37 - PHONE CALL + RL

Nota: en el gif Chris se está riendo con todas las bellas personas que dejan comentarios y votan (sobre todo que comentan). Really, corazones, que comentar es gratis, solo digo ❤

Pd: en realidad el gif es de una escena del capi xD

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Para Chris Evans, la casa de sus padres en Boston seguía siendo uno de los lugares más maravillosos del mundo. Cuando regresaba con su familia, casi podía olvidar que en el exterior muy pocos no reconocían su cara. Podía comportarse como lo que en el fondo nunca había dejado de ser, un tío normal de Massachusetts que, para ser feliz, no necesitaba más que poder tomar unas cañas con viejos amigos, jugar con sus sobrinos, molestar a sus hermanas, gastarle bromas a Scott..., y ya, para alcanzar el clímax, poder estar con la chica que le robaba el aire.

Se había hecho a la idea de que Silver no acudiría a él en un futuro cercano, así que, por mucho que eso le fastidiase, había decidido que lo mejor para amenizar la espera era realizar una visita a su familia y, de paso, aprovechar para cerrar algunos tratos de cara a la próxima serie que protagonizaría, Defending Jacob, localizada en su estado natal.

Por eso, no pudo evitar que en su rostro se dibujase un gesto de sorpresa cuando uno de sus sobrinos pequeños, que le había robado el móvil para jugar al Candy Crush, regresó corriendo a salón, donde él compartía sobremesa con sus padres y hermanos.

―¡Tío Chris! ¡es Silver! ―gritó el pequeño, agitando el teléfono en la mano―. ¿Puedo contestar yo?

―Miles, dale el móvil a tu tío ―lo regañó Carly, la madre del niño y hermana mayor de Chris―. ¿Quieres que te dejemos solo? ―añadió, dedicándole a su hermano una expresión elocuente.

El actor negó con la cabeza, todavía con el desconcierto pintado en el semblante.

―No, no os preocupéis. ―Tomó el teléfono en la mano y se puso en pie―. Ahora vuelvo.

―Tómate tu tiempo, cielo ―le dijo su madre.

―¡Eso! Llevas esperando esto desde lo que tú ya sabes. ―Scott hizo una mueca y le guiñó un ojo―. No la cagues ahora.

Chris sacudió la cabeza, resignado, pero sonriendo y desapareció del salón, en busca de un lugar tranquilo donde contestar la llamada. Subió al que había sido su cuarto cuando vivía en esa casa, y en el que aún se quedaba cuando venía de visita, y cerró la puerta antes de pulsar el icono de respuesta.

Hola, señor Evans ―Silver sonó animada al otro lado de la línea.

―Hola, señorita Lane. ―Chris sonrió, contagiado enseguida por el tono resuelto de su amiga―. Tengo que reconocerlo, estoy gratamente sorprendido por esto.

¿Es buen momento? ―ella pareció vacilar―. Puedo llamarte más tarde si prefieres...

―No, ni de coña. ―Chris se dejó caer en su viejo colchón―. Sea lo que sea que tengas que decir, estoy preparado.

Chris... No te he llamado para hablar sobre nosotros.

―¿No? ―Él frunció el ceño, algo decepcionado, pero trató de recomponerse rápido―. Vale, sí, vale, lo entiendo ―murmuró―. ¿De qué se trata entonces?

Gabrielle y Sebastian ―respondió Silver.

Chris asintió en silencio. Él también llevaba varios días dándole vueltas a ese asunto. Hablaba con su mejor amigo a diario, y era consciente de lo mal que lo estaba pasando... En cierto modo, no podía evitar sentirse algo responsable por lo sucedido.

―Ya... ―Exhaló un suspiro―. ¿Has hablado con Gabrielle?

Sí, y están igual ―murmuró Silver―. Quiero arreglarlo, Chris. En parte es culpa mía...

―De los dos ―la corrigió él―. Yo también estaba en tu casa esa noche. No voy a dejar que te cargues toda la responsabilidad tú sola. ―Se pasó una mano por el pelo en un gesto nervioso―. Está bien, quiero hacer algo para ayudarlos, pero tú conoces a Elle mucho mejor que yo, ¿tienes algún plan?

En realidad, sí ―la voz de Silver sonó mucho más optimista―. Por eso te llamaba. Necesito tu ayuda.

―Dalo por hecho. Eso no tienes ni que pedirlo, Sil.

Lo sé ―respondió ella, con total sinceridad. Chris tendría sus cosas, pero a la hora de la verdad, siempre se podía contar con él―. Prefiero contártelo en persona. Estás en Boston, ¿verdad?

―Sí, he venido para ver a mi familia, y cerrar un par de asuntos de Defending Jacob ―contestó él―. ¿También estás en Massachusetts? ―añadió, sorprendido y a la vez esperanzado.

Aún no, pero iré mañana para una rueda de prensa. Podemos vernos cuando termine, ¿te viene bien?

―Perfecto. Envíame la dirección e iré a buscarte ―respondió Chris enseguida―. Ven a cenar a casa, aquí estarán encantados de verte.

Chris...

―Es solo una cena con mi familia, Sil, estaremos rodeados de gente, y niños ―repuso, con una nota divertida―. Le diré a Scott que se pegue a nosotros como una lapa, no nos dejará solos en ningún momento. Así no habrá peligro de que tú y yo caigamos en la tentación.

Al otro lado de la línea, Silver arqueó las cejas, para luego echarse a reír.

―¿Muy pronto para esa broma? ―aventuró Chris, sonriendo.

Muy pronto ―confirmó Silver―. Pero la idea no es mala. Está bien. Nos vemos mañana. Por cierto, intenta despejar tu agenda para el catorce de febrero. Iremos a Atlanta.

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A través de las ventanillas del coche, el paisaje nevado se iba desdibujando en una sucesión continua de tonos blancos y grises, tan característicos de esa época del año.

―No te imaginas cuánto necesitaba esto ―comentó Gabrielle, al volante, sin apartar la vista de la carretera. Su amiga la había sorprendido el día anterior con una visita sorpresa en el set de Falcon & Winter Soldier y planes para una relajante escapada exprés―. Un fin de semana para las dos solas en Scaly Mountain, ¿te acuerdas de la última vez que fuimos?

―Cuando estábamos grabando Infinity War ―respondió Silver, contenta―. Nos dejaste a todos impresionados con tu talento sobre los esquís.

―Soy canadiense. ―Elle se encogió de hombros―. Aun así, prefiero el spa del hotel. Esas piscinas termales te daban diez años de vida.

―Ya... ―Silver se mordisqueó el labio, sin dejar de sonreír―. No he hecho reserva en el hotel.

―¿Cómo? ―La aludida se volvió a mirarla con un gesto de confusión―. ¿Y en dónde nos alojaremos? No pienso dormir en el coche, Sil.

―No vamos a dormir en el coche. ―Silver meneó la cabeza, divertida―. Confía en mí.

Cuatro horas más tarde, y tras seguir las indicaciones que Silver había programado en el GPS, Gabrielle estaba aparcando frente a una bonita cabaña de montaña, a menos de un par de kilómetros del centro del pueblo, la estación de esquí y el hotel.

―Es algo rústica para mi gusto ―comentó la canadiense, mientras bajaban sus maletas del coche―. Pero bonita. Me has salido romántica, Silsil.

―Aquí no nos molestará nadie ―contestó ella, sin perder el tono optimista que había mantenido durante todo el viaje―. Y espera a verla por dentro, me he asegurado de que tenga todo lo que Gabrielle Gautier puede necesitar.

―¿Jacuzzi incluido?

Silver arqueó las cejas como si acabasen de preguntarle lo más obvio del mundo.

―Pues claro, ¿por quién me tomas?

Gabrielle se echó a reír. Sin embargo, la carcajada murió en su garganta cuando, al rodear la cabaña para acceder a la entrada principal, sus ojos repararon en el otro vehículo allí aparcado.

―Silver ―siseó, entre dientes―. Dime que no has hecho lo que creo que has hecho.

La aludida se limitó a responder con una mueca de disculpa, para, justo después, abrir la puerta principal de la cabaña.

El interior consistía en una estancia unitaria, de una sola planta, con todas las comodidades que Silver había prometido. Un bonito salón abierto a la cocina y al comedor y, en una especie de tarima ligeramente más alta que el resto de piso, el dormitorio.

En pie, junto a la isla de la cocina, se encontraban Chris y Sebastian, quienes interrumpieron su conversación en cuanto las chicas hicieron acto de presencia.

Mientras que el primero permaneció tranquilo, el segundo abrió mucho los ojos, tan sorprendido como la canadiense.

Merde, Sil ―Gabrielle se volvió hacia su amiga―. ¿Qué es esto?, ¿una encerrona?

―Una intervención ―respondió Chris, acercándose a las recién llegadas―. Lo siento, chicos, pero os queremos y por eso no podemos dejar que sigáis así.

―Chris, tío, en serio... ―Sebastian sacudió la cabeza, confuso y algo molesto. Su mejor amigo lo había embaucado con un fin de semana de hombres, supuestamente para descargar adrenalina en la estación de esquí, pero estaba claro que sus intenciones eran muy distintas―. No era necesario.

―Tenéis que hablar ―medió Silver―. Está claro que estáis deseando reconciliaros. No desperdiciéis esta oportunidad.

―Espera, ¿a dónde vais? ―inquirió Gabrielle, al ver cómo su amiga y Chris se dirigían a la salida de la cabaña―. Ni se te ocurra marcharte, Silver Mallory Lane.

―Lo siento, Elle. ―Ella esbozó una expresión inocente, de disculpa, que en el fondo no engañaba a nadie―. Ya nos lo agradeceréis más tarde.

Silver y Chris salieron de la cabaña. Antes de que Gabrielle o Sebastian pudiesen reaccionar, Chris cerró la puerta, la única vía de entrada, con llave.

―Volveremos mañana ―avisó, desde el exterior, alzando la voz―. Tenéis toda la noche. Aprovechad para hablar, y lo que os haga falta.

Dicho esto, intercambió una mirada cómplice con Silver, y ambos subieron a su coche.

―¿Nos habremos pasado? ―dudó ella, una vez en el asiento del copiloto.

―Fue idea tuya. ―Chris esbozó una mueca divertida―. Tranquila, estarán bien, y les hemos dejado los móviles, pueden llamar si pasa cualquier cosa. No somos tan crueles. ―Giró la llave del contacto y arrancó el motor―. ¿Te apetece un cappuccino caliente?

―¿Cuándo he dicho que no a eso?

El resto de la tarde la pasaron en una pequeña y acogedora cafetería del centro del pueblo atestada de turistas y lugareños que, como ellos, huían del frío en el exterior. Pese a que tanto a Silver como a Chris les encantaba el esquí, acordaron dejarlo para el día siguiente, con la esperanza de que Gabrielle y Sebastian hubiesen solucionado sus diferencias, y quisiesen unírseles.

Lo cierto es que Silver no extrañó la acción del deporte. Estar con Chris era divertido sin necesidad de ninguna otra distracción. Aunque algún fan los reconoció, todos fueron muy respetuosos con su privacidad, y nadie se acercó a molestarlos.

Después de dos tazas de café, varias partidas de dardos, otras tantas de billar y horas de conversación y risas, Silver y Chris se dirigieron al único hotel del pueblo, ya que uno de los puntos clave de su plan era que los stautier tuviesen la cabaña para ellos solos toda la noche.

―Quisiera reservar dos habitaciones para hoy, por favor ―pidió Chris, acercándose al mostrador de recepción.

Todavía vestía la bufanda, el gorro y las gafas de sol, de modo que resultaba muy difícil reconocerlo.

―Un momento, caballero ―respondió el recepcionista, mientras revisaba en su ordenador los datos solicitados―. Solo nos queda una habitación libre.

―¿Solo una? ―Silver se adelantó.

―Es San Valentín, señorita ―respondió el recepcionista a modo de explicación―. Está todo ocupado excepto la suite presidencial.

Chris buscó la mirada de Silver.

―Siempre podemos volver a la cabaña y dormir en los sofás.

―No, no podemos. ―Ella le mostró la pantalla del móvil con el whatsapp que Elle le había enviado unos minutos atrás.

"Aunque quiero mataros por la encerrona y por habernos engañado (sobre todo a Chris, a ti nunca te haría daño, Sil), quiero daros las gracias. No vengáis hasta mañana, queremos estar solos"

―Parece que tu plan ha funcionado. ―Chris sonrió satisfecho.

―Nuestro plan ―puntualizó ella, también con una sonrisa en la cara, y guardando el smartphone antes de que él llegase a leer la segunda parte del mensaje. Esa donde Elle añadía: "Y vigila lo que haces tú con Cieguevans. Diviértete, pero acuérdate de pensar antes de actuar"

―Tú has sido la mente maestra, yo solo tu sicario ―repuso él, de lo más elocuente―. Entonces, ¿qué hacemos? Yo no tengo problema en compartir habitación, pero si tú no quieres...

―No pasa nada, Chris ―lo interrumpió Silver, sacudiendo una mano para restarle importancia―. Somos adultos.

El actor asintió y se volvió de nuevo hacia el recepcionista.

―Nos quedamos con la suite ―señaló―, pagaré por adelantado ―añadió, tendiendo su tarjeta.

―Perfecto, caballero. ―El recepcionista pasó la tarjeta de crédito por el lector―. Rellene aquí sus datos y los de la señorita para el registro, por favor.

Silver tuvo que reprimir una carcajada al ver cómo en el apartado reservado a los nombres, Chris escribía literalmente Steve Rogers y Alexa Rogers.

―Aquí tienen la tarjeta de acceso, que pasen una agradable estancia, señor y señora Rogers.

―Muchas gracias. ―Chris se volvió hacia Silver, ofreciéndole el brazo como un perfecto caballero―. Señorita, Rogers.

Ella sacudió la cabeza, divertida y resignada, pero le siguió la broma.

―¿Desde cuándo te registras como Steve Rogers en los hoteles? ―preguntó, cuando ya estaban a solas en el ascensor.

―No solo como Steve Rogers, también he sido Robin Hood, Bart Simpson y Mickie Mouse ―respondió Chris―. Depende de cómo cuadre, normalmente mi agente lo aclara con el hotel antes de que yo llegue.

―Eres un caso, Christopher Evans. ―Ella sonrió enternecida. Era muy consciente de que, pese a su enorme fama, Chris no gozaba de la atención excesiva.

A lo largo de los años que llevaban siendo amigos, Silver había descubierto que, en el fondo, él era mucho más inseguro y vulnerable de lo que aparentaba; había tenido problemas de ansiedad, y cada poco tiempo decidía que quería dejar el mundo de la actuación para poder disfrutar de una vida normal... Pero al final, siempre regresaba, porque lo amaba. Chris amaba ser actor, contar historias que llegasen al corazón del público, cambiar la vida de las personas desde el plató o el escenario... Simplemente no podía negárselo a sí mismo.

―¿Te importa si me ducho primero? ―comentó ella, una vez que estuvieron dentro de la elegante suite.

―Sin problema. ―Él le hizo un gesto, invitándola a pasar al baño delante―. Oye, Sil ―añadió de repente―. Eres consciente de que nos hemos dejado el equipaje en la cabaña, ¿no?

―No pasa nada, aquí hay albornoces ―respondió ella, ya desde el cuarto de baño―. Y tampoco es como si fuese a ser la primera vez que te veo medio desnudo.

Él solo se echó a reír y, mientras ella se duchaba, aprovechó para responder algunos mensajes y escribirle a Seb. También le mandó un whatsapp a Mackie, dándole la buena noticia de que ya no tendría que soportar el tenso ambiente entre Sebastian y Gabrielle.

Una media hora más tarde, era Chris quien salía del aseo, ataviado tan solo con el albornoz blanco del hotel, al igual que Silver, quien esperaba sentada en la cama, ojeando el menú del servicio de habitaciones.

―¿Prefieres sushi o pasta? ―preguntó ella, sin mirarlo.

―Creo que te debo una cena de sushi desde hace tiempo ―respondió él, sentándose a su lado.

―Cierto...

Silver tuvo que morderse el interior de la mejilla cuando alzó la vista hacia él. Había creído que podría controlarse, que no sería un problema compartir una habitación de hotel a solas con Chris Evans... Pero viéndolo en ese momento, tan cerca de ella, con el pelo aún mojado y apenas una prenda de ropa entre ambos...

Se puso en pie a toda prisa, con idea de que la escasa distancia que pudiese poner dentro de esa habitación apagase el calor que empezaba a arder en cada fibra de su cuerpo.

―Sil, ¿estás bien?

―Sí, sí, estoy bien, solo, yo... Es que no sé si esto ha sido buena idea ―chasqueó la lengua―, y sí, ya sé que ha sido idea mía.

―Silver... ―Chris dibujó una expresión enternecida y se acercó a ella, hasta posarle ambas manos en los hombros―. No va a pasar nada que no quieras que pase. ¿No confías en mí?

―No confío en mí ―confesó ella, sin pasarlo antes por el filtro que se suponía que debía tener en el cerebro. Ese que seguro llevaba varios años averiado.

Chris exhaló un suspiro y asintió despacio.

―Creo que este es un buen momento para que hablemos sobre nosotros ―propuso, en tono sereno―. No lo hicimos cuando tú te declaraste con aquella llamada, ni tampoco cuando yo te dije que estaba enamorado de ti... Entiendo que es complicado, Sil, pero no va a dejar de serlo simplemente porque ignoremos el tema.

Ella apartó la vista un instante. Inspiró hondo, y contó hasta diez antes de volver a mirarlo. Cuando lo hizo, un brillo de decisión ribeteaba en sus ojos.

―Está bien. Yo empiezo.

Él la animó con una pequeña sonrisa.

―Lo que siento por ti no ha cambiado. Si soy sincera, tampoco cambió cuando estaba con Ewan, aunque eso lo sabes, porque te lo dije... ―murmuró―. Si hace un año hubiésemos estado en la situación en la que estamos ahora, hace un buen rato que te habría quitado ese albornoz ―añadió con total naturalidad.

Chris arqueó las cejas, pero no hizo el menor amago de interrumpirla.

―La cuestión es que me muero por estar contigo, de todas las formas posibles... Pero, a la vez, no quiero ―chasqueó la lengua―. No quiero dejarme llevar otra vez, y luego ver que cometí un tremendo error.

―Sil, yo nunca...

―Ya lo sé, Chris ―lo interrumpió ella―. No llevaría tantos años enamorada de ti, si no supiese con certeza que eres uno de los buenos... Soy yo la que tiene cambiar. ―Se mordió la lengua―. Tengo que madurar, y aprender a quererme a mí misma. Y creo que necesito estar sola un tiempo para poder hacerlo.

Se miraron en silencio durante unos segundos. En el exterior, otra tormenta de nieve había dado comienzo, pero Chris estaba seguro de que no se equiparaba al temporal que bullía en su interior.

―Lo entiendo ―respondió al fin―. Lo entiendo, y lo respeto, Sil. ―Volvió a acercarse a ella, y sus manos buscaron instintivamente el tacto de las mejillas femeninas―. Tú has esperado años a que yo abriese los ojos. Estoy seguro de que puedo esperar el tiempo que haga falta hasta que decidas que estás lista.

―¿Estás seguro? ―susurró ella―. ¿De verdad me quieres hasta ese punto?

Las comisuras de los labios de Chris se estiraron en una pequeña sonrisa cargada de intención.

―¿Me permites que te lo demuestre?

Ella frunció el ceño en una expresión suspicaz. Pero al final, la curiosidad y la sensación de anticipación fueron más fuertes.

En cuanto ella asintió, Chris bajó la cabeza en un movimiento que para Silver semejó reproducido a cámara lenta.

Cuando sus labios se encontraron, el roce fue suave, nada apresurado, apenas una sutil caricia, que, aun así, descargó electricidad en ambos cuerpos.

Pese a que deseaba hacer más, muchísimo más, Chris se detuvo. Se apartó unos centímetros, los justos para poner distancia entre sus bocas, pero sin llegar a despegar sus frentes.

―¿Qué ha sido eso? ―quiso saber ella, con un hilo de voz.

―Un regalo de San Valentín para mi mejor amiga ―respondió él, acariciándole la mejilla―. Una prueba de que puedo esperarte. Y de que voy a esperarte, pase lo que pase.



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Silsil y Chris en el gif de arriba... casi cuelam, ¿no?

Estoy adorando mucho a los Chrisver y eso que aún sufro por mi Mclane, but ¡go chrisver!

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