2


El viaje hacia mi casa es, para no variar, silencioso. El chico sigue sin decirme su nombre y tan repentinamente como antes, su estado de ánimo decae asombrosamente rápido. Tan pronto anda haciendo gracias y burlándose de mí con su "así llegas antes a los sitios", como apretando tanto la mandíbula que temo que en algún momento oiga el chasquido de sus huesos rompiéndose.

-¿Cómo te llamas? – pregunto en un intento por aligerar el ambiente.

Resopla y mira hacia su lado de la ventana tras pensárselo.

¿Pero qué he dicho ahora?

Llegamos justo en el momento correcto a la puerta de casa y sin darle tiempo a frenar del todo, abro la puerta y bajo dando un salto apoyándome solo en una pierna, la sana.

-¡¿Pero qué coño?! – veo que hace el mismo gesto que yo, después de sacar la llave del coche y corre hacia mí. Yo intento caminar lo más rápido posible hacia el interior de mi casa ya que estoy ligeramente cabreada por su cambio de humor.

-¿Estás loca? Podrías haberte hecho daño.

No le escucho y cuando llego a la puerta de mi casa me agarra del brazo obligándome a que me gire para mirarle. Resoplo pero le observo con expresión cansada, ya he vivido con cambios de humor tan repentinos y no estoy dispuesta a repetirlo.

-¿Qué te pasa? – se atreve a preguntar aunque creo ver en su mirada que sabe la respuesta. Él es la razón.

-Y ahora te apetece hablar, ¿Pues sabes qué? Ahora soy yo la que no quiere hablar contigo, si tanto te molesta haberme traído no haberlo hecho, nadie te ha obligado. – vuelvo a girarme sacando las llaves del bolso y con manos temblorosas intento introducir la correcta, pero no atino. Entre que debo sujetarme con una pierna y fijarme donde tiene que entrar la llave... vamos que para cuando quiera entrar en casa ya será de noche.

-Ava...- agarra mi mano para que deje de temblar contra la madera de la puerta y me gire por vigésima vez. Sí que hace frío.

Mi nombre en sus labios es algo digno de oír y en un principio me veo dispuesta a pedirle que lo repita, pero después recuerdo que estoy molesta con él.

-Lo siento ¿vale? No se me da bien hablar con la gente. – resopla mientras se pasa la mano por el pelo dejándoselo alborotado, cosa que me lleva sin poder remediarlo a recolocárselo con la mano libre que tengo.

Se queda quieto mientras le paso la mano un par de veces para dejárselo como lo tenía al principio, su cuerpo se tensa y creo que no se ha apartado simplemente por la sorpresa pero no parece agradarle el gesto. Aparto la mano en el acto y carraspeo bajando la mirada.

-Gracias por traerme y por todo lo demás, no quería molestarte y hacerte perder tanto tiempo. – Vuelvo a dar media vuelta por última vez y cuando consigo abrir la puerta para entrar me asombro al ver que sigue ahí parado, pero esta vez agarrando mi mano.

-No me has molestado y mucho menos he perdido el tiempo. No tengo nada que hacer por las tardes la verdad – se encoge de hombros y esboza una ligera sonrisa. - ¿Quieres que te ayude a subir?

No le contesto porque en realidad no he escuchado mucho de lo que ha dicho, simplemente me he quedado embobada viéndole mover los labios mientras habla. Acabo de darme cuenta de que tiene unos labios bastante bonitos, el labio superior más fino que el de abajo y juntos forman una mueca graciosa, como si los estuviera apretando para que parezca que los frunce haciendo un ligero puchero aunque en realidad no hace ningún movimiento. Así de bonita es su boca.

Ya Ava, ya deja la tontería. Espabila.

-¿Ava?

-¿Qué? – Sacudo la cabeza levemente para volver a centrarme y le miro a los ojos.

Sonríe dándose cuenta de lo que estaba haciendo y de repente me siento molesta conmigo misma, soy tan predecible.

-Que si quieres que te ayude a subir las escaleras de tu casa.

-¡Ah! No, gracias – ladeo la cabeza recordando una de las pocas cosas que le he escuchado decir, pero primero sonrío ante el descubrimiento de que es la primera vez que me dice una frase tan larga. – No sabía que pudieras decir tantas palabras juntas a la vez.

Eso le hace sonreír mientras se guarda las manos en los bolsillos de su pantalón oscuro vaquero.

-Sí, puedo hablar mucho más de lo que te he hablado. Simplemente no me gusta hablar más de la cuenta.

-Ya veo. ¿Por qué dices que no tienes nada que hacer por las tardes, acaso no estudias? – me apoyo contra el quicio de la puerta para no tener que sujetar tanto peso.

-Ya he estudiado todo lo que estamos aprendiendo ahora, justamente el año pasado así que lo tengo reciente.

Eso que dice me sorprende pues no sabía que había repetido curso, claro está que parece más mayor pero no pensé que fuera porque en realidad es un año mayor que yo, sino por los genes o algo diferente.

-Vaya, no sabía que habías suspendido el curso pasado. Lo siento.

Sin entenderlo, le oigo carcajearse y lamiéndose los labios niega con la cabeza.

-No, no tiene nada que ver con que no haya estudiado lo suficiente así que no lo sientas.

-Ah, vale... Bueno, pues voy a... - señalo hacia el interior de mi casa y ofreciéndole una sonrisa tonta mientras camino danto pequeños saltos, me despido de él.

-Sí, cuídate el pie. Adiós.

Le veo alejarse con las manos guardadas en sus bolsillos y entonces recuerdo que me ha traído en mi coche, con lo cual él debe volver a su casa a pie.

-¡Eh! ¡Tú! – grito tratando de llamar su atención ya que aún no sé su nombre.

Se gira con curiosidad, aún con las manos en los bolsillos dando un aspecto de chico malo al que todo y todos le dan igual. ¿Por qué los que actúan así me parecen más atractivos que los otros?

-¿Vas a volver andando a casa?

-Sí.

-Quieres que... - voy a ofrecerle llevarle yo, pero justo antes de decirlo veo que no tiene sentido pues él mismo me ha traído hasta casa porque no puedo andar, mucho menos conducir.

-Tranquila, vivo cerca. – contesta volviendo otra vez a las frases cortas. Eso me hace sonreír. ¡Qué chico más extraño!

-Gracias. – me despido de nuevo agradeciéndole, él hace un gesto con la cabeza para que sepa que me ha escuchado y sigue caminando por la acera hacia su casa.

Suspiro y con cuidado entro en casa dando pequeños saltitos. Dejo el bolso en la entrada y saco los dos libros que necesito para estudiar esta tarde, no tengo pensado salir de mi cuarto absolutamente para nada, menos con el tobillo tan hinchado.

El camino hacia mi cuarto subiendo las escaleras es eterno pero cuando por fin lo consigo, recuerdo que he olvidado el hielo en la cocina. ¡Maldita sea! Gruño y vuelvo a bajar lentamente, pero al tercer escalón me lo pienso mejor y sentándome en el suelo, me arrastro como si bajara por un tobogán rebotando con el trasero pero sin hacerme daño. Eso ha sido fácil, ojala pudiera subir las escaleras así.

Entro en la cocina y cojo una bolsa congelada de guisantes, un trapo para envolverla y me encamino hacía mi habitación para estudiar las cosas sueltas que me faltan para el examen de cálculo de mañana.

¡Mañana! No podré ni mantenerme en pie.

Al llegar a mi cuarto me desvisto y me pongo un pantalón cómodo gris de yoga y una camiseta holgada blanca, un jersey negro encima con un gatito dibujado, regalo de mi madre y por supuesto unos calcetines regordetes rosas chillones. Con eso, ya estoy.

Sobre las ocho de la noche, estoy tan ensimismada en mi hoja de cálculo que no veo a mi madre entrar en la habitación hasta que se sienta a mi lado mirando fijamente mi tobillo.

-¡Cielo! ¿Qué te ha pasado?

-Nada mamá, que soy muy torpe y me he caído. – la tranquilizo pero ella sigue con el ceño fruncido inspeccionando mi cuerpo entero. Repara en las heridas de la rodilla al levantarme el pantalón de yoga, pero la herida de la cabeza y los codos no, tampoco se lo digo, no quiero preocuparla de más.

-Mañana te quedas en casa cariño, no estás para ir a clases con el tobillo así. Traeré pomada para darte y te baje la hinchazón.

-No puedo, mañana tengo examen de cálculo, pero si me siento muy mal volveré a casa lo prometo.

-Vale, pero deja que te eche la crema. Ahora vuelvo. – acaricia mi óvalo de la cara de forma maternal y deja mi habitación para supongo ponerse cómoda y traer la pomada.

Mi madre es la mejor del mundo. Pero bueno, supongo que todas las hijas dirán lo mismo de sus madres.

Un cuarto de hora más tarde, cuando he terminado de estudiar y he despejado mi cama de todos los cuadernos, mi madre entra ya vestida con un pijama y su típica bata de salir al jardín a tomar el café por las mañanas. Trae consigo la crema y me sonríe dulcemente mientras se sienta al borde de la cama retirando la bolsa de guisantes ya totalmente descongelados.

-Creo que esta noche cenaremos esto ¿Te parece bien? – bromea dejando la bolsa encima de la mesita de noche.

-Claro mamá, lo que tú quieras. Sabes que adoro tu comida.

Sonríe entregándome una venda y levanta el dobladillo de mi pantalón.

Bien, esa maldita crema está más fría que los guisantes cuando estaban congelados.

-Aguanta un poco Ava, eres demasiado quejica. – se burla sin poder ocultar la sonrisa a la vez que expande la pomada con rapidez pero en círculos para que penetre bien en la zona hinchada.

-No sabes el dolor que tengo de cabeza y el pie me duele todavía aún más. Además, estoy muerta de frío. Esta maldita casa no tiene calefacción. – me abrazo a mí misma y cuando levanto la vista para ver a mi madre, me arrepiento de lo que he dicho.

-Sabes que es lo mejor que he podido encontrar cariño. Yo tampoco esperaba algo así pero...

Agarro su brazo y le sonrío de manera tranquilizadora. Ella no tiene la culpa de nada y en el fondo sabe que yo lo sé, pero a veces no puedo evitar soltar algunas quejas. Soy así y eso nunca cambiará.

-Lo siento mamá, no pretendía herirte. Sé que haces lo que puedes y en realidad la casa es enorme y con un poco de ayuda estará preciosa en unos meses, pero acabamos de mudarnos y como ya sabes es mi deber sacar alguna pega. – consigo hacerla reír por mi confesión tan verdadera.

-¡Oh cielo, está claro que siempre encuentras algo que decir de las cosas!

La acompaño en la carcajada y cuando termina de colocarme la venda, me pone el calcetín rosado y me baja el pantalón.

-Ale, como nueva. Procura mantenerlo en alto. Voy a hacer la cena y esta noche comemos aquí viendo una de esas pelis tuyas tan románticas con chicos guapos.

-Vale.

Sale de la habitación y con cuidado de no tocar con el pie malo, salto hasta el escritorio para coger el ordenador y sentarme de nuevo en la cama. Lo enciendo y cuando voy a buscar en internet alguna película nueva que haya salido hace poco en cines, descubro que tengo un mensaje en la bandeja de entrada y curiosa lo leo, no hay nadie que pueda mandarme correos pues corté toda relación con las pocas amigas que hice en el instituto anterior.

Lo que leo me sorprende.

No, no me sorprende, me asusta.

-¡Mamá! – grito para que me oiga desde el piso de abajo. - ¡Mamá!

Escucho sus pasos subir con rapidez y cuando entra en mi habitación y ve mi rostro pálido se acerca corriendo.

-¿Hija, qué te ha pasado? Estás blanca cielo. – se agacha colocándose a mi lado y me acaricia la cara y la frente para tomar mi temperatura.

-Créeme mamá, fiebre no tengo. Ahora mismo estoy helada. – susurro mirando de nuevo hacia la pantalla del ordenador.

Lo coloco en mis piernas para que pueda leer el mensaje que me ha llegado con más comodidad, ya se pondrá tensa cuando lo lea. Ella me mira con el ceño fruncido y se centra en la pantalla.

Dulce dulce Avalon:

Creo recordar que hace un tiempo te prometí que volverías a saber de mí y como he dicho y sabes muy bien, siempre cumplo mis promesas. Me gustaría saber dónde te encuentras ahora mismo porque como comprenderás... te echo de menos.

Espero saber pronto de ti.

XX

Eso es todo. Ni una firma ni una pista de cuál es su estado de humor. De si está jugando conmigo o no.

-Mamá... - la llamo ya que pasan varios minutos en los que no deja de mirar fijamente al ordenador.

-Ava recoge tu ropa, nos vamos. – se levanta rápidamente del suelo y abre mi armario para sacar la ropa ella misma. Lo hace tan rápido todo que comienza a asustarme, no dejo de llamarla de pedirle que me mire pero ella sigue perdida en sus pensamientos.

-¡Mamá! – le agarro del brazo y tiro de ella para que se siente en la cama y se fije en mí.

-No podemos ponernos así por un mensaje. No podemos dejar que nos manipule de esa manera y sabes que no es la primera vez que nos llegan mensajes de este tipo, solo... - respiro y me aclaro la garganta sacudiendo la cabeza para apartarme el pelo de la cara. – Intenta no ponerte nerviosa, me asustas y además, no sabe dónde estamos, simplemente ha sido un mensaje, de mal gusto, pero solo eso.

Tarda un poco en reaccionar, pero cuando lo hace es para bien y tirando de mí, hace que me siente a su lado en el borde de la cama y me abraza fuertemente.

-Eres más fuerte que una persona adulta cariño, no sé qué haría sin ti. Te quiero tanto... - rompemos el abrazo para darnos un sonoro beso que tanto me recuerda a mi infancia, cuando solía llorar y ella me besa haciendo mucho ruido para hacerme reír, echo de menos esos momentos.

-Soy adulta mamá y tú eres sin duda mucho más fuerte que yo.

-Las Riley somos de corazón fuerte. – me asegura chocando los hombros conmigo de forma amistosa.

-Lo somos.

-Bueno cielo, cuéntame qué tal las clases y los amigos. – se recuesta en la cama apoyándose en la espalda y con esa pregunta ya me pongo tensa. No quiero que mi madre sepa que estoy completamente sola pero tampoco puedo mentirla. Así que prefiero cambiar el tema.

-La cena se estará quemando. – cruzo las piernas encima de la cama en forma de indio.

-Está fuera del fuego, solo deja que se enfríe un poco y ahora la traigo. ¿Y bien, qué tal?

-Bien. – resoplo y camino hacia el ordenador para buscar una película, creo que esta vez prefiero ver algo de Disney, como "La sirenita" o "Buscando a Nemo".

-¿Solo bien? Vamos cielo algo más de explicación estaría bien. Como hagas las redacciones con las mismas ganas con las que me cuentas esto... creo que deberías dedicarte a otra cosa. – se ríe de mí y yo la miro mal.

-No hay nada interesante para contarte. Solo... bueno nada.

-Ah no, ahora me lo cuentas. – se inclina hacia delante, apoyándose en mí como si de una amiga se tratase y estuviéramos hablando de chicos. Bueno, nunca mejor dicho.

-Hay un chico... pero es algo extraño y demasiado callado.

-¡Vaya! ¿Y cómo lo conociste?

-Pues... en realidad fue él quien me ayudó a levantarme cuando me tropecé y me llevó a la enfermería, después me trajo hasta casa. – susurro la última frase.

-¡Hasta casa! Interesante, así que le has conocido hoy y ha sido muy educado pero a la vez callado.

-Exacto mamá, muy bien resumido. – rio y dejo el ordenador en una silla frente a la cama, con la pantalla completa y la película preparada.

-¿Y cómo se llama el chico?

-Pues... no lo sé, no me lo ha dicho. – vuelvo a reír pero esta vez incómoda.

¡Mierda no sé su nombre! 

Continuará...

Porque soy lo más majo que hay en el mundo os regalo este capitulo porque algunos de mis lectores más fieles ya habían leído el cap anterior. (=

Hoy os dejo este gif para que disfrutéis de mi futuro marido. Está para comérselo verdad? 

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