*Capítulo 1*
Uno de los pasatiempos preferidos de Camilo era jugar esos juegos de mesa que incluían fichas y dados con la única persona especial que era capaz de causar diversión en la mayor parte de su tiempo. El muchacho solía pasar todo el día al lado de Alonso, ya que le proporcionaba una amistad más allá de los límites, una que sabía no podría conseguir en cualquier otra persona. Él era su mejor amigo, ya que era diferente a los demás. A su lado sentía que podía sacar la versión real de sí mismo, sin máscaras como solía hacerlo con el mundo exterior.
Ubicados sobre el piso del cuarto de Camilo, ambos chicos se divertían jugando ludo mientras intercambiaban miradas de sosiego. El castaño tenía sus ojos miel concentrados en la partida que ya parecía finalizar en algunos minutos. El perdedor que iría a la casa del otro la próxima vez estaba por ser definido; eso siempre era el castigo, y en ese momento, Camilo llevaba la ventaja.
—Es mi turno —mencionó el castaño tirando el dado al suelo—. ¿Es en serio? ¿Solo tres? —agregó rodando los ojos. Movió sus fichas azules según lo indicado.
—Creo que estás de muy mala suerte hoy, Camilo —cercioró Alonso, divertido—. Qué digo de hoy, todos los años estás con mala suerte —manifestó socarronamente.
—Muy gracioso —expresó sarcásticamente Camilo entrecerrando los ojos—. Tira el dado ya, tonto; quiero ganarte de una vez por todas —zanjó golpeando su hombro amistosamente.
—Mmh… me salió seis —informó Alonso con alegría tras haber lanzado. Volvió a agitar el dado para dejarlo caer nuevamente—. De nuevo seis… otro seis… —Iba diciendo. Camilo observó los números con sorpresa, se percató de que había pasado al lugar del perdedor en cuestión de segundos—, y otro… otro más… ¿ahora cuatro? Bueno, creo que son… —Lo pensó por un rato—; treinta y cuatro.
—Ya era hora —confesó Camilo suspirando—. Pensé que…
—Espera —pidió su amigo haciendo un gesto con la mano. Comenzó a mover sus fichas rojas. Camilo se atenía a observar sus movimientos con atención—. Entonces, monto una ficha sobre la otra, avanzo lo que me queda y… ¡Bingo! ¡Treinta y cuatro era el número que estaba esperando!
—¿Qué? ¿Pero cómo…? —cuestionó Camilo, boquiabierto.
—Como yo siempre digo, mis cálculos matemáticos nunca me traicionan.
—Es injusto, seguramente hiciste trampa —se quejó el chico cruzándose de brazos.
—Sí, claro, y a quien no le gusta perder lo dice —aseguró—. Ahora tendrás que ir a mi casa la próxima semana —anunció mirándolo. Camilo bufó—, pero si quieres, yo podría… —expresó Alonso acallándose de repente; parecía haber recordado algo.
—¿Tú puedes…?
—Nada, olvídalo —respondió con cautela levantándose para caminar hasta la cama—. ¿Y qué harás más tarde? —quiso saber mientras se acomodaba. Observó a su amigo girar la vista hasta el estante de libros que estaba enfrente suyo—. No me digas que leerás uno de esos tantos libros que tienes ahí guardado —señaló. Miró su rostro que indicaba obviedad.
—Iré a la biblioteca de mi escuela para devolver los que pedí prestado. —Encogió sus hombros—. No vaya a ser que me multen por no haberlos entregado a tiempo —dijo poniéndose de pie para ir hasta su estante.
—Qué aburrido eres, Camilo —soltó Alonso sin intenciones de ofenderlo—. ¿Por qué mejor no haces algo más productivo para ti, algo que realmente te apasiona? ¿eh? —preguntó apoyando sus codos y sus pies en el colchón—; ¿qué tal si pruebas con el vóley? Me dijiste que siempre habías querido practicarlo. Además, tu escuela tiene un gran equipo de vóley y quizás…
—¡Shhh! —interrumpió, sobresaltado, poniendo un dedo sobre sus labios. Desvió la vista revisando sin alguien se aproximaba a la puerta—. No vuelvas a hablar de eso aquí —susurró.
—¿Qué? ¿Por qué no? ¿A qué le tienes miedo, Camilo? —quiso saber el muchacho con interés siguiendo la vista de su amigo—. Dime algo, ¿acaso siguen burlándose de ti esos idiotas?
—Claro que no. Todo terminó gracias a ti, amigo, lo sabes muy bien —admitió.
—¿Entonces por qué no haces lo que te gusta y ya? Pensé que ya habías superado ese obstáculo en tu vida.
—¡Tú no me entiendes! —profirió Camilo—. Leer es lo único que puedo hacer bien, en todo lo demás soy un completo inútil —alegó ocultando la verdad.
—¿Cómo lo sabes? No puedes hacerlo si nunca lo has intentado —cercioró Alonso. Fingió pensar en lo que diría—. Todo esto es por tus padres ¿cierto? Una vez me comentaste que…
—Alonso, ya basta. Las razones no importan —murmuró—. Mira, me encantaría seguir hablando, pero tengo que irme ya, la biblioteca solo abre hasta las seis —musitó el chico después de haber visto el dato en el reloj de pared.
Alonso se atuvo a soltar una gran bocanada de aire. Para él, no había caso seguir discutiendo sobre algo que Camilo no quería hablar. No podía obligarlo a decir no nada.
—Está bien. —Ambos se levantaron.
Camilo se encaminó hasta el estante y sacó dos libros pequeños. Los sujetó colocándolos sobre su torso. Pronto atravesó la puerta de salida y su amigo también. Cuando estuvieron afuera, Camilo le dedicó una última sonrisa despidiéndose. Sin embargo, antes de salir, Alonso lo llamó súbitamente y se acercó para abrazarlo con ímpetu. Camilo quedó sin palabras ante aquel gesto inesperado. No entendía la razón.
—¿Y esto por qué? —quiso saber alejándose de su agarre.
—Por nada —respondió fingiendo una sonrisa—. Camina, antes de que te multen por no devolver esos libros a tiempo, Camilo —bromeó Alonso y el chico se atuvo a sonreír porque había descubierto lo mucho que le agradaba estar a su lado.
Con el cuerpo erguido, y los libros apoyados en su torso, Camilo caminaba cautelosamente por los pasillos silenciosos de su escuela pretendiendo encontrar los correctos que lo llevarían a la biblioteca. Desvió sus pies rápidamente en una esquina al observar el peculiar azul de las paredes del área que estaba buscando. Pronto comenzó a dirigirse al lugar que visitaba todos los días en el receso.
Sin embargo, la presencia de tres chicos desconocidos más adelante lo impulsaron a detenerse. Los veía venir en su dirección, casuales, riendo a carcajadas de quién sabe qué cosas. Se detuvo a observar sus aspectos. El primero le causaba desagrado debido al copete oscuro que llevaba y el piercing en su oreja izquierda. La segunda era una chica de cabello lacio que parecía generar mucha confianza. Y el tercero, también le caía bien exteriormente, ya que tenía el cabello encrespado y una sonrisa muy brillante que se reflejaba en su cara.
Instantáneamente, una extraña sensación comenzó a correr por sus venas al observar a ese encrespado cruzar su mirada con la suya. Camilo suspiró con vergüenza y arregló su flequillo; luego caminó con premura agachando la cabeza mientras pretendía rodearlos. Esperaba pasarse desapercibido.
—Chequeen esto. —Escuchó decir al que parecía ser el más rudo del grupo. Ese chico lo empujó con tanta fuerza que ni siquiera había podido mantener el equilibrio. En cuestión de segundos, Camilo terminó en el suelo, humillado, y los libros también—. ¿Vieron cómo se cayó este imbécil? —alegó entre risas graves y sonoras.
—Qué mierda. No debiste haber hecho eso —increpó el encrespado con seriedad recurriendo inmediatamente a ayudar al caído.
—¡Te pasaste, Hugo! —gritó una voz femenina.
—Vamos, pero qué delicadas son —farfulló Hugo con socarronería—. Si les pasa luego y me necesitan, estaré en el patio fumando unos cigarrillos. Los espero —espetó retirándose.
—¿Te encuentras bien? —preguntó después aquel chico dirigiéndose a Camilo quien solo asintió con la cabeza gacha y la vista perdida en el suelo. La verdad era que había empezado a sentirse débil—. Ven, te ayudaré a levantarte ¿vale? —sugirió procurando levantar su mirada. Le estrechó una mano con amabilidad.
Camilo lo dudó al principio, pero pronto aceptó su ayuda con temor hasta que fue capaz de ponerse de pie.
—Toma, estos libros son tuyos —interrumpió la chica, quien había recogido lo derribado, con una sonrisa culpable.
—Gracias… —se atuvo a decir Camilo recibiéndolos en sus manos.
—A propósito, yo soy Jonathan, y ella es Melanie, y somos nuevos en esta escuela. Mucho gusto. —Se presentó aquel encrespado con una sonrisa radiante y sofocante—, ¿y tú? ¿Quién eres? ¿Qué te parece si nos dices tu nombre? —cuestionó penetrándolo con la mirada.
Camilo tragó saliva, indeciso y confundido. De alguna extraña manera, se sentía intimidado por Jonathan debido a la forma de cómo lo miraba. Eso no le agradaba para nada.
—Mi nombre es… Camilo. —Sonrió con desgano.
—Es un buen nombre —admitió Jonathan.
El castaño se atuvo a bajar la cabeza nuevamente.
—Camilo —Melanie le llamó y él alzó la visión—, te tengo que pedir que perdones a nuestro amigo Hugo. A veces no sabe medir las bromas que hace ¿no es así? —comentó mirando a su amigo de al lado.
Jonathan asintió con confianza mientras continuaba intimidándo al castaño con sus profundos ojos azules.
—No hay problema —manifestó Camilo—. Ya me tengo que ir.
—¿Vas a la biblioteca? —cuestionó Jonathan intentando llamar su atención después del hecho causado. El muchacho afirmó con la cabeza—. Qué casualidad, nosotros íbamos también ahí, te acompañamos —ofreció.
Camilo no halló razones para negar la petición, así que optó por acallar y dejarlos que lo acompañaran. Caminó nuevamente en dirección a su destino fijándose en el reloj de su celular. Pronto ingresó al lugar dejando a esos chicos afuera; buscó a la encargada, devolvió los libros que había llevado y finalmente firmó un documento que indicaba su responsabilidad con la entrega.
Salió para encontrarse con sus acompañantes. Sin embargo, se detuvo para idear alguna excusa que le ayudaría a escapar de allí. En realidad, hacía eso porque no sabía qué decir o cómo socializar con gente nueva como ellos. Era demasiado tímido para lograr aquello.
Cuando decidió retomar su camino, el pretexto perfecto apareció como por arte de magia con el sonido familiar de su celular que había configurado para Valentina. Ese ruido captó la atención de Jonathan y su amiga cuando se encontró a escasos centímetros de distancia.
—Ehm… es mi mamá —informó el castaño señalando su celular—. Ya me tengo que ir, c-chicos —dijo bajando casi corriendo por las escaleras. Ambos muchachos quedaron dedicándose semblantes de confusión por la actitud de éste, encogieron hombros y lo dejaron marcharse—. Dime, Valentina, ¿qué pasó? —pidió saber Camilo tras haberse dado cuenta que ya se había alejado lo suficiente para que nadie lo escuchara.
—Camilo, ¿dónde estás? —preguntó la chica al otro lado de la línea—. Tienes que volver ya. Tu papá dijo que quiere a toda su familia presente porque tiene una gran noticia que dar —informó—. ¡Así que apresúrate! Parece que la noticia estará interesante.
—Está bien. Ya estoy regresando. —Suspiró, resignado cortando la llamada. Usualmente cuando escuchaba esa palabra, las noticias siempre tenían que tener el nombre de su hermano tatuado en ellas. Confiaba en que eso era lo mismo.
Durante el regreso a casa, no tuvo otra cosa más que pensar que en lo que dijo Valentina. Esperaba que esa próxima novedad no lo afectara como siempre solía hacerlo. Llegó a su casa tras haber sentido las brisas gélidas de la noche que le habían golpeado con vaivén. Ingresó, buscó a sus familiares, y precisamente los halló a cada uno de ellos reunidos en una especie de círculo en la sala de su hogar. Divisó a Valentina quien había guardado un espacio al lado suyo, para él. Se encaminó hasta ella mientras sentía las miradas de todos posarse sobre su cuerpo. Intentó ignorarlas, aunque fue imposible. Tragó saliva y tomó asiento.
—Muy bien, creo que ya todos estamos aquí. —Empezó diciendo Víctor—. Como ya lo mencioné anteriormente, tenemos una gran noticia que darles —anunció mirando a su hijo mayor con aprecio, y luego a los demás en la sala—. No queríamos decir nada hasta que no estuviéramos seguros, pero ahora se confirmó. —Todos agudizaron sus oídos tras haber escuchado aquello—. Emilio viajará a España dentro de unas horas debido a una beca que ganó tras derrotar al equipo previamente ganador en nuestro país. Es una gran oportunidad para él, así que lo acompañaré. Ahí podrá estudiar mejor, conocerá mujeres mucho más guapas y podrá reforzar, cada vez más, sus habilidades futbolísticas para entonces ser reconocido mundialmente como el mejor. ¿No les parece genial este logro que Emilio ha conseguido? —dijo tocando la espalda de su hijo con su palma.
—¡Dios mío, no lo puedo creer! —vociferó Sofía, emocionada tocándose el pecho con vehemencia.
—Lo sé, mi amor —aceptó su esposo—. Es por eso que invité a Marta. Quería saber si podrías quedarte un tiempo con Sofía, solo por el momento que estaré ausente —mencionó.
—Por mi no hay problema —respondió ella.
—Por mí tampoco, tío —aseveró Valentina, ansiosa por la idea de vivir bajo el mismo techo que su mejor amigo—. Es más, estaré feliz de vivir al lado de Camilo —añadió abrazando con ímpetu al castaño quien hasta el momento no había podido asimilar todos los sucesos que estaban ocurriendo.
—Muy bien —añadió el padre—. Ahora solo quiero decir que estoy muy orgulloso de ti, Emilio; por este nuevo logro que has conseguido. Te amo, hijo. —Lo abrazó.
Todos se levantaron y aplaudieron, entusiasmados. Camilo no lo podía soportar más, no podía seguir viendo los ojos de su padre al hablarle así a su hermano mayor. Salió corriendo del círculo desordenado, sin que nadie se haya dado cuenta. Intentaba ocultar su vista cristalizada de los demás. Se dirigió a su cuarto y cerró la puerta con impotencia, tristeza. Colocó su cuerpo sobre la cama y soltó algunas lágrimas de decepción de sí mismo y frustración. Observó el techo con aflicción mientras movía los dedos dentro del colchón. Cerró los ojos con fuerza frunciéndolos.
Para cuando Víctor y Emilio abandonaron la casa, Camilo ya se había dormido con el rostro algo húmedo, la almohada bajo su cabeza y la sábana cubriéndole todo el cuerpo. Suspiraba lentamente y con sosiego, mientras dejaba pasar las horas para recuperarse del mal momento que ya estaba acostumbrado a pasar.
Les dejo a Camilo en multimedia, así es como me lo imagino en mi cabeza 7u7.
Byee!
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