*Capítulo 2*

Después de haber despertado del profundo sueño en que había caído, Camilo se revolcó sobre la cama, estiró sus brazos y frotó sus ojos para levantar completamente. Observó alrededor con la intención de encontrar algo que pudiera ayudarle a subir los ánimos que había perdido la noche anterior, sin embargo, no halló nada. Lo único que podía ver era su estante de libros que tenía al lado, su escritorio, y dos sillas al costado de éste. Suspiró. Nada diferente. Fijó la vista en la mesa característica de su habitación, hecha de madera, que reposaba enfrente suyo y que tenía algunas fotos familiares sobre ella.

Se levantó súbitamente y caminó hasta aquel mueble para revisar algunas de esas fotografías. Rodó los ojos al ver a Emilio en una de ellas, y recordar el mismo rostro que había puesto en la cena. Se sentó en el borde de la cama y bufó tocando su flequillo. Sentía ganas de romper el material, pero se contuvo. De alguna manera, Emilio siempre lograba hacerlo sentir invisible, inútil y Camilo odiaba el sentimiento, envidiaba a su hermano desde su propio silencio. 

—No sé por qué, pero siento que te odio —confesó con la voz inaudible sosteniendo la fotografía de Emilio en sus manos—. Es injusto que mamá y papá solo te quieran a ti; que solo tú recibas sus elogios, mientras que yo, sus regaños por no ser como tú —resopló, desanimado agachando la cabeza.

Cerró los ojos despacio buscando relajarse y acabar con el resentimiento en medio de su cuarto silencioso que lo hacía sentir a gusto, sin embargo, no funcionó pues algunos golpes en la puerta lo obligaron a detenerse, derribar la imagen sobre el piso, y luego, a ponerse de pie para concentrarse en aquella voz que gritaba su nombre.

—¿Camilo? ¿Estás ahí? —quiso saber Valentina detrás de la puerta de madera oscura—. ¿Puedo pasar?

—S-sí, por qué no. Adelante —murmuró el castaño colocándose nuevamente en el borde, mientras recogía la imagen de su hermano y la ponía en su lugar.

Valentina ingresó con un aspecto que denotaba calma y curiosidad. Analizó a su amigo con desconfianza mientras buscaba descifrar el semblante distinto de Camilo quien se hallaba perdido en sus cavilaciones, incluso aunque Valentina ya estaba dentro.

—Pensé que no te encontraría despierto, Camilo —habló ella acercándose—. Mira, solo quería pedirte que bajaras a desayunar ahora, porque tenemos que salir puntuales hoy. No quisiera llegar tarde la primera vez que podemos ir juntos por tu culpa —admitió.

—¿En serio? ¿Qué tal si no nos vamos hoy? —se quejó Camilo—. Quiero decir que todavía hace falta que me tome un baño y me ponga el uniforme —se excusó al notar la molestia en el rostro de su prima—. Solo espérame unos minutos para bajar, Valentina —pidió entonces al verla poner los brazos como jarra—, no tardaré.

—Entonces apresúrate que no tenemos mucho tiempo, Camilo —ordenó ella—. Voy a esperarte en la mesa, ¿ya?

—Está bien. —Camilo asintió con la cabeza.

Cuando ella había salido, él comenzó a actuar con premura. Se dirigió a su armario, sacó su uniforme, y lo puso sobre su cama. Retiró el libro, de altura mediana, que solía guardar ahí y que llevaba a la escuela todos los días para sentirse completo, y lo metió en su mochila. Se dispuso a tomar un baño instantáneo de agua tibia con rapidez esperando cumplir con el tiempo límite. Pronto, bajó las escaleras para encontrarse con sus familiares.

La presencia de los tres chicos nuevos en su salón mantenía embelesada a Valentina. No había logrado quitarles la mirada de encima durante las primeras horas de clase. De hecho, nadie en la escuela había podido, pues no era común en ese colegio recibir estudiantes nuevos. Eran el centro de atención. Y eso era algo que ellos lo sabían con seguridad, especialmente Hugo, el chico a quien habían expulsado del colegio anterior por su mal comportamiento.

Durante el recreo, con la vista perdida en el vacío y aquel libro de romance arrimado a su torso, Camilo caminaba por los pasillos largos del lugar ignorando el tema primordial de conversación en ese día pues no quería hablar de ninguno de ellos, principalmente de Jonathan, sin embargo, aquello fue imposible porque Valentina se empeñaba en acercarse pronto, como todos, presentarse y, quizás luego, convertirse en su amiga. Él procuraba detenerla aunque sin mucho éxito ya que su amiga se alejaba con parsimonia. Aprovechando la distracción de aquel grupo, el castaño imitó los pasos de Valentina quien actuaba serena, sin ningún tipo de disimulo.


—Parece que no son de aquí, solo mírale los ojos, se ven tan guapos. Me pregunto cuáles serán sus nombres —soltó su acompañante, curiosa—. ¿Camilo, viste? Ese chico con copete acaba de mirarme, y esa chica acaba de hacer lo mismo contigo, creo que le gustas —informó dándole un codazo amistoso, pícaro. 

El castaño sonrió, incómodo, sin saber qué decir. Paseó su visión hasta ellos con timidez para comprobar. Pestañeó repetidas veces al hallarse, inesperadamente, cruzando miradas con aquel encrespado. Desvió la cabeza hacia Valentina porque no le agradaba la sensación extraña que tenía al descubrir su mirada fijada en él. Abrazó su libro intentando encontrar confianza, procurando hallar una excusa para escapar.

—Creo que deberíamos presentarnos, ¿no crees? —sugirió Valentina—. ¿Te pasa algo? —cuestionó al notarlo tenso.

—No, nada —titubeó el muchacho—. Mejor vayámonos por otro lugar, Valentina, esto no me está gus…

—¡Camilo! —gritó Jonathan de repente saludándolo con un gesto de la mano y soltando una sonrisa radiante, desde lejos.

El castaño quedó inamovible con los pies hundidos en el pavimento. Volteó a mirarlo, nervioso, pero bajó la cabeza pretendiendo evadirlo.

—No puede ser, él está saludándote ¿Acaso ya lo conoces? —agregó su amiga, boquiabierta—. Supongo que si es así, es bueno. Es hora que socialices con gente nueva como ellos, Camilo —recomendó—; diles algo y preséntamelos.

El muchacho quedó sin palabras. Se definía entre responder el saludo de un chico a quien apenas conocía o salir corriendo. Lo pensó por un rato, dudó. Apretó nuevamente el libro en su pecho, esta vez con más fuerza. Aceleró el paso dejando a una Valentina dispuesta a acercarse a esos muchachos, presentarse y pedir disculpas por su actitud extraña.

Camilo había corrido a las escaleras que lo dirigirían a la biblioteca, el único lugar donde lograba sentirse cómodo, en paz; sin embargo al arribar, pudo notar algo extraño: Las dos puertas grandes del área estaban cerradas. Revisó las ventanas de vidrio. No había nadie dentro. Probablemente, Brenda, la encargada, no había asistido a trabajar ese día. Resignado, dejó caer su cuerpo, al lado de esas puertas, con la esperanza de que éstas se abrieran en cualquier momento. Suspiró y puso el libro de romance sobre sus muslos; abrió la primera página, pero se detuvo ya que había presenciado a alguien enfrente de él. Levantó su cabeza, nervioso y se sobresaltó al ver al chico a quien había intentado evitar. Jonathan lo observaba con otra de sus sonrisas. Cerró el texto. Intentó levantarse, pero no funcionó.

—Qué casualidad, vuelvo a verte por aquí otra vez, Camilo —expresó el encrespado fingiendo asombro, aproximándose a su lado.

—No te preocupes, ya estaba por salir de aquí —justificó levantándose. Jonathan soltó una risotada que lo amilanó—. Ehm… ¿Por qué te ríes? —quiso saber Camilo, avergonzado.

—Porque me vacila la actitud que pones cada vez que me ves; así como ahora, por ejemplo —admitió el encrespado, divertido. Camilo se sintió sumiso, así que bajó la cabeza—. Tranquilo, que yo no planearé morderte —bromeó una vez más, pero se detuvo inmediatamente tras darse cuenta de sus reacciones—. Perdóname si te ofendí con eso —vociferó.

—No hay problema, pero… ya estaba yéndome de aquí, de verdad —mintió haciendo ademán de retirarse—, y… no es porque pienso que vas a morderme o algo por el estilo —zanjó moviendo las manos. Intentaba sonar bromista, pero se dio cuenta que le había salido pésimo debido a la sonrisa irónica que Jonathan había puesto—. Bueno, yo… no quiero decir que… o sea… —masculló—. Mejor ya me voy, el recreo terminará pronto. —Frunció sus labios en señal de rendición.

Ignorando el sarcasmo que mostró el encrespado, Camilo se encaminó a las escaleras, bajó con premura y recorrió los pasillos para buscar otra zona donde podría estar en paz, pero la presencia de dos compañeros conocidos, grandes y robustos, que se aproximaban con una mirada amenazante, lo impulsaron a detenerse. Su cuerpo se agitó al recordar las experiencias vividas con esos muchachos. Quiso dar la vuelta, pero había algo, como una fuerza, que lo obligaba a quedarse ahí, anonadado.

—Mira nada más a quien tenemos aquí. Ya se la extrañaba, señorita indefensa ¿Dónde está su protectorcito hoy? —espetó el chico que tenía un grano enorme en el rostro. El otro chico carcajeó, divertido.

—Ehm…

—Dejen de molestarlo. —Apareció Jonathan repentinamente por atrás llevando un brazo al hombro del castaño quien se estremeció con su toque—. Él no les hace nada —cercioró mirando fijamente a su compañero de al lado.

—Qué cosas dices, compañero nuevo. No estamos molestando, simplemente estamos saludando, que es diferente ¿no es así, compañero Díaz? —señaló aparentando amabilidad. Camilo asintió con temor—. Y también, ya que apareciste por aquí, queremos darte la bienvenida a esta escuela, donde siempre se educa a la gente cool —aseveró aquel muchacho extendiendo la mano con orgullo.

—Gracias —contestó Jonathan, seco, correspondiendo el saludo. Lo miró con seriedad.

—En fin, nos retiramos, causa, tenemos cosas que hacer. Nos vemos luego —anunció dando un pequeño golpe en su espalda.

El castaño los observó retirarse con el egocentrismo y las miradas amenazantes que les caracterizaba. Cuando los perdió de vista, rápidamente, dirigió la visión a su acompañante sonriente. Se estremeció al sentir otra vez el toque cálido de Jonathan en su hombro.

—G-gracias… —dijo Camilo soltándose de su agarre.

—Descuida. No debían haberte insultado así si tú no les hiciste absolutamente nada —cercioró. Él se tocó el flequillo sintiéndose avergonzado—. Dime algo, ¿siempre lo hacen? —quiso saber el encrespado.

—N-no, casi nunca —titubeó, indeciso—. C-creo que ya deberíamos ir al salón —masculló Camilo cuando la excusa adecuada resonó por los parlantes—. El recreo acaba de terminar.

—Tienes razón. —Sonrió Jonathan—. Vamos. —Hizo un gesto de la cabeza.

Antes de ingresar al salón de clases, Camilo pudo darse cuenta de que los mismos chicos que lo habían molestado se encontraban cuchicheando sobre ellos en una esquina, así que agachó la cabeza como él sabía hacerlo y avanzó ligeramente para llegar a su posición dejando atrás a un Jonathan confundido.

Por la tarde, las clases habían finalizado, así que Valentina y Camilo tuvieron que volver caminando a casa debido a que ésta no quedaba muy lejos de la escuela. Avanzaron algunas cuadras, juntos mientras sentían los rayos leves del sol golpear sus cabezas y escasear la poca energía que les quedaba.


Cuando estuvieron a punto de llegar, Camilo corrió la última distancia que restaba pues había divisado a Alonso, de espaldas y frente al portón rojo, dando un timbrazo. Su corazón aceleraba debido a la alegría que su presencia normalmente le provocaba. Se encaminó a su lado y lo llamó tocándolo del hombro.

—No pensé que vendrías aquí tan pronto —mencionó Camilo con una sonrisa inusual en él—. Se supone que yo debería ir a tu casa porque ganaste ayer aunque con trampa ¿no lo recuerdas? —habló—. ¿Estás escuchándome, Alonso? —quiso saber el castaño al percatarse de que su amigo lucía perdido—. ¿Pasa algo?

—Carajo, debí habértelo dicho ayer cuando estuve contigo —lamentó.

—¿D-decirme qué? —preguntó el castaño sintiendo escalofríos—. Dime ya, tonto, me estás asustando —musitó, nervioso.

—Me temo que ya no podremos reunirnos más, Camilo —soltó al instante. Su amigo frunció el ceño y abrió grande los ojos al observar una maleta abultada al lado de Alonso—. Perdóname —dijo al notar su cambio de humor—, pero hace un mes que gané una beca para poder estudiar fuera de aquí —justificó—. Si quieres, podemos seguir hablando por las redes sociales; podemos chatear, hacer video llamadas, seguir en contacto ¿Qué dices?

—Ehm… —titubeó el castaño. La verdad no sabía qué decir, no lograba asimilar todo lo que su mejor amigo estaba confesándole.

—Alonso, no me digas, ¿acaso vas a viajar? —interrumpió Valentina, antes que Camilo pudiera decir algo más, tras mirar la maleta en la vereda. Alonso asintió—. Entiendo. Espero que tengas un buen viaje, y también espero verte pronto —agregó ella. Pronto se retiró ingresando a la casa.

—Ya debo irme —informó tras percatarse de que su madre había llegado con su auto para recogerlo.

Camilo guardó un mutismo que duró por varios segundos ya que seguía sin poder asimilar aquel viaje. No reaccionó hasta que vio a su amigo alejarse.

—Alonso, espera… —inquirió entonces a sus espaldas, aproximándose nuevamente—. ¿Hablaremos por las redes sociales?

—Por qué no, te lo prometo —confirmó y Camilo fingió una sonrisa—. ¿Eso quiere decir que no estás molesto, resentido o algo así, conmigo? —quiso saber con una expresión culpable.

—Claro que no —mintió desviando los ojos—. C-cuídate, ¿sí? —masculló con la voz casi apagada.

—Tú también ¿de acuerdo?

Camilo asintió con pesadez. Quedaron, por un rato, mirándose el uno al otro con el sosiego que solía caracterizarles cuando se reunían. El ambiente se había puesto tenso. Instantáneamente, el castaño no pudo evitar abalanzarse a su acompañante dándole un abrazo de amigos verdaderos.

—Te voy a extrañar mucho, tarado. —Golpeó amistosamente su hombro.

—¿Crees que yo no? —rio Alonso—. Ahora sí tengo que irme, no quiero hacer enojar a mi mamá —anunció devolviéndole el golpe tras escuchar reiteradas veces el pitido del auto que lo esperaba—. Hasta pronto, hermanito —musitó.

Camilo lo vio subirse al coche, despidiéndolo con un gesto de la mano, y asimismo perdiéndolo entre las calles. Suspiró con melancolía tras percatarse esa noche había perdido a un amigo de verdad, a alguien con quien sabía jamás era necesario bajar la cabeza para expresarse. Tenía ganas de llorar, pero se contuvo ya que no quería llamar la atención de nadie en la casa, principalmente de su madre. Se limpió el rostro y se adentró a su hogar con mucha tristeza.

*****
Jonathan en Multimedia 7w7.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top