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Le sigo el juego pensando que tan solo es una broma, que en realidad no hablaba en serio con respecto a lo de ayudarme allí en ese momento, pero cuando bajamos al piso principal y le pido que mueva unos cuantos muebles... él lo hace y veo que está totalmente dispuesto.

¿Por qué un chico como él estaría dispuesto a pasarse la tarde moviendo muebles en casa de una completa desconocida? Todas y no exagero, todas las chicas del instituto me miraban con odio en sus ojos de arpías al haber recibido el mensajito de "La nueva con el guapo". A ver, tan solo me vieron en brazos de él, pero los cotilleos van y vienen y por desgracia en este mundo las cosas son así. Le dan la vuelta a la tortilla y lo utilizan a su antojo.

En este caso "la noticia". Por ello digo, que si todas ellas suspiran por Daniel, podría tener a cualquiera de esas Barbies huecas, en cambio, aquí está terminando de colocar el mueble de la tele contra la pared.

-Gracias. – entro en la salón con un par de tazas de chocolate caliente.

Daniel está agachado recogiendo las cajas del suelo cuando se gira para mirarme con cara reprobatoria. Es verdad, nada de agradecer, se siente incómodo.

-Vale, entonces tómate esto y no te agradeceré nada nunca más. – le entrego la taza y me siento en el sofá colocado frente a la tele, o al menos donde debería ir una. No creo que lleguemos a comprar una. Con mi ordenador tenemos suficiente.

-Lo dudo. – se sienta a mi lado, le da un sorbo al dulce líquido y lo deja en la mesita que hay frente a él.

-Bueno, no es mi culpa que mi madre me haya enseñado así. Tal vez la tuya te haya educado diferente. – Me defiendo hartándome de su comportamiento. Estoy en mi casa y si quiero agradecerle algo, lo hago y punto. Esta discusión me parece ridícula.

-Tal vez. – Responde tras un silencio, y he de decir que lo hace lo más seco posible.

Suspiro y doy otro sorbo subiendo los pies al sofá. La cabeza ha dejado de dolerme y el tobillo parece que está descansando con la crema antiinflamatoria que me ha dado Daniel hace un par de horas. Ahora mismo me siento bastante bien y contenta porque la sala está completamente montada.

-Estoy emocionada por ver la cara de mi madre cuando se encuentre esto. Has dejado el salón precioso.

-Tan solo he hecho lo que me has dicho. – Se encoge de hombros. Dios que hombre más insufrible, ¿Es que acaso no sabe atribuirse méritos, aceptar agradecimientos?

-Vale, tal vez...si no tienes nada más en mente claro ¿te importaría venir mañana también? – Me cuesta pedírselo, soy una persona muy orgullosa eso es algo que mi madre y yo llevamos en la sangre, pero no voy a mentirme y necesito ayuda con todo esto.

-Claro.

-Pero... verás no sé si harás esto por voluntad propia o quieres, quiero decir, tal vez estés esperando algo...

Me trabo con las palabras, no quiero parecer maleducada pero es que no podemos pagarle por lo que hace y tal vez se haga una idea con todo esto que no es. Se gira para encararme mejor en el sofá y agarra mi mano para que deje de tartamudear cual estúpida.

- Relájate Ava y dilo de una vez, me pones nervioso. – Frunce el ceño.

- Lo que quiero decir es que no podemos pagarte. No andamos muy bien de dinero y ahora mismo tu ayuda nos vendría muy bien, como has podido comprobar.

Me mira sin ninguna expresión en el rostro por unos instantes y después hace lo que menos me esperaba que hiciera. Se ríe. Pero no se ríe como los chicos del instituto, esos que parece que se burlan de ti sino que suelta una carcajada de lo más increíble.

Rápidamente salgo de mi estupor y niego con la cabeza para quitarme esos pensamientos incurables de la cabeza. ¿Qué me pasa?

-¿He dicho algo gracioso o simplemente te gusta reírte de mí? – frunzo el ceño.

Sus carcajadas de ralentizan y termina mirándome con una ceja alzada. Pero la sonrisa de lado no consigue esconderla.

-Perdona. Me ha hecho gracia eso que has dicho.

-¿El qué?

-Ava no te estoy ayudando por algo a cambio. Ya te he dicho que mis tardes están libres y me gusta entretenerme con algo... así no pienso tanto. – se justifica bajando la voz. En su último comentario acaba apartando la mirada de mí.

-Bien. – Asiento simplemente y bebo un sorbo de chocolate de mi taza favorita.

Me quedo pensando en eso unos instantes. Recordando el día en el que mi madre me la regaló, cuando tuvimos que mudarnos rápidamente y la guardé de cualquier manera, me sorprendió no encontrarla hecha añicos.

-¿Qué piensas? – Su voz demasiado cercana me saca del trance. Me giro hacia él con cara de confusión, no le he oído nada.

-¿Qué?

-Estás muy callada y eso no es bueno. Tú siempre hablas.

-¿Cómo estás tan seguro de eso? Ni siquiera me conoces. – Frunzo el ceño de nuevo. Este chico va a hacer que me salgan arrugas antes de tiempo.

No contesta, en cambio se queda pensando en la respuesta por unos segundos y finalmente una expresión que no logro entender cruza su rostro y se levanta, serio. Como si las últimas horas no hubieran existido y volviera a ser el chico callado de antes. Como si se pusiera una máscara para esconderse.

-Tiendes razón, mejor me voy. – Recoge su chaqueta del reposabrazos del sofá y sale por la puerta de la entrada.

Yo me quedo sentada. Sentada y estupefacta porque ni siquiera me ha dejado razonar una respuesta coherente, ni siquiera un simple "vale", ya que se ha ido demasiado deprisa. Este chico... me traerá problemas.

Sobre las diez de la noche llega mi madre suspirando del cansancio. Yo la espero sentada en el sofá, con las piernas encogidas y el ordenador encima terminando un trabajo de literatura.

Estoy a punto de tirar el ordenador al suelo cuando escucho el grito de mi madre. Me levanto corriendo y veo que ha dejado en el suelo las bolsas de la compra, de cualquier manera y está mirando el salón estupefacta. Relajo los músculos y sonrío encogiendo mis hombros cuando me mira.

- ¿Cómo? – Señala mi pie y vuelve a mirar el salón balbuceando.

- Bueno, sé que ha quedado bonito pero mamá... tampoco es para tanto, solo son unos cuantos muebles.

- ¿Cuándo has hecho todo esto?

- ¿Te gusta o no? – Me cruzo de brazos, a ver si ahora va a resultar que no.

- ¿Qué? Claro que me gusta cariño, ha quedado precioso pero no entiendo cómo has podido hacerlo en tan poco tiempo, además cielo tú no tienes ni idea de montar muebles y con el tobillo así...

- No he sido yo. – Aclaro y recojo las bolsas del suelo caminando con ellas hacia la cocina. Es verdad que aún tengo algo de molestia en el tobillo, pero nada en comparación con el otro día. Ahora al menos puedo apoyar los dos pies.

- Déjame a mí. Siéntate – Señala una silla y yo la ignoro colocando las cosas en sus respectivas baldas. - ¿Quién ha sido entonces?

- Daniel. – Digo como si tal cosa y sigo guardando la comida. Parece que hoy ha cobrado.

- Así que... Daniel. ¿Es ese el chico del que me hablaste? – Me ayuda a guardar las cosas y juntas terminamos en seguida. Yo asiento y no digo nada más. ¿Por qué siento que está interrogándome?

Porque lo está haciendo bonita.

- ¿Y cuándo dices que se ha ido? – Sigue acosándome con preguntas tras guardar la última lata de tomate en el armario. Después se gira para encararme, pero evito su mirada. Siento que esta conversación se está yendo por las ramas.

- Hace un rato mamá, déjalo ya. Estoy cansada así que me tomaré una pastilla y me iré a dormir.

- No puedes tomarte nada con el estómago vacío. Ven aquí y ayúdame con la cena. – Se remanga las mangas de la camisa y se hace una coleta baja para evitar que los mechones le molesten mientras cocina.

- Si ceno entonces tendré que esperar a que me haga la digestión para dormirme y tengo sueño, así que buenas noches. – Me despido algo enfadada, más conmigo misma que con ella puesto que no tiene ninguna culpa. Subo las escaleras y tras lavarme la cara y los dientes, me tiro en la cama boca arriba y miro el techo.

Me arrepiento de haber dejado a mi madre con la palabra en la boca pero no me encuentro con ánimos de seguir hablando de Daniel, cosa de la que estoy segura que sacaría a relucir. La manera en la que se ha ido, sin dejarme hablar siquiera... esa forma de cambiar de humor tan repentinamente... Dios, me pone nerviosa. ¿Qué le pasará por la cabeza a ese chico?

A la mañana siguiente cuando me despierto por el sonido del maldito despertador, me siento ligeramente contenta. El tobillo no me duele a penas nada y unos rayos abrasadores traspasan las cortinas feas de la ventana. Tengo la sensación de que hoy será un buen día, ese tipo de sentimiento que tienes cuando estás pletórica de felicidad sin razón aparente, no sé si me explico o simplemente parezco una loca, pero me levanto de la cama y nada más posar los pies en el suelo compruebo que tengo razón, el tobillo no me duele. ¡Aleluya!

Estiro las mantas sobre la cama hasta que tiene un aspecto de "hecha" y salgo de mi habitación para meterme en el baño. Doy por supuesto que mi madre se ha ido pronto puesto que no la oigo trajinando en la cocina. Me lavo la cara y tras secármela vuelvo a colocar las manos bajo mis ojos, donde las ojeras son permanentes, influyéndoles un poco de frescura. Tratando de despertar a mis ojos.

Me recojo el pelo en un moño desaliñado y tras sorprenderme por lo bien que me ha quedado, decido dejarlo ahí. Me maquillo ligeramente los granitos maltratados por mis dedos y tras echar un último vistazo en el espejo al espécimen que se refleja, regreso a mi habitación y comienzo a vestirme. Un jersey oscuro dos tallas más grandes que la mía y unos vaqueros cortos que aparecen y desaparecen bajo el saco de lana que llevo encima. Por supuesto las Converse negras son el último accesorio. Tienen un aspecto andrajoso pero a mí me encantan.

Recojo mi bolso-mochila del suelo y bajo a la cocina para prepararme algo de picar. Fuera, en el jardín de mi vecina veo un par de gatos jugueteando entre sí. Si no estuvieran tan pelados por algunas zonas y no se notara que deben de tener miles de pulgas... serían incluso adorables. Pero no sé cómo esa mujer sigue viva con tanto animal pulgoso. Seguro que de una Toxoplasmosis no se libra.

Diez minutos antes de que comiencen las clases saco el coche de casa y conduzco hasta el aparcamiento del instituto, me cuesta aparcar más de la cuenta pero cuando encuentro un sitio salgo corriendo hacia la puerta de entrada. El tobillo se me resiste un poco, pero no le hago caso, ya va siendo hora de que se cure. Ni que se me hubiera roto.

Dentro hay mucha gente, sacando libros de sus taquillas o simplemente apoyados en ellas hablando. Recorro el primer pasillo y giro a la izquierda hasta llegar a mi taquilla. Dejo los libros que no necesitaré hoy y el bolso. No me gusta cargar con él todo el día. Un chico se acerca a mí y pienso que será para sacar algo de su taquilla, pero al ver que no se mueve del sitio me giro para mirarle.

- Hola. – Me sonríe apoyándose en el metal frío de la taquilla.

- Hola. – Le devuelvo el saludo más por cortesía que otra cosa. En todo el tiempo que llevo aquí nunca se me ha acercado nadie para hablarme, menos Daniel claro. Y no estoy muy segura de si lo hizo por obligación o no.

- No te había visto nunca por aquí. ¿Eres nueva verdad? - ¡Vaya, estás en todas chico! Se lo soltaría si no me estuviera hablando con tono agradable.

- Sí, me llamo Ava.

- Yo soy Max. Maxi para los amigos, Maximiliano para mis padres. – Frunce el ceño haciendo una mueca rara al pronunciar su nombre completo. Eso me hace reír.

- Encantada. – Le estrecho la mano que me ofrece y vuelve a sonreír para mí. Este chico está hecho solo de dientes. Aunque unos dientes muy bonitos.

- Lo mismo te digo. ¿Has hecho ya amigos o necesitas un guía que te enseñe el instituto?

- No gracias. Llevo aquí más tiempo del que crees, me las apaño bien sola. – Me encojo de hombros y le sonrío intentando no sonar demasiado borde, me conozco el instituto de "Pe a Pa".

A lo lejos, donde comienza el pasillo veo una puerta abrirse, creo que la de arte y no me parecería extraño si no fuera porque de ella salen dos personas, dos personas que al menos una de ellas reconozco. Daniel sale delante de la chica, subiéndose la cremallera del pantalón disimuladamente, mira hacia los lados para comprobar que no se ha notado mucho que salían de allí. Ella se recoloca el pelo y le sonríe despidiéndose.

Mi estómago se revuelve por momentos y no entiendo por qué.

- ¿Ava, me has oído? – Vuelvo mi atención por un momento al chico que tengo delante.

- No perdona. ¿Qué decías? – Noto que mi tono de voz ha bajado unas milésimas y me enfado conmigo por ello.

Vuelvo a mirar sin poder evitarlo hacia Daniel y veo que él centra su atención en mí en el mismo instante. Primero veo sorpresa cruzar su rostro, después un sentimiento como de culpa, pero al fijar sus ojos en el cuerpo que tengo delante, noto que aprieta la mandíbula y tras una mirada más hacia mí, esta vez de rabia, se gira y desaparece por el pasillo principal.

Flipo.

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Pobre chica. 

¿Qué se le pasará a este Daniel por la cabeza?

Bueeno, capitulo nuevo, aquí tenéis medicina nueva para el comienzo de la semana. 

Un beso y nos vemos la semana que viene!!!

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