VI. Dos palabras

capítulo seis: dos palabras.
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PERCY tenía una política. Cuando las cosas van de mal en peor en las misiones, pensaba siempre en algo positivo. Siempre encontrar sobre qué bromear. Mantener siempre la cabeza en alto y no caer en las profundidades de su miedo y preocupación. Pero el Tártaro era difícil. Casi imposible. Percy no podía deshacerse del frío del temido río, todavía sentía esas voces burlándose de él, hasta que se dio cuenta de que era las suyas. Y eso no hizo que desaparecieran.

Nunca saldrás de aquí...

La vida no tiene sentido...

¿Cómo crees que podrás detener a Gea si sales?

Estarás muerto incluso antes de llegar a las puertas.

Era imposible. Pero él siguió adelante. Le hizo una promesa a Nico Di Angelo, le hizo una promesa a Fiona y se hizo una promesa a sí mismo. La promesa de paz. De finalmente tener paz.

Siguieron el río Flegetonte, tropezando con un terreno de roca vidriosa, saltando grietas y escondiéndose detrás de rocas cada vez que las chicas vampiro disminuían la velocidad frente a ellos. Era difícil permanecer lo suficientemente atrás para no ser visto, pero también lo suficientemente cerca para vigilar a Kelli y sus monstruosos camaradas entre el aire brumoso, negro y sofocante. El calor del río quemaba la piel de Percy, pero eso no era la mayor de sus preocupaciones. Si el calor no lo mataba, el aire que respiraba ciertamente lo haría. Cada respiración era como inhalar fibra de vidrio con aroma a azufre. Afilado y ardiente, cortándole la garganta y nublando sus pulmones. Cuando necesitaban una bebida, lo mejor que podían hacer era beber un poco de fuego líquido refrescante, lo que los mantenía atravesando el horrible clima sin comida ni agua por un tiempo, pero Percy no sabía por cuánto tiempo.

Al menos la rodilla de Fiona parecía estar curándose. Ella apenas cojeaba. Sus diversos cortes y raspaduras se habían desvanecido y se había recogido el cabello oscuro de la cara nuevamente con una tira de mezclilla de sus pantalones. Estaba golpeada, cansada, aterrorizada, llena de hollín y vestida como una persona sin hogar, pero Dioses, todavía se veía genial. Tal vez fue porque no importaba como se viera, podía tener noventa años con los pies hinchados y arrugas, pero su valentía, su determinación, su capacidad para enfrentarse a Percy y ganar incluso con una rodilla posiblemente dañada por el resto de su vida, ella era Fiona, y eso era suficiente.

No había encontrado tiempo para hablar de ello, ni para decirlo, pero lo había escuchado. Al caer al Tártaro, lo acercó acercó a su pecho y gimió: te amo.

Percy siempre pensó que si llegaban a esa parte, sería él quién lo diría. Y no se lo imaginaría en el peor, más peligroso y horripilante lugar de toda la mitología y el mundo. Pensó que sería una vez que todo esto terminara, las cosas estuvieran arregladas, y podría simplemente abrazarla y decirle que a pesar del poco tiempo que se conocían, habían pasado por tantas cosas que él sabía, que él estaba seguro de ello.

Pero ella se lo había dicho. Fiona, que nunca estaba segura de sus relaciones. Fiona, que a pesar de todo dudaba, estoica y seria, alguien que tenía miedo de ser rechazada y de equivocarse en cuanto a amistades, relaciones, cualquier cosa en realidad. Y le dijo que lo quería, y Percy supo que lo decía en serio.

El tiempo era difícil de juzgar. Caminaron con dificultad, siguiendo el río que atravesaba el duro paisaje. Afortunadamente, las empusas no eran exactamente caminantes veloces. Tener patas de bronce y de burro que no coincidían ya ralentizaba al monstruo psicópata y sediento de sangre promedio, pero ¿Cuándo estaban silbando y peleando entre sí y aparentemente sin prisa por llegar a las Puertas de la Muerte? Era como intentan conducir por el corazón de la ciudad de Nueva York a cualquier hora del día, cualquier día de la semana. Imposible, ruidoso y un grave error cuando necesitabas llegar a alguna parte.

Los empusas lo atacaron con deleite.

Cuando continuaron, Percy y Fiona revisaron y no encontraron nada más que algunos huesos astillados y manchas brillantes sacándose en el calor del río. Percy no tenía dudas de que las empusas devorarían a los semidioses con el mismo entusiasmo.

―Vamos.―alejó a Fiona suavemente de la escena, notando la forma en que su piel se volvió gris.―No podemos perderlos.

Mientras caminaban, Percy pensó en la primera vez que luchó contra la empusa Kelli en la orientación para estudiantes de primer año en la Secundaria Goode, cuando él y Rachel Elizabeth Dare quedaron atrapados en la sala de la banda. En ese momento, parecía una situación desesperada. Ahora, daría cualquier cosa por tener problemas así de simples. Vaya, ¿recordar la Guerra de los Titanes como en los viejos tiempos? Dioses, fue entonces cuando Percy realmente supo que su vida estaba arruinada.

Después de unos cuantos kilómetros más, el empusas desapareció tras una cresta. Cuando Percy y Fiona los alcanzaron, se encontraron al borde de otro enorme acantilado. El río de Fuego se derramaba por el borde en las hileras irregulares de cascadas de fuego. Las damas demonios bajaron por el acantilado como cabras montesas.

Percy no pudo evitarlo. Sintió una repentina punzada... Dioses, echaba de menos a Grover. Él sabría cómo bajar. Se quejaría de la comida. Probablemente molestaría a Fiona hasta el punto de que podría estrangularlo, pero sería algo muy brillante en las nubes oscuras de este lugar. Cuando Percy saliera de aquí, eso era otra cosa que iba a hacer: encontraría a su mejor amigo y le daría un abrazo duradero, tal vez entre lágrimas.

Pero entre esos pensamientos, el corazón se le subió a la garganta. Incluso si él y Fiona llegaban vivos al fondo del acantilado, no tenían mucho que esperar. El paisaje debajo de ellos era una llanura desolada de color gris ceniza erizada de árboles negros, como pelos de insectos. El suelo estaba lleno de ampollas. De vez en cuando, una burbuja se hinchaba y estallaba, arrojando un monstruo como una larga de huevo.

(El apetito de Percy desapareció repentinamente, ¿Quién lo sabría?)

Todos los monstruos recién formados se arrastraban y cojeaban en la misma dirección como tortugas deformes arrastrándose hacia el mar, hacia un barco de niebla negra que se tragaba el horizonte como un frente de tormenta. El Flegetonte fluyó en la misma dirección hasta aproximadamente la mitad de la llanura, donde encontró con otro río de agua negra, ¿tal vez el Cocito? El río de los lamentos. Las dos inundaciones formaron una catarata humeante y hirviente y fluyeron como una sola hacia la niebla negra.

Cuanto más miraba Percy la tormenta de oscuridad, menos quería ir allí. Podría esconder cualquier cosa: un océano, un pozo sin fondo, un ejército de monstruos. Pero si las Puertas de la Muerte estaban en esa dirección, era su única oportunidad de llegar a casa.

Miró por encima del borde del acantilado.―Ojalá pudiéramos volar.―murmuró y miró brevemente a Fiona.―Me conformaría con un ala delta.

Ella señaló las formas de alas oscuras que entraban y salían en espiral de las nubes de color rojo sangre.―No creo que sea la mejor idea.

Genial, refunfuñó Percy. Más mierda de qué preocuparse.―¿Furias?

―O algún otro tipo de demonio.―suspiró Fiona.―El Tártaro tiene miles. Romanos, griegos... algunos tan antiguos que no creo que ninguno de nosotros――

―Incluidos el tipo que come alas delta.―la interrumpió Percy. Realmente no quería pensar en demonios antiguos que pudieran ser imparables.―Está bien, entonces subimos.

Ya no podía ver las empusas debajo de ellos. Habían desaparecido detrás de unas crestas, pero eso no importaba. Estaba claro adónde debían ir él y Fiona. Como todos los monstruos gusanos que se arrastran por las llanuras del Tártaro, deberían dirigirse al oscuro horizonte (¡Y Percy estaba rebosante de entusiasmo por eso!).

Entonces,  comenzaron a bajar.

Mientras lo hacían, Percy se concentró en los desafíos que tenía entre manos: mantener el equilibrio, evitar desprendimientos de rocas que alertarían a las empusas de su presencia y, por supuesto, asegurarse de que él y Fiona no cayeran en picado hacia la muerte.

Aproximadamente a mitad del precipicio, Fiona se estremeció de repente. Ella se aferró con dedos temblorosos y logró decir sin aliento.―P-para, ¿vale? Mi... pierna. Yo sólo... necesito un breve descanso.

Su rodilla tembló tanto que Percy inmediatamente se maldijo por no haber pedido descanso antes. Encontró una repisa no muy lejos y señaló hacia ella. Observó a Fiona con atención, allí para ayudarla si lo necesitaba, peor lo hicieron bastante rápido. Estuvo a punto de caer al suelo, pero se contuvo y se sentó con escalofríos de cansancio.

Percy subió tras de ella, colocándose en el pequeño hueco de rocas irregulares. Fiona intentó ocultar su mueca de dolor mientras extendía la rodilla para descansar, pero a pesar de las propiedades curativas del río, estaba roja, hinchada y con ampollas. Percy apretó la mandíbula: iba a hacer pagar a Octavian, eso era seguro.

Se adelantó para arreglar la correa improvisada que había hecho, pero Percy la detuvo.

―Oye...―él tomó su mano suavemente y se sentó a su lado. Él trabajó en ello, y aunque ella no dijo nada, sabía que lo apreciaba por la forma en que se desplomó contra él.

Percy no estaba mucho mejor. Sentía como si su estómago se hubiera reducido al tamaño de una pastilla de goma. Si encontraban más cadáveres de monstruos, temía sacar una empusa e intentar devorarlo.

Pero dioses, al menos tenía a Fiona. No tenía idea de cómo habría manejado este lugar solo. Encontrarían la manera de salir de aquí. Tenían que. El lo prometió. Lo prometería al río Styx si era necesario.

Terminó de arreglar la correa improvisada, manteniendo su rodilla junta. Pero sabía que en ese momento el alivio del dolor no era nada. Fiona lo mantuvo dentro, mirando fijamente su rodilla, como si supiera, igual que él, cómo esto la perseguirá por el resto de su vida. Siempre tendrá una pequeña cojera, siempre tendrá una rodilla que siempre podría dislocarse. Si hubiera tenido tiempo de sanar adecuadamente, habría estado bien, pero ¿ahora?

Por primera vez en mucho tiempo, Percy vio a Fiona juguetear con el colgante de calavera de su collar. Estaba nerviosa, aterrorizada. Muy aterrorizada. Ambos lo estaban.

Se acercó a ella y le pasó un brazo por los hombros. Percy la abrazó cerca de su lado y los dos se acurrucaron en el calor del Tártaro.

Pasó un rato antes de que alguno hablara. Pero entonces, Fiona se estremeció un poco con un aliento débil y dijo:―Entonces... Kelli, ¿Qué pasó? ¿La despreciaste en una cita o algo así?

Percy logró soltar una risita, sorprendido de tenerla en él. Atravesó el aire rígido de Tártaro y, durante, la respiración fue más fácil.―Ella era animadora durante mi orientación de primer año. Nos atacó a mí y a una amiga mortal en la sala de la banda.

―¿Amiga mortal? ¿Sala de banda?

―Rachel.―Percy le sonrió a Fiona, al ver la arruga en su nariz.―Ella podía ver a través de la niebla. Ahora es el Oráculo en el Campamento Mestizo. Y es mucho más amable que Octavian, te lo aseguro. ¿Sala de banda? Bueno, la hice explotar.

Fiona apoyó la cabeza sobre su pecho y murmuró:―No me sorprende.

Percy puso los ojos en blanco.―Si, bueno, Kelli apareció de nuevo en una misión que Annabeth y yo teníamos en el Laberinto. Annabeth la mató en el taller de Dédalo con su cuchillo, y listo. Aquí estamos.

Ella arqueó una ceja, sorprendida.―Espera, ¿Dédalo y Laberinto?―Percy sabía que entendía lo suficiente de los mitos griegos como para saber de qué se trataba.―Tú...―ella negó con la cabeza.―No. No me sorprende.

―Si, bueno, lo elegiría antes que este cualquier día.―suspiró Percy, con la mejilla contra su cabeza.―Luke, Cronos――

―No diría su nombre aquí――

―Cierto, lo siento. Señor tiempo....―a Percy realmente no le importaban los nombres y el poder en ese momento, pero lo mantuvo a raya por el bien de Fiona.―... Y toda esas guerras parecen mucho más fácil. Y eso todavía me da pesadillas.―intentó quitárselo de encima como si nada, como siempre. Pero cuando Fiona le tomó la mano, supo que ella lo entendía.―Pero... no te tenía.―añadió Percy, entrelazando sus dedos.―Así que supongo que todo esto vale la pena.

Fiona se sonrojó y eso le devolvió el color a las mejillas. Ella desvió la mirada y Percy se preguntó si estaba pensando en eso. Pensando en lo que ella había dicho. Se quedó paralizado un poco, preguntándose si debía responderle ahora mismo. ¿Volverían a tener la oportunidad? No sabía qué lo detuvo. Pero pronto fue demasiado tarde, porque Fiona le apretó la mano y dijo:―Sabes, las cosas podrían ser peores.

―¿Si?―Percy no vio cómo, pero trató de sonar optimista.

Ella se acurrucó contra él. Su cabello olía a humo, y si Percy cerraba los ojos, casi podía imaginar que estaban en la fogata del Campamento Mestizo. Él le habría mostrado su casa, y ahora estarían descansando, y ella estaría sonriendo, haciendo bromas sobre cantar...

―Podríamos haber caído al río Lete.―dijo.―Y haber perdido nuestros recuerdos.

La piel de Percy se erizó sólo de pensar en ello. Después de recuperar sus recuerdos, perderlos todos de nuevo sería un tipo diferente de crueldad. Había estado muy cerca de perderlos una vez ante Hera, cuando luchó contra un titán en las orillas del Lete, cerca del palacio de Hades. Había atacado al titán con agua de ese río y borró por completo su memoria. En ese momento, Percy no pensó mucho en eso... pero ahora, se sentía como monstruo, por hacerle eso a alguien, incluso a un titán.―Si, el Lete.―murmuró.―No es mi favorito. Tampoco el el mejor en la costa.

Fiona frunció el ceño, confundida.―¿Has estado allí?

―Sí.―odió cómo su garganta se cerró un poco. Lo atravesó.―Luché contra un titán. Borré sus recuerdos...―Percy apretó su mano con más fuerza, sintiendo esta nuevo culpa de repente abrumadora.

Las cejas de Fiona se arquearon ligeramente. Ella frunció los labios y pasó el otro brazo alrededor de su espalda, aferrándose a él para tratar de darle algo de consuelo.―¿Qué... quién era el titán?―preguntó suavemente. Percy sabía por qué. Apenas hablaba sobre la Guerra de Titanes, ni siquiera con ella. Pero ahora mismo, en este lugar, parecía más fácil considerando lo que estaba enfrentando actualmente.

―Uh... Jápeto.―dijo, sin dejar de jugar con sus dedos. Le encantaba lo pequeña que era su mano en la suya, especialmente cuando podía patearle el trasero.―Dijo que se refería al Empalador o algo así. Aunque le di un nombre después de que perdió la memoria...

―Oh.―ella inclinó la cabeza.―¿Cuál?

―Bob.―dijo Percy.

Fiona logró soltar una risa débil.―Bob el titán.

Los labios de Percy estaban tan resecos que le dolía sonreír. ¿Cómo pudo hacerla sonreír por eso? Dioses, ella era otra cosa. Pensó en decirlo de nuevo. Te quiero. Parecía muy fácil, y Percy siempre pensó que lo sería, pero no podía y no sabía por qué.

Su mirada volvió a las llanuras cenicientas. Apretó la mandíbula.―Vamos...―besó la frente de Fiona, preguntándose si podría hacérselo saber con eso.―Deberíamos seguir moviéndonos. ¿Cómo está tu pierna? ¿Quieres beber más fuego?

Ella volvió a arrugar la nariz.―Ugh―sí, creo que pasaré.

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