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CAPITULO 7
Cuando le veo caminar por el césped de la entrada doy por sentado que no piensa volver y me arrepiento de inmediato de haberle hablado así. ¿Por qué no puedo mantener la boca cerrada aunque sea solo un instante?
Bajo la mirada hasta el cojín sobre mis piernas y veo mi teléfono apoyado en él, tan tranquilo. Como si en el no escondiera lo que me ha causado tanto dolor esta misma mañana. Lo desbloqueo con manos temblorosas, no muy segura de hacer lo que voy a hacer y con un suspiro animador, abro la galería para buscar la maldita foto.
Me sorprende no encontrarla como última imagen enviada así que rebusco entre las otras carpetas y nada, no encuentro nada. Mi mirada viaja inconscientemente hacia la ventana, el jardín se encuentra vacío pero una pequeña sonrisa de agradecimiento aparece en mi rostro.
Gracias Daniel, por todo.
Sobre las nueve de la tarde aparece mi madre por casa con varias bolsas colgando de la espalda y una mirada de cansancio. Las deja caer en la entrada y dibuja una sonrisa para evitar que vea lo agobiada que se siente. Aun así, yo lo noto.
- Hola cariño. ¿Has pasado buena tarde?
- Sí, todo muy... normal. – Finalmente me levanto para ayudarla. Y digo finalmente porque desde que Daniel se fue esta misma tarde, no me he movido del sofá más que para cambiar de posición. No me atrevía a caminar sola por la casa, mucho menos subir a mi cuarto.
- Estoy agotada – Camina hacia la cocina estirando el cuello y vuelve con el ceño fruncido unos minutos después. – Ni siquiera has hecho la cena Ava, tengo un hambre atroz.
- ¡Perdona! Lo siento mucho se me ha ido la hora. Sube a cambiarte y ahora te preparo algo rápido. – Me levanto para instarla a subir a su cuarto y así centrarme en la cena pero en cuanto la veo en el piso de arriba se me enciende la bombilla.
¡Mierda!
Subo rápido detrás de ella y la veo para justo frente a mi puerta. Trago saliva y los sudores comienzan a formarse en mi cuerpo.
- ¿A qué huele?
- No lo sé. Tal vez sea la pintura. He estado pintando mi armario. – Le sonrío de forma nerviosa y ella me la devuelve agarrando el pomo de mi puerta.
- A ver qué tal te está quedando.
- ¡No! – Me coloco delante de ella y freno su entrada de forma tan directa que incluso se asusta. Normal, parezco una loca. – Quiero que te lleves una sorpresa, cuando esté acabado te lo enseño ¿vale?
- Está bien... - Retrocede despacio y suelta el picaporte, yo expulso el aire retenido y la animo a caminar hasta su cuarto.
- Voy a hacerte la cena. No entres y baja rápido que tienes que irte en media hora.
- Sí mamá, o debería decir... hija. – Se burla de mí y le saco la lengua mientras bajo por las escaleras.
Está bien, aguanta media hora y se irá, solo media hora.
Le preparo algo rápido y ligero para que no vaya a trabajar con el estómago hinchado y se lo come tan rápido como termino de fregar.
- ¿Estarás bien sola? Son muchas horas.
- No te preocupes, mañana cuando llegue estarás a punto de salir de trabajar tú por lo que no son tantas. Son las diez menos cuarto. Vete o no te dará tiempo a llegar. – Me acerco a ella y la envuelvo en un abrazo, más para mi tranquilidad que para la suya. Un poco de calor humano es lo que necesito es este instante y el de mi madre siempre me viene genial.
- Vale. No te acuestes muy tarde. – Besa mi sien y se levanta para colocarse el abrigo. Después se va.
Y vuelvo a quedarme sola. Sola en esta maldita casa enorme y fría.
Después de prepararme mi cena, cojo el ordenador y me siento en el sofá a ver una película de las pocas que tengo por quincuagésima vez. La noche se pasa bastante rápido teniendo en cuenta que el frío me acompaña en todo momento y sobre todas las cosas, la sensación de que en cualquier momento puede entrar el que ha destrozado mi habitación. La noche está oscura y una de las farolas que alumbran las calles no deja de parpadear, específicamente la que se encuentra frente mi casa. ¿Casualidad o destino? Diría algún romántico poeta. Claramente yo no soy ni romántica, ni poeta por lo que ahora mismo no me sirve de nada ese dicho y me decanto por la sospecha de que en serio alguien viene a por mí.
La medianoche acentúa sobre el cielo y mis ojos comienzan a cerrarse con pesadez pero mi mente no me permite dormirme. Un golpe en el piso superior me devuelve la energía de inmediato y me levanto como un resorte del sofá, casi tirando el ordenador al suelo. Trago saliva y mirando de lado a lado, corro hasta la cocina para coger un cuchillo.
Solo es un ruido, solo es un ruido.
La casa es vieja por lo que puede ser perfectamente un ruido sin mayor importancia. El puño blanco en mi mano me recuerda que llevo aún el arma conmigo así que tras esperar paciente unos minutos y no volver a oír nada, lo dejo en su sitio y vuelvo al salón sin mirar hacia las escaleras al pasar por delante. Si hay algún asesino en la casa prefiero no verlo. Acabo de decidirlo.
Si alguien tiene que matarme por favor que tenga la decencia de hacerlo mientras duermo, gracias.
Me pregunto por un leve segundo si tal vez es un gato que se ha colado por el tejado o que quien quiera que me haya destrozado la pared, se dejara una sorpresa de último minuto. Sea lo que sea no me muevo del sofá y cuando creo volver a escuchar el sonido de pisadas sobre mi cabeza tengo claro que no estoy sola. Y no es un gato.
Vuelvo a levantarme, esta vez colocándome detrás del sofá y quedando oculta a la vista de cualquiera que baje las escaleras. La madera con la que están hechas han vivido años mejores así que no me preocupa no oír los aullidos que suelta cada escalón al ser pisados. Me recojo el pelo en un moño alto y espero agachada tras el que se acaba de hacer mi mejor amigo.
Escucho el crujir de las escaleras cada vez más cerca y los latidos de mi corazón parecen acompasarse con los de las pisadas. Está aquí, conmigo.
- Ava. – Susurran y se me eriza la piel. ¿Por qué susurra?
Asomo la cabeza por la esquina del sofá y no veo nada. No hay nadie en la entrada del salón. ¿Pero qué...?
- ¿Se puede saber qué haces ahí detrás tirada? – Mi cuerpo se abalanza inconscientemente hacia delante y caigo al suelo boca abajo. Me giro de inmediato para mirar a mi oponente.
- Daniel.
- ¿Sí? – Cruza los brazos y me mira enarcando las cejas. Me levanto del suelo poniéndole mala cara, el enfado ha vuelto a mi ser.
- ¿Te das cuenta de que lo que has hecho es allanar una casa verdad?
- Pensé que tu madre estaba aquí y no quería asustarla. – Se acerca hasta mí y se apoya en el respaldo del sofá.
- ¡Oh genial! Entonces preferiste asustarme a mí colándote por... ¿Por dónde has entrado por cierto? – Ahora es mi turno de cruzar los brazos.
- Por tu ventana, quería saber cómo estabas. – Su forma de mirarme, desde su altura y el tono de su voz hacen que relaje mi expresión y suelte todo el aire retenido. No estoy enfadada con él, no después de todo lo que ha hecho por mí.
- Estoy bien, supongo.
Asiente en respuesta y se produce un minuto de silencio incómodo que no se me ocurre cómo llenarlo.
- ¿Estás lo suficientemente bien como para irte a dormir o piensas pasar la noche en vela?
- No tengo sueño – Me excuso tal vez demasiado rápido porque Daniel sonríe mirando hacia otro lago. – En serio, ayer dormí muy bien así que no estoy cansada.
El asiente ampliando su sonrisa y se incorpora para acercarse a mí, después se agacha lo suficiente para estar a mi altura. ¿Me parece a mí o está demasiado cerca?
- ¿Por qué será que no te creo?
Vuelve a alejarse, esta vez hacia la cocina y como si estuviera en su propia casa abre la nevera y saca un refresco para después abrirlo y darle un trago de camino al salón. No sé si es porque en realidad estoy agotada no física pero sí psíquicamente, o tal vez porque le conozco o creo conocerle lo suficiente como para tener confianza con él pero tan pronto como se sienta en el sofá, le imito y apoyo la cabeza en el hueco de su cuello. Siento cómo se tensa sobre mi piel, pero en seguida vuelve a relajarse.
- ¿Daniel?
- Dime. – Oigo como le da un trago a la bebida y espero a que termine de tragar.
- Gracias.
Guarda silencio unos segundos más que largos y cuando creo que no va a contestar, su respuesta me saca una sonrisa.
- De nada.
- Antes, te he mentido.
- ¿En qué? – Abro los ojos y levanto la vista, él baja la suya y por primera vez puedo ver que el azul de sus ojos es más claro de lo que pensaba, el color se mezcla con destellos verdosos y amarillentos. Nunca había visto unos ojos tan transparentes. Sus labios son bastante finos pero eso acentúa su sonrisa de adolescente tranquilo y sencillo.
- Cuando te he dicho que estaba bien, no era verdad. Aún estoy asustada y muy cansada pero no puedo cerrar los ojos sin ver esa imagen, no puedo imaginar lo que tiene que ser para ti.
Deja la lata sobre la mesita que hay frente a nosotros y pasa un brazo por mi espalda para acercarme más a él y que vuelva a colocarme en la misma postura de antes. Aunque esta vez le añado las mejillas sonrojadas por la calidez de su piel contra la mía.
- Yo estoy bien Ava, pero deberías descansar. No podré quedarme todas las noches contigo y desde luego, no puedes dormir en el sofá para siempre.
- Lo sé. Solo... ¿Puedes quedarte hasta que me duerma? – Espero que no sea demasiado lo que le pido, pero sinceramente no creo que pueda pegar ojo sin alguien conmigo en casa y su cercanía, por alguna extraña razón, me reconforta y tranquiliza.
Acaricia mi brazo con su mano libre y con gesto serio mira hacia la ventana donde la noche oscura nos saluda desde su posición.
- No tenía pensado marcharme. Duerme un poco, me iré antes de que vuelva tu madre. – Sonrío al escucharle hablar así, parece que le importo y por su mirada sé que le molesta que yo lo sepa pero me da igual.
- Gra...
- Duerme. – Asiento dejando la palabra a medias y vuelvo a apoyarme sobre él, le entrego el ordenador con los ojos cerrados.
- Puedes ver lo que quieras aunque no creo que te gusten películas como la sirenita.
- ¿Qué te hace pensar que no? – Abro uno ojo para mirarle y veo que está sonriendo, me gusta cuando se comporta así.
- Perdón entonces. Tienes un repertorio muy largo de películas Disney así que disfrútalo. – Y dándole las buenas noches, me abrazo a él para caer en un sueño instantáneo.
- Buenas noches Ava. – Creo notar algo sobre mi cuerpo, como una manta o algo lo suficientemente grande como para cubrirme entera, pero después todo desaparece y comienzo a tener un sueño de lo más variado.
Viajo hasta un lugar donde me persiguen gatos enormes llenos de sangre y con las tripas colgando, un lugar donde no hay más que paredes con mensajes escritos, mensajes de lo más violentos y amenazantes. Pero hay uno, el más llamativo de todos, el que llama mi atención desde el comienzo; Tú eres la siguiente. ¿Qué querrá decir eso? Después los gatos se tiran a por mí y yo intento huir, pero ellos son más rápidos y pueden conmigo. Y cuando me quiero dar cuenta todos esos gatos están muertos sobre mí formando una pirámide y yo no puedo respirar, me están ahogando.
Lo último que recuerdo es ver a un hombre cavando entre los restos de esos animales para intentar llegar hasta mí y cuando consigue sacarme, todo desaparece. Y vuelvo a estar en el instituto, como aquel día en el que me torcí el tobillo. Solo que esta vez no me duele nada. Estoy bien, estoy más que bien.
Porque Daniel me ha salvado.
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¿Bueno qué?
¿Queréis un Daniel ya o todavía no? XD
Espero que os haya gustado, ya sabéis... siento tardar taaaaanto en actualizar but... No tengo excusa (=
Aquí os dejo esa mezcla de colores de esos ojitos bellos.
Buenas noches. M.
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