40 - REAL LIFE
Nota: este capítulo tiene bastante contenido sexual (ups, spoiler), lo digo por si alguien no se siente cómodo con ello, avisado queda xD También es el más largo hasta ahora, y el que más me ha costado escribir, I hope you like it ;)
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La llamada a cobro revertido desde una de las comisarías de Nueva York pilló totalmente por sorpresa a Chris Evans, cuando este se encontraba tomando algo en un bar de Boston, junto con su hermano y un par de viejos amigos de la infancia.
―¿Todo bien? ―preguntó Scott, tras verlo regresar a la mesa con el rostro desencajado en una expresión de preocupación.
―Tengo que irme ―respondió Chris, a la par que tomaba su abrigo y su cartera―. Gavin se ha metido en un lío.
―¿Quién es Gavin? ―quiso saber uno de sus compañeros de mesa.
―El hermano pequeño de Silver ―aclaró Scott―. ¿Qué le ha pasado? ―agregó. Aunque no tenía tanta confianza con el crío como Chris, sí lo conocía y lo apreciaba. Ese chaval le había regalado más de un momento memorable a lo largo de los últimos años.
―Lo han detenido, aún no sé bien por qué ―explicó Chris, apresuradamente―. Ha gastado su llamada conmigo. Tengo que ir a Nueva York... Lo siento, tíos.
―No te preocupes, vete ―contestó Scott, muy convencido―. ¿Puedo hacer algo?
Chris sacudió la cabeza en un gesto negativo.
―Te llamaré cuando sepa algo más.
Con estas palabras, abandonó el bar, dispuesto a conducir hasta Manhattan. Ni siquiera se planteó buscar una alternativa, poco le importaba que pasase de la una de la madrugada; Gavin era casi como otro hermano para él, fuera cuál fuese el problema en el que se había metido, no pensaba dejarlo tirado.
Casi dos horas más tarde, una vez inmerso en el alocado tráfico neoyorkino, decidió mandarle un mensaje a Silver, obviando la petición de Gavin de no contarle nada... Era lo correcto. No podía ocultarle algo así.
Tras aparcar en el primer espacio que encontró libre, entró a la comisaría.
Por suerte, no estaba muy concurrida, apenas un par de hombres y la recepcionista ocupaban la estancia, y nadie pareció reconocerlo en primera instancia.
―Disculpe ―se acercó al mostrador de recepción―, busco a Gavin McKenzie.
―¿Es familiar? ―cuestionó la encargada, aún sin levantar la vista del ordenador.
―No, soy un amigo, pero tengo entendido que no lo han procesado todavía, solo está retenido por prevención ―explicó el actor con calma, haciendo gala de sus dotes interpretativas. Lo que menos le convenía en ese momento era perder los nervios―. Me gustaría hablar con él, si no es molestia.
―Un momento.
Chris se metió las manos en los bolsillos del pantalón y respiró hondo, mientras paseaba la mirada por el vestíbulo en busca de cualquier distracción. ¿En qué diablos se habría visto inmiscuido Gavin?
Un par de minutos más tarde, el hermano de Silver asomó desde una de las puertas laterales, escoltado por un policía que lo sostenía del hombro.
―¡Chris! ―El chico pareció quitarse un inmenso peso de encima en cuanto lo vio―. Te juro que yo no he hecho nada, es todo un malentendido...
―Tenéis diez minutos ―intervino el policía, al parecer demasiado agotado como para reparar en que tenía frente a él a uno de los actores más exitosos del momento―. Después el chaval tiene que volver a que terminemos de tomarle declaración.
Chris asintió, y posó una mano en la espalda de Gavin, animándolo a que lo acompañase hasta el banco situado en la otra punta de la estancia, donde disponían de mayor intimidad.
―¿De qué te acusan? ―inquirió, sin andarse con rodeos. No tenían tiempo para tonterías, necesitaba saber cuánto antes si debía llamar a su abogado, o si solo se trataba de una tontería.
―Posesión de marihuana ―confesó Gavin―, pero no era mía, Chris, te lo juro. Había fiesta en mi residencia estudiantil... se descontroló un poco, y alguien llamó a la policía ―explicó, chasqueando la lengua.
―¿Y por qué te han detenido a ti?
Gavin enrojeció ligeramente y bajó la mirada antes de responder.
―La hierba es de una chica, una compañera, estábamos enrollándonos en mi habitación cuando ella la sacó... ―Se pasó una mano por el pelo, nervioso―. Te juro que no tenía pensado fumar, ni siquiera me gusta..., pero entonces entró la policía, nos pilló...
Chris meneó la cabeza; podía imaginar hacia dónde se encaminaba esa historia.
―Y dijiste que era tuya ―adivinó―. Joder, Gavin, ¿cómo se te ocurre?
―Soy idiota ―aceptó el chico, para luego exhalar un prolongado suspiro―. Layla, mi compañera, ya tiene un expediente abierto, si la hubiesen detenido a ella, la habrían expulsado de Juilliard... Yo no tengo antecedentes...
Chris inspiró hondo, tratando de poner en orden sus ideas. Entendía por qué el chaval había cargado con la responsabilidad; estaba protegiendo a su amiga... Él también había cometido locuras por el estilo a su edad...
Pero Gavin acababa de cumplir los dieciocho, a ojos de la ley ya era adulto. Dependiendo de la cantidad de hierba que le hubieran pillado, se arriesgaba a ser procesado por un delito, con multa y pena de cárcel incluidas.
―¿Cuántos gramos? ―quiso saber Chris.
―Unos cincuenta, creo ―vaciló Gavin, recordando lo que minutos atrás había escuchado a los polis―. ¿Es grave? ―agregó, con un deje que no disimulaba cierta desesperación.
Las facciones del actor se contrajeron en un gesto de molestia, que enseguida trató de disimular.
―No estoy seguro, pero creo que por eso pueden caer hasta tres meses de prisión, y una buena multa ―admitió, trayendo a la memoria viejas conversaciones con amigos durante la etapa más desenfrenada de su juventud, aquel verano justo antes de mudarse a Los Ángeles, cuando aún creía que fumar marihuana era algo guay, y no un completo desperdicio de tiempo y recursos.
―¡Tres meses! ―Gavin palideció―. No puedo ir a la cárcel, Chris, soy demasiado guapo, ¿no me has visto? Seré carne de cañón en cuanto ponga un pie dentro...
Cevans tuvo que reprimir una mueca divertida, no era el momento, ni de lejos.
―Ey, tranquilo, lo vamos a solucionar.
No llegó a decir nada más, pues en ese instante, las puertas de la comisaría volvieron a abrirse, dando paso a una nerviosísima Silver.
Ambos se volvieron hacia ella, al igual que los dos hombres que esperaban para ser procesados en los banquillos frente a recepción; y no era para menos, Silver lucía completamente fuera de lugar con esos tacones de diez centímetros, y un corto vestido de Versace a juego con el bolso de mano.
La chica los localizó enseguida, y fue directa hacia ellos.
―¡¿Qué diablos ha pasado?! ―exigió saber, en un tono que vacilaba entre el cabreo y la preocupación.
―Tío, la has avisado... ―Gavin arrugó la frente, disgustado. No quería que su hermana se enterase, no tan pronto al menos. Prefería esperar a que la crisis estuviese superada para contárselo.
―Tenía que hacerlo ―se disculpó Chris, para luego centrar toda su atención en Silver.
Haciendo uso de su mejor tono conciliador, la puso al tanto de la situación. No le ocultó nada, pero trató de agregarle la mayor dosis de optimismo posible.
Apenas había terminado de hablar, cuando el mismo policía de antes, ahora con mayor expresión de cansancio, regresó para llevarse a Gavin de nuevo, a fin de terminar con su declaración.
―Esto tiene que ser una broma ―bufó Silver, dejándose caer en uno de los desvencijados bancos pegados a la pared―. Mi madre se va a volver loca, si se entera...
Chris se sentó junto a ella y le pasó un brazo por los hombros.
―Gavin es un buen chico ―dijo―, simplemente actuó sin pensar, por impulso, y con el corazón. Y eso lo ha metido en un lío. ¿A quién te recuerda?
Una pequeña sonrisa de resignación asomó a los labios de la chica. Chris estaba en lo cierto; eso sonaba mucho a algo que ella misma habría hecho.
―No puedo dejar que lo procesen por esto ―murmuró, algo más tranquila―. Incluso si le pusiesen la pena mínima, no sería justo, le quedarán los antecedentes ―añadió, con un leve estremecimiento, no muy segura de si se debía a los nervios o al frío.
Cuando había recibido el mensaje de Chris, ella se encontraba de fiesta con sus compañeros de The Politician y con Taron, que nunca se negaba a una noche de karaoke. Este último se había ofrecido a llevarla hasta la comisaría, pero, a causa de las prisas, había olvidado su cazadora en el bar.
Y, en pleno marzo, el clima en Nueva York no resultaba cálido, precisamente.
―Lo sé. ―Sin necesidad de que ella dijese nada, Chris se quitó el abrigo y se lo colocó a Silver sobre los hombros―. Eso no va a pasar, ¿de acuerdo? Gavin es inocente.
―Perdonad...
Ambos alzaron la mirada hacia la recepcionista, que acababa de acercarse con su móvil en una mano y un montón de papeles y bolígrafo en la otra.
―No sé cómo no me he dado cuenta antes, ¡sois Chris Evans y Silver Lane! Soy súper fan vuestra.
―Gracias ―respondió Chris, con una sonrisa nada forzada, pese a lo extraño de la situación. Estaba acostumbrado a ser reconocido por fans en cualquier sitio, pero en una comisaría de policía... Eso era nuevo.
―¿Qué hacéis aquí? ―quiso saber ella, incapaz de contener la curiosidad―. ¿Es por el chico de la marihuana?
―Es mi hermano ―aclaró Silver.
La mujer iba a responder, pero Chris se adelantó; no podía echar a perder la oportunidad.
―¿Sería posible que pudiese hablar con la persona a cargo del caso? ―preguntó, a la par que esbozaba una expresión de lo más encandiladora.
Silver lo miró con un gesto interrogante, pero Chris se limitó a posarle una mano en la pierna, pidiéndole que confiase en él.
―La inspectora Jonhson es bastante... intransigente ―titubeó la recepcionista―, pero seguro que con el Capitán América está dispuesta a hacer una excepción ―concluyó, animada―. Esperad un momento, ahora vuelvo.
Desapareció tras la misma puerta por la que se habían llevado a Gavin minutos atrás, y volvió a aparecer un rato después, indicándole al actor que podía pasar.
―¿Qué vas a decirle? ―susurró Silver, poniéndose en pie a la par que su amigo.
―Improvisaré un poco. ―Él se encogió de hombros―. Confía en mí. También tuve dieciocho años. Gavin saldrá de esta.
Silver se mordió el interior de la mejilla, pero no dijo nada. Si alguien poseía la labia necesaria para salir airoso de esa situación, ese era Chris Evans.
―Entonces, ¿estáis juntos? ―preguntó la recepcionista, una vez que el actor desapareció en la dirección reservada a los despachos y salas de interrogatorios.
―Somos amigos ―respondió Silver, automáticamente.
―Vaya... es una pena, hacéis muy buena pareja, yo siempre apoyé el chrisver, desde la primera película que hicisteis juntos ―exhaló decepcionada―. Esa química no puede ser solo actuación. Además, ¿qué amigo se queda contigo en una comisaría a estas horas de la noche? Si llego a tener a semejante hombre, como lo tienes tú, créeme que no lo dejaba escapar.
Silver casi pudo sentir cómo la sangre ascendía a sus mejillas, ruborizándola. Esa mujer no tenía pelos en la lengua, desde luego.
―Puede que sea algo más que un amigo ―confesó, incapaz de disimular una tímida sonrisa.
―Así me gusta, chica ―la recepcionista le palmeó el brazo en un gesto amistoso―. ¿Me firmas un autógrafo? A nombre de Shantall.
Los veinte minutos posteriores resultaron de lo más extraños para la actriz. Los pasó firmando autógrafos para todos los amigos y familia de Shantall, así como para los dos hombres que esperaban en recepción. También le pidieron selfies, a lo que ella solo accedió tras hacerles prometer que no las difundirían o, por lo menos, que no agregarían la ubicación si las subían a Instagram... Lo último que le convenía era que se publicasen fotos de ella en una comisaría de policía a las tres de la madrugada.
Ya casi se sabía toda la vida de la recepcionista y su enorme familia sureña cuando Chris y Gavin salieron al fin, ambos con sendas sonrisas de victoria en el semblante.
―Todo arreglado. ―El actor se adelantó a la pregunta de su amiga―. Podemos irnos.
―¿De verdad? ―Silver no fue capaz de contener el enorme alivio―. ¿Sin ficha policial, ni multa?
―Puedes estar tranquila, hermanita ―respondió Gavin, pasándole un brazo por los hombros. Pese a que ella era siete años mayor que él, él le sacaba casi una cabeza de altura―. Estoy más limpio que cuando entré, incluso he hecho un par de amigos ―saludó a los dos policías que seguían junto a la puerta. Estos le devolvieron el gesto con expresiones divertidas.
Silver no hizo más preguntas. Se despidió de Shantall y de los dos delincuentes con quienes había estado hablando la última media hora, de nuevo pidiéndoles que no difundiesen su presencia ahí esa noche, y salió con Chris y Gavin al exterior.
―Ahora, en serio, ¿cómo lo habéis conseguido? ―los interrogó, ya en la calle.
―Chris ―respondió Gavin, como si fuese obvio―. Este tío podría venderle hielo a un esquimal. Actuación de Oscar, sin duda ―bromeó.
―No dije ninguna mentira, solo le conté a la inspectora las múltiples virtudes de tu hermano ―agregó Chris, en el mismo tono divertido―. Aunque tal vez haya ayudado que ella sea muy fan de Marvel, y que le prometí que Downey la llamaría personalmente para agradecerle su amabilidad con nosotros.
Silver se echó a reír. No le cabía duda de que Robert cumpliría encantado. No le sorprendería que incluso le enviase unos bombones, o flores, a la inspectora.
―Gracias, Chris ―dijo ella, rebosando sinceridad.
―No ha sido nada. ―Él sacudió una mano, restándole importancia―. ¿Has venido en tu coche?
―Vine con Taron, estaba con él y el elenco de The Politician en The Music Nights cuando recibí tu mensaje.
―Te encanta ese sitio ―sonrió Chris, nada sorprendido.
―A mí no me miréis, me trajo un coche de policía ―intervino Gavin.
Los tres intercambiaron una mirada que, apenas un segundo después, terminó en carcajada colectiva. La última hora había transcurrido cargada de tensión; necesitaban la risa para relajarse.
―Vamos, yo os llevo ―sugirió Chris, antes de guiar a los hermanos hasta su coche.
La residencia universitaria de Gavin no quedaba muy lejos de la comisaría. Pese a que, en un principio, Silver intentó convencer al chico para que pasase la noche con ella, dejó de insistir cuando Gavin argumentó que debía hablar con Layla, y dejarle muy claro que si quería seguir con él, no podía volver a ponerlo en una situación semejante.
El viaje fue breve. Tras dejar a Gavin en su parada no tardaron mucho en aparcar frente al apartamento de Silver en el West Village.
―¿No pensarás conducir hasta Boston ahora, verdad? ―cuestionó ella, todavía sin bajar del coche―. Es demasiado tarde.
―No sé, ¿puede? ¿Me propones un plan mejor? ―respondió Chris, enarcando una ceja, divertido.
―No seas idiota. ―Ella le golpeó el hombro, en un gesto amistoso―. Sabes que puedes quedarte conmigo siempre que quieras.
Él sonrió satisfecho. En realidad, pensaba pasar la noche en el piso de Sebastian. Aunque su mejor amigo estuviese en Atlanta, tenía una copia de la llave, y sabía que no le molestaría en absoluto que la usase... Pero la invitación de Silver sonaba mucho más tentadora.
―¿Intenta seducirme, señorita Lane? ―bromeó él.
Silver rodó los ojos, antes de sonreír.
―Por supuesto, verás qué romántico es mi sofá ―respondió―. Anda, vamos. Me apetece una copa, y odio beber sola.
Chris no se hizo de rogar. La siguió al interior del edifico, y subió con ella en el ascensor, sin dejar de comentar anécdotas y bromas. Nunca se aburría con Silver; por mucho que hablasen, entre ellos nunca se agotaban los temas de conversación.
Ahora que habían recuperado la cercanía que antes los unía, no conseguía comprender cómo había logrado soportar esos meses atrás, cuando sus intercambios estaban cargados de tensión y momentos incómodos...
Por suerte, esa etapa estaba más que superada.
A diferencia de su casa en Hollywood Hills, el apartamento de Silver en Manhattan no era excesivamente grande, poco más de cien metros cuadrados distribuidos en dos dormitorios, dos baños, cocina abierta al salón, y una impresionante terraza con vistas a la Gran Manzana; pero, sin duda, destacaba por su ubicación privilegiada, y por la exquisita decoración.
―Hacía mucho que no venía ―comentó Chris, una vez en el interior.
Delta salió a recibirlos en cuanto la puerta se abrió.
―¡Hola, preciosa! ―Inmediatamente, Chris se agachó a acariciar a la perrita―. ¿Cómo está mi chica favorita? Pero mira qué grande estás ―agregó, sin dejar de mimarla.
―¿Tu chica favorita? ―Silver se llevó las manos a las caderas, pretendiendo hacerse la ofendida―. Me voy a poner celosa.
―Tú eres la segunda. ―Chris le guiñó un ojo, divertido―. Sigue siendo un gran puesto.
La actriz se echó a reír, para luego quitarse el abrigo que él le había prestado y dejarlo colgado en el armario de la entrada. A continuación, cogió un plato de comida para Delta, que enseguida corrió tras ella, y lo dejó en la habitación donde su mascota solía dormir durante sus estancias en Nueva York.
Cuando regresó a la cocina, Chris trasteaba en la nevera con la plena confianza de la que sabía que disponía, en busca de algo para beber.
―Hay cervezas en el estante de abajo ―señaló Silver. Esa era otra de las cosas que le gustaban de Chris, su sencillez. Cuando bebía, casi nunca pedía alcoholes caros o elaborados, nada de vinos envejecidos desde el siglo pasado, ni champán, ni whisky con denominación de origen... Una simple jarra de cerveza le sobraba para ser feliz.
―Me conoces bien. ―Él tomó dos botellines y los abrió, pasándole uno a su anfitriona.
―Un brindis por la labia de Chris Evans ―propuso Silver―. No sé qué habría hecho si no llegas a sacar a Gavin de ahí.
―No te subestimes, Sil, seguro que te las habrías ingeniado sin mí. ―Él le restó importancia.
Después del melódico chin-chin, Chris se llevó el botellín a los labios, demasiado sediento. Vació casi la mitad, y luego lo posó sobre la encimera.
Empezaba a replantearse la lucidez de su plan. Le apetecía estar a solas con Silver, por supuesto, pero esa intimidad solo incrementaba la intensidad de sus emociones, de sus sentimientos, y de sus instintos más primitivos.
Ella estaba en pie frente a él, apoyada contra el borde de la isla de mármol, terriblemente sexy con ese minúsculo vestido, y sonriéndole con total naturalidad, como si nada; ajena a lo que su sola mirada despertaba en él, desconocedora de las innumerables noches que, a lo largo de los últimos meses, él había despertado bañado en sudor, frustrado... y duro como una piedra. Soñando con ella.
―Chris, no me estás escuchando. ―Silver entrecerró los ojos, en una expresión suspicaz.
―No ―reconoció él. No le veía el sentido a tirar de excusas baratas, no con ella.
―¿Por qué? ―insistió Silver y, en esta ocasión, Chris estuvo seguro de haber captado una nota burlona en su voz. Burlona y provocadora.
Estaba jugando con él.
―Porque no puedo dejar de pensar en lo sexy que estás ahora mismo. ―Dio un paso hacia ella y bajó la mirada, para clavarla en sus labios―. En lo sexy que eres.
De repente, Silver se vio acorralada entre la encimera y el sólido cuerpo masculino. Ese cuerpo de ensueño, cuya mera cercanía bastaba para encenderla.
Desde luego, no le molestó la sensación.
No era tonta, sabía muy bien a qué se exponía cuando decidió invitarlo a subir. La idea no había dejado de dar vueltas en su cabeza, incentivada por las palabras de Gavin antes de los Oscar, e incluso por las de la recepcionista de la comisaría esa misma noche.
Sabía lo que quería. Lo quería a él.
―¿Solo sexy? ―susurró, seductora.
De forma muy lúcida, era consciente de que, esa noche, ella era la que manejaba los hilos. Chris solo se contenía porque ella así se lo había pedido, podía percibirlo en la intensidad de su mirada, en el acelerado latido de su corazón.
Ella tenía el poder, ella decidía hasta dónde podían llegar. Y eso le encantaba
―Ardiente ―rectificó él.
―Del uno al cien ―Silver retomó la palabra, y una chispa de diversión bailó en sus ojos al imitar el tono quedo y ronco que él había usado unas semanas atrás, durante su baile en los Oscar―. ¿Qué tan increíble sería si te besase ahora mismo?
Chris no respondió.
Ella aún reía cuando él reclamó sus labios, tan seductores y suaves.
Silver contuvo un jadeo. Aunque ella lo había buscado, ese beso le robó el sentido, y la dejó sin aliento. Fue mucho más fogoso que cualquiera de sus anteriores acercamientos, mucho más ansioso, salvaje y febril.
Chris había vislumbrado la luz verde, y no pensaba desaprovechar la oportunidad. La asió por la cintura, pegándola aún más contra él, incapaz ya de poner freno a lo que deseaba desde hacía meses.
Sus bocas se movieron la una sobre la otra en perfecta sincronía. Se saborearon y succionaron entre ellos con hambre voraz, avivados por el calor que desprendían sus cuerpos en aquellos lugares donde el roce era más íntimo.
Cuando Chris se apartó, tras mordisquearle ligeramente el labio inferior, el sabor de ella aún perduraba en su boca. Y lo único en lo que podía pensar era que quería más. Mucho más.
―Si quieres que me vaya, este es el momento para decirlo ―susurró él, todavía sin apartar las manos de la cintura femenina, y con el rostro a escasos centímetros del de ella.
―Ni se te ocurra marcharte ―respondió Silver, muy convencida. Y, a modo de sentencia, llevó las manos hasta la base del jersey de Chris, un precioso jersey de punto, muy parecido a ese con el que había causado sensación en Knives Out, pero que, en ese momento, sobraba―. Quítatelo.
Chris arqueó las cejas y casi tuvo que reprimir un jadeo, provocado por el tono autoritario con el que ella acababa de dirigirse a él, pero no dudó otro segundo antes de complacerla.
En un rápido movimiento, se despojó de la prenda y la arrojó a un lado.
Silver se humedeció los labios. Al fin tenía ante sí ese increíble torso desnudo, para saborearlo, besarlo y disfrutarlo. Encantada, posó las manos sobre los pectorales, deleitándose en la tersa fuerza de esos músculos con los que tantas veces había fantaseado; tomándose su tiempo, empeñada en no dejar ni un solo centímetro sin catar.
―No sabía que te gustaba dar órdenes ―Chris ronroneó, fascinado con esa desconocida faceta de su dulce Silver.
―Aunque te cueste creerlo, no lo sabes todo sobre mí, Evans. ―Sin dejar de tocarlo, alzó el mentón, en demanda de otro beso como el anterior, que pusiese a mil todas y cada una de sus terminaciones nerviosas.
Él la contentó al instante, más que satisfecho de poder disfrutar de nuevo de esos labios y esa boca que amenazaban con convertirse en su droga personal. Al mismo tiempo, la tomó por las caderas y la alzó en vilo, para dejarla sentada sobre la encimera de mármol.
La tela del vestido se enroscó hacia arriba, ascendiendo por los muslos femeninos cuando ella enredó las piernas alrededor de Chris, acercándolo a su cuerpo, a fin de eliminar todo resquicio de espacio entre ambos.
No pusieron fin a la batalla de dominio entre sus lenguas hasta que Silver jadeó y se apartó ligeramente, tras sentir cómo una de las manos masculinas ascendía desde sus caderas hasta uno de sus pechos, acariciándolo, masajeándolo y apretándolo.
―Sil. ―Chris enarcó una ceja, sorprendido y, a la vez, más excitado que nunca al percatarse de que el tacto bajo su palma resultaba exquisitamente sensible―. No llevas sujetador.
Ella se encogió de hombros.
―No quedaba bien con este vestido.
Los labios del actor se curvaron en una sonrisa pícara y burlona, rebosante de encanto y sensualidad. Tomó los tirantes del vestido y los bajó despacio, para dejar al descubierto ambos pechos.
―Eres preciosa ―susurró, centrando toda su atención en ellos―. Te lo he dicho, ¿verdad?
―Alguna vez ―contestó ella, divertida y tentadora, al tiempo que apretaba más las piernas en el trasero de su amigo―, pero es la primera vez que me lo dices mirándome las tetas.
―Tú tampoco eres muy discreta ―repuso Chris, con una mueca incluso más traviesa que la de ella, pues la había pillado con los ojos clavados en su erección, apenas unos segundos atrás.
―Menos hablar y más besar.
Chris le devolvió una expresión burlona, para luego bajar la cabeza, ansioso por probar con la lengua la suave piel de su compañera. Descendió sin prisas desde el lóbulo de la oreja, pasando por el cuello, la clavícula, y luego deleitándose en los pechos.
Un jadeo ahogado abandonó la garganta de Silver, provocando que él sonriese triunfal al sentir cómo el pezón se endurecía dentro de su boca.
Lo que siguió terminó por borrar cualquier atisbo de raciocinio en la mente de la actriz.
Con una mano, Chris fue acariciándole los muslos desnudos, hasta alcanzar ese lugar sobre la tela de las braguitas. La tocó, primero con suavidad y deliberada lentitud, en un roce provocativo, casi tortuoso, sintiéndose el hombre más afortunado del mundo al encontrarla húmeda y caliente por él y para él.
No se demoró en abrirse paso bajo el encaje, y apartó la boca de los senos solo un fugaz segundo, para poder mirarla a los ojos en el momento en que deslizó dos dedos dentro de ella.
Silver se mordió el labio inferior al devolverle la mirada, intentado contener un fuerte gemido. Sin embargo, no resistió mucho; pronto, el ritmo de esos dedos en su interior, unido a las caricias del pulgar sobre su punto más sensible, comenzó a arrastrarla hasta un lugar de no retorno. A este excitante choque de sensaciones, se le sumaban las incesantes atenciones de los labios de Chris sobre sus hipersensibilizados pechos.
Sin duda, el muy canalla sabía bien cómo tocar a una mujer.
Cuando todo su cuerpo se sacudió bajo la fuerza de un orgasmo perversamente intenso, su garganta se liberó y los gemidos afloraron al exterior, incontenibles.
Con la mente nublada por el placer y todos los músculos hechos gelatina, Silver se dejó caer sobre el pecho de su amigo, prometiéndose interiormente que más tarde se lo compensaría.
Chris sonrió, vanidoso, y llevó las manos a las mejillas de la chica. La acarició con suavidad, buscando su boca con los labios. ¡Joder! Ya no había vuelta atrás, se había vuelto adicto a sus besos.
―Vamos al sofá ―susurró ella, aún agotada, pero más que ansiosa por continuar. Por descubrir todos los talentos ocultos de su mejor amigo.
Él no necesitó que se lo pidiera dos veces, la levantó en volandas y, sin dejar de devorarle los labios, caminó a tientas hasta el enorme sofá, donde se dejó caer, aprisionándola bajo su cuerpo.
Para Silver, los juegos previos nunca resultaban aburridos. Le encantaban los preliminares, en ocasiones incluso más que el supuesto plato fuerte, pero esa noche necesitaba más.
Mientras él terminaba de desnudarla, ella llevó las manos a la cinturilla de los vaqueros, y las introdujo dentro del calzoncillo. Se mordió el labio inferior, más que satisfecha, al hallarlo caliente, mucho más grande de lo que había imaginado, duro, y muy, muy excitado.
Chris pareció dejar de respirar cuando la sintió ahí abajo, tocándolo con maestría digna de un galardón, llevándolo al límite de la razón. Apretó los párpados y sus facciones se contrajeron en una mueca de placer que no se disipó cuando la miró a los ojos.
―Si sigues así voy a correrme ―jadeó, para luego robarle un beso―. No seas impaciente.
―He sido paciente durante años, Chris.
Él captó la indirecta. Se apartó lo justo para despojarse de los pantalones y la ropa interior, quedando por fin, al igual que ella, completamente desnudo.
―Trae mi bolso ―pidió Silver, todavía tumbada, pero ligeramente incorporada sobre los codos.
Chris comprendió al instante qué pretendía, y se dirigió hacia la encimera de la cocina, donde reposaba el pequeño bolso de fiesta que ella había usado esa noche. Mientras él cruzaba la estancia, los ojos de Silver parecieron incapaces de mirar a otro lado que no fuese ese trasero; duro, musculoso, y perfecto para darle un mordisco. Sin duda era perfecto para darle un mordisco.
―Me estabas mirando el culo, ¿verdad? ―se burló él, al regresar con ella.
―No puedes culparme, es el trasero de América.
―Y es todo para ti ―respondió Chris, reclinándose sobre ella, en un deje tan sensual que debería ser ilegal.
Silver se apresuró a buscar un preservativo dentro del bolso que él le acababa de pasar. Necesitaba sentirlo dentro, ya.
Una vez que él se lo colocó, no hubo lugar para más juegos previos. Ambos estaban demasiado calientes, demasiado excitados. Encima de ella, Chris la penetró de una estocada, provocando que un repentino gemido asomase desde la garganta femenina.
―¿Te he hecho daño? ―murmuró, preocupado, deteniéndose.
―No. ―Silver exhaló un suspiro―. Es solo que eres muy grande. ―Llevó las manos a las caderas masculinas y sonrió―. Muévete.
Él arqueó las comisuras de la boca en una expresión cautivadora y ligeramente arrogante. Acto seguido, le acarició la garganta con la nariz y la besó en los labios, antes de obedecer la orden velada.
Sus ojos permanecieron conectados todo el tiempo, al igual que sus bocas y el latido desbocado de sus corazones. Silver enterró las uñas, sin control, en los glúteos de Chris cuando él le levantó los muslos para profundizar la penetración, momento en el cual sus sensibilizadas terminaciones nerviosas acabaron por volverse locas.
Sobre ella, él también jadeaba, presa del placer, cada vez con mayor intensidad.
―Joder, Sil. ―Las manos de Chris se clavaron en su piel con fuerza, tanta que no le sorprendería despertar con marcas al día siguiente―. Me vuelves loco ―resolló.
Ella no respondió. Cerró los ojos; sentía el estómago contraído por la necesidad de correrse, estaba a punto de llegar al límite.
Volvió a abrirlos un instante después, pero no vio más que un borrón, mientras su cerebro trataba de procesar la miríada de sensaciones que recorrían su cuerpo.
De repente, el color estalló en todas direcciones, y sus músculos alcanzaron el punto álgido de tensión, seguido de una electrizante languidez que adormeció todos sus sentidos.
Cuando regresó al mundo real, el cuerpo de Chris estaba laxo sobre el suyo. Tan relajado que, de haber sido un felino, estaba segura de que lo habría escuchado ronronear.
―No ha estado mal ―murmuró ella, satisfecha y sonriente.
―¿En serio? ―Él no pudo contener una carcajada―. ¿Eso es todo lo que vas a decir?
―Mmm ―Silver fingió pensárselo―. De notable.
Chris enarcó una ceja, para luego dejarle un suave beso en la comisura de los labios. Siguió trazando la línea de la mandíbula con la boca, hasta llegar al dorso de la oreja femenina.
―Dame unos minutos, y te enseñaré cómo pienso llegar al sobresaliente ―murmuró, para luego atrapar ese sensible punto entre sus dientes.
Silver se estremeció y asintió en silencio. Acto seguido, le rodeó el cuello con los brazos, con la única intención de devorarle los labios y disfrutar de él hasta que no les quedase una gota de energía en el cuerpo.
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Really, que no podéis imaginar lo que me ha costado escribir este capi 😅 (bue, Alba sí que sabe xD). De verdad, espero que os haya gustado, siempre sufro cuando tocan escenas así, because siempre me parece que me quedan hiper cutres, pero bueno, que se disfruta escribiendo anyway.
Me han salido travieso los niños 🌚 tenía muchas ganas de que Chris y Sil tuvieran ya este acercamiento (y ellos más 😆), but, solo digo que, que se hayan acostado, no implica que automáticamente vayan a estar juntos. Todavía queda mucha historia por delante 😏😏
Muchos besos, y muchísimas gracias a todos los que leéis, votáis y comentáis. Os amo 💕
Pd.: Alba, ya puedes escribir stautier ☺
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