I . Necesito un barco

Lunes 1 de abril 1943

Olivia, sentada en una de las sillas de cuero finas admiraba cada lujoso aspecto del despacho perfecto de Howard Stark; las paredes llenas de reconocimientos, documentos y arte al óleo en cuadros, los accesorios del escritorio que aún despedía el olor a madera fina.

Desesperada, jalando pedazos de piel alrededor de sus uñas, sintiendo sus latidos andar fuerte junto con los segundos de un reloj en el lugar, estaba.

La mujer, para ocultar su fragilidad e incontrolables nervios por la personalidad a la que esperaba, usaba una apariencia imponente; vestía un elegante traje color verde con tacones altos y tenía su cabello castaño claro recogido en un lujoso broche.

De pronto la puerta se abrió presentando a un hombre castaño de fresca sonrisa que lucía impoluto desde su vestir y bigote. Olivia volteó a él, molesta y emocionada por verlo otra vez.

—¡Olivia! —saludó Howard Stark—.

—Howard. —saludó de vuelta, levantándose de su asiento—. Treinta minutos tarde y el que me citó fuiste tú.

Se dieron la mano y Olivia así pudo oler su presencia atractiva y loción, conjugada con el traje negro a la medida que el caballero lucía. Era muy débil cuando se trataba de él.

—Nena, ambos queríamos vernos. Bésame. —Pidió juguetón acercándose a ella—.

—¿Qué quieres? —preguntó empujándolo—.

—Contigo, muchas cosas. —besó su mano, conquistando con sus ojos café—.

—Howard... ¿Me hiciste esperar sólo para ésto? —Se cruzó de brazos, enojada—. Tal vez si me hubieras atendido rápido mis piernas ya estarían abiertas para ti.

—¡Qué lástima! —Bromeó—.

Olivia se sintió humillada con aquel comentario y más aún por el tanto tiempo que esperó sin razón. Caminó a la salida, haciendo sonar su tacón.

—¡Necesito un barco! —Deteniendola con su voz antes de que cruzará la puerta—.

Olivia volteó hacia él, dándole un rostro de incredulidad. Sus aretes se movían junto con su mente ante lo que escuchaba.

—¿Me estás jodiendo, verdad? —Inclinó la cabeza enojada y harta—.

—¿Por qué, belleza? —Acudió a ella, tomando su mano y volviendo a cerrar la puerta—.

—No sé sí se te olvida. —Fingiendo calma— ¡Estamos en una puta guerra!

—Lo sé, cariño, pero de verdad necesito un barco y máquinas de carga. Necesito explorar. —Entusiasta, molestando a Olivia con esa actitud—.

—Howard, buscate otro coño y otro imbécil que te dé un barco para esta estupidez, yo me largo. —Volvió a intentar salir—.

—Lo dices como si no tuviera más coños. —Haciéndola enojar. La tomó del brazo, no dejándola ir—. Pero tienes razón, no tengo otro imbécil que me de un barco.

Ella no rio, solo lo miró, cansada de su juego.

—¿Crees en las leyendas? —La tomó de los hombros y la sentó en la silla—.

—Cuentos querrás decir Howard y no ¿Eso qué tiene que ver con tu locura? —Con su actitud molesta—.

—Mira, estamos apenas a mitad de la guerra y mi ejército necesita armas. —Se puso de rodillas junto a su silla, mirándola, tomando su mano adornada por manicura rojo—.

—¿Qué vas a encontrar en el mar para tu ejército? ¿Un barco alemán? —Se burló de él. Quitó su mano y fingió limpiarla sobre su traje a la medida—.

—No, armas, material. —Levantó sus cejas tratando de convencer— ¿Has escuchado del vibranium?

—El metal más fuerte del mundo. Es un cuento. —Mirándolo a sus pies—.

—¿Y sí no? —Se levantó yendo a su asiento—.

Olivia, lo observó enamorada, encontrando en él esa chispa entusiasta y sobre todo, imparable.

Del escritorio, de un cajón largo, inferior, el hombre sacó un mapa de América que perfectamente entró en la mesa. Con un lápiz señaló el sur de México.

—Quiero ir aquí. —Señaló la península de Yucatán—.

—Es un viaje largo. Es propiedad mía. No es seguro. Me largo. —Con ironía, atropellando sus palabras—.

—Nena ¡Por Dios! ¡Coopera! Lo que se encuentre, prometo que las ganancias serán 30% tuyas y será un viaje con mucho de tú, yo, arriba, abajo, donde sea. —Levantó las cejas un par de veces, coqueto—.

—¿En ese orden? —sonrió coqueta—.

—Sí, linda. —Se aproximó a ella, tomándola de la cintura para tenerla cerca—.

—¿Y si morimos? —Jugó casi convencida—.

—¿Eso es malo?

Howard se acercó a los labios rojos de Olivia pero ella apartó su rostro de él, sonriendo y exhalando en burla. Asintió sin escapatoria.

—¿Qué dices, querida? —De nuevo cerca de ella, está vez a un lugar que no le podía quitar, su cuello—.

—¿Cuándo zarpamos? —se apartó de él, con miedo de caer en su labia tan pronto—.

—¿Recibiste invitación del ejército para el Lunes 22 De Abril?

—No… —Arrugó la nariz, extrañada—.

—Vi tu nombre en la lista de asociados ¿Por parte del ejército, no te pidieron una fuerte suma de dinero a finales del año pasado?

—Sí y la proporcione pero no supe para qué era.

—Oh, —tomó de nuevo el cuerpo de Olivia por la cintura, deseándole de verdad— entonces eres mi invitada para ver la creación de un supersoldado, el avance biológico más importante del siglo y a un viaje por el Océano Pacifico.

—No entendí pero ahí estaré.

—Bien. —Contento dijo y atrevido le dio un beso rápido a Olivia, dejándola confundida y extrañada—.

—Eres un irrespetuoso. —Fingió su emoción—.

Olivia se soltó de él y de la silla, tomó su bolso.

—¿De verdad me dejaras con las ganas? —Le habló viéndola salir del despacho—.

—Es tu castigo por hacerme esperar. Hasta entonces Howard.

El cuerpo de armoniosa figura, Howard vio salir, quedándose con su aroma y el deseo carnal de los amantes que disfrazó con el olor de un cigarrillo y con el trabajo que regresó a hacer sobre su mapa; coordenadas que les daría un recorrido correcto y sería testimonio del mar que visitarían.

Olivia salió del edificio, dando por terminado su día. De camino a casa, anotaba algunas cosas en su diario, cómo lo que vio y habló con Howard, cosas importantes que era mejor recordar; todo su día.

Llegó a su casa solitaria y se resguardo en su habitación, para también celebrar su próximo viaje y planearlo, pues, debía anotar todo lo que se compraría para el barco: comida, lámparas, medicinas, hombres y muchos, muchos condones. Debía cerrar el capital y comenzar cuanto antes a surtir la nave.

Sus anotaciones las hacía acostada en cama, con el ruido de la TV de fondo mientras bailaba una pluma en el papel de su libreta, escribiendo lo que había sido ese día “terminado” antes de seguir con sus presupuestos.

<Ana. Lunes 1 De Abril 1943

Hoy he fijado fecha para mí viaje a Milán, lugar de residencia donde seguirán los esfuerzos por un avance tecnológico del entretenimiento que va a alterar la forma de ver la vida; la televisión a color.  Los tratos van y vienen. Que se cerrará hace más de un mes el negocio con una de las empresas más importantes de Estados Unidos, no fue importante a comparación de hacer tratos con una gran empresa Latinoamérica, perteneciente al país sureño, México>

Su mayordomo, María, nombre que no ignoraba porqué se trataba de una mujer bella, rubia de ojos azules y piel blanca entró a la habitación.

—¿Qué pasó? —le preguntó Olivia, dejando su anotación—.

—¿Se le ofrece algo de beber o comer? —Estaba cerca de la puerta, esperando indicaciones—.

Olivia se quedó un momento callada, sólo mirándola.

—¿Señorita?

—¿Puedes venir? —dijo tierna, señalándole un lugar junto a ella en la cama—.

María, su mayordomo, su "amiga", la única persona con la que mantenía una plática de más de tres minutos que no tuviera que ver con trabajo, hizo caso. Olivia, por órden de mirada, la hizo acostarse a su par.

Miraron un rato en silencio algo en la TV antes de que la rubia se decidiera por hablar.

—Señorita… —en la tranquilidad rara de Olivia, dudo en decirlo pues era un tema que siempre la alteraba— su madre le mandó una carta, otra.

Hubo un momento de silencio, tal cual como cuando entró María a esa habitación.

—Esa mujer sólo me escribe cuando quiere dinero. —respiro profundo, afectada—.

—Es la doceava carta del año, tal vez sea algo importante.

—Quiere dinero. —Se talló la cara, enojada, alterada— ¡Por Dios! Toda mi fortuna se la quedará ella cuando yo muera, no sé qué más espera de mí.

—Señorita, —rio, intentando que no se enojara— es más probable que ella muera antes que usted.

—Ese es el chiste. —Le sonrió con burla—.

Volvieron a ver la TV, calladas. María sin saber qué más decir y mucho menos cómo salir de ahí, de esa incómoda situación. Olivia se removió en la cama para sentarse, pegando su espalda en la cabecera.

—Necesito sacar un permiso para zarpar y que envíes un telegrama al tesorero mañana en la mañana.

—¿Para qué el permiso?

—Tendré un viaje en quince días…

—¿A dónde?

—Lo importante es con quién, Howard Stark. —sonrió emocionada—.

—¿En este tiempo oscuro? No creo que sea correcto. —Regaño respetuosa, sentándose también—.

Olivia tomaba la aventura, sin permitirle a nadie que la detuviera en disfrutar, viajar, aún en medio de una guerra, gozaba y se permitía todo, como en esa ocasión.

—Lo sé ¿Pero perderé la oportunidad de viajar con Howard Stark?

—¿Ama al señor Stark? —María preguntó de golpe, con miedo ante su posible respuesta—.

—¡¿Qué?! —Molesta—.

—Hemos viajado a su encuentro sin saber qué quería, viajará con él sin objeciones y entiendo que el transporte será su barco… —Dándole una lupa a los sentimientos—.

Olivia no aceptaba cuestionamientos, sólo de María, una empleada que básicamente la cuidaba y aconsejaba. Después de tantos años la castaña había aprendido a escucharla para no perder los estribos de su vida.

—El amor es para los niños María y él sólo es muy atractivo y ya, por eso me tiene a sus pies… a veces.

—Claro. —rio a su par, fingiendo—.

—El secreto, María, es hacerles creer a los hombres que nos tienen.

—Sí… —Se ahorró palabras. Ya era peligroso contradecirla—.

—Es atractivo el tipo ¿No?

—Lo es. —Aceptó recordando que siempre que se veían, él le coqueteaba—.

—Y vieras que bien me lo hace. —carcajeo fuerte—.

—¿Le gustaría tener algo serio? ¿Tener hijos? ¿Alguna vez, ha pensado en tener hijos? —En sonrisa, de nuevo de golpe le preguntó la mujer de cabello rubio—.

—¿Él? Sí, me dijo que si tuviera un varón le llamaría Antony. —rio— Amo ese nombre, suena muy varonil. Siento que si Stark tuviera una hijo, sería igual de atractivo que él.

María la interrumpió.

—No evada mi pregunta, se lo digo a usted. —rio. Olivia la miró incrédula por su pregunta sabiendo su respuesta—.

—No Maria, no preguntes tonterías...

Hubo un momento de silencio incómodo, ese en donde Olivia dejó viajar su mente y María verle el rostro ilusionado.

—Aún es joven, señorita, tiene tiempo para todo. —María—.

—¿Puedo cambiar de opinión? —Su melancolía ocultó al mirar la TV—.

—Puede cambiar todo su presente para un futuro, uno hermoso. —Ánimo a alguien escondido en Olivia—.

Fueron segundos nuevos de silencio que dieron permiso a Olivia de recordar las veces en las que había sospechado un embarazo, las veces en que había interrumpido el destino a la fuerza para de milagro seguir viva después de haber perdido cantidades abismales de sangre hace apenas seis meses.

Jamás tendría hijos.
Era la falta de cariño y amor verdadero que la hacía dudar de un día, vivir con alguien para compartir la vida. ¿Casarse? ¿Tener hijos?
Alguien como ella, ¿Podría ser buena madre?

El dolor, la soledad abrazo a Olivia en el  silencio, en esa plática permitida por la actitud de la castaña, esa que tenía una pizca de melancolía por la fecha que representaba aquel día y el tema que hablaron.











¡Hola! ¡Disfruten esté inicio!

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