I


Años atrás los adultos a mi alrededor solían comentar que no era una niña común. Quizá fue que pasé mi infancia rodeada de muñecas, inventaba mil historias con ellas como protagonistas en vez de andar en la calle jugando; aunque de vez en cuando, lo hacía. O quizá fue porque a diferencia de otras niñas disfrutaba de estar sola tanto como disfruto la música.
Atesoro esos momentos.
Tal vez haya sido porque casarme no era uno de mis sueños, como lo era para la mayoría de las mujeres en ese tiempo.
El matrimonio nunca estuvo incluído en mis planes.

Lo único que me emocionaba era ser la mejor abogada, esos eran mis planes. Claro que en ese entonces solo era una niña de ocho años, soñadora, práctica y feliz.

¿No entiendo cuál es la prisa de los chicos de hoy por crecer? Supongo que si fueran conscientes de lo que eso implicaría no lo desearían tanto; para mí la infancia fue una experiencia maravillosa, tanto,que si me dieran la oportunidad de regresar en el tiempo seguramente elegiría esa época donde la inocencia y la verdad están siempre presentes.
El mundo de los adultos suele estar lleno de mentiras, traiciones e hipocresías.

Crecer no fue fácil, se necesita coraje para enfrentar un cambio radical, darnos cuenta del peso que tienen las responsabilidades y los compromisos, resulta apabullante, casi inhumano. Sobre todo si llega sin previo aviso.

Pasar de ser parte de una familia a ser cabeza de una no resultó sencillo para una chica de dieciséis años. Tuve poco tiempo para lidiar y digerir las ventajas y desventajas que brinda la adolescencia. Esa etapa que supone ser un proceso de cambios graduales, no extremos.
A esa edad nadie puede estar preparado para enfrentar un acontecimiento de gran tamaño.

<Una niña criando un niño>, comentaban algunos.

Muchas veces lamenté que sus expectativas para conmigo fueran tan elevadas, supongo que la decepción para ellos fue abismal, hubiera preferido que no estuvieran tan al pendiente de mi vida.
La presión que ejerce el entorno familiar y social a esa edad tan vulnerable produce escalofríos, más aun cuando no todos logramos salir airosos.

Pero la vida es compleja, eso me queda claro, incluso a veces es irónica y por supuesto tenía reservado un plan para mí.

Pronto lo descubriría.

                                             Julio 1995.

—Anda, ven con nosotros, te aseguro que te vas a divertir —dijo Beca, mi mejor amiga, mientras yo la miraba indecisa.

Nos conocimos desde pequeñas. Beca llegó a vivir a la colonia cuando ambas teníamos seis años. Mi madre preparó un postre especial para los nuevos vecinos y yo emocionada me ofrecí a acompañarla.
Tomadas de la mano tocamos la puerta marcada con el número 1353 de la calle Magnolias de un poblado conocido como Villa Verdum, al sur de la ciudad.

Fue precisamente Beca —una niña delgada y morena, de pelo negro, cejas tupidas y ojos como esmeraldas—quien abrió la puerta aquella tarde.
Ambas sonreímos al vernos y desde entonces supimos que seríamos amigas por siempre.

Aunque "siempre" puede resultar solo un instante.

Fuimos juntas al colegio, incluso en el mismo grupo, cosas del destino que suele ser caprichoso.
<Eres mi ángel guardián>, repetía con esa mirada llena de dudas que la caracterizaba.
En un principio solía ser introvertida y poco sociable, eso la hizo blanco de acoso escolar así que muchas ocasiones tuve que defenderla.
Hubo una vez en que llegué a los golpes con una niña —por cierto varios años mayor— que no paraba de molestarla. Por supuesto le di su merecido.
Ahora sé que no debí llegar a eso, pero en su momento fue el remedio para que la dejaran en paz.

—No creo que sea una buena idea, he quedado con mis compañeros en vernos mañana temprano. Ya sabes, trabajo en equipo.

—Prometo que no tardaremos, es una tardeada, a las ocho en punto termina y de inmediato volvemos a casa. Entonces podrás descansar y estar lista para tu reunión escolar —respondió entre risas.

Hacía unos meses, todos los viernes Beca asistía a un antro de moda donde por la tarde hacían un evento especial para adolescentes. Música de moda en alto volumen, diversión asegurada, y cero bebidas alcohólicas pues todos los asistentes eran menores de edad.
Mi amiga no se las perdía por nada del mundo. Ceo que el divorcio de sus padres —años atrás— fue la causa principal del cambio radical en su comportamiento.
Como si de magia se tratara, esa niña tímida e insegura se convirtió en una joven extrovertida, alocada y en exceso sociable.
Yo también era sociable, pero prefería estar en casa viendo una película o leyendo un libro mientras la música sonaba bajo, eso me relajaba y me parecía más interesante, incluso más que las fiestas o desmanes, pero cuando asistía a alguna lo disfrutaba, solo que no tanto como lo primero.

—De acuerdo —dije tras su insistencia—, pero en cuanto termine volvemos, no iremos a ningún otro lugar. ¿Estamos?

Le advertí, la conocía de sobra.
Días antes me suplicó que la acompañara al centro comercial, necesitaba comprar un vestido para asistir a la fiesta de XV años de Mónica, una chica linda y agradable, compañera de la escuela. Yo también había sido invitada —aun cuando no éramos tan amigas— así que en compañía de mi madre compré mi vestido y un regalo para esa ocasión con varias semanas de anticipación.

En eso me parecía a mi madre, nos gustaba planear las cosas para que todo estuviera en orden.

¿Maniáticas del control?
Puede que sí, pero yo prefería llamarle "organización".

Esa ocasión acepté acompañarla, pasamos horas caminando —tantas que mis pies lo resintieron—, recorrimos más de quince tiendas de ropa antes de encontrar la indicada. Recuerdo que el vestido que compró era de ensueño. Corto y de color rojo, ajustado hasta la cintura y ampón hasta las rodillas, un pequeño detalle de pedrería iba bordado justo en el pecho. Mi amiga se veía hermosa.

Todo iba bien aquel día hasta que estábamos por atravesar la puerta de salida, para mi poca fortuna nos encontramos con un grupo de chicos dentro de los cuales estaba Omar, por quién mi amiga literalmente babeaba. Bueno, creo que era algo mutuo pues él la miraba de un modo especial.
En cuanto nos vieron se acercaron para saludarnos, obviamente las intenciones de irnos cambiaron, no por mí, sino por Beca.
Los chicos tenían planeado entrar al cine, ese día se estrenaba "Matrix", una película de ciencia ficción protagonizada por Keanu Reeves. Por cierto la película más esperada del año.

<Me encantaría que me acompañaras>, le dijo Omar en tono meloso.
Los miré asqueada.

Mi amiga enternecida y sin consultarme aceptó la invitación. Con cero remordimiento tomó la mano de Omar y entró a la sala dejándome con Antonio y Rodrigo cuya compañía me hizo sentir incómoda todo el tiempo. No porque fuera desagradable sino porque ambos se desvivían por agradarme. Sobre todo Antonio, un chico serio y agradable que me caía bien, pero nada más.

Según me había contado días antes mi amiga, los dos estaban interesados en mí, cuestión que empeoró la noche pues me sentí como un ratón al lado de dos gatos dispuestos a atacar.
Por el contrario, Beca la pasó de lo mejor con su adorado Omar mientras yo me encogía en mi asiento; obviamente no puse atención a la película.

Al llegar a casa —casi a las nueve de la noche, algo tarde para una chica de quince años— tuve que aguantar el regaño de mis padres. Estaban preocupados por mí, no pude avisarles que tardaría en regresar pues en aquella época los teléfonos celulares no estaban al alcance de todos —como hoy en día— y encontrar un teléfono público, libre y en servicio, era casi un imposible.
Desde entonces la pensaba dos veces antes de aceptar una invitación de mi mejor amiga.

—Lo prometo —respondió con una mano sobre su pecho. No tuve más remedio que confiar en su palabra.

!Era una chica testaruda!

Por supuesto Omar, Antonio y Rodrigo asistirían.

A las cuatro en punto estábamos formadas para entrar al "Vintage", antro de moda que solía estar abarrotado de jóvenes. Era la primera vez que lo visitaba y pronto tuve que recocer que mi amiga tenía razón, el sitio y el ambiente eran perfectos.

Esa tarde no fue la excepción y, como de costumbre, Omar y Beca la pasaron juntos. Por fortuna Rodrigo llegó acompañado de un chica muy linda con quién la pasó bastante entretenido, mientras Antonio no se despegó de mí en toda la noche.
Bailamos y reímos todo el tiempo, creo que fue hasta ese día en que me di la oportunidad de conocerlo mejor. Me sorprendí al notar qué era un chico bastante inteligente, agradable, atento, educado y, de cierto modo, atractivo.
Algo en su personalidad lo hacía diferente al resto.

—Me encanta escucharte reír, siempre eres tan... seria que pareces enojada —comentó Antonio.

Se notaba nervioso, creo que mi presencia lo ponía así y aunque sabía no tenía fama de parlanchín, esa tarde lo fue y en exceso.

—No eres la primera persona que me dice eso —comenté entre risas—, la mayoría cree que soy pesada y engreída solo porque no voy por ahí con una sonrisa en los labios o un letrero pegado en la frente donde pueda leerse "estoy feliz".
Te aseguro que soy todo, menos seria, es solo que prefiero observar antes dónde estoy plantada. Soy reservada y desconfiada por naturaleza, pero si conozco a alguien que me agrada suelo ser yo: divertida, cariñosa, amable y leal.
Sobre todo leal, una de las razones por las que suelo salir decepcionada.
Pero aun así no cambiaré esa cualidad.

—No eres una chica común —dijo. Su comentario de inmediato llamó mi atención. Uno más en mi lista que pensaba eso.

—Lo sé, no lo soy, ni deseo serlo.

—También lo sé, eres especial, Vicky.

No respondí, preferí observarlo en silencio, siempre me gustó mirar a las personas a los ojos, así como me gustaba que me miraran cuando me hablaban. El oído podía endulzármelo cualquiera, pero solo hacía falta mirarlos a los ojos para darme cuenta de quién era sincero y quién no. Llamenlo sexto sentido.

<Los ojos son el espejo del alma>, solía decir mi abuela.

Me sorprendió notar que Antonio no mentía.

— ¿Bailamos?

Me puse de pie como respuesta a su petición y, de la mano, caminamos hasta la pista de baile.

Estuvimos ahí hasta que la música paró, no supe cuánto tiempo pasó, la música y el baile me hicieron olvidarme de todo.

—Vicky —dijo Beca en ese tono que indicaba "cambio de planes"—, Omar me ha invitado a cenar, ¿vamos?

La sangre se me subió a la cabeza, aquello me molestó mucho, ya habíamos quedado en algo y ella prometió que cumpliría.
Moví la cabeza en un claro gesto de desaprobación, tomé mi bolsa, mi chamarra de piel y di la vuelta dispuesta a salir del lugar.

Detrás de mí se escuchaban los gritos de Beca pidiéndome que la acompañara, la ignoré por completo. Estaba molesta y lo único que quería era irme.
Tomaría el autobús y en quince minutos estaría en casa.

Caminé como alma que lleva el diablo maldiciendo por lo bajo, no me detuve hasta que una mano tomó la mía obligándome a detenerme.
Voltee y supongo, por la expresión en el rostro de Antonio, que mi mirada dijo más que mil palabras, entonces me soltó.

<Debes saber que tus ojos dicen mucho>, decía mi madre.

—Lo siento, no quería asustarte.

— ¡No me asustaste, me sorprendiste, no creí que me estuvieras siguiendo! —dije en tono seco.

Mi estado de ánimo era imposible de ocultar, no solo mis ojos me delataban, todo mi cuerpo lo hacía. Cualquiera podía notar si estaba enojada, contenta o triste.

¡Era tan obvia!

—Solo quise cerciorarme de que llegaras sana y salva a tu casa, una chica bonita como tú no debe andar sola —comentó rascándose la cabeza—. Escuché tu conversación con Beca y salí detrás de ti —agregó apenado.

Su comentario fue el remedio para mi enojo, se notaba inofensivo y por un momento pensé que sería yo quien tendría que cuidarlo.
Respiré hondo y sonreí, ya era de noche y estaría más segura en compañía de alguien.

—Andando, mis padres pondrán el grito en el cielo si no llego a la hora acordada.

—Por tu comentario pensaría que son muy estrictos —comentó entre risas.

—No tienes una idea —mentí.

Mis padres son las personas más nobles del planeta y confiaban en mí, pero no iba a contárselo a un chico  que empezaba a conocer.

Hablamos de cualquier tontada mientras esperábamos en la parada del autobús. Antonio era simple y simpático, como un niño grande. Su cabello ondulado, su barba tupida y sus cejas pobladas no eran las típicas de un chico. Su risa era contagiosa y el aroma de su loción satisfacía mis fosas nasales.
Que un hombre huela bien, siempre ha sido importante.

Veinte minutos después estábamos frente a la puerta de mi casa, hasta ese momento me enteré de que aquel chico extraño y agradable vivía a unas cuantas calles de mí. Cosa rara que hayamos sido prácticamente vecinos por años y yo no lo supiera.
Bueno, en realidad sabía muy poco de Antonio.

— ¿En serio? —pregunté sorprendida. Resultó que no solo éramos vecinos sino que además fuimos al mismo colegio y yo ni enterada.

—Así es, obviamente yo en otro grado —dijo entre risas—, soy mayor que tú.

— ¿Cuántos años tienes?

—Diecisiete, bueno casi dieciocho, soy tres años mayor así que debes respetarme.

Tras su comentario nos echamos a reír.
Quizás el que fuera mayor era una de las razones por la que me parecía distinto, los chicos de mi edad acostumbraban ser inmaduros, fastidiosos y pedantes.
Razón suficiente para que no me interesaran en lo absoluto.
Excepto uno.

—Gracias, no solo por acompañarme a casa sino también por hacerme pasar un rato agradable.

—Ha sido un placer acompañar a una chica con ángel. Por cierto, la más bonita que he visto en mi vida.

No puse mucha atención a su comentario, entonces me acerqué a él para despedirme con un beso en la mejilla, después di media vuelta para entrar a casa, pero de nuevo su mano me detuvo.

— ¿Vendrás a la fiesta en casa de Andrik? Será este sábado, seguro que Beca irá, y ¿tú?

Conocía a Andrik de vista, coincidimos un par de ocasiones en las fiestas que Beca solía invitarme. Algo en él me inquietaba, pero no sabía qué. Tal vez era que me caía mal y no supe interpretarlo.

— ¿Lo conoces?

—Claro, jugamos en un equipo de fútbol que mi padre formó hace ya unos años. No somos amigos, pero nos llevamos bien. Entonces, ¿irás? —insistió.

—No lo sé —respondí.

Beca me había hablado sobre esa fiesta, obvio no quedé en acompañarla y después de lo sucedido esa noche no creí que fuera una buena idea.

— ¿Vendrías conmigo? Prometo traerte de vuelta en cuanto tú me digas. Por favor, Vicky, será todo un honor llegar acompañado de la chica más bonita.

—Déjate de tontadas —dije dándole un golpe en el brazo. Era la tercera vez que decía aquello y en todas me sentí incómoda —. No prometo ir, pero lo pensaré.

La semana pasó cómo relámpago, tal vez por tratarse de la época de exámenes. No era una estudiante de excelencia, pero si dedicada y responsable, así que me encerré en casa para terminar proyectos y para estudiar.

La secundaria donde asistía era exclusiva para mujeres, razón principal por la que Beca se rehusó a matricularse ahí, ella no deseaba entrar a un colegio donde los hombres no existieran.
A mí me daba igual, a mi madre se la había recomendado una amiga así que me inscribió de inmediato.
Para entonces cursaba ya el tercer año.

Los lunes mi madre se reunía con sus amigas, así que pasaba fuera de casa varias horas. Antes de irse dejaba la comida preparada, yo solo tenía que calentarla y comerla, pero ese día decidí salir a comer al mercado que estaba a unas calles. Tenía ganas de comer un antojo especial, esos que llevan queso, cebolla, salsa y bistec. Los que preparaba doña Carmen, eran los mejores.

Llegué a casa temprano, me puse una falta de mezclilla, una blusa blanca, zapatos bajos y salí con la boca hecha agua rumbo al mercado. Con el hambre que sentía seguro me comería dos o hasta tres especiales.
Antes de llegar me percaté de que un grupo de jóvenes jugaban fútbol en la calle que está antes de llegar a mi objetivo y no estaba dispuesta a recibir un balonazo en la cabeza. Los miré molesta ya que tuve que desviarme unas calles.

—Vicky, que gusto verte, me tenías muy abandonada —dijo una señora de pelo castaño corto, regordeta y de estatura baja. Doña Carmen era una mujer muy alegre y servicial, todo el mundo la adoraba razón por la cual su puesto estaba lleno hasta reventar.

—El colegio me ha tenido ocupada, pero hoy ya no pude resistirme —dije con una enorme sonrisa. El olor a comida me había relajado y puesto de buen humor.

—¿Qué te voy a servir, chiquilla? —quiso saber mientras se recargaba en la barra para mirarme curiosa.

—Dos especiales, por el momento —aclaré sonrojada.

Doña Carmen se echó a reír, me revolvió el cabello y de inmediato se puso a preparar mi antojo del día.

Después de engullir una deliciosa comida me dispuse a recorrer el mercado. Tenía algo de dinero ahorrado así que husmearía en el lugar en busca de algún tiliche para comprar.
No tuve que caminar mucho, en un puesto poco concurrido algo llamó mi atención: una cadena delgada sostenía un dije de plata en forma de libélula. Lo miré hipnotizada varios segundos. Las libélulas, misteriosas, mágicas y de una belleza sin igual, eran mi fascinación.

—Son de buena suerte —comentó una señora, seguro notó mi reacción. Me sentí apenada.

Ni siquiera me cercioré si me alcanzaría, tomé el dije y lo colgué en mi cuello para después mirarme en un espejo pequeño que había en el lugar.
Era perfecto.

—Lo quiero —dije decidida.

Pagué y con una enorme sonrisa en mi rostro caminé de regreso a casa, no llevaba prisa, no había nadie y no tenía tarea.
Me detuve en una heladería para comprar una paleta de coco —mis favoritas—, iba tan concentrada saboreándola que me olvidé de aquel grupo de jóvenes que jugaba fútbol adueñándose de la calle.
Fue hasta que mi paleta salió volando cuando reaccioné, miré incrédula cómo ésta caía al piso gracias a un balón que por nada se estrellaba en mi rostro.
Varias risas estallaron provocando que levantara los ojos enfurecida, estoy segura de que echaban chispas. Reconocí a varios de los chicos, Omar, Rodrigo, Andrik y Antonio estaban entre ellos.
Los tres primeros reían mientras Antonio cubierto de sudor caminaba hacia mí con la cabeza baja.

—¿Estás bien? —preguntó, su voz tenía un dejo de preocupación.

—¿Fuiste tú? —quise saber con la sangre ardiendo en mi interior.

—Lo siento, no te vi —respondió rojo como un tomate.

Estuve segura de que no lo hizo a propósito, pero aun así me sentí molesta y sin decir nada retomé mi camino; si permanecía ahí un segundo más no podría controlarme, me conocía bien.

Al pasar junto a Andrik le dirigí una mirada de esas que fulminan. Él dejó de reír y agachó la cabeza, podía tolerar que los otros se burlaran, pero no él.
¿Por qué?, no lo sabía.

Antonio desapareció de mi campo de visión, yo lamenté la situación y caminé dando grandes zancadas.
Me sentí humillada, mi estómago estaba revuelto y mi hígado lleno de bilis. Mi día perfecto había sido estropeado por un grupo de inmaduros.

Frente a la puerta y con los ojos húmedos busqué las llaves dentro de mi pequeño bolso que solía llevar de lado.

—Vicky, discúlpame, por favor —escuche detrás de mí.

Era Antonio, había llegado como acostumbraba, sin notarlo, solo que esta vez sí me causó un buen susto.

—¡Antonio, por Dios! Deja de aparecerte a mis espaldas —le reclamé agitada. Mi corazón latía a mil por hora.

—Lo siento —repitió estirando su mano que llevaba una bolsa de plástico con varias paletas de coco en su interior —, son para ti.

Quise encogerme como lo hacía Alicia al morder una galleta, hasta la reina de hielo se hubiera derretido con un detalle como ese, ¿cierto? Bueno, pues yo lo hice.
Negué con un movimiento de cabeza y sonreí, otra vez ese chico tímido e intrigante con un solo gesto había logrado transportarse de un estado de ira a uno de tranquilidad y risas.
Era la segunda ocasión que lo hacía en tan solo una semana.

Le invite una paleta y nos sentamos en la banqueta. Platicamos por horas, incluso recordamos el episodio de la tarde y ambos nos carcajeamos como dos bobos.

—¿Por qué tú no te burlaste como lo hicieron los otros?

—Es imposible burlarse de una chica tan bonita.

—¿Quieres dejar de adularme con lo mismo? —pedí entre risas.

—¿Te molesta? —preguntó serio.

Lo miré fijo unos segundos, la verdad era que no me molestaba en lo absoluto, al contrario.
Asunto que no pasó desapercibido, no era común en mí.

—Vicky, ¿qué haces en la calle? Ya es tarde, señorita, te quiero dentro en cinco minutos —dijo mi madre al llegar. Reí en mi interior, con esa reacción seguro que Antonio creería que mis padres eran unos ogros.

Ni siquiera había escuchado el auto, quizá me concentré de más en aquel chico.
Bajé la mirada al sentir como un calor se alojaba en mis mejillas, algo estaba pasando y no me agradaba del todo.

Antes de que mi madre entrara a la casa, Antonio se puso de pie para presentarse y obvio mi madre se mostró amable con él, no me sorprendí, así era ella, amable hasta los huesos.

—¿Nos vemos el sábado?

—Tal vez —contesté.

Mi cuerpo entero tembló cuando Antonio se acercó para despedirse. No me habría puesto nerviosa si no hubiera sentido sus labios tan cerca de los míos.

—Seré el hombre más feliz del mundo si te encontrara en la fiesta. Hasta pronto, bonita.

No respondí, ni siquiera tuve tiempo a reaccionar, aquella acción me dejó paralizada.

En silencio observé cómo se alejaba, caminó de frente y sin mirar atrás. Hasta ese momento noté que llevaba puesto una playera blanca, shorts y tenis deportivos. Se veía bien con ello puesto, su espalda ancha, su trasero bien trabajado y esas piernas dignas de un futbolista, llamaron mi atención.
Era un chico atractivo de eso no tenía duda.

A mis quince años no había tenido un novio, no por falta de pretendientes, sino más bien por desinterés absoluto. Hasta ese instante los halagos y cortejos me incomodaban e incluso  molestaban, pero como suele ocurrir las cosas estaban cambiando.

—Amiga, deberías tener novio, no sabes lo delicioso que es un beso en los labios— solía decir Beca.

—No gracias, no me interesa juntar mis labios con los de otro —respondía asqueada.

Beca se había encargado de explicarme el proceso a detalle, ella era una experta por lo que escuché, y créanme que no me resultó nada atractivo, sino todo lo contrario.

Entré a casa algo confusa, no supe cómo interpretar lo que sucedió en la puerta, subí a mi habitación, me duché y encendí el televisor.
Tras cambiar de canal encontré una película que captó mi atención gracias a una simple escena: Dos hombres —uno de ellos tan perfecto que parecía un semidiós— peleaban a muerte por el amor de una mujer, Elena.
Desde entonces "Troya" se convirtió en una de mis películas favoritas.

Quizá no debería emocionarme ver a dos hombres pelear por una mujer, pero más que bárbaro me pareció romántico. Raro, lo sé, tanto como lo era yo.
Lo que más disfruté fue atestiguar el amor incondicional que el príncipe Héctor profesaba a su esposa Andrómaca; un par de lágrimas rodaron por mis mejillas cuando este se despidió de ella para salir a enfrentar a un enfurecido Aquíles.

Héctor y Aquíles, mis amores platónicos.
Muchas noches me quedé dormida imaginando un hombre que resultara de la fusión de estos dos personajes. Uno dócil y respetuoso, mientras el otro era tosco y apasionado.

<Mi hombre ideal >, pensé dando un suspiro.

Muchos años después la vida me pondría frente él.

Hasta el viernes tuve noticias de mi amiga, según ella no se había aparecido para darme tiempo a que el enojo se me pasara. Típico en ella, prefería esconderse en vez de enfrentar los problemas.

—Por favor, ya no estés enojada conmigo —dijo entre pucheros—, sé que fui la peor amiga, pero tú mejor que nadie conoce mis sentimientos hacia Omar; no puedo negarme a nada de lo que me pida.
Tal vez me comprendas cuando te enamores, uno se vuelve tan frágil cuando la razón se opaca debido al amor.

Aquella frase me provocó escalofríos, no concebía una manipulación tan maquiavélica.

Amor opacando la razón,  juré que no me sucedería a mí. Amar debía ser un sentimiento recíproco, puro y auténtico, jamás manipulador...

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