* INTRODUCCIÓN *
Adornos hermosos, peculiares y aparentemente costosos, se observaban por todos lados, se hallaban fijados ordenadamente sobre las paredes de aquella casa; cada uno de ellos expulsaba intensos colores entre rosas y lilas, además de matices claros que supuestamente caracterizaban el cumpleaños de una niña normal. Se los veía, incluso, esparcidas desde la puerta de entrada hasta el otro extremo para que los invitados especiales de la pequeña Valentina apreciaran con deleite la belleza organizada por su madre en esa fecha importante que celebraban cada año. Todo estaba listo, conforme a los gustos de Marta, y por supuesto, a los de su hija.
Frente al espejo de cuerpo completo de su habitación, con una sonrisa pintada en su rostro, la tierna cumpleañera, de ojos verduzcos profundos y cabello castaño claro largo, se encontraba examinando detenidamente su disfraz de princesa mientras sostenía una varita mágica de juguete en una mano; le parecía sumamente hermoso. Dio algunas vueltas sobre sus talones presumiendo su encantador vestido, pero se detuvo al instante. Hizo una mueca de felicidad al recordar a sus invitados especiales que vendrían esa tarde. No pudo evitar soltar otra de sus sonrisas. Valentina había estado esperando con ansias volver a ver a su primo. Sabía que se divertiría mucho con él, así como siempre.
—Valentina, mi amor, ven aquí, ya llegaron —informó Marta desde la sala.
—¿Ellos? ¿Ya llegaron mis tíos? —La pequeña salió de su habitación asomando la cabeza, curiosa y entusiasmada. Pronto fijó la vista al exterior—. ¡Es verdad! ¡Mami, ya están aquí! —anunció, emocionada al ver a Camilo sacar un pie del auto de su tío—. ¡Voy a decirles que vengan! —indicó echándose a correr; su cabello revoloteaba contra el viento—. ¡Tío, tía, por fin vinieron! —profirió tras alcanzarlos.
La niña se lanzó a los brazos de Víctor quien la atrapó abrazándola, alegre. Sofía acarició su peinado con un dedo sonriendo y mirándola con dulzura. El hijo mayor de ambos se unió a ellos después, pero se retiró al instante y se dirigió al interior de la casa. Ambos padres ignoraron su desaparición porque tenían la atención centrada en Valentina.
Camilo, el niño de ojos miel y cabello castaño, se encontraba a un lado observando detenidamente aquella extraña muestra de afecto que parecía durar una eternidad. Aquello lo había hecho sentir invisible. Se preguntaba la razón por la que sus padres no solían tener el mismo gesto de cariño con él.
—Camilo, saluda a tu prima por su cumpleaños —ordenó Sofía repentinamente sacándolo de su ensimismamiento. El pequeño obedeció, cabizbajo mientras sonreía y le regalaba un abrazo de amigos—. Ahora dale su regalo. —El niño asintió con la cabeza entregando el obsequio envuelto que había estado sujetando.
—Esto es tuyo, Valentina. Le pedí a mi mamá que lo comprara por tu cumpleaños —aseveró encogiéndose de hombros.
—¡Muchas gracias, Camilo! —dijo ella abrazándolo nuevamente—. Pongámoslo en mi caja de regalos, ¿si? Ven conmigo —recomendó haciendo un gesto con su mano, incitándolo a seguirle su camino.
El niño volvió a asentir e imitó sus pasos. Ambos se alejaron de los adultos que habían decidido dejarlos en paz un rato. Cuando ingresaron al lugar, Camilo se dispuso a observar, absorto y maravillado, la belleza de cada una de las decoraciones puestas. Le parecían llamativas. Deseaba tener algunas en su casa, o quizás en su habitación. Caminó atravesando los distintos globos y cintas de colores que se cruzaban en su recorrido. Observó a Valentina dirigirse a una gran caja rosa que se encontraba en la parte central de la sala, y colocar el obsequio en su interior. Apresuró el paso hasta estar a pocos centímetros de ella.
—Supongo que mis tíos habrán gastado mucho en hacer todo esto, ¿verdad? —quiso saber el pequeño mientras continuaba mirando todo lo que había alrededor.
—No, eso no es verdad, porque todo lo hizo mi mamá —aseguró—. No hay duda de que es la mejor, siempre hace cosas bellas para mí, su hija —enfatizó.
—Yo también quisiera que mi mamá fuera así, para tener todas esas cosas bonitas en mi casa —añadió Camilo, resignado.
—Eso es imposible, ya que mi mamá es única. No hay nadie igual a ella, Camilo, pero no te preocupes —mencionó la niña con orgullo—. Si quieres, puedo regalarte algunas cosas después de mi fiesta ¿Qué dices?
—¿De verdad? —cuestionó, dubitativo. Valentina afirmó con la cabeza—. ¡Entonces me parece bien, te lo agradezco! —Sonrió sin haber esperado aquella respuesta.
—Valentina, preciosa ¿dónde estás? —Esa era la voz firme de Sofía que la buscaba, después de haber pasado unos minutos—. Vamos, tus amigos ya llegaron también, están esperándote en el patio.
—Ya voy, tía, espérame un ratito —respondió la niña para calmarla—. Creo que ya debemos irnos, Camilo —susurró entonces cuando la escuchó alejarse—. Mejor vayamos a comer pastel ¡Adivina de qué sabor pedí esta vez!
—¿Chocolate? —dijo Camilo imaginando el sabor dulce de aquel postre en su paladar.
—¡Sí, el de chocolate! —confirmó —. Sabía que a ti también te gustaría probarlo conmigo.
Entonces ambos niños se dirigieron al patio de la casa, lugar donde se celebraría la fiesta de cumpleaños. Valentina pudo darse cuenta de la presencia de todos sus compañeros de la escuela ahí. Cada uno de ellos la felicitó dándole un fuerte abrazo y el obsequio que habían preparado para ella. Feliz, agradeció, y anunció que los guardaría en su caja inmediatamente; pronto volvería para empezar con su pequeña gran fiesta.
Camilo se mantenía observando el ambiente y las personas que se habían acercado a su prima. No entendía por qué a ella le celebraban el cumpleaños todos los años y le dedicaban cosas bonitas, pero a él nunca le pasaban cosas así. ¿Qué de malo había?
Un rato después, la cumpleañera volvió con un cono sobre su cabeza, dispuesta a ser agasajada.
Dos horas habían transcurrido, y con ello la fiesta ya había terminado. Valentina se encontraba comiendo su torta de chocolate al igual que su primo favorito, mientras miraba a los demás despedirse y regresar a sus hogares.
—¿Camilo, quieres abrir los regalos conmigo? —propuso Valentina—. ¡Te prometo que será divertido!
—No lo sé, Valentina ¿Y si mamá se va a casa sin mí? ¿Cómo volveré?
—No te preocupes. Mi tía dijo que se quedarían aquí hasta mañana —aseguró ella—. Ahora, vamos, por favor. Quiero ver los regalos contigo. Luego podremos jugar —insistió sujetándolo del hombro.
—Supongo que está bien —admitió.
Juntos se levantaron; caminaron a la caja rosada que habían visitado antes de la fiesta y la trasladaron hasta la habitación de la niña. Lo colocaron sobre el piso. Valentina lo analizó un momento, parecía pensar en qué regalo abrir primero. Entonces optó por el más grande.
Los ojos de Camilo se abrieron con verdadero interés al observar aquel juguete y escuchar los sonidos que hacía cuando su prima presionaba su abdomen. Se veía verdaderamente divertido. Necesitaba tocarlo también.
—A ver, yo también quiero hacerlo —pidió el niño después debido a la curiosidad que lo embargaba—. Déjame presionar, Valentina, por favor.
—Por supuesto que no —negó la pequeña con vehemencia colocando su obsequio por detrás. Ya había sembrado obsesión inmadura por ese juguete—. Esta muñeca es mía.
—¡Por favor dame! —profirió rodeándola para arrebatar aquello de sus manos—. Solo quiero tocarla un ratito. —Segundos después lo obtuvo, así que presionó el mismo botón.
—¡Esa muñeca es mía! ¡Le diré a mamá que me la quitaste! —anunció Valentina con algunas lágrimas en los ojos. Salió de su cuarto, dispuesta a quejarse con su madre.
Camilo se dispuso a ignorar su amenaza y a contemplar esa muñeca atractiva que tenía en sus manos. Podía simular a ser el padre, y la muñeca, su hija. Su diversión no duró por mucho tiempo, ya que minutos después, su madre apareció tras la puerta con un semblante perturbador.
—¿Camilo? —llamó Sofía sobresaltándolo. El pequeño fijó la vista en ella con temor desde la cama—. ¡Camilo! ¡Suelta a esa muñeca ahora! —exclamó, horrorizada ante la escena.
—Mami... pero yo... no, no quiero... —negó atrayendo aquel objeto a su pecho, fijando la vista en ella.
—¡Te dije que lo sueltes, caramba! —inquirió acercándose para propinarle un golpe en su diminuta mano y quitarle la muñeca—. ¿Cuántas veces te tengo que decir que no debes estar tocando estos juguetes, porque son solo para niñas, y que tú eres un niño? —Le recriminó con firmeza sujetando con una mano la muñeca, y con la otra, su brazo derecho—. Nos vamos, no ha sido buena idea dejarte solo. Siempre estás con tus tonterías.
Camilo no dijo nada más, y solo se atuvo a soltar algunas lágrimas de decepción de sí mismo. Se dejaba arrastrar por Sofía hasta que llegaron al patio; ahí se encontraba la familia entera observando la pérdida del sol en el horizonte. El niño miró a su padre, quien le dedicaba un semblante silencioso, serio; y Valentina, uno de pena y remordimiento.
—Valentina decía la verdad. —Sofía le dijo a Marta. Camilo vio a su padre levantarse y salir de allí negando con la cabeza—. Tengo que llevarlo a casa.
—No, querida. Llevarlo a casa no es la solución. Deben quedarse —cercioró Marta con seguridad—. Déjame hablar con él —pidió y Sofía asintió—. Camilo, pequeño, ¿puedes acercarte?
—Deja de chillar y obedece a tu tía —susurró Sofía con impaciencia.
Camilo se acercó con miedo limpiándose las lágrimas que se habían escapado. Marta lo recibió con una actitud diferente a la de su madre. Por un momento se sentía cómodo a su lado.
—¿Sabes que lo que tocaste estaba mal para ti? —preguntó—. Sabes que los hombres no juegan con muñecas y tampoco hacen llorar a las mujercitas, ¿verdad? —cuestionó Marta mirando a su hija al decir esto último—. Dime una cosa, sobrino ¿Acaso no eres hombre?
Camilo la vio fijamente a los ojos ante aquella pregunta. Aquello rompió el alma del muchachito. De pronto sintió ganas de llorar, pero sabía no podía hacerlo frente a ellos. No más. Suspiró pausadamente antes de decir algo.
—Sí, tía. Soy todo un hombre —afirmó con la cabeza gacha.
—Entonces no vuelvas a tocar las cosas de Valentina, ¿te parece, cariño? —cuestionó y Camilo asintió sin mirarla, sin saber qué decir—. ¿Qué te parece si sigues el ejemplo de tu hermano? Tú padre estaría muy orgulloso por ello. Deberías pedirle que te enseñe desde mañana ¿te parece bien? —El pequeño volvió a asentir en silencio. Deseaba salir corriendo—. Muy bien, eso era todo, simple y sencillo, cariño —agregó mirando a su madre—. Puedes retirarte, Camilo —le dijo con falsa dulzura regalándole un fuerte abrazo.
—Entonces, creo que ya entendiste —coincidió Sofía al tenerlo enfrente de nuevo—. Ahora, vete a tu cuarto donde siempre te quedas cuando vienes aquí que mañana tendrás que levantarte temprano para entrenar un poco con tu hermano —ordenó y Camilo asintió nuevamente con tristeza—. Buenas noches, hijito —dijo dándole un pequeño beso en las mejillas.
Cuando Camilo giró sobre sus talones, divisó a su padre, desde lejos, levantando el pulgar en señal de aprobación, por lo que se atuvo a dedicarle una sonrisa falsa.
Instantáneamente, el niño se dirigió a su habitación con premura, pero manteniendo el margen de la serenidad para que nadie descubriera sus ojos cristalizados, a punto de romperse en un mar de llantos. Pronto se subió hasta la cama quitándose los zapatos; se cubrió con las sábanas hasta el rostro y lloró. Desahogó todas las aflicciones que lo aquejaban. Sacó una foto arcaica que siempre guardaba en su bolsillo, y entonces la recordó con agonía.
«Nunca le hagas caso a nadie. Siempre sé tú mismo y haz las cosas que más te gustan ¿sí? ¿Me lo prometes?»
«Te lo prometo, abuelita»
—¿Por qué me dejaste? —Una gota gorda cayó por su mejilla—. Tú eras la única que me quería. No sabes cuánto te extraño, abuelita —murmuró entre lágrimas hasta que logró quedarse dormido.
Hola, espero que les guste <3.
Habrá primer capítulo el domingo 7u7.
Nos vemos beibis xd <3.
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