un aventurero sin remedio ajeno a los compromisos. Andrik es un mujeriego nato que solo piensa en divertirse con las mujeres, ese no toma enserio ni a su madre. Pero, Antonio, ese chico si es una reliquia. ¿Has visto cómo te mira? ¡Babea por ti!>.

Sí de algo estaba segura era de que Rodrigo no me interesaba en lo más mínimo, pero también descubrí que Antonio y Andrik no me eran indiferentes. A Antonio comenzaba a conocerlo, me caía bien y me parecía atractivo, pero ¿Andrik?, con él solo había hablado unos segundos, lo conocía poco y sin embargo algo en él captaba mi atención de modo exagerado.

El cansancio me venció varias horas después, pero dentro de lo poco que dormí tuve un sueño, no supe si llamarlo curioso o extraño.

Antonio y yo caminábamos por la calle, íbamos tomados de la mano, estábamos cerca de casa. Justo unos metros antes de llegar la voz de alguien llamándome me hizo voltear. Solté mi mano del agarre de Antonio al ver de quién se trataba. Era Andrik; vestía pantalón de mezclilla, una playera tipo polo blanca y por supuesto sus tenis Jordán. Sonreía mientras estiraba su brazo en espera de que lo estrechara. Yo estaba justo en medio de ambos, miraba a uno y después al otro, indecisa.

Desperté agitada, un nudo lleno de angustia se aferraba a mi garganta. Fue tan real como estremecedor.

¿Qué significaba aquel sueño?

Entre ellos y yo no había nada, nada en lo absoluto y sin embargo me hicieron sentir entre la espada y la pared.
Una sensación que se apoderaría nuevamente de mí varios años después.

Cómo acordamos, a las ocho en punto Beca llegó a casa, iríamos caminando, no estaba lejos. Yo llevaba un vestido corto y ajustado color mostaza, zapatos bajos y el pelo suelto. No hacía mucho me había entrado la locura y visité la estética para hacerme un permanente ondulado. Mi cabello largo y castaño lucía genial.

Beca traía puesta una minifalda de piel y una playera ceñida al cuerpo sin mangas. Ella optó por un moño alto. Lucía guapísima.

Cuando me vi al espejo antes de salir sonreí complacida, mi amiga acertó en esa ocasión.

Una calle antes de llegar podía verse a varios jóvenes en grupo, entre hombres y mujeres. Muchos voltean a vernos cuando pasábamos junto a ellos, algunos incluso se atrevieron a hacer comentarios, a excepción de uno que resultó en exceso grotesco, los demás podían pasar por piropos decentes.

En la puerta un hombre algo mayor recogía las cortesías para permitir el acceso, a su lado otro grupo de chicos, reconocí a uno entre ellos, era Andrik.

—Hola —saludamos con un movimiento de mano Beca y yo.

Tuve que bajar la mirada, por un instante me sentí intimidada por la forma en como me observaba. Mis piernas temblaron y mis manos se humedecieron.

—Las chicas más bonitas de la colonia han llegado —comentó Andrik con una sonrisa de oreja a oreja que dejaba ver su dentadura perfecta— ¿Necesitan ayuda para entrar?

Puse los ojos en blanco al escuchar su comentario, no podía esperar menos de él. ¿Cómo podía sentirme nerviosa con la presencia de un chico tan fastidioso e inmaduro?

No lo entendía.

—Olvídalo, Andrik —contestó mi amiga mostrando las cortesías en su mano.

—¿Te comieron la lengua los ratones, Victoria? —me cuestionó Andrik, tomaba la mano de una chica menuda y poco agradable.

La conocía, era Brenda, cuya reputación se tambaleaba en un hilo. Cuando nuestras miradas se cruzaron no tuvo descaro al recorrerme de arriba abajo.

Lo miré fijo y permanecí en silencio. Andrik era el típico chico sociable y atractivo, pero irónico, presumido y fastidioso.
Su humor negro era conocido por todos.

—Adelante —dijo el hombre en cuanto le mostramos nuestras cortesías. Omar se había encargado de entregárselas a mi amiga.

Ignorando por completo el comentario de Andrik, entramos dejándolo atrás.
Me sentí molesta, en parte por su comentario mal intencionado y quizá también por la presencia de Brenda.

<Tal para cual>, dije en voz baja.

Beca desapareció de mi vista en cuanto ubicó a Omar, no tuvo caso lamentarme, era lo esperado.
Sola, me acerqué a la ventanilla donde vendían bebidas y pedí un refresco mientras observaba a mi alrededor en busca de un rostro conocido.

—¿Cuánto es? —pregunté a la mujer que atendía.

—No es nada, cortesía de la casa —respondió Antonio detrás de mí. Miré a la mujer y esta asintió con un movimiento de cabeza y una sonrisa traviesa.

—Me alegra que hayas venido —dijo al tiempo que me saludaba con un beso en la mejilla. Su loción inundó mi sistema.

—Gracias por el refresco —respondí. Él me sonrió.

Estuvimos juntos toda la noche, bailamos y cantamos al ritmo de The Cure, Police, Caló, The Sacados, Timbiriche y muchos más.
Sudaba y me sentía agotada, pero no deseaba parar.
La estaba pasando bien.

—¿Es tu novia? —preguntó una chica que segundos antes se había colgado al cuello de Antonio para darle un beso tronado en la mejilla.

No la conocía, y para ser franca no me pareció adecuada aquella exagerada muestra de afecto. Antonio no le respondió y al igual que yo continuó bailando. Su indiferencia me tranquilizó.

Cuando el ritmo de música cambió, Antonio se detuvo.

—No sé bailar eso —comentó entre risas tomándome de la mano para alejarnos de la pista.

Algo que en verdad lamenté porque a mí me encantaba ese ritmo.
Nos hicimos a un lado y comenzamos a platicar. Yo me refrescaba con una soda mientras él bebía una cerveza.

—¿Bailamos, Vicky? —pidió Beto al acercarse a nosotros, un amigo muy simpático y agradable a quién conocía desde niña. Nos llevábamos de maravilla, así que acepté encantada, no le vi nada de malo. Miré a Antonio para disculparme y tomé la mano de mi amigo.

Bailamos dos canciones, pero cuando regresé al sitio donde había dejado a Antonio noté con sorpresa que había desaparecido.
Caminé para buscarlo, y tras preguntar di con él. Estaba arrinconado bebiendo su cerveza con un grupo de amigos.
Me acerqué a él, pero la expresión en su rostro me hizo saber que estaba molesto. No quise suponer así que le pregunté directamente, no respondió, de hecho ni siquiera me miró.

Sorprendida por su reacción me di media vuelta y me reuní con unas chicas que conocía —Beca seguía desaparecida—. Un rato más tarde salí del lugar, por suerte Beto se ofreció a acompañarme hasta mi casa, lo cual agradecí.

No entendí por qué Antonio se había molestado, no llegamos juntos y no era una cita, solo había bailado con un amigo, alguien que él también conocía.
Éramos amigos y nada más.

Al día siguiente, alrededor del mediodía tocaron a la puerta, era domingo así que traía puesto un pants, tenis, cara lavada y el cabello recogido en una coleta.

<Vicky, te buscan>, gritó mamá.

Supuse que se trataba de Beca, seguro estaba ahí para disculparse. Baje corriendo, pero no la encontré por ningún lado, entonces salí.
En plena calle montando una bicicleta estaba Antonio. Me saludó con timidez al tiempo que yo lo miraba perpleja.

< ¿Qué hace aquí? >, me pregunté en silencio.

—Hola —dije seria y extrañada, la verdad después de lo sucedido antes no creí volver a verlo.

—¿Quieres dar un paseo? —quiso saber señalando los diablitos en la llanta trasera.

Lo miré un segundo antes de sujetarme de sus hombros para subir en la bicicleta.
Era un chico testarudo.

Sin decir una palabra se dirigió hacia el parque que se encontraba una calle detrás de mi casa. Pedaleo sin parar por todo el andador, el día se prestó para que el recorrido fuera placentero. El sol brillaba mientras una brisa refrescante golpeaba nuestros rostros.
Algunas parejas de enamorados se hallaban ahí mientras varios niños trepaban la resbaladilla o se columpiaban.

Perdimos la noción del tiempo, me sorprendió la fuerza en las piernas de Antonio así como su envidiable condición física. Andar en bicicleta era cansado, pero llevar a una persona, lo era aún más.

—Lamento mi comportamiento de anoche —dijo en cuanto volvimos—, creo que me puse celoso.

—¿Por qué? Tú y yo solo somos amigos, ¿cierto?

Hubiera imaginado cualquier cosa excepto que los celos fueran el motivo de su enojo. Tenía que hacer algo, no podía permitir que Antonio confundiera las cosas.

—Lo sé —respondió cabizbajo—, aunque estoy seguro de que sabes lo mucho que me gustas.

—Antonio, eres un chico fantástico, pero en estos momentos no estoy en busca de algún compromiso, no tengo tiempo para ello. El colegio me absorbe y...

—También lo sé, Vicky, y lo respeto. No te voy a pedir que me aceptes y tú tampoco puedes pedirme que me dé por vencido. Será lo que tenga que ser.

Su respuesta me dejó fría, no dije nada más al respecto.
¿Cómo podría?

—Gracias por el paseo, estuvo increíble.

—Gracias a ti, bonita —comentó, entonces tomó mi mano y la besó. Fruncí en ceño y entré en casa.

En una de nuestras extensas pláticas, Antonio me contó que había pausado sus estudios en cuanto terminó la preparatoria debido a una propuesta de trabajo en una empresa que fabricaba partes de autos dónde le iba bastante bien.

<Pero, tengo planeado volver pronto>, aseguró.

El martes siguiente me quedé de ver con Beca, la cita era en nuestro lugar favorito. "Sablet", una cafetería fuera de lo común donde se servían deliciosas malteadas, helados y el mejor café de la ciudad. Las paredes estaban forradas de libros de todo tipo, así que más bien tenía pinta de biblioteca. Perdí la cuenta de cuántos devoré ahí mismo. Era mi lugar favorito, cuando buscaba hallar algo de paz solo tenía que escabullirme a ese mágico sitio.

—¿Lo de siempre? —Nos preguntó un joven delgado y apuesto que iba en patines al vernos llegar. Nos conocía de sobra, éramos clientes frecuentes

—Por favor, Julio —contestó Beca moviendo de forma exagerada las pestañas.

Sí, mi amiga tenía un corazón de condominio, no sólo babeaba por Omar, ese simpático joven no se escapó de su lista de prospectos. Beca solía decir que no por estar a dieta estaba impedida de ver el menú. Pero, sin duda Omar era su debilidad, aún no entendía por qué no se habían hecho novios, ambos lo deseaban, todo el mundo lo tenía claro. En fin, las cosas eran así.

—¿Te gusta Antonio? —Me interrogó. Tanta insistencia me parecía extraña.

—No —dije seria.

—¿Ni siquiera un poquito?

La miré fijo con mi cara de "deja de estar molestando", esa que mi amiga reconocía a la perfección. Fue el remedio para terminar con el incómodo interrogatorio. Nuestras bebidas llegaron y mientras ella disfrutaba su frappé escuchando Guns and Roses —nuestra banda favorita— con los audífonos puestos, yo leía por tercera ocasión: "Lazos de Amor", de Brian Weiss. Historia que narra el encuentro de dos almas destinadas para amarse. Pedro y Elizabeth, personajes principales, recurren al Dr. Weiss, quién tras múltiples regresiones los ayuda a descubrir que sus vidas estaban destinadas a estar juntas. Su conexión iba más allá de la comprensión humana.
Almas gemelas.

Lo había leído antes, y cada vez me atrapaba más. Quizá porque siempre fantaseaba con encontrar a ese chico que con tan solo mirarlo a los ojos descubriría que se trataba del indicado. Alguien que me compenetrara, que me hiciera reír, que me escuchará y me hiciera sentir segura y protegida. Esa persona con la cual pudiera hablar sin tapujos y sin miedos de cualquier cosa. Estaba segura que andaba cerca, pero aún no nos habíamos encontrado. O quizá no nos habíamos reconocido por estar distraídos, bromas del destino tal vez, pero tarde o temprano nuestros caminos tenían que alinearse y cuando eso pasara, me entregaría completamente...

La puerta de la habitación se abre con brusquedad, Rita me mira impaciente con las manos en la cintura.

—Date prisa, Victoria, es domingo y las visitas están por llegar. ¿Acaso no quieres ver a tus hijos?

Una sonrisa tímida se dibuja en mi rostro, por supuesto que quiero verlos, de hecho es lo que más deseo en el mundo. Los extraño, sus risas y ocurrencias me mantienen viva aunque estoy atrapada en este frío y oscuro hospital.

Todos los domingos, Antonio y mi madre vienen a visitarme, mis hijos vienen también. Cada semana los veo distintos, crecen tan rápido que me sorprenden. Son tan perfectos que dudo que los hubiera cargado en mi vientre.
Los amo incluso más que a mi propia vida.

Salgo corriendo hacia ellos cuando los veo a la distancia, aun estando con ellos me mantengo callada, pero su sola presencia hace latir mi corazón recordándome que continúo viva. Fiona habla sin parar mientras me besa y me cuenta a detalle sus días en el colegio; es una niña hermosa, sana y feliz. Mis ojos se humedecen al escucharla, deseo tanto no solo escuchar sus relatos sino también vivirlos, pero eso es imposible por ahora, no estoy lista, el alma de su madre no ha regresado, permanece perdida en algún lugar. Elías me mira con nostalgia y mi corazón se estruja al notarlo, creo que él está resintiendo de más mi ausencia, habla poco, pero está a mi lado y eso es suficiente. Estoy segura de que cuando sea mayor comprenderá mejor las cosas. Mi hijo es un adolescente de carácter, pero es noble y bondadoso. Confío en que me entenderá.

—Tienes que esforzarte, Vicky, tu familia te necesita —comenta mi madre—. No los hagas esperar mucho, hija. Todos te extrañamos.

No respondo y con la mirada le digo más que mil palabras, estoy segura de que sabe interpretar lo que mis ojos gritan. Es mi madre y me conoce mejor que nadie.
A veces creo que ella conoce mi secreto, pero es tan prudente que está en la espera de que sea yo misma quien se lo cuente.

—Tu padre te manda esto —dice al tiempo que me entrega una bolsita de tela—, dice que iluminará tus noches.

Mis ojos se brillan al ver lo que su interior esconde. Una pequeña libélula de cristal.
Sonrío al instante.

Antonio —como la mayoría de las veces— permanece sentado a la distancia bajo aquel frondoso árbol que suele protegerme durante el día. Levanto los ojos para enfocarlo, me está mirando y la tristeza en él es palpable. A pesar de que fue precisamente él quien me trajo, sé que no alcanza a entender mi estancia aquí, y no espero que lo haga, aun cuando tiene mucho que ver en ello. Si al menos reconociera que también falló, tal vez la historia entre los dos hubiera sido distinta.

Las dos horas al lado de mi familia pasan rápido, mi pecho se sume en un abismo con cada despedida. No paro de llorar cada vez que los veo alejarse, es un día tan maravilloso como desgarrador.
Me eleva al cielo para después enterrarme en el infiero; mi actual realidad.

Rita me esperaba con un botecito entre las manos.

—Tus medicamentos, Victoria, no me iré hasta que te los tomes.

Odio tomarlos, pero sé que no tengo opción.
Frente a ella empino el vaso en mi boca para tragarlos, entonces le muestro mi lengua para que confirme que nos los escondo bajo esta.

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