Capítulo IV: Jalándole la cola al león.
Ya habían pasado cuatro días desde su primera cita con Luz, y aunque su celular no había parado de sonar con mensajes coquetos de la muchacha, él había preferido ser precavido antes de volverla a invitar a salir. Los matones de su padre les seguían las narices y no se podía permitir un fallo temprano ya que el éxito de su operación se debía más a la paciencia que a la habilidad per se.
La mitad de sus horas las dedicaba a gestionar la tienda, una buena parte del tiempo muerto se sumergía en cursos online de páginas gratuitas, mientras que el resto lo aprovechaba por entero en consumir cantidades absurdas de pornografía seleccionando meticulosamente a las actrices que se parecieran más a la hija de su próxima víctima. Buscaba el mismo tono de su piel, las proporciones de su cadera, la altura correcta, el pecho pequeño pero firme, el cuello fino, el cabello azabache cayéndole como una cascada de brea.
«Hoy saldré más tarde del trabajo. Se retrasó un proveedor y tendré que esperarlo un rato más. ¿Pasarás a saludarme de todos modos?»
Él esperó antes de responderle. Habían adoptado la costumbre de pasarse por el frente de la tienda del otro y dejar algún regalo tonto pegado a la vidriera para recordarse en sus ausencias. Él le dejaba nuevos origamis, ella dibujaba bolígrafos en retazos de papel.
«Si sales tarde, estarás estresada. ¿Quieres dar una vuelta después de tu trabajo?»
La española consideró seriamente decirle que no solo para molestarlo, pero venía esperando esa invitación hacía días, e incluso comenzaba a preguntarse si realmente estaría jugando con ella ya que había preparado una cita encantadora solo para acabar por mirarla desde el otro lado de la vidriera. Finalmente, accedió indicándole que esta vez sería bajo sus términos.
Eran las 20:40 cuando entraron a un bar con unas cuántas mesas de pool donde Drew recibiría la peor paliza de su vida en un juego de habilidad. Jamás había jugado al billar, pero después de enfrentarse a Luz, quien había crecido con un taco en la mano, su intuición resolvió tempranamente que no debería volver a intentarlo. La muchacha se encargó con saña de burlarse de cada fallo de su adversario durante los primeros juegos, aunque luego lo consintió tomándolo de las manos para enseñarle a tirar dado que notó que este no era docto siquiera para sujetarlo.
—No es lo mismo pegarle a cualquier parte de la bola blanca, ¿ves? Puedes conseguir efectos útiles si dejas de golpearla con el palo como un cavernícola cazando una lagartija con un garrote.
Tener a Luz a su espalda, apoyando todo su cuerpo contra él lo hizo sentir más apenado de lo que creía que sucedería, pero su plan iba a la perfección y no podía dejarse amedrentar. Cogiendo el móvil, puso un gesto alegre y lastimero, algo así como un pollito mojado, y se sacó una foto con la jovenzuela a su lado.
Ella se quejó de no haber salido bien y le robó el aparato para comenzar a sacarse una fotografía tras otra donde solo se los viera a ellos. Se fotografiaron serios, enojados, riendo, haciendo muecas, mirando hacia la nada, mirándose entre ellos y, finalmente, se sacaron una foto besándose por primera vez.
Luz quiso comprar alcohol, pero Drew se lo impidió. Entonces, cada uno con un refresco en la mano y arrojándose maní, salieron del bar a dar una vuelta por el puerto, donde el muchacho juntó valor para tomarla de la mano.
—No seas tan evidente, que se darán cuenta de que venimos juntos —se burló la muchacha al notar el nerviosismo de su acompañante.
—¿Notar quienes, esos dos tipos de la esquina? Son los únicos que nos miran.
Era cierto. El muelle solía estar lleno, sin importar la hora, pero solo había dos tipos en aquel lugar que no les sacaban los ojos de encima.
—Sabes que son guarda espaldas que siempre me vigilan, ¿no Drew? —El chico respiró profundo para que no se le notara la sorpresa, aunque esta no fuera por la información, sino porque estaba convencido de que Luz no era consciente de ello—. Mi padre era reportero en África, y se ganó muchos enemigos allá porque peleó contra las pandillas rebelando su ubicación al gobierno. Es algo así como un héroe, pero desde entonces no lo han dejado caminar por la calle en paz, por eso no volvimos a ir a ese café donde cenamos la vez pasada.
El chico de risos miró hacia un lado evitando contestar. Si esa mentira dicha por su padre la mantenía feliz, él no era quién para decirle lo contrario.
De pronto, como si un impulso de cineasta lo poseyera, Drew la llevó por todos los faroles sacándole fotos en cada uno de ellos, utilizando diferentes ángulos y efectos de la luz para hacer que se viera especial. Parecía eufórico mientras corría cargándola de la mano de un lado para otro a un ritmo tan frenético que a los guardaespaldas les costaba seguirles el paso.
Luz lo había entendido: era momento de jugar. Corrieron por el muelle tratando de alcanzarse y tocarse en la frente, riendo cada tanto y protestando en otros momentos, subieron hasta las calles, se empezaron a escabullir entre los pasillos y, cuando los guardaespaldas menos lo esperaban, se escondieron en una tienda y no salieron hasta estar seguros de haberles perdido el rastro.
—¡Mi padre va a matarme si se entera que me saqué de encima a esos dos insoportables! —reía Luz cuando Drew la llevaba de la mano hasta volver a las tiendas.
Ella debía llamar a sus vigilantes para que la vinieran a buscar, pero viendo la oportunidad, no supo aguantarse las ganas de seguir inexistente por primera vez en años ante la mirada casi carcelaria de sus progenitores, y cargando a Drew con un beso más apasionado que todos los anteriores, lo arrastró hasta la puerta de la tienda de artículos de baño, donde se sumergieron a las apuradas perdiéndose por completo de la mirada del mundo hasta que, media hora más tarde, los guardaespaldas lograron dar con ella, y la recibieron con rostros agravados.
—Él no quería tomar alcohol, y vinimos a su tienda por un café. Eso es todo —excusó la morena a los hombres que parecían creer que habían fallado en la única labor que se les había asignado.
—¿Se puede saber por qué demonios no nos llamaste?
—Oh... se quedó sin batería, ¿ven? —Les mostró el celular y ellos estallaron en reproches.
—Perdón que me meta, pero ¿serían tan amables de darme algún número para contactarlos si algo así llegara a pasar? —intervino Drew—. Sé que no debería ocurrir, pero si se trata del bienestar de Luz, creo que sería lo correcto.
Lo insultaron antes de darle el número de uno de los guardaespaldas e indicarles a ambos adolescentes que no revelaran a nadie que los habían perdido de vista durante casi una hora, ya que su trabajo, e incluso su integridad física, dependían de ello. Ambos lo juraron con una sonrisa burlona en sus labios que hizo que los mayores insistieran en sus improperios.
Cuando la chica se fue, Drew se dio una ducha, tomó el ordenador y comenzó a descargar todas las fotos que le había tomado a Luz para editarlas con los programas que había estado aprendiendo a usar mediante los cursos gratuitos y poner su rostro armónicamente en los cuerpos de las actrices porno, a fin de que parecieran fotos reales, las cuales, luego, envió al número que el guardaespaldas le había brindado.
Esa noche entraron a su casa, lo amordazaron, ataron sus manos y pusieron una bolsa en su cabeza, lo subieron a una camioneta para llevarlo a un sótano donde cuatro hombres musculosos lo golpearon hasta cansarse, y cuando los moratones cubrieron hasta el último centímetro de su piel, lo dejaron colgando de cabeza por lo que le pareció una eternidad.
Por la mañana, antes de que la presión ejercida por su propia sangre le reventara le provocara un derrame cerebral, los mismos hombres repitieron la sesión de golpes, y al acabar lo dejaron tirado en el piso, babeando y sin fuerzas para ponerse de pie. Entonces, la puerta se abrió y por ella entró Miguel García cargando un revólver antiguo con una parsimonia protocolar.
—¿Este es el hijo de puta que se folló a mi hija? —cuestionó teniéndolo tendido frente a él—. Es una mierda. El buen gusto murió conmigo, ¿no les parece, muchachos?
Los guardaespaldas rieron con sorna en tanto García realizaba un gesto para que le sacaran la bolsa de la cabeza a Drew y sus risos ensangrentados le impidieron ver con claridad.
—Supongo que hasta para mí sería un exceso meterle un palo en el culo a un adolescente. Al menos de cara no es tan feo. Podría haber sido peor... podría haber sido negro.
Drew respiraba con mucha dificultad. Trató de levantarse, pero sus brazos temblaron y cayó estrepitosamente, produciéndose mucho daño, algo que los guardaespaldas festejaron entre vítores y burlas.
—Vas a morir —anunció García con la voz apagada—. Me daré el gusto de hacerte sangrar con mis manos, igual que tú la hiciste sangrar a ella.
El hombre miró a su al rededor para confirmar si alguno de sus guardaespaldas tenía los huevos de reírse de aquella broma, pero estos, acostumbrados a cuidar hasta el gesto más mínimo, reaccionaron con una horda de insultos al muchacho y a todos sus ancestros. Drew, por su parte, bufaba palabras inentendibles por la mordaza que cubría su boca, algo que hizo que las burlas aumentaran, aunque García no pudo evitar sentir curiosidad y ordenó que se la sacaran. Entonces, el muchacho protestó:
—¿Vas a matarme de un disparo, cabrón? Yo a tu hija la puse a cuatro patas y la hice gritar de placer... —La culata del revolver le impactó de lleno fracturándole un pómulo, mas el muchacho, luego de recuperarse tanto como pudo, continuó—. La agarré de su lindo cabello negro con mi puño cerrado. ¿No vas a ser lo suficientemente hombre como para mancharte las manos y matarme a golpes?
El padre de Luz permanecía inexpresivo, mirándolo fijamente con el revolver cargado apuntando a su frente. De repente, exclamó:
—¡Tienes razón! No te voy a meter un palo en el culo, pero no me iría a dormir tranquilo si no supiera que maté a golpes al gilipollas hijo de puta que le quitó la virginidad a mi hijita, y que encima tuvo los huevos de sacarle fotos desnuda y mandárselas a mis hombres. Generalmente dejaría que ellos se encarguen de esto, pero mejor que sea de asunto de caballeros. —Por primera vez desde que se habían visto, Miguel García sonrió con sinceridad y le indicó a sus hombres que desataran al adolescente moribundo y lo obligaran a pararse para así sacarse las ganas de reventar sus huesos a golpes hasta quedar saciado.
Drew tenía un andar atáxico, García se colocó unas nudilleras de acero que le habían traído sus muchachos, los hombres del traficante hicieron una ronda grande a su alrededor y comenzaron a grabar.
El video resultó cuanto menos curioso: una habitación en penumbra apenas iluminada por un foco cenital de tonalidades amarillentas, un adolescente de risos magullado y ensangrentado haciendo un esfuerzo magro para mantenerse en pie en tanto un hombre entrado en años se preparaba para darle la golpiza de su vida. De pronto, el hombre arremete contra el joven y este, con una agilidad impropia de su condición, desvía su golpe y le incrusta los dedos en la garganta para así arrancársela y lanzarla con fuerza contra el único foco que colgaba del techo, momento en el cual la luz desaparece y no se puede apreciar nada más que el sonido de los guardias siendo brutalmente masacrados en la oscuridad.
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