III . Vida
La muerte es lo único seguro que tenemos en la vida y muchas veces no se es consciente, María ya lo era, sabía que podía morir en cualquier momento pues su vida había pendido de un hilo.
En el suelo, liberada por los sentidos y al mismo tiempo presa de su cuerpo que liberó adrenalina ante lo que sucedía a su alrededor; su corazón fue en picada, y su cerebro, no logrando procesar lo que ocurrió, como en un sueño ante la amenaza se despertó en ataque de pánico.
La nariz rota, el labio inferior abierto, en su boca el sabor de la sangre combinado con el de las lágrimas que le mojaban el rostro. Tenía las manos en el pecho, sintiendo las palpitaciones frenéticas de su corazón junto con el exhalar de su pecho al llorar a gritos.
El infiltrado que estaba dispuesto a matar a golpes a Olivia murió asesinado por el arma que disparó Peggy y que tiró al suelo para correr detrás de Howard al auxilio de quien, al no sentir dolor y no tener ningún pensamiento en su mente rota, iba perdiendo conciencia.
Inhumanamente, Carter hizo a un lado el cuerpo del infiltrado, encontrando a una Olivia inconsciente, hecha un ovillo sobre la sangre que se había hecho charco.
—Hay que llevarla a la enfermería —dijo Peggy. Acostumbrada a ver ese tipo de imágenes estaba apenas un poco alterada—.
Al otro lado de la habitación, mientras María no dejaba de llorar desesperada en su shock, Steve combatía contra el infiltrado que había matado al científico Abraham.
El ruso, con un par de golpes propinados por el soldado, se rindió, cayendo al suelo con Rogers encima de él que tomándolo del cuello de su camisa, lo amenazaba.
—¿¡Para quién trabajas!? —Steve, entré dientes—.
—Hail Hydra.
Fueron sus últimas palabras. Del apretar de sus dientes se desencajó uno de ellos el cual mordió envenenandose a sí mismo, sin dolor y rápido, todo para evitar ser interrogado a través del sufrimiento.
El noble corazón de Steve se apachurro, él, petrificado al ver una muerte debajo de sus manos, quiso llorar pero, el llanto de María se hizo más agudo, más desesperante, suficiente para llamar su atención.
Steve Rogers acudió a la ayuda, llevándola en brazos por dónde salió Peggy Carter y el ingeniero que le dio la fuerza y velocidad para poder alcanzarlo a donde sea que fueran con la otra lesionada.
Sin sonido, se anunciaba la emergencia por medio de sirenas en toda la base militar, incluyendo los pasillos por los que corrían Peggy y Howard, él, que con esfuerzo llevaba a Olivia en brazos.
Sus respiraciones apuradas, el murmullo de sus pasos se acompañaron por el eco de otros pies, unos descalzos que corrían y un llanto desesperado que devolvió en sí apenas un poco a Olivia; Steve, con la rubia en brazos.
Las pacientes lesionadas física y mentalmente llegaron a los paramédicos que iban hacia donde había ocurrido el altercado. En camillas, las ingresaron a la enfermería en donde las atendieron con prisa, llevando a Olivia a una sala aparte para revisión.
—¡Olivia! ¡No! —gritó más fuerte que nunca. Por su mente se cruzó lo peor cuando vió cómo se llevaban a Olivia inconsciente en una camilla—.
Carter esperó por Olivia, Howard asistió ante María que alteraba el silencio del lugar con gritos y llanto que sólo se controló cuando la inyectaron, haciéndola dormir.
Silencio. Luz sobré su rostro. Olor a hospital. Los ojos cerrados al saber que la iban a tocar.
Las manos del doctor en el tórax medio que con un tierno apretar diagnosticó golpes con la queja dolorosa de Olivia. Tomó su afilado rostro, viendo el dramático puñetazo en el párpado; con la eversión de este vio el ojo y con la ayuda de una luz no halló daño en la retina, descartando gravedad. Por último, tomó su mano derecha viéndola sangrar, con un par de vidrios incrustados en la piel.
—Haremos rayos X, —levantó la vista el médico para hablarles a sus enfermeras— preparen la máquina, desnudenla para el estudio, pero antes de todo, administrenle aminopirina.
Dolía para respirar, dolió su cuerpo entero, después ya no, después del compuesto antiinflamatorio y analgésico que le hicieron tomar, se sintió, bien.
Cuando regresaron a Olivia a la sala, estaba despierta, con su vestido apestando a sangre seca y en un bolsillo, el frasco de tabletas. Asistida con vendas en el tórax medio para inmovilizar su tronco y hacer compresión, vendas también en su mano derecha ya suturada y limpia de vidrios, con la aminopirina en su sistema que le había quitado el dolor por completo.
El doctor, entrando con su paciente, Carter asistiendo a la mujer por la que sentía pena. Se reunieron alrededor de ella.
—Los rayos X no encontraron fracturas, está usted bien —el Doctor, mirandolas—. Todo está bien, sólo es que esté tranquila y se administre aminopirina, sólo si hay dolor.
—¿Modo de administración? —Olivia, siendo consciente del dolor pero no de lo que había pasado—.
—Ante dolor leve, una tableta cada seis horas, —el doctor guío su mano a la cadera derecha de Olivia de dónde sacó el frasco de pastillas— si es moderado, una tableta cada cuatro horas y si es severo, no hace falta que le diga, acuda al hospital.
El médico le dio en manos el bote de pastillas. Olivia le puso atención al frasco etiquetado color anaranjado; Aminopyrine. 100 tabletas de 0.5 gr.
—Por favor, tome con precaución.
—Vale, gracias —en realidad no dándole la suficiente importancia a lo que decía el doctor. Volteó a Peggy—. ¿Y María, Howard?
—Señorita, —la llamó con seriedad, mirándola por sobré sus gafas— se lo vuelvo a decir, tome con precaución, la dosificación máxima diaria recomendada es de dos a tres gramos al día y si puede, que sea de dosis única.
—De acuerdo, sí escuché. —Olivia, sonriéndole al doctor—.
—Bien. María está perfecta, ya está tranquila con la única dosis de Seconal qué le administramos. —El doctor, despidiéndose así— Con su permiso.
Se quedaron solas. Peggy se dirigió a Olivia, abrazándola.
—Howard está con María. —le acariciaba la espalda con cariño para consolar— ¿Estás bien?
—Sí. —se deshizo del abrazo lo más rápido que pudo. No le gustaban— Ayúdame, quiero ver a María.
Puso sus pies descalzos en el azulejo blanco del piso. Peggy, tomándola del brazo, la ayudó a levantarse y a caminar unos pasos, esperando con ella unos segundos a que el mareo que la invadió la dejara avanzar.
Minutos antes, en el Laboratorio de Transformación, llegó Steve con unos camilleros que fueron por los cuerpos muertos, llevándose el del científico Abraham Erskine y con él, las lágrimas avergonzadas del General Philip junto con su chaqueta militar como sábana mortuoria ante la ayuda del científico a una nación que no era suya.
El último cuerpo se fue y todos los inversionistas, expectantes por saber si el suero había sido salvado, bajaron al laboratorio.
Steve siguió al militar mayor que caminó secándose las lágrimas por la muerte del científico. Llegó al área encontrando lo que no quería; negó con frustración, apretó los dientes llenó de rabia.
Los socios llegaron detrás del militar mayor. Juntos, encontraron la ampolleta hecha añicos y el suero, perdido, mezclado en sangre.
—¿No hay más? —dijo uno de los inversionistas—.
—No... —murmuró—.
—¿Qué harás para nosotros ante está pérdida millonaria? —molesto ahora, otro de los inversionistas—.
El General, dándoles la espalda, no se dio cuenta de que el hombre beneficiado con el suero y todo su consejo de inversionistas estaba detrás de él pidiendo lo que dieron.
—¿Qué hay de quienes en la inversión dimos más del 50% de nuestro capital? —Otro, alejándose por el asco que le provocó ver y oler la sangre hecha charco en coagulación—.
—Está vez prometiste un ganar, ganar, no se trataba de altruismo —agregó otro— por eso como nunca, tienes inversionistas.
—Sí, tal vez por eso hubo infiltrados —ironía uso otro— ¡miren cómo terminó todo!
El General camino a las escaleras haciendo que los hombres ahí reunidos se alterarán por su huir.
—Yo lo arreglaré, esperen aquí, por favor. —Apenado—.
Steve se sintió único, se sintió observado, supo entonces que estaba condenado por ser lo único que mantenía viva la fórmula. El General salió del laboratorio, con un Steve asustado detrás de él. Caminaron a pasos agigantados a la enfermería.
Entrando a la clínica, encontró a Howard junto a una rubia en sueño profundo.
—¿¡Dónde está Colombo!? —gritó, frenético—.
—General...
Un segundo de silencio en el que logró escuchar la voz de Olivia en una de las habitaciones.
Howard fue detrás del General Philips que entró a la habitación de Olivia, azotando la puerta, llamando la atención de las mujeres que dirigieron su vista al hombre cabreado que había entrado.
—¿Qué pasa? —Peggy—.
—¡Cómo se te ocurrió romper la ampolleta del suero! —gritó el General, su rostro enrojecido por la ira— ¡Ese suero valía millones y ahora es basura gracias a ti!
—Cálmese, General. —Intervino Howard, poniéndose delante de Olivia para protegerla—.
—¡Tú eres la culpable, la estúpida que ha arruinado todo! —señalando a Olivia, escupiendo al hablar—. ¡Fue una puta idiotez de mujer!
—¡Eso es suficiente! —Peggy, uniéndose a la protección de Olivia—.
Olivia soltó la mano de Peggy con algo de miedo a caer al suelo, del hombro quitó a Howard de su pasó para hablarle de frente y sin miedo al que le gritaba.
—A mí nadie va a venir a gritarme y menos un perro como usted. —serena—.
—Lo que hiciste fue una idiotez, un acto de traición. —Entre dientes—.
—¡¿Cómo se atreve a acusarme de algo así?! —Olivia se acercó más al General, su rostro encendido— ¡Usted que puso a todos en riesgo al no prevenir infiltrados, al invitar nuevos inversionistas sin conocerlos! ¡Usted que me ordenó hacer negocios con HYDRA! ¡Usted que me utilizó!
Howard y Peggy se miraron al mismo tiempo, sorprendidos no sólo por la valentía en el habla que mantenía Olivia a pesar de su estado anímico y físico, también por tal confesión.
—¡Cállate, perra! —rugió el General. Estaba atrapado en la verdad— ¡No te atrevas a cuestionarme! ¡Soy un general y tú eres una insignificante mujer!
—¡Alto! —dijo Carter sin resultado. Llegó ante el General que no se inmutó cuando quiso llevarlo afuera—.
—¡Yo soy la que ha demostrado tener verdadero valor y coraje! ¡Nadie más se acercó a ayudarme en defender la supuesta solución a la guerra! —llevó sus manos al abdomen, con dolor—.
—¡Eres culpable de una pérdida millonaria!
—¿Millones? ¿Sabes qué vale más que tus millones? ¡La vida, la libertad, la dignidad! ¡Eso es lo que defendí al destruir ese artefacto, sino en manos de quién estaría ese suero o en venas de quién está ahora! —decidida, sin perder el control de sus emociones—.
—¡Es que tú no tienes idea cuánto vale un solo mililitro! —gritó el General— ¡No tienes idea de lo que has hecho!
—Sólo sé que es un hipócrita —Olivia lo enfrentó, su voz llena de veneno—, un cerdo que solo piensa en su propio beneficio.
—No y por beneficio de la nación, al ser tú la culpable, más te vale que cubras la responsabilidad si no quieres sufrir las consecuencias... —contradijo, siendo jalado del brazo por Peggy—.
—Vete —Olivia, sintiendo una descompensación. Se tomó del brazo de Howard— Lárgate. Vete a dónde te hagan sentir superior porqué a mí no me das miedo, ni me ordenas.
—Ésto no se va a quedar así. —dijo entre dientes—.
—Por supuesto que no se va a quedar así. —antes de que la amenazara— Olvídate de mí apoyó a tu organismo de mierda, en capital y armamento.
Howard dirigió a Olivia con Carter.
—General, vamos afuera, yo le daré una solución, vamos por favor... —Howard, tomando al general de los hombros para salir de ahí—.
—¡Te vas a arrepentir de haberme desafiado! —gritó antes de irse—.
El mandatario tuvo que salir de la enfermería, esperando afuera a Howard que se quedó con Olivia.
—Peggy, por favor llévate de aquí a Olivia, sino es el General, los inversionistas vendrán por ella —Howard, alterado, diciéndole a su amiga— llévala al puerto y ahí esperenme, súbela a la nave Candy.
—¿¡Al puerto!? —enojada, también fuera de sus casillas—.
Creyó que el coraje le causó náuseas junto con un mareo que casi la desmaya. Decaída, Olivia se sentó en la cama con la ayuda de Carter.
—Sí, íbamos a tener un viaje ella y yo y con ésto, más que nunca tenemos que irnos con mucha esperanza.
Peggy tenía muchas preguntas pero decidió guardarse cada una de ellas para no preocupar más a Howard.
—Está bien.
—Váyanse y por favor, Peggy, cuida mucho de Olivia.
Howard se hincó ante Olivia, besándole la mano y quitándole el anillo de vibranium de la misma.
—Todo estará bien.
—Mi anillo, Howard...
Stark salió de la habitación de Olivia, viendo a María acostada, aún dormida en su camilla. Se dio unos segundos para verla de lejos y así, despedirse de ella pues en par de horas debía estar en un barco.
Steve entró a la habitación donde la pelea ocurrió.
—Steve, ayúdame. —Peggy, levantando con dificultad a Olivia de la cama—.
Se había descompuesto de un segundo a otro la valiente Olivia. Peggy atravesó el brazo de Olivia sobre sus hombros, haciéndola caminar, casi arrastrándola para salir de la enfermería.
—Tenemos que salir ya. —le habló a la castaña que apenas se sostenía de pie, mirando a María—.
—Vámonos. —Steve, decidiendo alzar en brazos a Olivia para irse lo más pronto posible—.
Cuando estuvieron afuera llamaron al primer taxi que se les atravesó. Subieron y se despidieron de Steve que, mirando su nuevo cuerpo, sintió la necesidad de huir con ellas ante lo objetalizado que se empezaba a sentir por lo que recorría sus venas.
Después de cruzar varias calles para llegar al puerto, bajaron juntas del taxi, adentrándose a la multitud de gente, tomadas del brazo para no perderse y cuidando así que Olivia no perdiera fuerza y cayera.
—¿Cómo te sientes? —Carter, guiando a Olivia, yendo atenta al nombre de los barcos y de su protegida—.
—Con mucho, mucho sueño... —con una mano en el abdomen ante el dolor—.
—Aguanta un poco más, cuando estemos en el barco podrás irte a recostar—
Caminaron un poco más hasta que Peggy leyó en el costado de un barco alzado majestuosamente en el agua, de estructura imponente y elegante el nombre que buscaba; "Candy". Caminó con Olivia hacia el barco que transportaba en la terraza máquinas de carga.
—No, este no es —entrecerrando los ojos por el fuerte sol, molestándole también por el puñetazo en el ojo derecho. Arrugando el ceño vio las máquinas simples en la terraza del navío—.
—Sí, mira. —señaló el nombre del embarqué— Candy.
Contuvo una maldición en su boca al no creer que fuera aquella su preferida nave. Mientras subía las escaleras con la ayuda de la Agente Carter, negaba enojada, viendo lo horrible que se veía su bebé con esas poleas arriba.
El barco había sido remodelado con todo nuevo. Todo brillaba ahí en limpieza y madera recién barnizada como el suelo pulido. La de terraza amplia se veía mejorada y acogedora, eso convenciéndola de que el viaje era buena idea para disfrutar del sol y la brisa marina.
Había hombres que caminaban por ahí en la cubierta cargando cosas esenciales para la expedición. Las miraron de reojo.
—Qué bonito barco —dijo Peggy, mirando cada punto—.
—A excepción de esas máquinas, es precioso en todos lados. —sonrío Olivia, caminando en la terraza con los pies descalzos—.
Peggy siguió a Olivia. Se sentaron en una banca que había en la terraza, una que estaba junto a una puerta.
—Perdón que pregunte, pero, ¿de qué se trata el viaje? —se sentó a lado de Olivia—.
—Howard me pidió que fuera discreta, es mejor que te lo diga él.
—Bien —dice, Peggy, apenada—.
Olivia respiró profundo, como si el mar tuviera un olor. Se sentía en paz y realmente no era como pensó sentirse respecto a ese viaje y no era lógico ante los golpes que le adornaban el cuerpo debajo de su vestido manchado de sangre.
—Iré a dormir, de verdad lo necesito —se levantó con dificultad de la banca—.
—Sí —se levantó dándole la mano para despedirse— Yo esperaré a Howard pero antes de que te vayas, quiero reconocer lo increíble que actuó hoy por la nación.
—No hace falta —Olivia, sonriendo incómoda. No recordaba nada—.
—Buen viaje y esperó te recuperes.
—Gracias. Con permiso.
Despidiéndose de la Agente, la puerta que había al lado, abrió.
Escalera de trece escalones que bajó para llegar al par de habitaciones principales. Se adentro a una, internándose en el barco que la llevaría lejos, más de lo que podía prever.
Quitándose el vestido manchado, escaneó la habitación, notando la limpieza de los muebles sin una mota de polvo, el olor de las rosas en una mesa de vidrio en medio de la habitación, el sonido blanco del mar escuchandose en ese recóndito cuarto apenas iluminado por una ventana circular.
Se acostó en la fresca cama de sábanas blancas quedándose dormida tan pronto cerró los ojos.
Después de un par de horas el sol fue fundiéndose con la tarde ante su caída al mar en el horizonte. La temperatura había empezado a bajar con el viento, el qué traía la noche y consigo a Howard con planos y mochilas colgando de sus hombros y una sección de militares proporcionados por el General ante el trato que hicieron.
Ordenó Howard a la nueva gente, fueran a la cabina de control todo mientras Carter caminaba hacia él muy enojada. Más allá de estar harta de esperar, quería una explicación.
—¿Y Olivia?
—¿Qué solucionaste?
—¿Dónde está?
—¿De qué se trata el viaje?
Las gaviotas hacían su peculiar chillido en ese horario del atardecer. El mar estaba intranquilo como si anunciará algo o a alguien y Howard acompañaba su sentimiento.
Las calderas estaban en funcionamiento desde la hora real en la que debieron haber salido. La enorme tripulación estaba lista para salir, sólo esperaban la indicación del recién llegado.
—No puedo decírtelo. —Howard, intranquilo—.
—¿¡Por qué!?
—Porqué ni siquiera al general pude decírselo —Quería llorar. Apartó los ojos de su amiga que lo fusilaba con los suyos—.
—Se supone que somos amigos.
—Vete, por favor —caminó a pasos gigantes a la cabina—.
—¡Dime! —Carter lo detuvo del brazo—.
Realmente estaba preocupada. Una punzada en el corazón le ordenaba detener todo en ese barco, un algo en el rostro de Howard desde hace días, lo relacionaba con todo hoy.
—Lo único que te puedo decir y pedir es que hagas algo aquí por Olivia; va a ser acusada de traición.
—¿Cómo?
—Civil o militar, no lo sé, pero algo has de poder hacer.
Howard se jaló de Peggy dejando a su amiga ahí, en medio del barco. Cuando llegó a la cabina a unos de sus hombres les ordenó que la escoltaran fuera y a otros, a toda la tripulación, emprender el viaje.
Media hora después el barco dio avance y aunque la gente esperaba que lo primero que hiciera Howard fuera dar indicaciones del viaje, él salió a la terraza del barco para ver la ciudad extiendose en un panorama vibrante y colorido del atardecer tórrido por el sol en sus últimos minutos, minutos en los que el barco se deslizaría suavemente por el agua y durante los próximos días.
Después del espectáculo natural para sus ojos, Howard entró a dar indicaciones a los oficiales de mando y navegación, indicaciones que se dirigieron luego a los ingenieros y técnicos de las calderas, turbinas y sistemas de propulsión, marineros en tareas de mantenimiento, reparación y operación del barco e incluso el personal de intendencia pues todos trabajaban en equipo para asegurar que el barco estuviera siempre operativo y listo para responder a cualquier situación. Era un trabajo exigente y requería una gran cantidad de habilidades y conocimientos técnicos, para ello traían a los mejores.
Horas estuvo Howard en el puente de mando, el corazón del barco donde el capitán y su tripulación controlan la navegación y la comunicación. Ahí planificó con ellos la ruta de la expedición sin necesitar más nada que sus libretas y conocimientos de todo un año.
—Iré a dormir. Buenas noches a todos. —Howard antes de salir—.
La velocidad del navío chocaba con el viento. Un frío reconfortante. Exhalando, se quitó el saco, se sacó los tirantes y se talló los ojos cuando creyó ver un espejismo a la orilla de la cubierta; una mujer.
Olivia, bañada, perfumada, como un fantasma, en camisón blanco y cabello suelto, largo, castaño que volaba con el aire y el humo de su cigarrillo, veía la intensidad de la oscuridad del mar, el nihilismo real en su vida.
La madera crujió bajó el paso de Howard. Olivia volteó a él.
—¿Por qué no te lanzas? —bromeó, caminando hacia ella—.
—¡Al fin te veo!
—¿Qué?
—¿¡Qué hacen esas mierdas en mi barco!? —señaló las máquinas al otro lado de la cubierta—.
—Por tu culpa he perdido la cuenta millonaria de mis poleas y te atreves a reclamarme. —molesta llegó con él—.
—Sólo tú le tienes miedo a ese idiota —dijo Olivia, dándole una calada a su cigarrillo—.
—Si esté viajé no sale bien, si tú no cooperas, si simplemente mis poleas no son lo suficiente para...
—Idiota —sólo eso se le ocurrió decir cuando escuchó lo que le decía— Pude morir y a ti sólo te preocupa el dinero.
—Olivia —la tomó de los hombros, volteandola a él—.
—No estuviste ni un poco preocupado por mí...
—Estoy preocupado por ti -su rostro convenció a Olivia— Debemos pagar o cuando regresemos la acusación en tu contra por traición al Estado será un hecho.
—¿Qué? —salió como un suspiró. Sus ojos se empañaron—.
Unas lágrimas resbalaron por sus mejillas. El cigarro que tenía en la mano derecha vendada, lo apagó en la izquierda, quemándose. Lloró con razón real, física, pero, no dolió como debería.
—El general pondrá todo de sí para hundirte si no pagas, me lo dijo, lo hará. —veía su rostro apenas iluminado por el cuarto creciente de la luna—.
—¿Me mandará a la Corte Marcial el desgraciado? —trató de no llorar más. Rascó la quemadura de cigarro en su mano, haciéndose daño—.
—No sé, no me quiso decir, yo...
—Me van a matar —temblaba debajo de las manos de Howard—.
Las piernas de Olivia flaquearon. Cayó al suelo, llorando desesperada, asustada. Howard se tiró con ella y la enredó en sus brazos. Besándole la frente, acariciándole su largo cabello castaño, metiendo la mano debajo de su camisón para acariciarle, cerca de lo inocente, el muslo. De verdad le dolía verla llorar.
—Regalé el vibranium por ti.
Pensó que con eso podría tranquilizarla, creyó que eso la alejaría del futuro próximo después de ese viaje, en esos días pero, lo cierto era que ella seguía creyendo que ese viaje no servía de nada.
Sin embargo, la comprometió, la ponía en deuda con él por lo que hizo por ella sobre algo que le importaba; el vibranium.
Tal acción era una piadosa mentira, una culpabilidad que se atribuyó Olivia, un falso amor que solita se inventó ante esa falsedad que la hizo sentir importante para él y con el poquitito amor, viva. Estaba condenada.
—¿Cómo hiciste eso? —le dijo, conmovida—.
—¿Ya tomaste tu medicación?
Muchas, muchas gracias por el apoyo que recibe esto.
No se si vengas de TikTok o simplemente buscando una historia, pero te pido continúes leyendo y disfrutes.
Si hago los capítulos tan chiquitos es porque quiero que me leas tal vez mientras esperas tu transporte o antes de dormir o tal vez en una hora libre de clases o trabajo o por ocio. Me gusta pensar que lo que escribo pueda estarte acompañando en tu día.
Gracias. Sigue leyendo y recomienda.
Te amo, come bien y toma agua💖
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