Primer suspiro

Nanase posee una piel pálida, casi como si fuera de porcelana, siendo así muy fácil notar alguna diferencia en ésta; acné, moretones, resequedad, etc.

Como todas las mañanas, él y su mejor amigo se dirigen a la escuela en una calma usual. Él permanece silencioso mientras que Makoto habla de cosas sin mayor trascendencia. Por lo general son cosas sucedidas al par de hermanitos de éste. Cuando los ojos esmeraldas se fijan en el joven pelinegro notan, irremediablemente, lo azulados que se encuentran sus finos labios.

—Haru— le habla Tachibana, entre confundido y preocupado—. ¿Tienes frío?

—No.

—Mh. ¿De verdad? Es que estás azul.

El mayor no entiende, frunciendo las cejas oscuras con duda. ¿Por qué estaría así? El otoño está iniciando a penas, así que no hace mucho frío como para que su cuerpo lo manifieste de esa forma.

—Estoy bien— sentencia Haruka.

Su temperatura corporal es normal. Las ropas sobre su cuerpo son suficientes y Tachibana no tiene por qué preocuparse. Un suspiro escapa del más alto, largo y derrotado, sabiendo que no servirá de nada insistirle al contrario.

Sin embargo, no se siente tranquilo. No es la primera vez que percibe algo diferente en el estado de su mejor amigo. Hace unas semanas habían salido a correr para mantenerse en forma antes de que el invierno los agarre desprevenidos, y Nanase se detuvo a solo unos minutos de haber comenzado. Se sentía cansado, sin aire, y tuvieron que tomarse un descanso de quince minutos, aproximadamente, hasta que se sintió mejor. Aquello ha sucedido más veces de las que el menor quisiera.

Por supuesto, Makoto sabe que el mayor es reservado con sus cosas y minimiza sus problemas, dejándolos de lado hasta que no puede ignorarlos y, finalmente, se ve en la obligación de resolverlos solo. A Haruka no suele gustarle inmiscuir al resto de personas en sus asuntos, después de todo, no les conciernen, son solo suyos, y es completamente capaz de solucionarlos sin ayuda de nadie más. Intentar discutir con él sobre su salud no dará frutos, piensa el joven de ojos verdes, optando por no decir nada.

Ambos, tras caminar un rato, llegan a la escuela donde las clases transcurren sin mayor problema. De vez en cuando, como ya se ha hecho común, el pelinegro se ve obligado a toser suavemente, por lo bajo, para no llamar la atención de los demás alumnos o su profesor, después de todo él no recuerda que esté enfermo. No tiene fiebre ni mucosidad, aunque no puede negar que cada tanto suele sentir una molesta opresión en el pecho.

Seguramente no es nada.

Luego de que la jornada escolar concluye, el par, con sus bolsos escolares, se dirigen hacia su club; la piscina de la escuela. Ahí, Gou ya se encuentra revisando el entrenamiento para el día mientras que Nagisa y Rei se cambian el uniforme por sus trajes de baño en el pequeño cuarto compartido que usan de vestidor. Makoto y Haruka no demoran en saludar a la chica que les devuelve el gesto antes de indicarles autoritariamente que pronto estén listos para entrar a la piscina.

Para cuando entran al vestidor, el rubio y el chico de anteojos rojizos emergen de éste, saludando a ambos para ir, después, hacia la pelirroja que ya les está señalando los ejercicios que deberán hacer.

Una vez en sus trajes de baño, con sus respectivos goggles y gorras de silicona, Tachibana y Nanase calientan los músculos, al borde del cuerpo de agua, y escuchan a la menor de los Matsuoka cuyas instrucciones son precisas y claras. Al ver que ha terminado con él, Haruka tarda solo un segundo en lanzarse elegantemente hacia la fresca agua que le da la bienvenida. Makoto sonríe en modo de disculpa hacia la menor quien solo deja salir un vago suspiro; ya están acostumbrados al comportamiento del pelinegro.

Sin más, Gou prosigue con sus indicaciones hacia el capitán del club. El ruido del agua salpicando contra los cuerpos de sus amigos se escucha de fondo en su conversación; al conocerlos tan bien, Makoto es capaz de identificar el nado de cada uno. Nagisa es un poco más descuidado y juguetón, Rei siempre se esmera por ser prolijo y Haruka es grácil y veloz. Sin embargo, con solo su audición, el chico de claros cabellos nota que algo extraño sucede con su mejor amigo; se escucha torpe y algo descoordinado, además de lento. Angustiado, se gira a mirar al nadador que, de pronto, se detiene a mitad del carril.

Nanase se sostiene de la línea colorida que divide la piscina. Su pecho sube y baja de una manera veloz y abrupta, tratando de jalar cuanto aire le sea posible porque, sin explicación, siente que se ahoga. No puede respirar bien y una tremenda fatiga le agobia, como si hubiera nadado kilómetros cuando ni siquiera ha terminado una vuelta tranquila de crol.

A la par que se recarga en el carril, tratando de estabilizarse, Tachibana se disculpa con Matsuoka antes de entrar a la piscina de un clavado para nadar hasta él.

—Haru—le habla con voz dulce y preocupada—. ¿Estás bien? ¿Te duele algo?

Y trata de responderle, pero parece que solo puede hacer una cosa a la vez; o respira o habla, ambas cosas son imposibles de hacer al mismo tiempo. Aun sujeto de la línea divisora, Haruka siente la mano cariñosa del menor sobar su espalda con cuidado y precisión. Agradece mentalmente que no le esté haciendo más preguntas ni le trate de hacer conversación, porque eso lo frustraría aun más de lo que ya está.

Permanecen así un largo rato, llamando la atención de los demás presentes que muestran preocupación por la situación. Finalmente, Nanase logra recuperar el aliento, no por completo, pero sí lo suficiente para hablar y dejar de sentirse exhausto. Enderezándose, el de ojos azules se retira la gorra y los lentes protectores, musitando un suave "Estoy bien" que no logra tranquilizar al más alto.

—¿Qué sucedió? — pregunta Makoto.

—No es nada— insiste con voz espesa; sus labios casi tan azules como sus ojos—. Estoy bien.

—Haru. No estás bien.

—Makoto.

—Por favor. Vamos al médico. Por favor, Haru-chan.

Al ver la insistencia en aquellos orbes esmeraldas tan dulces y genuinos, el aludido cede luego de un instante en completo silencio en donde piensa que el contrario parece un cachorro suplicante.

—Bien. Pero no me llames así.

...

Makoto desea poder acompañar a Haruka, pero éste se ha negado rotundamente. Es así como el mayor va al hospital, junto a la señora Tachibana, mientras el menor permanece en la escuela; luego le pasará los apuntes, tareas y demás.

Habría preferido ir completamente solo, pero cuando el de cabellos olivas le comentó a su madre la situación, ésta se presentó voluntaria para ir con él, pues como menor de edad no podía asistir sin sus padres o algún adulto. Los progenitores de Haruka no están en la ciudad y el matrimonio de los Tachibana siempre lo han considerado como un hijo más, así que para la mujer amable aquello no es ninguna molestia.

Luego de arribar al hospital, presentándose a una enfermera en la recepción, se dirigen a una habitación pulcra y limpia. Ambos se sientan en las sillas que descansan frente a un escritorio ordenado. Del otro lado de éste, un hombre que ronda los cuarenta años teclea un par de cosas en un computador blanco. Alrededor suyo hay algunas cosas más de índole médica, como una camilla para examinación, algunos archiveros con datos de los pacientes y libros, etc.

—Buenos días— habla el médico, enfundado en su bata pulcra—. ¿En qué puedo ayudarles?

—Buenos días— el par saluda.

—He tenido unos malestares desde hace unas semanas— Haruka dice.

—¿Qué clase de malestares?

—Problemas para respirar.

El hombre asiente, comprendiendo, y procede a trabajar con el computador nuevamente.

—¿Cuál es tu nombre?

—Nanase Haruka.

—¿Edad?

—Dieciocho años.

—¿Fumas, bebes o ingieres algún tipo de sustancia similar?

—No.

—¿Estás tomando algún medicamento?

—Ninguno.

—¿Alergias? — Haruka niega cuando el hombre lo mira y pronto se escuchan las teclas ser golpeadas por sus dedos al escribir—. ¿Propenso a infecciones respiratorias?

—No.

—¿Has tenido algún problema grave de salud en algún momento?

—Haru-chan sufrió de anemia un tiempo— habla la señora Tachibana—. Durante la secundaria.

—Ya veo— más ruido del teclado—. ¿Enfermedades crónicas que tengas?

—Ninguna.

—¿Algún antecedente familiar que deba conocer?

—No— Nanase menea la cabeza.

—Entonces— la espalda del doctor cae contra el respaldo de su asiento mientras sus codos descansan sobre los recargabrazos—. ¿Cómo son estos problemas? ¿Te da una sensación de ahogo?

—Sí. Cuando hago ejercicio me siento sin aliento.

—¿Inmediatamente? — un asentimiento de cabeza del menor—. ¿Cómo es tu condición física?

—Buena. Hago deporte diariamente. Corro de vez en cuando y voy al club de natación de la escuela.

—Y nunca habías tenido problemas, ¿no? — Haruka vuelve a afirmar—. ¿Sientes algún dolor en el pecho? ¿Tienes mucosidad?

—A veces siento una opresión. Solo he empezado a toser con más frecuencia.

—Entonces— el médico se levanta, se dirige a una pequeña cajonera de donde extrae un estetoscopio, un termómetro digital, entre otras cosas que deposita en una mesita de metal cerca de la cama de chequeo—. Pasa para examinarte. Dices que siempre has hecho ejercicio, pero estos días al mínimo esfuerzo te cansas.

—Así es.

Haruka se sienta sobre el firme colchón de la cama con facilidad, y ve que el doctor se coloca el estetoscopio.

—Voy a revisar tus pulmones, ¿de acuerdo?

Al recibir la afirmación del pelinegro, el hombre le indica que debe inhalar lentamente, aguantar un segundo, y soltar el aire, nuevamente, con lentitud. Es así como la fría parte circular se posa en distintos sitios de su espalda y pecho mientras el adulto le indica que respire. Posteriormente, Haruka tose y el doctor coloca sobre sus hombros, simplonamente, el artefacto para tomar el termómetro.

—Levanta la cabeza, por favor.

Mide si tiene fiebre y, después, usando un aparato cuyo nombre Nanase desconoce, revisa sus fosas nasales que no se encuentran obstruidas de ninguna manera, ya sea por moco o por hinchazón de los senos nasales. Pasa a revisarle los ojos, notándolos húmedos como suele ser normal, y también se fija en el subtono azul de su piel y sus labios casi morados.

—Noto una anormalidad, sí. Noto también un poco de arritmia cardiaca. Puedes volver a tu asiento— dice, señalando el mueble y acomodándose él mismo en su propia silla—. Necesitaremos hacer algunas pruebas más.

—¿No sabe qué tiene? — la señora Tachibana se nota más angustiada.

—Me temo que muchos problemas respiratorios son similares, así que necesitamos ir descartando para dar con el diagnóstico indicado.

Dicho esto, el hombre escribe un par de cosas en la computadora y, al poco rato, una impresora junto a ésta comienza a hacer ruido conforme escribe en una hoja. Ésta es extendida frente al par que leen inmensamente interesados, aunque sin entender realmente lo que dice, pues son tecnicismos que desconocen.

—Puedes hacerte todos los exámenes aquí. Una vez los tengas listos, puedes volver y me encargaré de interpretarlos.

Eso hacen. El pelinegro se disculpa con la madre de su mejor amigo por traerla de un lado para el otro, mas ella le sonríe de manera maternal y le resta importancia. Examen tras examen, en cuestión de horas, el par regresa ante el médico. El hombre, llamado Aoyama Kaoru, lee los documentos de cada una de las pruebas con una seriedad que, con el paso de los minutos, se torna más palpable y severa. Con aire culpable, Aoyama coloca los papeles frente al muchacho y la mujer, explicando lo que en ellos se encuentra para que puedan comprender lo que sucede.

...

Ambos se encuentran al teléfono; la señora Tachibana habla con su marido mientras que Nanase discute con sus padres. Llevan a cabo conversaciones diferentes, pero que tienen algo en común.

El diagnóstico del pelinegro ha sido todo menos alentador. La mujer habla acongojada, angustiada y al borde de las lágrimas con el padre de sus hijos que busca calmarla y darle apoyo aun si se encuentra atendiendo sus propios asuntos. ¿Debería decirle a Makoto? Se pregunta ella, sin embargo, el hombre le detiene y le recuerda que es Haruka quien debe hablar con él.

La voz escueta del pelinegro explica la situación a sus padres, siendo siempre conciso y directo. Aclara que no hace falta que vuelvan, asegurando que puede cuidarse solo y de verdad necesita, únicamente, el dinero para su tratamiento. Duran un largo rato hablando, incluso la madre de su mejor amigo ya ha guardado su respectivo teléfono para ir donde él. Unos minutos más pasan hasta que finalmente da por terminada la llamada.

Acompañado aun por la señora Tachibana, va hacia un banco donde revisa el estado de su cuenta y se alivia al ver que sus padres no han demorado nada en depositar. Esperando que eso sea suficiente, se dirigen a una tienda especializada en productos médicos donde compran todo lo requerido para el morocho.

Mientras ven producto tras producto, apoyados por un trabajador del local, Haruka siente que no está en la vida real. Es una pesadilla, cree. Comenzando a ver todo como si fuese alguien más, como si no fuese él quien controla su cuerpo.

A eso de las seis de la tarde, regresan a casa.

La madre de Makoto llega a su hogar donde ya sus tres hijos y su marido se encuentran. Los cuatro alrededor de la mesa de la cocina disfrutan sus alimentos, a excepción del adulto, con total ignorancia de los terribles acontecimientos.

—Estoy en casa— dice ella, y el par de mellizos la saluda enérgicamente, saltando de sus asientos para abrazarla.

—Bienvenida a casa, querida.

—Bienvenida, mamá— habla Makoto, con una hermosa sonrisa que pasa a ser una mueca de interés—. ¿Dónde está Haru?

—Está en su casa. Vendrá a comer en un rato más.

—¿Hermano Haru vendrá? — pregunta con entusiasmo la niña.

—Mh, sí. Lo he invitado a comer.

—¿Pasará la noche aquí? — Ren indaga.

—No. Está ocupado, así que no podrá quedarse tanto tiempo.

Las voces chillonas de ambos se quejan sonoramente ante las malas noticias. El señor Tachibana, con una sonrisa, les pide que vuelvan a sus asientos y dejen que su madre se acomode para comer, pues ha tenido un día largo. Makoto termina con su plato antes que el resto, justo cuando su padre ha colocado la comida frente a su esposa, e indica que irá a buscar a Haruka, de paso aprovechando que podrá preguntar cómo le ha ido.

No se percata de la melancolía en su madre o la seriedad de su padre cuando lo despiden a la par de sus hermanitos. Se calza los zapatos en la entrada y sale en dirección al hogar de su mejor amigo que descansa en la parte alta de las escaleras.

Llama a la puerta, pero nadie abre y se ve en la penosa necesidad de entrar por la puerta trasera, como casi todos los días. ¿Nanase estará en la bañera? Nombrando a su amigo, lo busca en el cuarto de baño, en la cocina y la sala, aunque al encontrarlas vacías opta por ir al cuarto. Ahí ve al muchacho que, sentado en la cama, lee lo que tiene pinta de ser un manual. Junto a él hay una combinación de máquina y contenedor que luce extraña, con botones y demás, de la cual emerge un tubo de plástico al que no puede ver el extremo. Además, una bombona permanece oculta detrás.

—¿Haru?

Los ojos zafiros miran sorprendidos al recién llegado que muestra un rostro de total confusión. El dueño de la habitación se pone en pie, aun con el manual en manos, mientras el contrario se aproxima con cautela.

—¿Qué es esto? — indaga Tachibana, su voz empezando a oírse asustado—. ¿Cómo te fue? ¿Qué te dijeron?

Sumido en el silencio, el menor admira todos los cachivaches que irremediablemente le hacen pensar en el hospital; casi puede oír el pitido de los electrocardiogramas y el gotear de las intravenosas.

Y Haruka siente que quiere desaparecer. El pecho le duele aun más que hace unos minutos y no sabe si es por su condición o si es por el tener que hablar de ésta con Makoto. Es un misterio quien está más aterrado de los dos. Una vez plantado al lado del pelinegro, se gira a mirarle con impaciencia.

—Es mi tratamiento.

—¿Tratamiento para qué?

La respiración de uno se escucha apresurada e inquieta mientras que el otro aclara su garganta de manera nerviosa. ¿Por dónde comenzar?

—Haru.

La mano grande sostiene la muñeca del contrario, como si se tratara de un niño asustado que se sujeta a las faldas de su madre por protección.

—El médico me diagnosticó hipertensión pulmonar idiopática—Makoto no sabe qué es eso, por supuesto, ni él mismo lo sabía hasta hacia unas horas—. Es un problema donde las arterias de los pulmones se estrechan, dificultando el paso de la sangre a estos. Eso provoca dificultades respiratorias.

—¿Cómo te dio eso? — la voz dulce suena temerosa y bajita, casi inexistente.

—A eso se refiere idiopática. Es decir, que no se conoce la causa.

—Y... Y... ¿Entonces? ¿Qué más te dijo?

Nanase traga con fuerza, con demasiada fuerza para su gusto.

—El tratamiento consiste en medicamentos, oxigenoterapia y algo de ejercicio— explica, tratando de sonar tan calmado como le es posible—. No es tan grave, aun, así que la terapia de oxígeno serán unas doce horas aproximadamente durante la noche. Puedo seguir nadando, pero... No creo que pueda competir.

—¿Eh? — la incredulidad tiñe el rostro de Tachibana por completo.

—Puedo nadar, pero muy poco. Si hago caso a mis cuidados y demás, puedo ir aumentando los ejercicios y la dificultad de estos.

—Pe-pero... esto terminará eventualmente. ¿Cuánto tiempo deberás... Estar en terapia? —aunque el rostro de Nanase suele ser neutral e inexpresivo, el más alto puede ver algo de culpabilidad y resignación—. ¿Cuánto tiempo te recetó el médico?

—Makoto— contiene un suspiro, bajando la mirada un segundo porque puede ver las lágrimas acumulándose en los orbes esmeraldas—. Es una enfermedad crónica. Esto no se va a quitar, solo puedo controlarlo y prevenir que empeore.

No sabe qué más decir; quisiera poder dar ánimos al de ojos azules, pero no tiene conocimientos de cómo. Está muy preocupado, tanto que no es capaz de ponerlo en palabras, es inmedible. Su agarre alrededor de Nanase se afianza a la vez que agacha su rostro hacia el suelo. Cuando los orbes como dos praderas se encuentran con los oceánicos, lágrimas espesas bajan de los primeros mencionados con velocidad. La nariz de Tachibana se vuelve ligeramente rojiza mientras los ríos de tristeza descienden sin control alguno, gota tras gota, a la par que sus labios dibujan una mueca hacia abajo de manera temblorosa. Quiere hablar, decir algo para mostrar su apoyo, pero no puede, de verdad que no puede; sabe que si algo sale de su boca romperá por completo en llanto.

El corazón de Haruka se aprieta dentro de su pecho por ver en ese estado al menor. Ha sabido que la noticia impactaría mucho a Makoto, aunque no ha sido consciente de que sería así de impactante. Cuando él se ha enterado del diagnóstico, en el hospital, no ha dicho nada, no hizo berrinche, no se quejó ni maldijo y mucho menos ha llorado. Y siente que es ahora el más alto quien llora en su lugar, porque llora como si fuera su propia dolencia.

No dice algo, porque sabe que nada funcionará para calmar a Makoto, así que lo sienta, cuidadosamente, sobre la cama y deja que las lágrimas fluyan sin problema. Se quedan envueltos en un silencio que no pueden describir como incómodo o cómodo, aunque sí lo sienten tenso. Luego de unos instantes, Haruka se levanta y toma una caja de pañuelos que procede a mostrar a su mejor amigo. Sorbiéndose la nariz, el de ojos verdes toma un pañuelo de papel y se limpia los caminitos de agua que enmarcan sus mejillas. Hace lo mismo una segunda vez, pero ahora retirando la mucosidad que amenaza con escurrir de sus fosas nasales.

En un intento de brindar confort, la mano pálida del mayor da un par de palmadas en la rodilla del otro, consiguiendo de éste un respiro frágil y trémulo. Finalmente, recuperando el aliento, Makoto se pasa sutilmente las manos por los párpados.

—Lo siento— musita de manera quebrada.

Haruka niega con un movimiento de cabeza, sabiendo que el otro se avergüenza de la escena que ha montado, aunque no tiene por qué. Para cuando el menor está más tranquilo, los ojos azules vislumbran que el tiempo se ha pasado en un parpadeo.

—Tu madre debe estar esperándome para comer— dice y el contrario asiente en acuerdo.

—¿Puedo quedarme a dormir?

—La fuente de oxígeno hará ruido.

—No importa— la mirada de Makoto es suplicante y logra que el pelinegro exhale con derrota.

Sabe que eso es una afirmación a su pedido. Al ver al pelinegro levantarse y dirigirse a la entrada de la habitación, el de ojos esmeralda, poco después, le imita, procediendo ambos a salir de la casa y bajar las escaleras de piedra en completo silencio hasta llegar a la casa de los Tachibana. Aguardan unos segundos frente a la puerta principal, segundos que el menor aprovecha para asegurar que su aspecto no delata que hace nada ha estado llorando. Respira pausadamente, tratando de regularizar la entrada y salida de aire para evitar que su voz tiemble al hablar con sus padres o sus hermanos; se sentiría aun más patético, pues cree que ha hecho algo ridículo ya en la casa del mayor. Haruka no le dice nada, con rostro impasible y aire paciente, hasta que Makoto recobra, por completo, la compostura. Asintiendo, el más alto abre la puerta e invita al contrario a ingresar al recinto, posteriormente haciendo lo mismo a la par que anuncia su llegada.

—Disculpen la intromisión— Nanase dice, luego de sacarse los zapatos e introducirse en la cocina donde el matrimonio y el par de mellizos se hallan.

—¡Hermano Haru! — los menores chillan emocionados, ganándose una diminuta, casi inexistente, sonrisa del aludido.

El pelinegro se sienta, obligado por su mejor amigo que le indica que le servirá la comida, y escucha las mil y una cosas que Ran y Ren le cuentan. Haruka guarda silencio, de vez en cuando respondiendo con monosílabas o algunos ruidos de negación y afirmación. A pesar de la energía y lo parlanchines que son los dos menores, estos nunca se han mostrado molestos o disgustados por la actitud taciturna y silenciosa de Nanase; siempre ha sido cómodo estar con él y es como un segundo hermano mayor para ellos, pues desde que tienen memoria él ha estado ahí, conviviendo con sus padres, Makoto y ellos mismos.

Los chiquillos demoran demasiado en terminar con sus alimentos, pues están más entretenidos en hablar que en masticar. Haruka agradece por la comida y se dispone a llenar su vacío estomago que ya comienza a quejarse.

—Hermano Haru— habla la niña—. Mamá dice que no te quedarás a dormir, ¿por qué?

—Makoto y yo tenemos trabajo escolar.

—Eh— se queja el niño—. Luego de terminarlo podrías.

—Es mucha— su hermano mayor interviene, firme pero no grosero—. Es tanta que tendremos que desvelarnos. Y ustedes no pueden quedarse despiertos tanto tiempo, mañana tienen clases.

—Pero...

—Niños— les llama la atención el señor Tachibana—. Hoy no. ¿Qué tal el fin de semana? Tendrán más tiempo libre.

Los dos pares de ojos grandes y curiosos se clavan en el pelinegro, impacientes.

—Está bien.

Con esa respuesta los dos exclaman alegres, comenzando a pensar qué harán entonces para divertirse y matar el tiempo. Finalmente, terminados sus alimentos, Ran y Ren se marchan escaleras arriba, a su habitación, para encargarse de sus respectivas tareas.

—¿Te quedarás a dormir con Haru-chan? — pregunta su madre.

—¿Puedo? Haru me ha dejado.

La mujer, con una sonrisa compasiva y melancólica, asiente.

—Claro. Solo lleva lo necesario, ¿de acuerdo?

—Y avisanos cuando se marchen a la escuela— el padre agrega.

—Mh, lo haré.

—Lamento todas las molestias— Haruka dice, haciendo una ligera reverencia aun en su asiento.

—¿Cuáles molestias, Haru? — una sonrisa le es obsequiada por el hombre de la casa—. Ni lo menciones. Puedes pedirnos ayuda con lo que necesites.

—Sí, siempre tendremos las puertas abiertas para ti.

Nanase ve al par de adultos, sintiendo una calidez agradable en el pecho al ser bien recibido en la familia Tachibana, y agradece concisamente. El matrimonio ha actuado más fraternalmente con él que sus propios padres. La pareja lo ha cuidado y acogido en los buenos y malos momentos, preocupándose cuando se enferma, se siente mal, o alegrándose por sus éxitos como ganar en alguna competencia, etc. Si lo piensa bien, es triste ver que sus progenitores sean apáticos hacia su persona. No es de extrañar que Haruka haya aprendido, desde más joven, a tratar toda situación por su cuenta. 

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