V. Los talentos secretos de Sam

capítulo cinco: los talentos secretos de sam
✿✼:*゚:༅。.。༅:*・゚゚・⭑

ALREDEDOR DE SAM, era caótico. Los demás aún se estaban recuperando de las bombas relámpago, Jason había logrado salir corriendo para ver a Piper y al entrenador Hedge, Frank se había transformado en un oso, pero antes de que pudiera haber causado estragos en los ladrones cercopes, la bomba relámpago lo desorientó y ahora lentamente estaba volviendo a la normalidad. Annabeth se frotó los ojos y parpadeó; parecía una mezcla de furia y culpabilidad, y Sam se dio cuenta de que pensaba que debería haber evitado eso de alguna manera. Se volvió hacia Frank y le puso una mano en el hombro. Leo todavía estaba en el suelo, incapaz de creer cuánta destrucción había ocurrido en cuestión de segundos.

Jason le quitó la mordaza a Piper e inmediatamente ella gritó:―¡No pierdas tiempo conmigo! ¡Ve tras ellos!

En el mástil, el entrenador Hedge luchó por quitarse la mordaza y gritó una maldición ahogada. Sam creía que quiso decir: ¡Mátenlos!

Sam se tambaleó hasta el borde del barco y contempló la ciudad de Bolonia, un rompecabezas de edificios de tejas rojas en un valle rodeado de colinas verdes. La daga de Fiona estaba allí en alguna parte, al igual que las Esferas de Arquímedes y el cinturón de herramientas de Leo. Intentó pensar en un buen plan, con la respiración entrecortada y la luz parpadeante todavía en sus ojos. ¡Vamos, piensa, Sam! Se dijo a sí mismo. ¡Eres hijo de Atenea, piensa!

Comenzó a pensar en algo...

Sam volvió a mirar a Leo y Jason. Los demás estaban demasiado aturdidos para poder seguirlo.―Jason.―habló y el Superman rubio se volvió hacia él.―¿Estás bien como para controlar los vientos?

Él frunció el ceño.―Claro, pero――

―Bien.―miró hacia le laberinto debajo de ellos, su disposición alegre lejos de haber desparecido en ese punto. No hasta que recuperara ese pugio.―Porque tú, Leo y yo tenemos algunos cercopes que atrapar.

Jason asintió. No tardó mucho en despegar. Sam sintió que su cabello volaba y su estómago se revolvía al sentir el viento envolviéndolos como un manto de presión. Jason se esforzó por sujetarlos a él y a Leo, pero empujó hacia adelante para aterrizar en una gran plaza bordeada de edificios gubernamentales de mármol blanco y cafés al aire libre. Las calles circundantes estaban abarrotadas de bicicletas y Vespas, pero la plaza en sí estaba vacía excepto por las palomas algunas personas bebiendo expresos.

Ninguno pareció darse cuenta del enorme buque de guerra griego que se cernía sobre la plaza, ni del hecho que acababan de descender flotando: Jason empuñando su espada de oro y Sam y Leo... bueno, con las manos vacías. Al menos Leo tenía su fuego. Por el momento, todo lo que Sam tenía era su cabeza. No tenía poderes especiales, pero si una mente bien engrasada. Tenían que tener una para sobrevivir.

―¿A dónde?―preguntó Jason.

Leo lo miró fijamente.―Vaya, claro. Déjame sacar mi GPS de rastreo de enanos de mi cinturón de herramientas... ¡Oh, espera! ¡No tengo un GPS de rastreo de enanos, ni mi cinturón de herramientas!

Sam miró a su alrededor y luego señaló la plaza.―La balista disparó el cercopes en esa dirección. Están por aquí.

―Pareces muy seguro de eso, Sammy.

Sam no estaba de humor. Pero respiró hondo y se permitió calmarse para responder inteligentemente.―Bueno, considerando el peso de un cercope, el poder de la balista y la trayectoria, he llegado a una conjetura fundamentada――

―Entonces, no tienes idea.

Tenia que recordarse a sí mismo que Leo estaba tan desesperado y molesto por esta situación como él. Pero como hijo de Atenea, Sam siempre tuvo un problema con su orgullo.―Tengo razón. Vámonos.

Juntos, los tres atravesaron un lago de palomas y luego maniobraron por una calle lateral llena de tiendas de ropa y heladerías. Sam quería juguetear con la empuñadora del pugio, pero sin ella, empezó a tirar de la tela suelta de su capucha, asegurándose de que se quedara lo más holgada posible. Era un viejo hábito que lo hacía sentir mejor, pero algo que todavía hacía. Miró las escaleras bordeadas de columnas blancas y le molestó verlas cubiertas de graffiti. Hoy en día nadie aprecia la historia y la arquitectura.

Leo no parecía mejor. Siguió dándose palmadas en la cintura, como si esperara que su cinturón de herramientas desapareciera. Sam frunció los labio pero no dijo anda. Siguió adelante, guiándolos por las calles hacia donde había adivinado que estabas los cercopes... porque en realidad no lo sabía en absoluto. Podría simplemente tener esperanza y tratar de mantener la mentalidad positiva.

―Los encontraremos.―prometió Jason de la nada.

Sam sabía lo que quería decir y le envió una simple sonrisa como agradecimiento. Era tan romano como podía serlo; sensato, disciplinado, un líder. Pero últimamente parecía tan perdido como el resto de ellos.

Caminaron unos cuantos giros y vueltas cuando, de repente――

Sam extendió los brazos, deteniendo a Leo en su lugar, no había estado prestando atención en absoluto.―Mira――, señaló.

Habían llegado a una plaza más pequeña. Sobre ello se alzaba una enorme estatua de bronce de Neptuno desnudo. Leo se tapó los ojos.―Ah, cielos.―soltó.―¿Por qué me harías mirar eso?

Sam cerró ligeramente los ojos. Mantén la calma, se dijo. Se imaginó sentado en el césped del campamento leyendo sus libros favoritos. Se volvió hacia Leo y dijo:―Podría ser algo. Estamos en Italia y Jason puede decirme si me equivoco, pero no se ven estatuas de uno de sus dioses menos favoritos simplemente por ahí. Si fuera Júpiter, tendría sentido.

―O podría ser simplemente una estatua.

―Sólo compruébalo, Leo.―murmuró Jason.―No hay nada malo en ello.

El hijo de Hefesto frunció los labios pero se adentró en la fuente seca bajo la sombra de Neptuno y su tridente. Puso una mano sobre el pedestal y sus ojos se abrieron en estado de shock.―Es mecánico.―afirmó, sorprendido.―¿Tal vez una puerta a la guarida secreta de los enanos?

―¡Ooo!―chilló una voz cercana.―¿Guarida secreta?

―¡Quiero una guarida secreta!

Jason dio un paso atrás, con su espada lista. Sam se dio la vuelta, tratando de ver a los cercopes. No tenía arma, por lo que levantó los puños con torpeza. Leo saltó, moviéndose tan rápido que podría haber recibido un latigazo. Ambos cercopes estaban aquí. Sam había escuchado una vez la historia y recordó sobre dos hermanos que fueron maldecidos por Zeus después de robar tanto. También algo sobre que le robaron a Heracles. Uno estaba sentado a unos diez metros de distancia, en la mesa del café más cercano, bebiendo un expreso sostenido por el pie bajo al ala de un sombrero vaquero. Su hermano, de pelaje marrón en comparación con el rojo, se puso su bombín verde justo sobre la mano de Leo, encaramado en el pedestal de mármol a los pies de Neptuno.

―Si tuviéramos una guarida secreta.―dijo el cercopes con sombrero vaquero.―Me gustaría tener un poste de bomberos.

―¡Y un tobogán de agua!―dijo su hermano con el bombín verde, sacando herramientas aleatorias del cinturón de Leo, arrojando a un lado las llaves inglesas, martillos y pistolas de grapas. El corazón de Sam dio un vuelco al ver la empuñadora del pugio de Fiona asomando por uno de sus bolsillos que no coincidían.

―¡Para!―espetó Leo, tratando de alcanzar los pies del cercope, pero no pudo alcanzar la cima del pedestal.

―¿Demasiado bajito?―el ladrón se compadeció.

Por lo general, Leo podía mantener la calma, pero desde que Fiona y Percy cayeron al Tártaro, él era una mecha corta ardiendo de un hilo delgado para dinamita.―¡¿Me estás llamando bajito?!―miró a su alrededor en busca de algo que tirar, pero no había nada más que palomas.―Dame mi cinturón, estúpido――

―¡Ahora, ahora!―el ladrón cogió casualmente el cinturón de herramientas y luego centró su atención en el kife. Sam apretó los puños, tratando de pensar en una forma de recuperarlos. Su cabeza intercambió decenas de escenarios, pero hasta ahora, ninguno de ellos parecía funcionar.―Ni siquiera nos hemos presentado. Soy Akmon. Y mi hermano de allá――

―¡Es el guapo!―el cercopes pelirrojo, levantó su expreso.―¡Passalos! ¡Cantante de canciones! ¡Bebedor de café! ¡Ladrón de cosas brillantes!

―¡Por favor!―chilló Akmon.―Robo mucho mejor que tú.

Passalos resopló.―¡Quizás robar siestas!―sacó otro cuchillo, el cuchillo de Piper y empezó a hurgarse los dientes con el.

―¡Ey!―gritó Jason.―¡Ese es el cuchillo de mi novia!

Se abalanzó sobre él, pero Passalos fue demasiado rápido. Saltó de su silla, rebotó en la cabeza de Jason, dio una vuelta y aterrizó junto a Leo, con sus brazos peludos alrededor de la cintura de Leo.

―¡Bájate!―Leo intentó apartarlo de un empujón, pero Passalos dio un salto mortal hacia atrás y aterrizó fuera de su alcance. Los pantalones de Leo rápidamente cayeron sobre sus rodillas. Se tambaleó para levantarlos. Pero volvieron a caer. Sus ojos se abrieron cuando se dio cuenta de lo que había robado: la cremallera de los pantalones. Lo agitó hacia él con una sonrisa traviesa.

―¡Dame... la estúpida... cremallera!―Leo tartamudeó, intentando agitar el puño y subirse los pantalones al mismo tiempo.

―Eh, no lo suficientemente brillante.―Passalos lo tiró.

Jason intentó atacar de nuevo, pero Passalos solo se lanzó hacia arriba y de repente estaba sentado en el pedestal con la estatua con su hermano. Sam siguió observando, todavía tratando de descubrir algo. Vamos, vamos, vamos, pensó para sí mismo. ¡Piensa, piensa, piensa!

―Dime que no tengo movimientos.―alardeó Passalos.

―Está bien.―dijo Akmon.―No tienes movimientos.

―¡Bah!―dijo Passalos.―¡Dame el cinturón de herramientas para el cuchillo! Quiero ver.

―¡No!―su hermano lo apartó con un codazo.―¡Ya tienes el cuchillo y la bola brillante!

―Sí, la bola brillante es bonita.―Passalos se quitó el sombrero vaquero y sacó la esfera de Arquímedes. Empezó a jugar con los diales.

―¡No! ¡Detente!―gritó Leo, todavía sosteniendo sus pantalones.―Esa es una máquina delicada.

Jason llegó al lado de su amigo, listo para gritar de nuevo. Eso solo empeoraría las cosas, así que Sam dejó de pensar y dejó escapar el primer instinto que tuvo.

―¡Sé quienes son ustedes!―gritó. Ambos hermanos lo miraron con curiosidad. Si, pensó Sam. Tienen vanidad.―¡Ustedes son los cercopes, los hermanos ladrones más famosos de toda la historia!

Se animaron un poco ante eso. Compartieron una mirada. Passalos dejó de jugar con la esfera.―¿De verdad?―preguntó.

―Sí, definitivamente.―asintió Sam, con el corazón acelerado. ¿Qué recordaba de estos tipos? Heracles, algo sobre Heracles...―¡Quiero decir, sólo los mejores podrían robarle a Heracles!

―¡Ja!―dejó salir Passalos.―¿Recuerdas?―se rio con su hermano.

―¡Oh, sí!―sonrió Akmon.―Solía andar sin ropa. Se bronceó tanto el trasero――

―¡Al menos tenía del humor!―dijo Passalos.―Él nos iba a matar cuando le robamos, pero nos dejó ir porque le gustaban nuestros chistes. No como ustedes. ¡Gruñones, gruñones!

―¿Qué?―Sam dio un paso adelante, fingiendo un grito ahogado.―¡Me encantan sus chistes! En serio, soy un gran admirador. Personalmente creo que el mejor atributo y talento para robar es bromear sobre ello. Necesitas bromar con tu víctima, avergonzarla.

―Hmm.―pensó Passalos sobre esto.―Tienes razón. Sí, sí, ¡es todo un talento! Me agradas, eres mejor que estos dos.

―Sí, sí, esos dos están realmente de mal humor.―Jason y Leo miraron boquiabiertos a Sam, muy ofendidos.―Quiero decir, ellos no aprecian los engaños y las bromas como nosotros. Un hijo de Atenea tiene que dar crédito a la inteligencia necesaria para lograr tal cosa. ¿Qué tal si me cuentan algunas chistes? ¡Me encantaría escucharlos! Y luego, una vez que hayas terminado, ¡podría contarles algunos de mis chistes! Si lo aprueban, podemos recuperar las cosas que robaron y dejarnos ir. Parece justo, ¿si?

Por un segundo, Sam pensó que lo tenía. Los hermanos se miraron entre sí, pero eran más inteligentes de lo que Sam les había dado crédito. Vieron a través de él.

―Buen intento.―dijo Akmon, retorciendo descuidadamente el cuchillo de Fiona entre sus dedos.―¡Oh!―miró los intrincados diseños de la empuñadora.―¡Muy bonito! ¡Definitivamente me quedaré con esto!

Leo ya había tenido suficiente.―Está bien, ¡eso es todo!―él gritó.―Mis cosas. Ahora. ¡O te mostraré lo gracioso que es un Kerkope en llamas!―sus manos se incendiaron.

―Ahora estamos hablando.―Jason lanzó su espada al cielo. Nubes oscuras comenzaron a acumularse sobre la plaza. Retumbó un trueno. Sam suspiró, frustrado con ellos, pero se puso a su lado de todos modos, listo para pelar con los puños.

―¡Oh, que miedo!―Akmon chilló.

―Si.―estuvo de acuerdo Passalos.―¡Si tan sólo tuviéramos una guarida secreta donde escondernos!

―Por desgracia, esta estatua no es la puerta a una guarida secreta.―suspiró Akmon.―Tiene un propósito diferente.

Las entrañas de Sam se retorcieron. ¡Oh, cómo podía ser tan estúpido! (Algún hijo de Atenea pensó con amargura). Los había dejado en mano de los cercopes.―¡Trampa!―él gritó. Empujó a Leo fuera del camino mientras cordones dorados salían disparados de los dedos de la estatua. Leo rodó sobre su espalda, libre, pero Sam y Jason habían sido atrapados.

Luchó con las cuerdas apretadas que lo rodeaban, jalándolo a él y a Jason boca abajo. Un rayo hizo estallar las púas del tridente de Neptuno, enviando arcos de electricidad arriba y abajo de la estatua, pero los cercopes ya habían desaparecido.

Sam intentó liberarse... pero estaba atrapado. Lo habían engañado. Un hijo de Atenea había sido engañado por cercopes

Quizás no tenía la mente tan engrasada como pensaba.

―¡Bravo!―Akmon aplaudió desde una mesa de café cercana.―¡Harán piñatas maravillosas, hijos de Atenea y Júpiter!

―¡Sí!―asintió su hermano.―Heracles nos colgó cabeza abajo una vez, ¿sabes? ¡Oh, la venganza es dulce!

Leo convocó al fuego. Con un giro de sus dedos, lo arrojó directamente a Passalos, que intentaba hacer malabarismos con dos palomas y la esfera de Arquímedes.

Gritó, saltando libre de la explosión. Dejó caer la esfera y dejó volar las palomas.

―¡Hora de irse!―decidió Akmon.

Se quitó el bombín y saltó de mesa en mesa. Passalos miró la esfera de Arquímedes, que había rodado entre los pies de Leo.

Los ojos del hijo de Hefesto brillaron peligrosamente. Llamas candentes danzaron a lo largo de sus dedos mientras miraba al cercopes―Pruébame.―gruñó.

―¡Adiós!―Passalos hizo una voltereta hacia atrás y corrió tras su hermano.

Leo dejó que las llamas se apagaran. Recogió la esfera y corrió hacia Sam y Jason. El hijo de Júpiter todavía tenía libre el brazo de la espada e intentaba cortar las cuerdas.

―¡No! ¡No lo hagas!―Sam estaba gritando, luchando.―¡Me vas a cortar la cara!

―Espera.―dijo Leo.―Si puedo encontrar un interruptor de liberación――

―¡Solo ve!―Sam negó con la cabeza.―Te seguiremos Ya se me ocurrirá algo para sacarnos.

―Pero――

―¡Simplemente no los pierdas!

Leo dudó, pero asintió. Echando a correr, Sam y Jason quedaron allí colgados como murciélagos desorientados. Sam lo vio irse, esperando por todos los dioses que recuperara el cuchillo... pero también dándose cuenta de que lo único que tenía cerca de él como semidiós, lo único de lo que estaba orgulloso... le había fallado.

+5 COMENTARIOS PARA PRÓXIMO CAPÍTULO :)

━━━━━━━━━━━

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top