XII. Pequeñas conversaciones

capítulo doce: pequeñas conversaciones.
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SAM TODAVÍA se sentía como si se hubiera comido mil pimientos fantasma y se hubiera pasado el día vomitándolos en el baño del Argo. Se sentía letárgico, le dolía la cabeza, sentía que nunca volvería a saborear nada igual sin que le cayera una pizca de esa estúpida y venenosa planta verde.

No pudo dormir esa noche después, su mente estaba llena de pensamientos sobre lo que les esperaba en la Casa de Hades. El dios de la agricultura, o Trip, como él prefería, les advirtió sobre un veneno que podría matarlos a menos que comieran apenas. Si hicieran eso, sólo les afectaría a ellos. Ahora, Sam estaba decidido a descubrir cuál podría ser ese veneno. Eso le impedía pensar en su padre, eso era seguro. Cualquier cosa era mejor que eso.

Había emigrado a cubierta; incluso en la oscuridad, Sam solía ver un océano infinito, pero ahora estaban rodeados por Italia y Croacia en su camino a Epiro. Pensó que el aire de la noche lo haría sentir mejor; no funcionó tan bien como pensaba.

Sam suspiró, desplomándose y tirando de las grandes mangas de su jersey. Tenía uno del Campamento Mestizo que usaba incluso en verano porque Sam nunca se sentiría cómodo con esas poleras ajustadas. Se vería a sí mismo y se recordaría a sí mismo de una persona que no era: un cuerpo en el que se sentía atrapado. Alborotó sus rizos castaños. La mayoría de los hijos de Atenea tenían el cabello rubio, lo que a veces hacia que Sam se sintiera aún más distante. Pero a menos que quisiera teñirlo (lo que ha considerado: ¿puntas blancas como el hielo ¿increíble, eh?), aparentemente estaba atrapado con los fuertes genes Flora.

(¿Quizás algunas mechas rubias? Eso podría ser genial...)

Escuchar el movimiento del océano hizo que Sam pensara en Percy y Fiona, y su estado de ánimo volvió a decaer. Automáticamente sacó el pugio. Se sentía un poco estúpido, y ese era un sentimiento horrible para un hijo de Atenea. No sabia qué esperaba atacar así a esas vacas, pero fue una elección estratégica horrible. Todo lo que había pensado era en cómo Nico y Hazel estaban en peligro, y... simplemente actuó, sin estrategia, sin pensamientos, solo el impulso. Y luego tuvo que ser salvado de todos modos.

Fiona le dijo una vez que se suponía que este cuchillo le daría la victoria a quien lo blandiera, y Sam no lo creyó, eso era estúpido, porque hasta ahora no había ganado nada, en absoluto. Pero ella parecía haberlo hecho. Cuando se lastimó las rodillas, cuando ya no podía correr, lo había hecho de todos modos. Sam no creía que mereciera quedarse con este cuchillo, pero no podía encontrarse entregándoselo a nadie más que ella cuando regresara.

Suspiró una vez más, abrazando su pequeño cuerpo debajo de su gran suéter y jeans. Sam levantó la vista y su ceño se hizo más profundo. Lo esperaba: siempre estaba allí arriba, sin dormir, mirando hacia afuera con su espada apoyada a su lado. Sam a veces lo observaba cuando creía que Nico no lo veía. Parecía un cuervo sobre ese mástil; un cuervo solitario sin que nadie se sentara con él, y Sam solía pensar que lo prefería así, pero se dio cuenta de que había muchas cosas sobre el hijo de Hades que había juzgado demasiado rápido.

Sam estaba amargado. Quería que se le apreciara lo que hizo. Quería que alguien lo aplaudiera, que le diera las gracias porque había sido capaz. Y tal vez ese era su defecto fatal, pero por alguna razón quería escucharlo de Nico más que nadie, y eso era lo que más lo frustraba, porque se negaba a dárselo. Y aquí estaba él, después de haber salvado su vida nuevamente, y Nico ni siquiera lo miró una vez que regresó de su prisión de ser una planta de maíz (larga historia). No dijo una palabra, no le ofreció una mano para estrecharla. Sam no era más que un fantasma en el fondo para él... ni siquiera eso.

Y Sam no debería perseguirlo, pero aquí estaba, realmente superando la sensación de malestar en su estómago y el aturdimiento en su cabeza para escalar este mástil hacia él.

No miró hacia abajo, sabiendo que su estómago daría un vuelco, pero no se detuvo. ¿Por qué estoy haciendo esto? Pensó Sam mientras subía las escaleras poco a poco. Probablemente me tragará con alguna extraña magia de sombra con esas pecas――

Nico no se dio cuenta de que se acercaba hasta que estuvo a mitad del camino. La escalera crujió y el hijo de Hades miró hacia abajo y, por un segundo, Sam pensó que tenía los ojos muy abiertos. Incluso en la oscuridad podía verlo, y era extraño, pero también intrigante. Le hizo subir más rápido, incluso cuando Nico intentó disimular su momento de sorpresa poniendo los ojos en blanco y una mirada oscura. Esta vez, Sam no se dejó disuadir.

―¿Qué estás haciendo?―exigió Nico mientras Sam se levantaba con dificultad hasta situarse junto a él. El hijo de Hades lo observó luchar, peleando divertido.―Déjame en paz.

Sam no tuvo una respuesta ingeniosa. Estaba demasiado ocupado alcanzando os bordes de madera del mástil para arrastrar su cuerpo hacia arriba. Cuando finalmente lo logró, dejó escapar un suspiro y su espalda cayó contra la madera. Él asintió, orgulloso de sí mismo.

―Hola.―saludó a Nico, extendiendo las piernas. No colgaban por la borda como las suyas. Nico lo fulminó con la mirada. Sam intentó sonreír.

Nico simplemente miró hacia otro lado. Sam se preguntó si esperaba que si lo ignoraba, se iría.

Sam frunció los labios, pero no se movió. Juntó las manos y contempló la vista: las distantes montañas oscuras y las luces de la ciudad escondidas entre ellas. Movió los pies, tratando de mantenerse en movimiento en silencio.

Por el rabillo del ojo, vio que Nico lo miraba brevemente. Sam trató de no mirarlo, forzando su mirada a permanecer frente a él. Esperaba que dijera algo. Por supuesto que no lo hizo.

Al final, Sam no pudo contenerlo. Soltó:―He estado pensando en qué podría ser este veneno en la Casa de Hades. ¿Qué es lo que apenas funciona de forma natural. Tal vez podría tener propiedades como esas... semillas de granada――

―Apenas no es una superpotencia del Inframundo.―lo interrumpió Nico, frunciendo el ceño.

Sam le frunció el ceño.―Solo estoy tratando de ayudar――

―No lo hagas, entonces.―el rey fantasma se abrazó el estómago, escondiéndose en su enorme chaqueta de aviador. Apartó la mirada de Sam y su ceño vaciló, dándose cuenta de que tal vez esas palabras tenían más peso que tratar de impedirle hablar.

Sam se tragó sus palabras y se quedó mirando sus zapatillas. Respiró hondo y se sintió un poco enfermo. Parpadeó y sacudió la cabeza, desplomándose y tomándose la frente para intentar detenerlo. Vacas estúpidas.

Nico lo miró vacilante.―¿Estás bien?―luego preguntó, lo que tomó a Sam por sorpresa.

San se sonrojó bajo las manos que cubrían su rostro.―Uh, sip, si.―logró decir.―Al parecer, solo... uh... las vacas me enferman.

―Se llaman catoblepas.―le dijo Nico.

Y así, Sam se levantó. Sus ojos se abrieron y dejó escapar un frustrado:―¡Oh! ¡Cómo no me acordé de eso! ¡Paquete de expansión Africanus Extreme!

Nico parpadeó.―Tú...―se reclinó hacia atrás, como si Sam de repente sufriera de alguna enfermedad.―... ¿Juegas Mitomagia?

Demasiado preocupado por lo idiota que había sido como para no darse cuenta, Sam se cruzó de brazos, mirando con ceño sus zapatillas de deporte.―Sí, lo juego para recordar todos los monstruos de la mitología griega, aparentemente, eso no funcionó.

Nico se arrastró torpemente.―Recuerdas muchas cosas, Sam. No te castigues por una sola cosa.

Una vez más, Sam se sintió idiota. Su mirada finalmente se dirigió hacia Nico; esta vez, simplemente no pudo detenerlo. Eso fue un cumplido. Con los ojos muy abiertos, se quedó en silencio por un segundo. Pecas, Sam se enfocó, tiene pecas...

Tragando saliva con dificultad, Sam se obligó a mirar hacia otro lado antes de sonrojarse de nuevo.―Se supone que debo recordar todo.―se encontró diciendo.

―Nadie recuerda todo.

Sam bajó la cabeza. Sus manos volvieron al bolsillo del jersey, sacando el pugio y girándolo entre sus dedos pensativamente. Nico lo miró, palideciendo un poco más a la luz de la luna.

―¿Cómo te sientes de todos modos?―Sam decidió preguntar.―¿Aún tienes maíz en el pelo?

Dijo algo equivocado. Nico volvió a fruncir el ceño. Sam hizo una mueca.―Lo siento.―añadió. Luego, sonrió.―No fue mi intención... reventar tu núcleo.

Se rio para si mismo, muy orgulloso mientras Nico frunció el ceño.―Eso fue horrible.

Sam sonrió.―Estuvo bastante bien.

―No, no lo estuvo

―Creo que realmente te gustó.

―Creo que eres molesto.

Sam siguió sonriendo, repentinamente feliz mientras se arrastraba en su asiento. Acercó sus pies hacia él para cruzarlos.―Si te gusta uno de mis chistes, ¿realmente me agradecerías por salvarte la vida, dos veces ahora?

Nico se encorvó de mal humor.―Nunca te pedí que me salvaras. Nunca te pedí que te colaras en este buque por mí, así que no necesito darte las gracias.

La sonrisa de Sam cayó por un momento, la molestia apareciendo en su interior.―Si, pero sería bueno. No lo pediste, pero era necesario.

―Ni siquiera me conoces.―le dijo Nico.―Y sin embargo, tú...―se interrumpió, burlándose y sacudiendo la cabeza.

Sam frunció los labios. Volvió a jugar torpemente con el cuchillo de Fiona; una vez más se hizo silencio. Y muy pronto, también, especialmente cuando Sam pensó por un momento, Nico apreció de mala gana la compañía.

Finalmente, decidió decir:―No te conocía.―admitió Sam.―De hecho, quería una oportunidad para demostrar mi valía, así que tal vez tengas razón, no merezco las gracias. Pero tuve más sueños, y te vi allí, y... y cambió. Tenía que conseguir sacarte de allí. No sabía cómo lo haría, ósea... apenas sé pelar, y arruino las cosas, pero algo cambió. No... no sé qué. Pero me alegro de que estés bien, Nico. Nos vemos mañana.

Y Sam lo dejó en sus pensamientos, sintiéndose un poco pesado también en los suyos.


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AL FINAL, ella sabía que colapsaría.

Pero ella no podía. Por mucho que le dolieran los pies, y que se le cerraran los ojos y que el fuego le quemara tanto la garganta, Fiona no sabía si podía hablar, pero no podían parar. No podían parar. Tenían que seguir adelante. Tenía que permanecer alerta, pero eso era difícil. Sus pensamientos estaban tan entumecidos como sus piernas. De vez en cuando, Percy estaba allí de repente, tomándola de la mano o susurrando algún comentario alentador, pero ella podía darse cuenta de que todo eso también le estaba afectando a él, incluso si lo ocultaba y trataba de ser fuerte, ¿Cómo no podría hacerlo? Sus ojos tenían un brillo opaco, como si su espíritu estuviera cayendo lentamente de él.

Cayó en el Tártaro por ti, dijo una voz en su cabeza. Si muere, será tu culpa.

Ese pensamiento la atormentaba constantemente. Él cayó por ella. Se negó a dejarla ir. Si ella no se hubiera perdido en su propia ambición, él todavía estaría allí arriba, a salvo y bien. Ella le hizo esto. Y ahora él estaba tratando de animarla, sin detenerse ni una sola vez a pensar que ella fue la que los metió en este lío. Él y su maldita lealtad nunca verían esas verdad.

Fiona tuvo que apartar la mirada y se le revolvió el estómago. Tenían que salir. Tenía que sacarlo.

Percy notó el cambio en su rostro y las líneas de preocupación de profundizaron alrededor de sus ojos.―Oye, Bob, ¿hacia dónde nos dirigimos exactamente?

―La señora.―respondió Bob.―Niebla de la Muerte.

Fiona estaba demasiado cansada para luchar contra su irritación.―Sí, está bien, ¿y eso qué significa? ¿Quién es ella?

―¿Nombrarla?―Bob miró hacia atrás.―No es buena idea.

Él estaba en lo correcto. Los nombres tenían poder... ¿y abajo en el Tártaro? Hablarlos significaría algo muy peligroso.

―¿Puedes decirnos al menos cuánto falta?―preguntó ella en su lugar.

―No lo sé.―admitió el titán.―Sólo puedo sentirlo. Esperamos a que la oscuridad se haga más oscura. Luego, vamos de lado.

―De lado.―murmuró Fiona.―Naturalmente.

Ella simplemente quería dejarse caer. Y la voz en su cabeza la instó a hacerlo. Fiona apretó los dientes y continuó. Mi pierna está mejor, se defendió. Algo va bien.

Pero estaba segura de que la esperanza aquí era muy frágil.

De repente, Bob se detuvo. Levantó la mano: esperen.

Fiona y Percy se detuvieron. Compartieron una mirada.―¿Qué?―susurró Percy.

―Shh.―advirtió el titán.―Adelante. Algo se mueve.

Fiona agudizó el oído. De algún lugar entre la niebla llegó un ruido sordo y profundo, como el de el motor al ralentí de un gran vehículo de construcción. Podía sentir las vibraciones a través de sus zapatos.

―Lo rodearemos.―dijo Bob en voz baja.―Cada uno de ustedes, tome un flanco.

Por millonésima vez, deseó tener su cuchillo. Torpemente, tomó un trozo de obsidiana negra dentada y se deslizó hacia la izquierda mientras Percy iba hacia la derecha, con su espada lista. Bob tomó el centro, su punta de lanza brillando en la niebla.

El ruido se hizo más fuerte; sacudió la grava de los pies de Fiona. Parecía venir inmediatamente delante de ellos.

―¿Listos?―murmuró Bob.

Fiona se agachó, ciertamente encantada de volver a utilizar su rodilla―¿A las tres?

―Uno.―susurró Percy.―Dos――

Una figura apareció en la niebla. Bob levantó su lanza.

Fiona vio lo que era y gritó:―¡No, espera!

Bob se congeló justo a tiempo, la punta de su lanza flotando a una pulgada por encima de la cabeza de un pequeño gatito calicó.

Los miró con ojos inteligentes. Muchos más inteligentes que cualquier otro gato que Fiona haya visto... bueno, en realidad no es que haya visto alguno. Su vecina de al lado tenía un gato atigrado, pero la madre de Fiona nunca les permitió tener una mascota. Pero ese gato atigrado puede haber sido astuto, pero no con esos ojos.

―¿Rrow?―dijo el gato, claramente poco impresionado por su ataque. Golpeó su cabeza contra el pie de Bob y ronroneó ruidosamente.

El acelerado corazón de Fiona se redujo a un simple zumbido y suspiró aliviada. Era imposible, pero el sonido sordo y profundo provenía del gatito. Mientras ronroneaba, el suelo vibraba y los guijarros bailaban. Pequeño, gentil y... bueno... lindo.

El gatito fijó sus ojos amarillos, parecidos a lámparas, en una roca en particular, justo entre los pies de Fiona y se abalanzó sobre ella.

El gato podría haber sido un demonio o un horrible monstruo del Inframundo disfrazado, pero Fiona no pudo evitarlo. Ella se agachó y una sonrisa se formó en su rostro. Ella siempre quiso un gato. Levantó al gatito y lo abrazó, rascándolo detrás de las orejas. La cosita era huesuda bajo su pelaje, pero aparte de eso, parecía perfectamente normal.

―¿Cómo...?―ella ni siquiera podía formular una pregunta. Ella se encontró con los ojos del gato.―¿Cómo llegaste... qué está haciendo un gatito...? ¡Eres un gato!

El gatito se impacientó y se escapó de sus brazos. Fiona estaba un poco molesta, pero lo dejó ir y lo vio aterrizar con un golpe y regresar hacia Bob. Volvió a ronronear mientras se frotaba contra sus botas.

Percy se rio entre dientes.―Le gustas a alguien, Bob.

Fiona quería agradarle, pero decidió que tenía que dejarlo pasar.

―Debe ser un monstruo.―Bob miró nerviosamente hacia arriba.―¿No es así?

Y así, Fiona sintió un nudo en la garganta. Al ver al enorme titán y a este pequeño gatito juntos, de repente se sintió insignificante en comparación con este lugar, su enorme inmensidad. El Tártaro no respetaba nada: bueno o malo, pequeño o grande, valiente o cobarde. El Tártaro se tragaba a los titanes, los semidioses y los gatitos sin pensar en absoluto. En cierto modo, aquí abajo... todos eran iguales.

Bob se arrodilló y cogió al gato. Encajó perfectamente en su palma, pero decidió el gatito decidió explorar. Subió a su brazo, hizo un hogar en su hombro y cerró los ojos, ronroneando como una excavadora. De repente, su pelaje brilló. En un instante, el gatito se convirtió en un esqueleto fantasmal, como si hubiera estado detrás de una máquina de rayos x. Luego, volvió a ser un gatito normal.

Fiona dio un paso atrás.―¿Eh...?

―Si.―Percy frunció el ceño.―Oh, hombre... conozco a ese gatito. Es uno de los Smithsoniano.

Fiona lo miró fijamente, desconcertada.―¿Qué?

A veces, se preguntaba si él olvidaba que ella no había estado ahí para todo. Que ella no sabía contra qué monstruos luchaba y apenas conocía la vida que llevaba antes de conocerla. Una vez más, Fiona se vio asaltada por la horrible comprensión de que, de alguna manera, no sabían nada el uno del otro.

Percy la miró fijamente y recordó que tenía que explicarle.―Yo... ¿recuerdas al amigo esqueleto de Frank?―ella asintió.―Bueno, hace un tiempo, un titán...―se detuvo, como si llegara a un recuerdo doloroso.―... eh, bueno, intentó criar guerreros esqueléticos a partir de dientes de dragón en el Museo Smithsoniano. La primera vez, fracasó, plantó en su lugar un diente de tigre con dientes de sable y crio gatitos del suelo.

―¿Por qué intentaría hacer eso?

Sus ojos estaban distantes.―Para matarme.

Las cejas de Fiona se fruncieron y odió preguntar:―Entonces... ¿Cómo llegó aquí?

Percy extendió las manos con impotencia.―No lo sé. Atlas les dijo a sus sirvientes que se llevaran a los gatitos. ¿Tal vez destruyeron a los gatos y renacieron en el Tártaro? No lo sé.

Intentó no sentirse herida por el tono de su voz, sabiendo que era sólo porque estaba frustrad por algo de su pasado. Pero Fiona desvió la mirada, no acostumbrada a ellos.

―¿Es lindo?―dijo Bob mientras el gatito le olía la oreja, sin darse cuenta de la ligera tensión entre los dos semidioses.

―¿Pero es seguro?―preguntó Fiona.

El titán rascó la barbilla de gatito. Fiona no sabía si era una buena idea llevar consigo un gato nacido a partir de un diente prehistórico con la intención original de formar un ejército destinado a asesinar a su novio y sus amigos, pero obviamente ahora no importaba. Bob estaba apegado y no parecía que el gato fuera a irse pronto.

―Lo llamaré Pequeño Bob.―decidió el titán.―Es un buen monstruo.

Y ese fue el final de esa discusión.

Continuaron a través del paisaje oscuro. Como dijo Bob, parecía oscurecerse con cada paso que daban. Como si estuvieran dando un paso hacia el vacío. Fiona caminaba aturdida, tratando de no pensar demasiado en el tono de Percy. Pero ella siguió mirándolo, viendo esa mirada en sus ojos.

Fiona quería saber todo sobre él, pero sus vidas estaban llenas de peligros y tragedias; entendía por qué él no querría hablar de ello, pero estaba preparada para hablar de la suya por él. Y como le había prometido antes, también estaba dispuesta a escuchar. El problema era que Percy no hablaba en absoluto de sus problemas ni de su pasado. Fiona conocía fragmentos, y recién ahora empezaba a preocuparla. ¿Era el Tártaro? ¿O siempre fue evidente?

―Aquí.―anunció Bob.

Se detuvo tan repentinamente que Fiona casi chocó contra él.

Bob miró hacia su izquierda, como sumido en sus pensamientos.

―¿Es esto?―ella le preguntó.―¿Adónde vamos de lado?

―Si.―estuvo de acuerdo Bob.―Más oscuro, luego de lado.

Dicho esto, giró hacia la izquierda. Ellos siguieron. El aire se sentía diferente, más frío. Todos los demás lugares de este maldito agujero eran calurosos y sofocantes, pero aquí Fiona empezó a temblar. A pesar de lo anterior, ella gravitó hacia Percy en busca de calor y él la rodeó con su brazo. Se sentía mejor estando cerca de él, pero Fiona no podía relajarse.

Entraron en una especie de bosque. Altísimos árboles negros se alzaban en la penumbra, perfectamente redondos y desnudos de ramas. El suelo se había vuelto liso y pálido. Se acercó aún más a Percy, mirando hacia arriba para tratar de encontrar dónde terminaban los árboles, pero parecían durar una eternidad.

Algo se estremeció.

Los sentidos de Fiona se pusieron el alerta máxima, como si alguien le hubiera golpeado la base del cuello con una banda elástica. Ella paró. Percy la soltó e inmediatamente levantó su espada.

―¿Qué es?―le preguntó a ella.

Bob se volvió hacia ellos, confundido.―¿Vamos a parar?

Fiona se llevó un dedo al labio para calmarlos. Ella frunció el ceño, tratando de oírlo de nuevo; ni siquiera estaba segura de qué estaba escuchando. Simplemente sabía que algo estaba mal, incluso si nada parecía diferente, incluso si el Pequeño Bob todavía ronroneaba dormido en el hombro del Grande Bob. Pero algo andaba mal, muy mal.

Y ahí estaba, a unos metros de distancia, otro árbol se estremeció.

―Algo se está moviendo sobre nosotros.―susurró.―Reúnanse.

Bob y Percy cerraron filas con ella, espalda con espalda. Fiona levantó los puños para luchar.

Ella fulminó con la mirada, tratando de ver por encima de ellos en la oscuridad, pero nada se movía.

Estaba empezando a pensar que finalmente se había vuelto paranoica cuando el primer monstruo cayó al suelo a solo cinco pies de distancia.

Era una criatura horrible: una bruja arrugada con alas coriáceas como de murciélago, garras de bronce y ojos rojos brillantes. Llevaba un andrajoso vestido de seda negra y su rostro estaba retorcido y hambriento, como el de un buitre hambriento.

Bob gruñó cuando otro cayó frente a ellos, y luego otro aterrizó frente a Percy. Pronto, eran media docena.

―¿Qué eres?―preguntó Fiona, pareciendo más valiente de lo que se sentía.

El arai, siseó una voz. ¡Las maldiciones!

No sabía quién hablaba; ninguno de ellos movió la boca. Sus ojos estaban muertos, sus expresiones congeladas; la voz simplemente flotaba alrededor, como si una sola mente los controlara a todos desde hilos de titiritero.

Ahora ya no parecía tan valiente.―¿Qué... qué quieres?

La voz se rio maliciosamente. ¡Maldecirlos, por supuesto! ¡Destruirlos mil veces en el anime de la Noche de la Madre!

―¿Sólo mil veces?―habló Percy. Cuadró los hombros y giró su espada.―Oh, bien... por un segundo, pensé que estábamos en problemas.

El círculo de monstruos se cerró.

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