6 | Miau
Cuando cerré la puerta me percaté de la poca iluminación en la habitación. Un solo foco se balanceaba en la mitad del mismo dejando ver —apenas— muchas cajas apiladas desprolijamente, el suelo lleno de polvo, grandes telarañas en las esquinas, sábanas que en algún pasado remoto debieron ser blancas y algunos muebles viejos o rotos. ¿Estaba en el sótano? ¿Había un sótano en la primera planta?
Estornudé a los segundos de entrar y no pensaba en otra cosa que salir de allí, ese sucio rincón no era el indicado para llorar y desahogarme. Así que ya me hallaba a nada de girar el pomo cuando la caída de un objeto retumbó fuertemente detrás de mí y me giré espantada.
Noté un movimiento extraño sobre una caja abierta que estaba encima de otras tres. Debería de haber salido corriendo en ese preciso instante, pero, para lo que creía mi desgracia, la puerta se había cerrado con fuerza y no lograba abrirla.
Me largué a llorar nuevamente tras notar que la cerradura no cedía ante nada y dejé mi espalda apoyada sobre la fría madera antes de abrazarme a mí misma hecha un ovillo.
Tenía miedo.
Demasiado miedo.
No salía de un problema antes de entrar en otro.
Mi vida era eso, problemas...
Yo era un inmenso problema.
Llevé ambas manos a mi cabeza, ya no quería escuchar mis propios pensamientos. Luego de sentir tanto solo deseaba jamás volver a sentir nada... Tan irónico como real.
Un sonido extraño me llamó la atención y levanté la mirada para recorrer visualmente todo lo que había a mi alrededor.
Un par de orejas puntiagudas y felinos ojos amarillos fueron lo primero que vi de un gato de tamaño mediano que sobresalía desde la caja anteriormente desmayada y que tenía fija en mi persona su expresiva mirada. Volvió a maullar y opté por acercarme sigilosamente mientras me secaba las lágrimas con el puño de mi blusa.
Me tranquilizaba un montón que fuera un colado gatito el que estuviera conmigo. Hasta me sentí patética llorando del miedo por ese animalito que ni me había notado.
Agaché la mirada y me puse de cuclillas para apreciarlo mejor. Enseguida abrió la boca dejando salir otro miau, uno casi alegre. Lo acaricié con sutileza sobre la cabeza y él me agradeció frotándose contra mi palma. Una sonrisa tembló en mis labios y de pronto, ya no quería irme.
Era de un tono rubio muy clarito y pude notar leves manchas esparcidas en sus patas. No lograba detallarlo bien, pero me parecía lo más bonito que había visto en días. Intenté tomarlo entre mis brazos, sin embargo, se removió incómodo y salió del cartón despedazado. Noté a unos metros más atrás la rendija rota, seguramente por allí entraba y salía cuanto quería.
En lo que antes debió ser una caja reposaban un montón de papeles y cartas amarillentas, algunas hojas se veían rotas y dañadas por la humedad; y encima de estas yacían un montón de migas esparcidas. Ese chiquillo había traído una barra de pan para comer acá.
No sabía qué llamó mi atención con exactitud. Nada pareció importarme, aparte de la tranqulidad que me transmitía ese momento. Quizá estar ahí con un pequeño gato lamiendo mis pies descalzos y ronroneando era lo que necesitaba para olvidarme un rato del mundo y mis desgracias.
Tomé, sin pensarlo un poco siquiera, la hoja extendida que destacaba junto con las demás. El foco temblaba justo encima de mi cabeza y no sabía si agradecer la luz o temerle ante la idea de que se cayera en mi cabeza. Este lugar era el más abandonado de toda la mansión, ni siquiera lucía como parte de la misma.
En el instante que leí las dos primeras palabras me olvidé completamente de esos pensamientos.
Querida Özlem:
A veces me gusta imaginarnos juntos hasta la eternidad.
Quizá sea algo que suene muy romántico, pero no puedo evitar serlo cada vez que pienso en ti.
Me gusta recordarnos juntos ¿sabes?, lo felices que éramos cuando andábamos los dos en la misma bicicleta olvidándonos del mundo y sus prejuicios.
¿Te gustaría volver a andar en bicicleta conmigo?
Si tu respuesta es sí, ya sabes dónde buscarme.
Siempre te estaré esperando,
siempre tuyo.
En donde debía estar la firma o nombre remitente había una pequeña flor con pétalos marchitos –aunque más larga que el texto– pegada con un trozo diminuto de cinta y debajo apenas entendible la palabra: Otoño.
Al extremo del papel podían verse un par de gotas casi redondas y transparentes que resaltaban en contra de su tono amarillento.
Dos lágrimas, de Alá sabría, cuántos tantísimos años atrás.
¿Sería esa la carta de un antiguo enamorado de mi tía o se la escribió Erdogan hacía ya mucho tiempo?
Dudas que, quizá, nunca me respondería.
No tuve tiempo de pensarlo más, la puerta se abrió repentina y ruidosamente. Logré guardar la hoja detrás de mi espalda en el preciso momento que mi tía posó su mirada preocupada en mi persona.
—¿Sila? ¿Qué estás haciendo aquí, mi niña? Te estuve buscando por todos lados, la cena ya debe estar fría.
—Pe-perdón. Yo pensaba que este era el baño y cuando quise salir... —Carraspeé nerviosa y escondí la hoja dentro de mi ropa, a mis espaldas—, ya no pude, la puerta se trabó.
—Vamos.
—Pero antes mira. —Mi voz salió mucho más emocionada de lo que me gustaría admitir y ella giró sobre sus pasos interesada en mis palabras.
Sus ojos se agrandaron considerablemente cuando vieron una bola rubia muy peluda entre mis brazos.
—¡No lo toques! —Su tono fuerte me hizo retroceder por puro instinto—. No ves que está muy sucio, cariño... Además, a Ĕrdogan no le gustan los animales; perdóname, pero no podemos quedárnoslo.
—Pero lleva ya mucho tiempo entrando y saliendo del sótano y, nadie lo ha notado. Ni siquiera tú, menos él...
—¿Qué?
Asentí frente a su cara confundida y apenada mientras acariciaba los finos pelos del felino.
—Míralo, está pequeño y tierno... No le podría hacer daño a nadie, ni siquiera a un insecto.
Una fugaz sonrisa tentó sus comisuras antes de permitirle cuidarlo, con la única condición que no podía estar en otro lugar de la casa que no fuera en mi habitación cuando su esposo estuviera en la casa.
—Solo porque veo que te ha hecho feliz.
Dejé a el gato en una caja limpia cerca de mi silla antes de lavarme las manos y sentarme a cenar. Mi apetito había vuelto y se lo debía a esa pequeña bola de pelos, bigotes y cuatro patas.
Una amplia bandeja con ensaladas fue lo primero que hizo rugir mi estómago vacío...
✧✦✧
Cuando volví a encerrarme en mi propio espacio, primero, me dediqué a limpiar al felino puesto que, lo que en la oscuridad percibí como manchas eran heridas frescas en todas sus patitas y, se había mostrado incómodo cuando lo alcé por eso mismo. Me dio bastante pena escucharlo maullar con dolor mientras intentaba ser cuidadosa al limpiarlo.
Una vez limpio y mimado, lo dejé en su caja debajo de mi cama. Dispuse una pequeña manta en la misma. Nunca había tenido gatos, no sabía exactamente cómo tratarlo, pero trataba de esforzarme.
La oscuridad se cernió desde los cielos hasta mi habitación completa. El reloj marcaba más de las tres y media sobre mi mesita al lado de mi cama y seguía sin poder dormir, me daba terror cerrar los ojos por más de un minuto y recordar gritos o el retumbar de un disparo en mi cabeza.
Mis ojos estaban cansados de llorar. Yo estaba agotada de sentir tanto dolor. ¿En algún momento volvería a ser feliz plenamente?
Por otro lado, leer esa carta romántica había despertado mucha curiosidad y dudas (inseguridades) en mí.
¿Alguna vez alguien podría escribirme algo tan bonito solo por pensar en mí?
Quedé observando cada rincón de mi habitación, con la cabeza revuelta y adolorida, lo ojos me quemaban y sentía un inmenso vacío en mi interior.
Silencio y dolor.
Así estuve hasta que los primeros rayos del alba comenzaron a asomarse lentamente a través del ventanal.
«Un día más sin ellos».
La garganta comenzó a picarme y pronto ya me hallaba haciendo puntillas y dando pisadas lentas para descender hacia la cocina sin incomodar el descanso de mi tía.
La única iluminación eran velas posicionadas en los pasillos, algunos vacíos y otros colmados a más no poder de cuadros y adornos. Por instantes me daba escalofríos la cerámica fría contra mis dedos desnudos así que apresuré mi caminata hasta notar la enorme mesa a escasos centímetros de mí.
Suspiré y di grandes zancadas hasta que el vaso de cristal yacía lleno entre mis manos.
Una vez lo terminé de beber y volvía con la garganta fresca a mi habitación escuché un fuerte y entre cortado sollozo escaparse de una habitación no muy cercana a la mía.
La de Özlem.
Dudé mucho antes de asomarme con lentitud hasta su puerta, me sorprendió bastante encontrarla medianamente abierta, las luces estaban prendidas y allí no había paredes suficientes para callar su dolor.
Mi tía lloraba desconsolada con varios papeles en sus manos y su teléfono descansando sobre la cama, parecía que se le estaba deshaciendo un poco más el alma tras cada lágrima.
Me preguntaba si ambas sufríamos por las mismas desgracias o ella tenía otras que jamás me contaría.
Estuve a punto de pasar cuando un fuerte portazo se escuchó en la puerta principal y tras ello, la voz de Ĕrdogan se hizo presente entre la inmensa oscuridad. Los sollozos dejaron de escucharse y vi, con desconcierto, como su puerta se cerró con varias vueltas de llave desde adentro.
Corrí a mi habitación, al mismo tiempo que se percibían con exactitud la cantidad de pasos que daba Ĕrdogan en la escalera de caracol.
✧✦✧
Tras volver a mi espacio seguro no volví a escuchar nada, ni sollozos ni pisadas. Y al poco tiempo caí en un sueño muy profundo. Tan profundo que no podía creer la hora que era cuando miré mi reloj.
Las doce del mediodía.
¡Por Alá! ¡Y nadie me había despertado!
Me levanté trastabillando, casi caí de bruces cuando me paré de golpe y todo el panorama ante mí se nubló. Sostuve mi cabeza y en el contacto de mis dedos a mi frente aún podía percibir una pequeña elevación allí mismo.
Me tomé un momento para recomponerme del mareo antes de ingresar al baño de mi habitación.
Fue inevitable toparme con el espejo en la pared, justo arriba del lavabo.
Dos golpes secos en la puerta interrumpieron mi sollozo.
—Sila te esperamos en la mesa, la comida está lista. No tardes, cariño.
A continuación escuché sus pasos perderse lentamente. Procedí a mojarme la cara una y otra vez, desesperada por la rojeces que tenía en la misma. La última vez que me había visto al espejo llevaba vendajes alrededor de la cabeza y algunos en mi rostro. No me había detenido a observar las marcas que, quizá, jamás se borrarían de mi piel.
Tenía líneas rugosas y otras marcas sin forma exacta en las extremidades de mis brazos. Eran pequeñas, pero, para mí, muchas.
Seguí con la toalla, la froté con suavidad en mis mejillas, esos tonos rojos tenían que irse, no eran cicatrices. Me negaba a aceptar que anduve así en la calle, ante el Comisario y Alá sabría cuántas personas más.
Antes de entrar en pánico me tomé un momentó para respirar profundamente y buscar mi maquillaje. Por algún lado debí haberlo dejado.
Revisé la repisa del baño y di vueltas mis cajones del cuarto, para luego, hallarlos en el bolso que no había desempacado. Llevé todo al húmedo espacio para revolverlo allí y apurarme. Me estaban esperando y no iba a dejar que me vieran en esas condiciones... de nuevo.
Cuando todos los productos se me cayeron al lavabo por andar de apurada, bufé de frustración y comencé a tomar todo lo que no ocuparía para devolverlo a sus envases. Sin darme cuenta, rodeé entre mis dedos un objeto cortante y enseguida, gotas de sangre se esparcían desde mi palma.
«Joder, solo eso me faltaba».
Pasaron unos diez minutos para que me dignara a bajar las escaleras. Quizá me había pasado con la base, pero podía decir orgullosa que no se veían ninguna anormalidad en mi rostro. Fuera de ello solo me puse rimel y rubor suave; dejé mi cabello suelto para que tapara intencionalmente mi cara cuando yo quisiese.
La chica que antes amaba ser el centro de atención pasó a tener mil inseguridades y solo quería esconderse en una pequeña cajita para jamás salir de allí.
—¡Hasta que llegas, niña! Estuve así. —Juntó dos dedos dejando ver, apenas, un diminuto espacio entre ellos—, de subir yo mismo para traerte. ¡Mira la comida! ¡Ya está fría!
—Lo siento mucho. —Hundí la mirada en las baldosas brillantes y me abracé a mí misma; me sentía avergonzada y tonta.
—Siéntate —ordenó mientras señalaba una silla en el extremo contrario de la mesa. Mi tía me dedicaba una mirada apenada desde el asiento continuo a él.
Saboreé unos deliciosos börek (pastelitos de carne) en el intento de olvidar la escena de hacía un rato.
—Mujer, ¿ya has buscado un colegio para tu niña? —Hizo énfasis en las últimas dos palabras antes de observarme de reojo.
Cuando llegó ese comentario tomé hasta vaciar del vaso con agua a un lado de mi plato porque casi me atraganté.
En el intento de evadir su mirada me fijé en su ropa, llevaba traje hasta en un día no laboral.
Un dato curioso que probablemente no me serviría de nada: Anotado.
Mi tía dio una respuesta negativa y, antes de que pudiera darle razones, él había golpeado fuertemente la mesa con su puño.
—¿Y se puede saber por qué? Acaso, no, ¡ya sé! ¿Le vas a conseguir un esposo con fortuna para le solvente los gastos? Porque de flores no vive ni come tu querida niña...
—Yo puedo cubrir perfectamente sus gastos, Ĕrdogan. Y lo sabes...
La madera volvió a crujir y hacer temblar hasta la jarra con agua.
—No te he pedido que hables. Hoy mismo irás a recorrer los dos colegios que están en la zona central, son privados y caros, y verás cómo le haces, pero en uno de ellos debe ser admitida. ¡No la voy a tener en casa todos los benditos días! ¡Solo eso me faltaba! ¡Por Alá!
Ella bajó la cabeza al mismo tiempo que Ĕrdogan se retiraba furioso, casi echando chispas, hacia su despacho. El portazo retumbó en nuestros oídos.
—Perdóname, Sila.
Ella solo había dicho dos palabras, dos malditas palabras que eran capaz de destrozar todo de mí desde adentro. Mismas trece letras que le escuché pronunciar a mi padre antes de verlo morir.
Estaba traumada. Habían tantas cosas que perdieron su encanto para mí, que jamás volvería a verlas o escucharlas igual...
Pude ver gotas y más gotas transparentes deslizarse hasta parar en lo que quedaba de mi comida. Amargándola. Quitándole su exquisito sabor. Llevándoe consigo pedacitos tan pequeños y filosos de pura tristeza.
Pronto mi tía estaba abrazándome, intentando aliviar mi dolor cuando ella tenía muchas heridas más...
✧✦✧
Ya me encontraba lista físicamente, solo quedaba mentalizarme que seguir estudiando era algo que necesitaba y quería, aunque no estuviera preparada para enfrentarme a profesores exigentes, tareas complicadas y compañeros cargosos.
Suspiré y me observé una vez más ante el espejo, fijándome a detalle que había perdido mucho peso, mis piernas estaban demasiado delgadas y ni hablar de lo flojo que me quedaba el abrigo mostaza y el pantalón negro de la cintura.
Me acerqué para enfocar el maquillaje de mi rostro, estaba casi natural, no usé tanta base como en la mañana porque las zonas rojas se habían aclarado bastante, así que el rimel y brillo labial fueron más que suficientes.
No me percaté que Özlem ya me estaba observando desde el umbral, noté su mirada enrojecida desde el extremo del espejo.
—¿Quieres que te peine?
—Prefiero llevarlo suelto.
—¿No te molestará en la cara?
En eso tenía razón.
—Lo puedes atar así —dijo al mismo tiempo que se acercaba y con sus delicadas manos sostenía una pequeña sección de arriba y la ataba en una media cola alta, dejo caer antes dos largos y finos mechones para mi flequillo.
Quedé encantada y más cómoda. Me fijé en su vestimenta: la falda larga y ajustadas hasta la rodilla de siempre, pero en color negro y una blusa salmón muy bonita. Zapatos de tacón y un collar dorado y fino de joyería.
Intenté sonreír antes de que saliéramos de allí.
Recorrimos el primer colegio nombrado por ese hombre, pero no me aceptaron porque quedaba muy poco para las vacaciones. Así que me quedaba una sola opción, mis manos ya sudaban y si no fuera por el saco tejido y largo que llevaba se notaría que mis brazos también.
Me quedé afuera de la oficina del director cuando mi tía pasó a hablar con él. Observé un poco mi alrededor, pasillos largos, estrechos y vacíos...
¿De verdad podría adaptarme nuevamente? ¿Podría siquiera volver a tener amigas?
Junto a mi pregunta mental me volvió el recuerdo de anoche. Mi rostro había salido en televisión, como si mi apellido ya no llama la atención tras la "tragedia familar" que se dio a conocer en todos los diarios de Esmirna. Volvía a sentirme pequeña y vulnerable.
Acomodé mi cabello sobre mis hombros, estaba largo, rozaba mis codos, y aunque su color castaño era más oscuro no me desagradaba, no como el resto de mí.
Para aumentar mi nerviosismo la campana de descanso sonó y un montón de alumnos salían en grandes grupos desde diferentes direcciones, aunque mi ropa no era para nada llamativa si contrarrestaba con sus tonos blancos y azules en cuadritos.
Un grupo de tres chicas pasaban charlando entre sí justo por el pasillo que yo esperaba cual estatua a que mi tía saliera de ese cuarto. Alcé la vista un segundo cuando pasaron a escasos centímetros y por coincidencia, la morena del medio conectó sus ojos con los míos y decir—: ¿Vieron que bonitos ojos tiene esa chica?
En ese breve instante sentí algo similiar a la alegría, muy leve, sus palabras habían curado un poquito mi herida autoestima.
Las miradas atentas de las otras dos se fijaron en mi asustadiza persona y agaché la cabeza.
Ya se estaban alejando cuando en un susurro la rubia dejó salir—: Creo que a esa chica la vi en algún lado...
El miedo que sentí fue inexplicable, ¿dónde más podría haberme visto sin que fuera en ese canal donde me expusieron? ¿En el hospital? Muy poco probable...
—¡Listo, Sila! —La voz de Özlem casi me hace pegar un respingo—. Apenas vio tus calificaciones te aceptó, aunque por poco y quedas afuera...
«Quizá eso hubiera sido lo mejor».
Salimos de allí a pasos apresurados, era yo quien caminaba veloz y ella seguía mi ritmo. Necesitaba aire fresco contra mi cara, ya tendría mucho tiempo para conocer las instalaciones.
—Espera, Sila. Antes de volver quiero que pasemos a comprarte un teléfono nuevo.
—¿Qué pasó con el que tenía, tía? ¿Se perdió en el incendio?
Hacía ya tiempo tenía esa duda, simplemente un día dejé de verlo.
La verdad era que extrañaría mucho las cosas que tenía allí: fotos con mis padres, las del último viaje que ni siquiera había llegado a subirlas en las redes, los vídeos de Enver, fotos de mis salidas, las personas que consideraba mis amigos. Extrañaba todo de mi antigua vida. Aunque sabía que era una total y perfecta mentira.
Apenas llegamos al centro comercial ella pidió varios de la vidriera para mirar y darme a elegir.
—Este tiene muchísimo espacio interno, este otro tiene más píxeles de cámara y el último está más grande —decía mostrándome cada uno. Ninguno se parecía a mi antiguo móvil—. ¿No te gustan?
—¿Podría elegir por mí, tía, por favor?
Ella asintió un poco desilusionada, tomó el que me había mostrado primero antes de acercarse a pagar. Mientras ella le pasaba la tarjeta al empleado, yo me distraje observando una vidriera enorme del negocio de al lado colmada de cuadros antiguos y adornos de siglos pasados. Amaba las antigüedades. Y ni hablar de los cuadros...
—Perdona...
Una voz desconocida habló detrás de mí y me giré al instante, espantada.
—¿Te asusté?
Un chico demasiado alto me observaba bajando la cabeza para poder ver mi cara. Quedé bastante perpleja: ¿por qué me estaba hablando?
—Me disculpo si te asusté... Solo quería saber si me puedes decir por cuáles calles queda el barrio Kuzgunkuc. —Llevó una mano detrás de su nuca al mismo tiempo que inclinaba levemente una sonrisa en sus comisuras.
—N-no lo sé, lo siento. Yo no soy de acá.
—Yo sí, pero no me ubico. —Una risa agraciada salió de su boca antes de volver a disculparse y alejarse moviendo la mano derecha.
—¡Ay me preocupó mucho perderte de vista, Sila!
Ahí sí salté espantada. ¡Qué necesidad de hablar a mis espaldas!
—¿Nos vamos?
Asentí mientras caminábamos en dirección al Jeep. Una vez sentada cómodamente descargué música en mi nuevo teléfono y dejé la primera sonando al azar.
Era Yalnizlik Senfonini de Model. Inconscientemente comencé a cantarla intentando tragar el nudo que me formó la melodía en la garganta.
Alışır her ınsan
(cada ser humano)
Alışır zamanla kırılıp incimmeye (aprende a romper y lastimarte)
Çunki olağan yıkılıp yıkılıp yeniden ayağa kalkmak...
(porque es normal que se descomponga y se levante nuevamente...)
•Preguntita: ¿Qué piensan, como les cae o qué podrían decir de Özlem hasta ahora?
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